ALGUNOS OFICIALES DE ARTILLERÍA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPEDENCIA.

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Durante la expedición de las tropas españolas a los fiordos daneses, iniciada en el año 1807, con objeto de colaborar con las francesas del Príncipe de Pontecorbo, nuestros soldados se hallaron bajo el mando del marqués de la Romana, y llegada la noticia de los sucesos de España, decididos los españoles a evadirse de aquellos inhóspitos lugares, se confió a los oficiales del Cuerpo de Artillería, José Guerrero, Joaquín Lamor, Pablo Ventades y Manuel Zacarés, que se encargasen ellos de investigar y luego preparar el modo en que habría de llevarse a cabo aquella larga fuga, que se tornaría menos peligrosa si se pudiese realizar a bordo de navíos, con lo cual evitarían los continuos desasosiegos a que se verían abocados de hacer el retorno por tierra, dado que ello, indudablemente haría imposible el evitar encuentros continuos, que acabarían mermando las tropas españolas. Lamor y Ventades lograron embarcar en buques británicos, las veinticinco piezas que habían llevado desde España. Las misiones que se confiaron a Guerrero y Zacarés, se malograron, por haber sido capturados por los franceses. A Guerrero se le confió la observación de las restantes tropas del mariscal Bernadotte, príncipe de Pontecorbo, con objeto de prevenir cualquier hostigamiento durante la fuga de los españoles. Sin embargo, algo le hizo sospechoso, y fue capturado, aunque no pudieron arrancarle ningún testimonio de lo que estaba ocurriendo, ni cual era su verdadera misión. Los franceses no dudaron en aplicarle los más severos maltratos, llegando a someterle a una cruel sesión de culatazos, tras lo que fue encerrado durante veintinueve largos días en un insoportable y frío calabozo, alimentándose a duras penas con algo de pan y agua que algunos días le introducían en la celda. Llevado finalmente a un internamiento en Francia, logró evadirse en 1812, llegando a España, e incorporándose a las tropas que defendían la Independencia peninsular.

Zacarés fue llevado también a un campo en Francia, y algo más tarde, en 1814, logró evadirse, alcanzando más fácilmente las líneas rusas, quizás debido a su conocimiento del idioma teutón. En Rusia, gracias a la ayuda dispensada por Bethencourt, durante la campaña de invierno, en Moscú, fue puesto al frente de la mitad de la artillería de la Vanguardia zarista. Mandaría después la artillería de Toul, en Lorena y finalmente, por sus buenos resultados, fue nombrado jefe de la Artillería volante de los Cosacos del Don, dirigiendo la artillería rusa en la batalla y asalto de Nemours. Acabada la lucha contra Napoleón, regresaría a España en 1815.   

Había tenido el Arma desde que aquella lucha se inicio, muchos y heroicos oficiales, que salidos de las aulas de Segovia, realizaron el sublime esfuerzo que les llevaría a alinearse entre los más emulados. Así sucedió, con los capitanes Daoiz y Velarde, primeros artilleros que cayeron defendiendo los derechos nacionales, les siguió Luis de  Power, también capitán, caído al frente de su batería en la plaza de Bilbao, el 16 de agosto de 1808, cuando defendía un convoy de paisanos que intentaban llegar al amparo de las murallas, y fueron sorprendidos media legua antes. Tomada finalmente la batería, Power fue asesinado cuando los franceses se apoderaron del reducto. El teniente José Escalera, se hallaba en la ejemplar Uclés, donde se celebró fiero combate el 13 de enero de 1809, que tan triste resultado conllevó, y por lo que hubo de emprenderse la desordenada retirada del general Venegas, que culminaría con el copo de las tropas españolas. Escalera al ser acosado por los franceses, no aceptó la rendición que le ofrecían y prefirió luchar con supremo denuedo, acabando muerto a bayonetazos por aquel ingente ataque enemigo. En el puente de barcazas de Aranjuez, se encontraba al mando de dos piezas de a 8, el teniente Miguel Panes, el cual  sucumbió finalmente por causa de las tremendas heridas que había recibido el 5 de agosto de 1809, y que a pesar de su gravedad, no dejó de animar a sus hombres, no permitiendo ser retirado mientras no fuese relevado del mando, cosa que no pudo hacerse y razón por la que murió ejemplarmente. Durante el asedio que en la campaña de 1811, impusieron los franceses a la plaza de Tarragona, murieron once oficiales de Artillería, que dejarían escritos en sangre sobre los muros de la ciudadela, los nombres de aquellos que traeremos a la memoria: Teniente coronel Joaquín Arnau; capitán Joaquín Lirón de Robles; tenientes Luis Ambert, José del Barco, José Carcelén, Francisco Cárdenas, Celestino Gastón, Pedro Ladrón de Guevara, Juan Martínez Junquera, Francisco de la Peña. El 26 de enero de 1811, durante la defensa de Badajoz, el teniente retirado, de muy elevada edad, Miguel Monturvel, de la Brigada Canarias, mandaba uno de los más peligrosos puestos en aquellas murallas, y fue herido en varios momentos, perdiendo las dos piernas y un brazo, por lo que cuando quisieron llevarlo a un puesto de socorro, se negó, continuando al frente de la batería hasta el momento en que quedó exánime. En Zaragoza, durante el último sitio, cayeron el Ayudante Mayor de Artillería Francisco Betbezé, capitán Juan Cónsul, Miguel Forcallo, José Ramírez Zambrano, y el Subteniente José Saleta. En Gerona, murió el Mariscal de Campo Joaquín Mendoza, capitán graduado, teniente Salustiano de Gerona, y el Subteniente José Urrio.

Hechos sobresalientes, fueron por ejemplo el que llevó a cabo el general Loygorri, durante la batalla de Alcañiz, el 23 de mayo de 1809, al mando de la artillería española, que bajo su acertadísimo fuego decidió la victoria de las tropas españolas. Durante el desarrollo de la batalla, los franceses sufrieron 1500 bajas, mientras que las tropas del general Blake, apenas llegaron a 300. La disciplina y serenidad de los artilleros españoles, dejando aproximarse al enemigo a distancias inverosímiles, permitió un fuego mucho más efectivo, que barría las columnas enemigas, llevándoles finalmente a una completa desmoralización, que causaría el desastre final de las tropas francesas. El comportamiento de los artilleros de Loygorri, dejó impresa una página inolvidable en quienes se dedicaron a estudiar esta batalla. Al general Loygorri le supuso el ascenso a Mariscal de Campo, y la mayor gloria, de haber sido el primer oficial del Cuerpo de Artillería, al que se le premió con la primera Cruz laureada de San Fernando. (Ver en Condecoraciones, la correspondiente Cruz de distinción que se concedió a los participantes en la batalla de Alcañiz)

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