23-11-1808. BATALLA DE TUDELA

Batidos en el mismo día en Espinosa y en Gamonal respectivamente los ejércitos de la Izquierda y de Extremadura (V. 10 de noviembre), quedaban todavía hacia el flanco izquierdo de las huestes de Napoleón los ejércitos llamados del centro o de Andalucía, a las órdenes del general Castaños y de Reserva o de Aragón, que mandaba Palafox; el primero, fuerte de 26.000 hombres, 3.000 de ellos de Caballería, con algunas piezas de campaña, tenía establecida su línea de Calahorra a Tudela, con el Cuartel General en Cintruénigo (El ejército del Centro había avanzado por esta parte hasta Logroño, Lodosa y Lerín; mas habiendo capitulado con el enemigo el 27 de octubre las fuerzas destacadas en el último punto, abandonaron respectivamente el general don Pedro Grimarest Lodosa y el general don Juan de Pignatelli Logroño, con precipitación tan poco honrosa el último, que fue destituido del mandato y su División disuelta.); mas a causa del movimiento de los franceses, que concentrándose a su frente reunieron en Lodosa hasta 30.000 infantes, 5.000 caballos y 60 cañones, al mando del mariscal Lannes, duque de Montebello, al paso que el mariscal Ney avanzaba con otros 20.000 hombres por su flanco desde Aranda de Duero y el Burgo de Osma a Soria, donde entró el 21, retiró su izquierda de Calahorra a Tarazona, estableciendo su nueva línea en el río Queiles, desde las faldas del Moncayo al Ebro. Del ejército de Aragón se encontraba al mando el teniente general don Juan O'Neylle, con unos 15.000 hombres, entre Villafranca y Caparroso, a donde se había replegado desde Sangüesa, no sin haber conseguido alguna ventaja sobre el enemigo, pues le obligó a retirarse de Nardues a Monreal, aproximándose después todavía más a Tudela en vista del avance de los contrarios.

Esquema de la batalla (62.833 bytes)

Muy próximos ya los franceses, pasaron las tropas aragonesas el Ebro en la mañana del 23, estableciéndose la División Roca (5ª del Ejército del Centro), en la altura de Santa Bárbara, cerrando la extrema derecha y la parte oriental de Tudela, próxima al puente; la División Saint-March debía dirigirse por las cumbres de Santa Quiteria, cubierta con el Queiles, a ocupar el cabezo Malla, a la izquierda de su ejército y centro de toda la línea: el total de estas fuerzas sería de unos 20.000 hombres. Del ejército del Centro se habían situado: la División Grimarest (2ª), con las pocas tropas que había de la 1ª y 3ª, en Tarazona, y la de Lapeña (4ª) en Cascante; la vanguardia, al mando del conde de Cartaojal, fue enviada en dirección de Agreda para observar a Ney, que se consideraba no muy distante. La línea española, que abrazaba una extensión de más de cuatro leguas, resultaba por lo tanto muy débil en el centro, pues no estando ocupados el alto de San Juan de Colchetas y el pueblo Murchante, por donde podían ligarse los dos ejércitos, había entre ellos un claro de más de media legua.

El mariscal Lannes, apenas hubo reconocido las posiciones que tenía a la vista, encargó a la División Maurice-Mathieu, una de las más fuertes y mejor mandadas, atacase a la derecha española, y a la División Morlot, apoyada inmediatamente por la de Grandjean, se dirigiese a Cabezo-Malla; la caballería imperial desplegó en el llano para tener en jaque a Lapeña. Las tropas de Morlot, sin encontrar resistencia alguna, pues la División Saint-March, en marcha todavía, apenas coronaba la altura de Santa Quiteria, se posesionaron fácilmente de Cabezo-Malla; mas al observar Castaños movimiento tan peligroso para los nuestros, dispuso recuperase dicha altura la División O'Neille, apoyada por la Saint-March, cuya acción fue tan resuelta y ejecutiva, que los franceses, sin pretender disputar tan siquiera la posesión de aquel importante cerro, lo desalojaron y se acogieron al olivar que tenían a su espalda, temerosos de verse cortados. Insistiendo el enemigo en el ataque del centro, pudo ocupar sólidamente San Juan de Colchetas, amenazando muy de cerca de Urzante, a cuyo punto había destacado dos batallones el general Lapeña, que no se movió de Cascante con el resto de sus fuerzas a pesar de la orden de Castaños para aproximarse más hacia Tudela, temiendo las consecuencias de una marcha de flanco a la vista de la caballería francesa.

En la derecha española, por donde había principiado el combate poco después de las nueve de la mañana, se sostuvieron bastantes horas, con bizarría ejemplar, los valencianos y murcianos que formaban los batallones de Roca, apostados en Santa Bárbara, dando a entender a sus acometedores que difícilmente lograrían su conquista. Comprendiendo los contrarios cuan costoso les sería repetir el ataque de frente, teniendo que subir el cerro a pecho descubierto, buscaron por donde envolver la posición, como lo lograron, deslizándose, sin ser vistos por los defensores de ella, entre los escarpes de la montaña y una acequia derivación del Ebro, cuyo terreno, por los obstáculos y dificultades que presentaba, no se había tenido la previsión de vigilar. Este fatal descuido hizo que al apercibirse de ello los españoles de Santa Bárbara, temiendo ser envueltos, huyesen en el mayor desorden, perseguidos por los franceses, que cruzaron tras ellos las calles de Tudela, en dirección de Zaragoza. Las tropas de O'Neille y Saint-March, atacadas a su vez, y con enemigos a ambos flancos, se retiraron peleando, al principio en correcta formación; pero se perdieron poco después en el llano temiendo las cargas de la caballería imperial. Distinguiéndose en aquella ocasión los dragones del Rey y Numancia y la artillería, brillantemente dirigida por don Angel Ulloa y don Manuel de Velasco, muriendo gloriosamente el capitán de dicha arma don Francisco del Mazo y el teniente coronel de Numancia don Diego de Mesa. Los Voluntarios de Alicante, puesto a su frente su coronel don Antonio Camps, fueron los únicos que continuaron sin romperse hasta que se hizo de noche.

En derrota ya la derecha y el centro, cargaron los franceses resueltamente, con el estímulo de la victoria conseguida por sus compañeros de armas, cayendo sobre los dos batallones de Urzante. Estos se batieron con el mayor denuedo, bien situados y cubiertos por el olivar y caserío, y escarmentaron al enemigo, retirándose ya cerca del anochecer a Cascante, donde se incorporaron a su División, sin ser molestados por aquel. Desde dicho punto, a que acababan de llegar de Tarazona las tropas de Grimarest, se dirigieron todas las del centro, con algunas aragonesas, a Borja, donde estaba ya Castaños (Palafox, no aviniéndose a pelear a las órdenes de su colega, se había retirado a Zaragoza desde el principio de la batalla.); de allí continuaron la retirada a La Almunia, en cuyo punto se les incorporó Saint-March, y luego a Calatayud, pasando después a reorganizarse en Cuenca, para ser batidas de nuevo y más ejecutivamente en Uclés (V. 13 de enero.)

Las bajas de los españoles en esta jornada llegaron a 2.000, la mayor parte prisioneros, y a poco más de 500 la de los franceses; se perdieron además 26 piezas de artillería con sus municiones y multitud de bagajes. Tudela y Cascante fueron entregadas al saco, según costumbre de los vencedores.

De la vanguardia de Cartaojal, quedó cortado en Nalda un trozo, que a las órdenes del conde de Alacha llevó a cabo una retirada gloriosa. El buen espíritu de oficiales y tropa se conservó constantemente en aquella fuerza bizarra, a pesar de las penalidades, sufrimientos y peligros, y por espacio de veinte días, acampando y huyendo de los lugares habitados, con alimento y descanso insuficientes, descalzos y casi desnudos en estación tan cruda, consiguieron vencer obstáculos que parecían insuperables, incorporándose al fin el 16 de diciembre, en Cuenca, al grueso del ejército, con la satisfacción consiguiente a su honroso y distinguido comportamiento, y además, con el trofeo glorioso de algunos prisioneros franceses.