LA MUERTE DEL CAPITÁN GENERAL DON ANTONIO FILANGIERI

Por Emilio González López, en la Revista “La Coruña. Verano 1970.


Al comenzar la Guerra de la Independencia española con el alzamiento, el 2 de mayo, del pueblo madrileño, estaba vacante el cargo de Capitán General de Galicia desde que había muerto, en el mes de enero (1808), su titular, don Francisco de Taranco y Llano, que se encontraba en Oporto al frente de las fuerzas gallegas que habían ocupado el norte de Portugal al servicio de los franceses. Interinamente desempeñaba en La Coruña ese cargo el mariscal de campo don Francisco de Biedma, que era mirado con gran desconfianza por los patriotas, tanto civiles como militares.

La guarnición de La Coruña había quedado muy mermada con el envío al norte de Portugal de esas tropas de ocupación. La mayor parte de la oficialidad, sobre todo la del regimiento de Navarra, que había hecho varias campañas en los Pirineos contra los franceses, figuraba en el bando patriota. Temeroso Biedma de un alzamiento popular, había dictado una serie de medidas preventivas que habían irritado más a los patriotas civiles y militares. La llegada durante las últimas semanas de mayo de enviados de las Juntas patriotas de Asturias y León había echado todavía más leña al fuego patriótico de la población coruñesa.

El gobierno de Madrid, la titulada Junta Suprema, estaba presidida por el mariscal francés Joaquín Murat, cuñado de Napoleón, verdugo del pueblo madrileño en las jornadas del 2 de mayo, que forzó a la Junta a aceptarle como presidente, después de estos sucesos, con la única protesta del Ministro de Marina, don Francisco Gil de Taboada y Lemos, natural de la actual provincia de Pontevedra, Murat, verdadero rey en aquellos días de España, seguía con especial interés los sucesos de La Coruña por ser nuestra ciudad la principal plaza militar del norte de España. Tratando de combinar la diplomacia con el rigor, decidió Murat enviar a Galicia de Capitán General a una persona de su entera confianza y que al propio tiempo no despertara los recelos de los patriotas. Esta persona era el napolitano don Antonio Filangieri, de una de las familias más ilustres de Nápoles, que hacía muchos años prestaba sus servicios en el ejército español.

Filangieri era hermano de uno de los juristas y economistas italianos más famosos de la Ilustración europea, Gaetano Filangieri, cuya obra La Ciencia de la Legislación era tenida en alta estima por el propio Napoleón. Un hijo de Gaetano, Carlos Filangieri1 era oficial del ejército francés; y en aquel momento era el jefe de la guardia personal del rey José Bonaparte en Nápoles. Murat tenía un gran afecto por Carlos Filangieri, que había combatido bajo sus órdenes en algunas de las batallas napoleónicas más famosas en Alemania (Ulm, Austerlitz, etc.). Cuando José Bonaparte, designado ya rey de España por Napoleón, salió de Nápoles para Bayona, donde estaban las Cortes españolas, Carlos Filangieri se quedó en su ciudad natal unos días más, para poder acompañar con una escolta a la nueva reina de España por los caminos de Italia y Francia que llevaban a Bayona. Era muy estrecha la amistad de Carlos Filangieri con José Bonaparte y con Murat. Tan fuerte era que cuando Murat fue nombrado rey de Nápoles, en sustitución de José Bonaparte, se llevó como persona de su máxima confianza a Carlos. Y este a su vez tenía una gran devoción por su tío Antonio Filangieri, que había sido su tutor al morir, en 1788, su padre Gaetano. Don Antonio había hecho entonces un viaje especial a Nápoles para poder llevar con él a España a sus sobrinos huérfanos, pero las nuevas leyes españolas, que prohibían la entrada en España de nacionales napolitanos, se lo impidieron, cuando estaba ya para embarcarse con ellos en el puerto de Livorno. Carlos frustrado en sus deseos de ir a España con su tío, se fue a Francia, e ingresó en la Academia Militar francés.

Filangieri, el nuevo Capitán General de Galicia enviado por Murat, tenía la misión difícil de apaciguar con medidas diplomáticas a los patriotas, mientras les cortaba el posible brazo armado de la rebelión que era el regimiento de Navarra, que fue trasladado al Ferrol. Pero la situación se agravaba de día en día y no admitía paliativos; y cuando estalló el alzamiento, el 30 de mayo, día de San Fernando, que era el nombre del rey Fernando VII, el nuevo Capitán General viendo que era incapaz de contenerlo, se refugió prudentemente en el vecino convento de Santo Domingo, dejando al mariscal de campo don Antonio Alcedo la tarea de entenderse con los alzados patriotas y organizar la Junta de Defensa y Armamento del Reino de Galicia. Don Antonio Alcedo, ecuatoriano de nacimiento, era una noble figura de la Ilustración española, que alternaba las letras con las armas. Su Diccionario geográfico de las Indias y su Biblioteca americana, compuestas en gran parte en La Coruña, fueron las primeras obras maestras sobre la geografía y la sociología americana de la época moderna.

Organizada la Junta del Reino de Galicia para la defensa del país, una de sus primeras actividades fue poner en pie de guerra un ejército de 40.000 hombres, el mejor equipado y disciplinado de todo el norte y centro de España. A su frente marchó el capitán general don Antonio Filangieri, que estableció su cuartel general en Villafranca del Bierzo, ya en el reino de León, mientras las avanzadillas del ejército gallego vigilaban los puertos del Manzanal y Fuencebadón, que comunicaban la meseta leonesa con el valle del Bierzo.

En Villafranca se desarrolló la tragedia que puso fin a la vida de don Antonio Filangieri. El historiador inglés Napier, que anduvo por Galicia con las fuerzas expedicionarias de Sir John Moore, cree que Filangieri dimitió en Villafranca su cargo por enfermedad; mientras que el historiador gallego Benito Vicetto afirma que fue destituido por la Junta Suprema de Galicia. Cualquiera que fuera la razón, apenas cesado de su cargo fue asesinado en Villafranca por unos soldados indisciplinados. Napier dice que estos soldados eran del regimiento de Voluntarios de La Coruña, Vicetto los da como del regimiento de Navarra, que trataban de vengar viejos agravios con este acto de sangre. Pero cabe sospechar, conocidas las relaciones que Filangieri y su familia tenían con Murat y José Bonaparte, ya rey de España, que su muerte no fue obra de soldados indisciplinados simplemente, sino que formaba parte de un plan más complejo cuya iniciativa procedía de más alto, como lo comprueba, además, el hecho de que poco tiempo antes fuera destituido Filangieri de su cargo o forzado a presentar la dimisión.

Le sustituyó en el mando de las fuerzas gallegas don Joaquín Blake, malagueño de nacimiento e irlandés de origen, otra de las nobles figuras de la Ilustración española, radicada en La Coruña, que estuvo entrañablemente unido a la Junta de Galicia. Blake fue, un año más tarde, el organizador del Cuerpo de Estado Mayor del ejército de España.

En Nápoles, la bella ciudad del sur de Italia, vive todavía un recuerdo lejano de don Antonio Filangieri. Es el Museo Filangieri, fundado en aquella ciudad por un hijo de Carlos Filangieri, para honrar a los hombres ilustres de su familia, sobre todo su padre Carlos y a su abuelo Gaetano. Por el museo, en el honor de los ilustres y triunfantes Filangieri, vaga la sombra trágica de don Antonio Filangieri, Capitán General de Galicia, muerto en Villafranca del Bierzo por ser un miembro de esa familia en aquel momento estrechamente unida a los franceses invasores de España.