UNA RETIRADA NOTABLE DEL EJÉRCITO DEL CENTRO EN 1.808

Por José A. Yaque. En "Revista Ejército", núm. 124, Mayo 1950.


I

DE TUDELA DE EBRO A SIGÜENZA

La retirada que el Ejército del Centro, al mando del General Castaños, hizo desde Navarra a la provincia de Cuenca, en las postrimerías del año 1808, fue considerada por los profesionales como una operación muy hábilmente realizada durante nuestra guerra de la Independencia. El conjunto de lamentables circunstancias que siguieron a aquella memorable jornada de Tudela y retirada subsiguiente fue causa de que no se publicase su relación oficial, y aunque en el Semanario Patriótico de Madrid, del día 25 de mayo de 1809, apareció un resumen, no fue todo lo completo que fuera de desear. Así lo creyeron los informadores de la mencionada publicación cuando en el mismo número se decía: "No podemos menos de reclamar altamente la publicación oficial y circunstanciada del referido encuentro (Bubierca), quizá el más sangriento en su clase de cuantos habían ocurrido hasta entonces, trascendental por su resultado tan brillante como fue la salvación del Ejército del Centro y glorioso para las armas españolas, especialmente para los Oficiales y Cuerpos, que tan bizarramente allí pelearon y vertieron su sangre. La Nación y el amor a la Patria exigen que no yazga en el olvido tan señalado sacrificio".

Concluida la guerra con Francia, se reunieron en Madrid algunos jefes que concurrieron a aquella retirada, pudiéndose formar, por los datos y recuerdos de unos y otros, la relación de las operaciones realizadas. La citada relación oficial fue dada a la publicidad en Madrid en los comienzos del año 1815; pero apareció en una época realmente calamitosa y apenas mereció la atención del público, más atento a las enconadas luchas en que por entonces se debatía la nación.

A través del tiempo, y con verdadera complacencia, se examinan ahora esos papeles, tan interesantes como poco conocidos, que arrojan mucha luz sobre las vicisitudes de nuestra historia contemporánea. Ello nos anima a escribir el presente trabajo, dividido en dos partes: 1ª, de Tudela de Ebro a Sigüenza, y 2ª, de Sigüenza a Uclés, ateniéndonos a las manifestaciones de testigos presenciales, que aseguran ajustarse a la exactitud y veracidad de los hechos, bajo cuyo concepto, y en momentos tan angustiosos y difíciles como los subsiguientes a la famosa batalla de Tudela, se ofrecieron al juicio y censura de la opinión pública.

El 23 de noviembre del año de 1808, en que se dio la batalla de Tudela, se hallaban formadas en el campo de Tarazona, frente a las avenidas de Agreda, las Divisiones 1ª, 2ª y 3ª, mandadas, respectivamente, por el Teniente General Conde de Villariezo (a cuyas ordenes estaban los Mariscales de Campo Conde de Orgaz, Venegas y Brigadier Marqués de Ariza); la 2ª, por el Mariscal de Campo Grimarest, y la 3ª, por el de igual clase D. Ramón de Carvajal. La 4ª División –o de Reserva-, mandada por el Teniente General D. Manuel de la Peña, se hallaba en la ciudad de Cascante. Todas estas fuerzas constituían el llamado Ejército del Centro, que regía el General Castaños. Decidida con desgracia la batalla de Tudela, dio el general en Jefe las órdenes correspondientes para la retirada, y, reunida en Tarazona con las otras tres la 4ª División, se emprendió la marcha hacia la ciudad de Borja, con la confusión que es consiguiente a la pérdida de una batalla. Las fuerzas españolas, molestadas desde las siete de la mañana por los dragones enemigos del General Mathieu, llegaron a las nueve a Borja, que dista cinco leguas de Tarazona, y provistas allí del poco pan que pudo hallarse, recorrieron otras cinco leguas y llegaron a Ricla entre nueve y diez de la noche del 24. Allí hicieron alto y se tomaron el posible descanso. Al siguiente día, el General Venegas efectuó, para engañar al enemigo, un extenso reconocimiento, y a las once de la mañana se verificó la salida de Ricla, con todo orden, del grueso de la columna, que, tras recorrer cuatro leguas, llegó a Calatayud a las doce de la noche. Lo adelantado de la hora hizo incómodo y difícil el alojamiento de las fuerzas, pero se logró vencer todas las dificultades. En la mañana del 26 se pusieron a cubierto en conventos y otros edificios, y por la tarde se formaron las fuerzas, que fueron revistadas por el General Castaños, y todos los Generales recibieron orden de reunirse con él aquella misma noche. Se acababa de recibir un aviso de la Junta Central de Madrid participando que el enemigo amenazaba a Somosierra, y, en consecuencia, se ordenaba a castaños que acudiese al remedio. El General acordó seguir la marcha por el camino de Sigüenza, desde cuya ciudad podría acudir a Somosierra si se había sostenido aquel punto, o a la Corte, si así lo exigían las circunstancias. En todo caso, se reconocía la necesidad de proteger la continuación de la retirada por tropas escogidas, y en consecuencia, por unanimidad, se determinó quedase mandando la División de vanguardia el General Venegas, con la facultad de escoger los Cuerpos que habían de formarla. Castaños le ordenó que antes del amanecer del día 27 saliese de Calatayud a situarse en el puerto del Frasno, distante dos leguas de la ciudad, donde debería permanecer hasta que la 2ª y 3ª evacuasen Calatayud, emprendiendo su marcha la 3ª la noche del mismo día 27, y la 2ª, en la del 28. La División de Venegas no abandonaría su posición hasta la mañana del 29.

El vencedor de Bailén había sido, errónea o engañosamente, informado de que no había otro camino desde el Frasno a Calatayud que el carretero que había ordenado seguir y ocupar. Pero, por prácticos de la comarca que iban como guías de la División de vanguardia, se supo había varios caminos y sendas, por donde podían pasar con todo desahogo la infantería y la caballería y descender a Calatayud sin ser vistas desde la carretera, para sorprender a las Divisiones que allí había y envolver o atacar por la espalda a la de Venegas. Para evitar que así sucediese, el General de la vanguardia destacó sobre su derecha, hacia el puerto de Inogés, al Batallón de Voluntarios de Valencia. Tomada esta forzosa disposición y observadas cuidadosamente las avenidas de la izquierda, precedida de las tropas ligeras restantes, y llegadas que fueron a la bajada del puerto del Frasno, se hallaron con que el enemigo tenía ya ocupado el pueblo, eventualidad con que no había contado el General en Jefe.

Noticioso Venegas de lo que ocurría, adelantóse con su Estado mayor y ayudantes hasta las inmediaciones del lugar, cuando ya habían roto el fuego nuestras avanzadas y las francesas, y así pudo advertir lo numeroso de las fuerzas contrarias, dobles en número a las suyas. En vista de ello, el general Venegas creyó no sólo útil, sino indispensable, alterar el orden prescrito por Castaños, anticipando la retirada en el mismo día 27 y sin esperar al 29, que se le había señalado. Para que sí se verificase, ofició Venegas a don Ramón de Carvajal, el más antiguo de los Generales de la División que se hallaban en Calatayud, comunicándole la situación en que se hallaba y previniéndole de la conveniencia de que al anochecer emprendiese su marcha una de las Divisiones, y a las doce de la noche la rompiese en su seguimiento la otra, para que, luego que la oscuridad ocultase sus movimientos, se retiraran los Cuerpos de la vanguardia cubriéndoles la marcha, cuya determinación participó a Castaños para que se arreglase la suya y le dirigiese las órdenes que tuviese por conveniente, en vista de las circunstancias.

Todo el día 27 duró el fuego de las avanzadas y guerrillas, y en este día se dieron las órdenes conducentes para realizar la retirada con el orden debido, avisando también al Cuerpo destacado para que lo hiciese a su vez y en hora que no pudiese ser descubierto. Las ventajosas posiciones ocupadas cerca del Frasno por las tropas ligeras impidieron o retardaron el ataque o prosecución de la marcha de los franceses. A eso de las cinco de la tarde empezó la suya la vanguardia, rompiéndola la artillería con la caballería, seguidas de los Cuerpos de la segunda línea, y quedando prevenidas las tropas ligeras que ocupaban la primera línea de no abandonar sus posiciones hasta las ocho de la noche, dejando entonces hogueras encendidas en las alturas inmediatas al pueblo.

Todo se ejecutó con un orden digno de elogio, llegando a Calatayud a medianoche; pero, por encontrase todavía allí la 2ª División (Grimarest), fue preciso esperar su salida y darle algún tiempo para que se adelantase. Durante la marcha de la vanguardia, Venegas recibió la respuesta del General Castaños relativa a la variación de su plan y apresuramiento de la retirada, con el que no se conformaba, insistiendo en que siguiese con lentitud y en "que era indispensable hacer un sacrificio". El Coronel de Ingenieros don Antonio Benavides fue encargado de transmitir al General de la vanguardia las órdenes superiores y de informar a Venegas de una posición que conceptuaba la más ventajosa para batirse, la cual fue precisamente la misma en que se libró después la acción de Bubierca.

La retirada continuó ordenadamente, y el 28, al anochecer, las tropas llegaban a la vista de Ateca, donde pasaron la noche en "posición y sobre las armas".

En la mañana del 29 se continuó la marcha sobre Bubierca, donde Venegas entró a las doce de la noche sin novedad.

El general Castaños, acaso persuadido de que, franqueadas sin contratiempos las angosturas y tortuosidades que formaban aquel terreno, podían las Divisiones acelerar aun más su retirada, ordenó a Venegas desde Alhama de Aragón que, sin suspender su marcha, procurase entretener al enemigo, dejando en aquellos parajes destacamentos mandados por Oficiales voluntarios, con la oferta de ser recompensados, dada la calidad de servicio tan arriesgado, "... pues en contener el ímpetu de los contrarios estaba colgada la esperanza de salvarse las Divisiones que iban delante..."

El General Venegas, a quien la suerte o la elección de sus compañeros había erigido en instrumento de su salvación, contestó a Castaños: "... que no creía llenar su honor y obligación confiando a otros tan importante encargo, y que suspendía su marcha hasta que el Ejército hubiese adelantado la suya lo bastante para no ser alcanzado".

Por noticias confidenciales se supo después que habían salido de Calatayud y se encaminaban a Bubierca tropas francesas en número de 9.000 hombres de todas las armas, al mando del General Mathieu. Los españoles se encontraban ya en la llanura entre Alhama de Aragón y Bubierca. Este lugar se halla entre dos grandes cordilleras que cierran el valle, por donde sigue el Camino Real de Madrid y por lo que los franceses dispusieron el ataque.

El General Venegas tomó, en consecuencia, las correspondientes disposiciones, situando los Batallones de Burgos, Ordenes Militares y Campomayor en las alturas más dominantes correspondientes a la derecha enemiga (El batallón de Campomayor iba mandado por el entonces Coronel don Rafael Menacho, que había de inmortalizarse después en al defensa de Badajoz.)

Entre nueve y diez de la mañana se formalizó la acción, atacando los franceses desesperadamente en todos los puntos, y con mayor empeño hacia el camino de Madrid, por el que deseaban continuar, sin conseguir abrirse paso. Como la acción se desarrollaba tenaz y dura, después de tres horas de lucha, el General, ante el temor de ver cortada la retirada del Ejército, se vio forzado a evacuar Bubierca, sin dejar de contener el impetuoso ataque francés, que fue frenado por las tropas de vanguardia, y singularmente por los Batallones de Ordenes Militares, Burgos y caballería de Farnesio, consiguiéndose así que el resto de la columna entrara en Alhama de Aragón, distante dos leguas de Bubierca. El Brigadier Ballesteros, por su propia iniciativa, volvió sobre sus pasos y con los Tiradores de Cádiz y los Jinetes de España y Tejas, que mandaba, dio una brillante carga al enemigo, que hubo de desistir de sus propósitos. Llegada la noche, la vanguardia continuó su retirada y llegó a Sisamón, tres leguas más acá de Alhama. Una vez allí, y tomadas que fueron las providencias que permitía la situación, se continuó la marcha con decisión y orden hasta Sigüenza, en cuya ciudad entraron las tropas felizmente en la tarde del 30, sin haber perdido ni siquiera una pieza de artillería y habiendo hecho, según queda explicado, una marcha seguida de 11 leguas tras una acción sangrienta y duradera, continuada después del principal combate por espacio de dos leguas y media y sin que se hubiera dispersado ni separado de las filas un solo individuo.

El comportamiento distinguido en aquel día de todos los que integraban el Tercer Ejército, regido por el ilustre Castaños, y singularmente de la vanguardia, insuperablemente mandada por Venegas, evitó que dicho Ejército fuera presa de un enemigo potente y endiosado después de su triunfo en Tudela.

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II

DE SIGÜENZA A UCLÉS

Reducida la vanguardia en su número por las bajas de todo orden sufridas en la memorable acción de Bubierca, el General Venegas quiso reorganizarla, y para ello, con la autorización de su Jefe, el General Castaños, aprovechó la breve estancia en Sigüenza para reemplazar los efectivos con las mejores tropas del Ejército.

La valía de los mandos se revela por algunos de sus nombres, honrados en la Historia por los hechos memorables realizados durante la guerra de la Independencia. De los Batallones primeros de Guardias Españolas y Valonas eran Comandantes don Andrés Pérez de Herrasti –el defensor de Ciudad-Rodrigo en 1810- y el Conde de Campagnon. Los Granaderos Provinciales, el Regimiento Infantería de Murcia, las reliquias de los Batallones de Irlanda y Campomayor, y el Batallón de Barbastro con el Regimiento de Caballería de Borbón y Escuadrones de Farnesio, continuaron cubriendo la retaguardia del Ejército, siempre mandada por el General Venegas, que tomó por su Mayor órdenes al entonces Coronel don Gaspar de Vigodet, uniendo también a su Estado Mayor al Coronel Zayas, a los Tenientes Coroneles don Basilio Bayón y don Miguel de Alava, y al Capitán Heras; todos bizarros y acreditados militares que, hallándose en aquella ocasión sin destino fijo, ansiaban aprovechar cuantas se les proporcionaran de emplearse en los servicios más arriesgados y brillantes.

En esta etapa que vamos a relatar ya había dejado el Mando en Jefe el General Castaños, por disposición de la Junta Suprema Central, que le llamaba a otras comisiones militares, y habiéndole sucedido el Conde Carvajal por algunas horas, recayó, en definitiva, el mando en el Teniente General don Manuel de la Peña. Por su disposición, mientras seguían su camino las otras Divisiones, quedó la vanguardia en Sigüenza hasta el 3 de diciembre, en que siguió la ruta de aquellas, y tras un descanso en Jadraque, entró el 4, a las diez de la noche, en Guadalajara, al mismo tiempo que salían la (General conde de Villariezo) y la (General La Peña), quedando en esta ciudad con la (General Grimarest) y (General Carvajal), hasta el 5 a las dos de la tarde, en que, precedida de ellas, emprendió su marcha. La y la la efectuaron en dos columnas por dos distintos caminos que conducen a Santorcaz, y las otras las seguían de cerca; pero aún no había salido de la población cuando ya entraba la vanguardia enemiga por la parte opuesta.

En medio de los apuros a que habían reducido a estas tropas sus fatigas y privaciones, no olvidaron el deber que les correspondía de proteger la retirada del Ejército, y observando la excelente posición existente en el Sur de la ciudad, intermedia de las direcciones que llevaban las Divisiones de Grimarest y Carvajal ( y ), el General tomó el partido de ocuparla y de esperar en ella a la formidable y numerosa columna de 16 Escuadrones de caballería francesa mandados por el Mariscal Bessieres y del Cuerpo de Infantería de Víctor, que venía por la orilla derecha del río Henares en seguimiento del Ejército español.

Con increíble celeridad treparon los Cuerpos hasta las alturas que forman aquella posición, uniéndose a ellos los Tercios de Ledesma y Salamanca, que yendo a retaguardia de la columna Carvajal y notando la intención de la vanguardia, se quedaron con ella, deseando sus Comandantes Lacy y Hore tener parte en la acción que se preparaba.

La vanguardia se formó en una primera línea de batalla, con otra segunda en columnas cerradas, y a su flanco derecho la caballería, para acudir con más puntualidad a donde lo exigiesen las circunstancias. El batallón de Reales Guardias Valonas y los Tercios de Ledesma y Salamanca formaban una reserva con el doble objeto de oponerse a alguna fracción enemiga que pudiese haber vadeado el río por la parte Oeste, para atacar por su espalda la vanguardia y de sostener en caso necesario las primeras líneas.

Era muy elevado el entusiasmo de que se hallaban poseídos todos los Batallones y su deseo de que llegase a atacarlos el Ejército francés, como se esperaba por momentos al ver su caballería e infantería marchar acelerada por la orilla derecha del Henares. Serían las tres y media cuando, acabados de situarse nuestros Batallones, avanzaron por ambos costados las tropas ligeras de Barbastro y Campomayor, para romper su fuego las guerrillas de ambos contra las enemigas, que habían pasado el río, y sosteniéndolo hasta después de anochecido. Pero las columnas francesas, que observaron la excelente posición de la vanguardia y su denodada resolución de esperarlas, hicieron alto, sin determinarse en toda la tarde a ejecutar su ataque ni aun a pasar el río.

Como el objeto de esta División era sólo asegurar la marcha de las precedentes y la suya misma, la emprendió dos horas después de haber cerrado la noche, continuándola con admirable orden y con la gloria de haber reprimido por segunda vez el ímpetu de los franceses en esta célebre retirada sin haber perdido un solo hombre. El Boletín del Ejército francés número 15, con notoria falta de veracidad, dijo que el Mariscal Bessieres había arrollado nuestra retaguardia y que le cogió 500 prisioneros.

El Brigadier Ballesteros acudió, destacado por el General Grimarest, con los Regimientos de Caballería de España y Tejas; los Batallones de Infantería ligera de España y Carmona, con sus comandantes don Francisco Copons-Navia, que años después destacó su nombre en el sitio de Tarifa, y don José de Aymerich, y dos piezas de artillería, en auxilio de la vanguardia; y este refuerzo quedó en posición hasta medianoche, por si el enemigo hacía con la oscuridad alguna tentativa, y después de asegurados se dirigieron y llegaron por la madrugada a Santorcaz, donde se hallaba el general La Peña, que continuó con el Ejército el 6 a Villarejo de Salvanés. La vanguardia le siguió después de algunas horas y, pasando por Carabaña, llegó al anochecer al mismo Villarejo, donde se dispuso a pasar el río Tajo al siguiente día; lo que efectuó la infantería de vanguardia por la barca de Fuentidueña y su caballería por el mismo vado, desde el toque de oración hasta la media noche del 7.

En las demás Divisiones hubo algunas desagradables discordias; pero, vencidas por la prudencia de los Generales, cruzaron el río la mañana del 8 por los vados de Maquilón y Estremera.

Aquellas discordias y la creencia de que el Duque del Infantado podría calmar los ánimos del Ejército e inspirarle una justa confianza, movió a la junta de Generales celebrada en Alcázar de Huete el siguiente día 9, a nombrarle y elegirle por General en Jefe, y, en consecuencia, tomó el mando, dirigiéndose con el Ejército a Cuenca, donde entró el día 10, estableciendo la vanguardia en Jávaga.

Hasta aquí se extiende la retirada que se ha intentado describir, a la vista de los documentos de la época, quedando forzosamente excluidas de nuestro relato las subsiguientes operaciones que, bajo las órdenes del nuevo General, realizaron la vanguardia o sus destacamentos, entre los cuales fue la más seria y señalada el ataque de Tarancón, hasta que acometido Venegas por el Cuerpo del Mariscal Víctor, excesivamente superior en organización y número a las dos Divisiones que aquel tenía a sus órdenes, se produjo el tremendo desastre de Uclés (De 11.000 hombres con que contaba Venegas, 1.000 fueron muertos o heridos, y 4 generales, 17 coroneles, 306 jefes y oficiales y 5.560 soldados hechos prisioneros).