28-7-1809. BATALLA DE TALAVERA.

El mariscal Victor, a pesar de la victoria conseguida en Medellín (ver 28 de marzo), no juzgó prudente proseguir a Andalucía, fortificándose en el Guadiana, de Medellín a Mérida; y tratando después de coadyuvar a las operaciones de Soult en Portugal, a cuyo caudillo suponía ya próximo a Lisboa, se dirigió a Alcántara, donde entró el 14 de mayo (Al retirarse de dicho punto un cuerpo de tropas portuguesas después de un corto combate, su coronel Mayne (inglés) hizo volar el famoso puente , obra portentosa del tiempo de Trajano, respetada siempre hasta por los moros.), siguiendo luego hasta el vecino reino; mas temeroso de las fuerzas británicas apostadas en Abrantes, al mando del general Wellesley, que había arrojado ya a Soult de Portugal, retrocedió a Torremocha el 8 de junio, y fue a sentar sus reales en Plasencia el 19, continuando su retirada hacia Talavera a la aproximación del ejército británico. Cuesta, que había rehecho de nuevo su ejército, fue avanzando desde Monasterio en pos de Victor, situándose primero en Fuente del Maestre, y luego, el 20 de junio, en las casas del Puerto de Miravete, frente al puente de Almaraz, vigilando su ala derecha el Puente del Arzobispo. Wellesley levantó su campo de Abrantes el 27 de junio, llegó el 30 a Castelho Branco y penetrando en España el 3 de julio, se dirigió por Zara la Mayor y Coria a Plasencia, donde se estableció el 8, pasando seguidamente el 10 a conferenciar con el general Cuesta para acordar el plan de campaña.

Aunque no se tenían noticias exactas de la posición de los ejércitos franceses, los aliados, unidos ya, se movieron hacia el río Alberche, camino de Madrid, pasando los españoles el 19 el Tajo por Almaraz y Puente del Arzobispo, para pernoctar el 20 en La Calzada, a retaguardia de los ingleses, situados ya en Oropesa, adelantándose al día siguiente aquellos por Velada; y después de algunos combates, los franceses del mariscal Victor se acogieron a la margen izquierda del Alberche, ocupando Cuesta y Talavera el 22. El enemigo permaneció el 23 tranquilo en sus nuevas posiciones, al abrigo de algunas baterías que dominaban todo el curso de aquel río desde Cazalegas, donde había establecido el caudillo francés su cuartel general, y en la noche de dicho día tomó por Torrijos el de Toledo, librándose así el I Cuerpo de una derrota segura, pues el cuerpo británico de Wilson se encontraba ya en Escalona, gracias también al desacuerdo en que estaban Wellesley y Cuesta, el primero de los cuales hizo atacar al enemigo el mismo día 23, a lo que se opuso el segundo pidiendo se difiriese el ataque hasta la madrugada siguiente, prudencia inoportuna y extraña en el caudillo español, quien en cambio se aventuró el 24 con sólo las tropas de su mando en persecución de los franceses.

Estos concentraron sus fuerzas detrás del río Guadarrama, uniéndose el 25 al I Cuerpo (Victor), el rey José en persona con algunas tropas de la guarnición de Madrid, y el IV Cuerpo (Sebastiani) que apostado antes cerca de Daimiel observaba al ejército de la Mancha mandado por el general Venegas, lo que elevaba el número de enemigos por aquella parte a cerca de 50.000; y aunque el intruso no pensaba tomar la ofensiva hasta que el mariscal Soult acudiese desde Salamanca con los tres cuerpos de su mando sobre la espalda de los aliados, el imprudente avance de Cuesta y la impaciencia de los franceses por escarmentar a aquel, malogró plan tan acertado, anticipando la batalla, pues el 26 salieron al encuentro de los españoles y arrollaron en Torrijos y Alcabón a la vanguardia de aquellos y a la caballería que les amenazaba, compuesta de los regimientos de Calatrava y Villaviciosa (Murió en la refriega el valiente coronel de dicho regimiento Barón de Armendariz), corriendo en su amparo el duque de Alburquerque con una división de 3.000 caballos. El enemigo no fue más allá de Santa Olalla, y Cuesta, no queriendo pasar en desorden el Alberche a la vista y en presencia de unos aliados tan egoístas como soberbios (según Gómez de Arteche), se mantuvo en la orilla izquierda, no trasladándose a la opuesta hasta la mañana del 27.

Inminente ya la batalla, que unos y otros deseaban, llamó Wellesley a Wilson, que había avanzado hasta Navalcarnero, a cinco leguas de Madrid, y el ejército aliado tomó posición entre el Tajo y el cerro de Medellín, formando los españoles en tres líneas, a la derecha, en número de 33.000 hombres, de ellos 7.000 de caballería, distribuidos en una vanguardia, reserva, cinco divisiones de infantería y dos de caballería (Las mandaban respectivamente, por el orden expresado: D. José de Zayas, D. Juan Berthuy, el marqués de Zayas, D. Vicente Iglesias, el marqués de Portago, D. Rafael Manglano, D. Luís Alejandro Bassecourt, D. Juan de Henestrosa y el duque de Alburquerque.), y los anglo-portugueses a la izquierda, en número de 16.000 infantes y 3.000 caballos, repartidos en cuatro divisiones (A las órdenes de los generales Sherbrooke, Hill, Mackenzie y Camphell), sirviendo de unión entre unos y otros en el centro de la línea de batalla, que abrazaba una extensión de tres cuartos de legua, un reducto empezado a construir por los británicos en un altozano llamado Pajar de Vergara, artillado con diez piezas de campaña; otra gran batería establecida a la derecha junto a la ermita de la Virgen del Prado enfilaba la carretera general y batía toda la margen del Tajo y los olivares del llano.

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Los franceses cruzaron el Alberche al mediodía del 27 viniendo desde luego a las manos con la división Mackenzie que, en posición avanzada junto a aquél río, se vió muy comprometida, pudiendo al cabo replegarse en buen órden junto a la línea, detrás de las restantes tropas de su nación; el mismo Wellesley, que observaba los movimientos del enemigo desde la torre de Salinas estuvo a punto de caer prisionero, salvándose sólo por la prontitud con que montó a caballo. Distantes todavía José y Sebastiani, y a pesar de ser ya de noche, el mariscal Victor, el héroe de Montebello y de Friedland, avaro de gloria, lanzó la división Ruffin al ataque del cerro de Medellín, llave de toda la línea anglo-española, dejando las divisiones Villate y Lapisse de respeto en observación de los movimientos que pudieran emprender los aliados. Los imperiales salvaron el barranco del arroyo Portiña y treparon al cerro, de pendiente muy empinada y escabrosa, cargando a la bayoneta sobre los ingleses de Hill con su impetuosidad acostumbrada; y aunque lograron dominar la altura arrojando de ella a los soldados británicos, rehechos éstos, acometieron bizarramente a los asaltantes, que fueron a su vez arrojados de la altura que acababan de conquistar, no teniendo más fortuna al repetir segunda vez el ataque. También los dragones de Latour-Maubourg, que servían de lazo de unión entre I Cuerpo y el IV, apoyados por la división Lewal, cayeron sobre la izquierda, introduciendo desorden espantoso en algunos cuerpos de la primera línea, que huyeron llenos de pánico, no parando muchos de los fugitivos hasta Oropesa, mezclados con ellos oficiales y soldados británicos. Afortunadamente, la artillería de nuestra extrema derecha, el fuego de los otros cuerpos y la caballería de Alburquerque contuvieron la acometida de los jinetes imperiales, que fueron a acogerse a los olivares ( La falta de disciplina de que se acaba de hacer mención, algo disculpable en soldados bisoños, sin uniforme muchos de ellos, fue castigada al día siguiente por el enérgico Cuesta, haciendo diezmar a los cuerpos que flaquearon, severidad cruel pero indispensable para enseñar a no huir en el campo de batalla. Intercedió el general británico y suspendió el español el castigo, cuando habían sido fusilados ya 50 hombres, quinta parte de los que debían de sufrir tan terrible pena.)

Al amanecer del 28 se renovó el combate. Los aliados se mantenían en las mismas posiciones de la tarde anterior, reforzando Wellesley su izquierda con parte de la división de caballería del duque de Alburquerque, y con la 5ª división española (Bassecourt) que se situó en los peñascales de Atalaya. El mariscal Victor mostró todavía mayor empeño en tomar el Medellín, que atacó la misma división, apoyada por el fuego de más de 50 piezas de artillería; pero aislados, como anteriormente el Cuerpo de Sebastiani y la reserva de José, pudo Wellesley sacar impunemente fuerzas del centro y dirigirlas al flanco de la posición atacada, con lo cual los tres regimientos de la división Ruffin fueron rechazados con pérdidas enormes, pues no bajaron de 1.500 los muertos y heridos que de dichos cuerpos quedaron tendidos en las gradas de aquel cerro, tan fatal a los franceses.

En vista de este segundo fracaso, reunió el rey intruso a los mariscales Victor, Sebastiani y Jourdan, que era su jefe de Estado Mayor general, para acordar si convenía retirarse o continuar la batalla, decidiéndose al fin aquél, después de larga deliberación, a seguir el parecer de Victor, disponiendo un ataque general combinado a toda la línea aliada (Influyó en dicha determinación el saber que Soult no podría estar en Plasencia hasta el 4 ó 5 de agosto, y que Venegas avanzaba hacia Toledo y Aranjuez con el ejército e la Mancha). Wellesley no desperdició el tiempo que le daba su adversario, pues tomó nuevas disposiciones y pidió al general Cuesta algunas piezas de mayor calibre que las suyas, siendo reforzadas las que artillaban el reducto del Pajar de Vergara con otras cuatro mandadas por el capitán Uclés. Los soldados de uno y otro campo aprovecharon aquella tácita suspensión de hostilidades para bajar al arroyo Portiña a apagar la sed ardiente que les producía el extraordinario calor.

Esquema de la batalla (29.726 bytes)

Hacia las dos de la tarde propiciaron a ponerse en ejecución las órdenes transmitidas por el Estado Mayor. Avanzaron simultáneamente las columnas francesas, trabando pelea la división Lewal, que formaba en la izquierda enemiga. Costó algún trabajo a los aliados rechazar la acometida que dieron aquellos al reducto del Pajar de Vergara, y reiterando los contrarios el ataque con gran brío, salieron a su encuentro algunos batallones españoles y una sección de artillería mandada por el teniente Don Santiago Piñeiro (de las Casas) que cubrió de metralla a los agresores, cayendo enseguida sobre ellos el Regimiento de caballería del Rey en una brillantísima carga, guiado por su coronel el brigadier D. José María de Lastres, quien resultó herido, sustituyéndole el teniente coronel D. Rafael Valparda. Nuestros valientes jinetes atropellaron por entre los soldados de Lewal, dando lugar a que se cogiesen diez cañones, cuatro de los cuales trajo al campo español el teniente Piñeiro.

A la misma hora embistieron los enemigos la izquierda de los aliados, tratando la división Ruffin de envolver el cerro que le servía de apoyo, mientras parte de la de Villate la amenazaba por el frente. Salió a impedirlo la caballería británica, apoyada por la de Alburquerque, dando una carga, impetuosa sí, pero extemporánea, en la que sufrieron gran quebranto los dos regimientos que la iniciaron, particularmente uno de dragones, por haber tropezado en una profunda zanja cuya existencia ignoraban, a pesar de lo cual, cruzó por entre los cuadros y columnas enemigas, aunque sin éxito alguno contra ellos, pudiendo salvarse a duras penas la mitad de su gente. No obstante, la formidable masa de caballería que tenían a la vista impuso respeto a los franceses, y éstos suspendieron el movimiento, contribuyendo no menos a dicha resolución la actitud de la 5ª División española (Bassecourt) dispuesta en aquel momento a bajar de los Peñascales para tomar parte en el combate, y el estrago que en ellos causaba el fuego de la artillería a caballo de la División de Alburquerque, dirigida con singular acierto por el capitán D. Diego de Entrena y el teniente D. Pedro Ladrón de Guevara.

Mayor empeño hubo en la parte de la línea comprendida entre el cerro de Medellín y el reducto del Pajar de Vergara. Atacaron por la derecha la división Lapisse, y por la izquierda la de Sebastiani, apoyadas por la de Lewal, que temeroso de la caballería española avanzó pausadamente por cuadros escalonados; mas el primero fue rechazado y mortalmente herido, y sus soldados tuvieron que retirarse perseguidos por los guardias ingleses, los cuales se vieron a su vez en grave apuro por haberse dejado llevar demasiado de su impetuoso ardor en la persecución. Salváronlos del peligro, si bien a costa de muchas pérdidas, otro regimiento británico, la caballería de la misma nación y la batería española de Entrena que tan importante papel jugó en toda la jornada. La división Sebastiani tuvo que replegarse también siguiendo el movimiento de las tropas de su derecha.

Eran sólo las cinco de la tarde, y sin embargo los franceses no consideraron prudente dar nuevos ataques a la línea aliada, permaneciendo tranquilos en sus posiciones, y el día siguiente repasaron el Alberche, retirándose sin ser molestados, José y Sebastiani a Toledo, y Victor hacia Maqueda y Santa Cruz de Retamar, desde donde volvió a los pocos días a ocupar a Talavera, cuando a su vez se retiraron los aliados a la izquierda del Tajo a consecuencia de la llegada del mariscal Soult a Plasencia el 1º de agosto.

La batalla de Talavera fue, pues, completamente infructuosa, habiendo costado más de 7.000 hombres a cada uno de los contendientes, de ellos 1.200 españoles. Sin embargo, se prodigaron honores y mercedes, siendo agraciado Wellesley por su gobierno con el título de lord vizconde Wellington de Talavera, y por el español con el empleo de Capitán general; Cuesta recibió la Gran Cruz de Carlos III. Se creó además una Cruz con esta inscripción: "Talavera 28 de julio de 1809". El veterano caudillo cita en su parte oficial como distinguidos a algunos oficiales de graduación y a sus ayudantes, y especialmente al Regimiento de caballería del Rey al que pertenecían el capitán D. Francisco de Sierra que cogió un cañón al enemigo y el alférez D. Pablo Cataneo, de dieciséis años de edad, que mató por su mano a cuatro enemigos.