31-8-1813. BATALLA DE SAN MARCIAL

Pensando los franceses socorrer la plaza de San Sebastián, cruzaron el Bidasoa el 31 de agosto, antes del amanecer, por los vados entre Hendaya y el puente destruido del camino real, que cubría el IV Ejército español o de Galicia, a las órdenes del general Don Manuel Freire, apostada la IIIª División en los campos de Sorueta y Enacoleta, parte de la Vª en las alturas de San Marcial y la VIIª en Irún y Fuenterrabía, formando la primera línea, y en segunda o reserva una división británica a espaldas de Irún, la división de Don Francisco de Longa y dos brigadas de la IVª a retaguardia de la derecha, dos brigadas inglesas en la sierra de Aya, y otra portuguesa en unas alturas entre Vera y Lesaca.

Esquema de la batalla (60.984 bytes)

Arrollados los puestos avanzados de los españoles, atacaron los franceses con el mayor ímpetu todo el frente de las tropas situadas sobre las alturas de San Marcial, para penetrar por la cañada de Ercuti y apoderarse de la importante posición de Soroya, que fue bravamente defendida por algunos cuerpos, entre ellos el de Asturias, del cual murió gloriosamente su joven y esforzado coronel Don Fernando Miranda, siendo rechazado el enemigo. En vista de este fracaso, los imperiales echaron un puente volante a un cuarto de legua del camino real, junto al paraje llamado de las Nasas, bajo la protección de la numerosa artillería que tenían plantada en la derecha del Bidasoa, en la altura que lleva el nombre de Luís XIV, y embistieron desesperadamente nuestro centro y parte de la derecha; pero fueron repelidos y arrojados cuesta abajo por una brigada de la división de Don Juan Díaz Porlier, ayudada del IIº Batallón de Marina. Entonces dirigieron sus ataques contra la izquierda española, donde una brigada de la IIIª división de Don José María de Ezpeleta recibió a sus contrarios con serena y firme actitud, a pesar de lo cual consiguieron éstos apoderarse de las barracas de un campamento establecido en una de aquellas cimas; mas acudieron oportunamente D. Juan Díaz Porlier y Don Gabriel de Mendizábal, y arrojándolos sucesivamente de todos los puntos, les obligaron a repasar el río, distinguiéndose en aquella ocasión los regimientos Guadalajara, Asturias y La Corona, tres batallones de Voluntarios de Guipúzcoa, mandados por D. Juan Ugartemendía, y la Segunda compañía del IVª batallón de Artillería dirigida por Don Juan Lóriga. Al mismo tiempo, otra columna se veía forzada a descender del monte Irachaval, que había ocupado el enemigo en la primera acometida, cruzando el Bidasoa por el vado de Saraburo, no teniendo mayor fortuna las fuerzas que habían pasado el río por los vados superiores. Muy entrada ya la noche y lloviendo sin cesar, no volvieron ya los enemigos a dar señales de vida, permaneciendo dentro de su territorio. Su malogrado intento les había costado 3.600 bajas, según propia confesión.

Fue esta jornada muy gloriosa para los españoles, que experimentaron grandes pérdidas, elevándose según el parte oficial del general Freire a la cifra de 161 jefes y oficiales, 2.462 soldados entre muertos, heridos y extraviados. Entre los heridos se contaba con el general Losada, los brigadieres Castañón y Roselló, y el coronel Laviña; el brigadier jefe de Estado Mayor del Ejército Don Estanislao Sánchez Salvador tuvo dos caballos muertos. Los ingleses y los portugueses contaron con muy escasas bajas por haber tomado apenas parte activa en el combate. En cambio los franceses, que fueron rechazados en todos los frentes, debieron de experimentar pérdidas enormes.

Lord Wellington se presentó al final de la batalla y dio después una órden del día tan exagerada e hiperbólica, más propia de la fantasía oriental que del serio carácter británico, que parecía mejor burla que elogio ( Júzguenla Uds. hoy después de 186 años. La expresada alocución que tuvo lugar en el Cuartel de Lesaca, llegó a insertarse en la prensa de la época. Veamos La Gaceta de Madrid, del 19 de octubre de 1813:

"Guerreros del mundo civilizado: aprended a serlo de los individuos del cuarto ejército español, que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño. Del terror, de la arrogancia, de la serenidad y de la muerte misma, de todo disponen a su arbitrio. Dos divisiones inglesas fueron testigos de este original y singularisimo combate, sin ayudarles en cosa alguna por disposición mía, para que se llevasen ellos solos una gloria, que en los anales de la Historia no tiene compañera.

Españoles: Dedicaos todos a premiar a los infatigables gallegos; distinguidos sean hasta el fin de los siglos, por haber llevado su denuedo y bizarría a donde nadie llegó hasta ahora; a donde con dificultad podrán llegar otros, y a donde sólo ellos mismos se podrán exceder, si acaso es posible.

Nación española: la sangre vertida de tantos cides victoriosos fue recompensada con 18.000 enemigos y una numerosa artillería que desaparecieron como el humo, para que no nos ofendan más.

Franceses: huid pues o pedid que os dictemos leyes, porque el Cuarto ejército español va detrás de vosotros y de vuestros caudillos, a enseñarles a ser soldados."

No cabe más. Seguramente no necesitaban nuestros valientes soldados de tales ponderaciones para acreditar su acostumbrada bizarría y venir luego el señor Napier con la rebaja, en su "History of the Peninsular War". ¿Lo haría acaso el Lord en compensación de las herejías llevadas a cabo aquel mismo día por los cultos y humanitarios británicos en la infeliz San Sebastián?