Tropas españolas en Europa a principios del siglo XIX.

La División del marqués de La Romana

Por Juan Eugenio Blanco.


Siempre es interesante el seguir los pasos de nuestros ejércitos más allá de las fronteras propias. Y si como en este caso su acción se realiza tras la postración general de las energías nacionales, es edificante observar cómo en los momentos críticos el español reacciona con un patriotismo de entrega absoluta de todas sus facultades.

Vamos a recordar, valiéndonos en primer lugar del itinerario manuscrito de don Francisco Dionisio Vives, capitán del Primer Batallón de Voluntarios de Cataluña de la División que en 1805 pasó a Etruria, la gesta de aquellos 15.000 españoles aislados completamente y a centenares de kilómetros de su patria y que, a pesar de estar rodeados de enemigos, lograron reintegrarse a ella al saberla traicionada y en peligro.

El capitán Vives, a lo largo de una gran carrera militar había de llegar a Gobernador de Cuba y Capitán General de Valencia, y dejó entre sus contemporáneos fama de hombre recto y justiciero.

A principios del siglo XIX España seguía la política desesperanzada y vacilante que nos había uncido al carro de Napoleón. Godoy daba la pauta de esta política y entre adulaciones y bajezas en torno a la figura del emperador de los franceses, las "luces" iban infiltrándose en nuestra Patria con un resplandor cada vez más grande.

Por el Tratado de San Ildefonso, en el 1800, España cedía a Francia la Luisiana a cambio de la creación del reino de Etruria, como corte del Príncipe de Parma, casado con María Luisa, hija de los reyes de España, que a la muerte de su marido quedó como reina regente de sus exiguos estados. Eramos aliados de Francia. Nada de particular tenía pues, que una División española se trasladase a Toscana al mando del Teniente general O’Farrill –que luego demostró su flexibilidad política siendo ministro de Carlos IV y José Napoleón I-. Componíase la División de los regimientos de Línea de Zamora y Guadalajara y de los de Caballería de Algarbe y Cazadores de Villaviciosa. El Primer Batallón de Infantería ligera de Cataluña y un Grupo de Artillería con seis piezas. En la orden de marcha, dada en 18 de diciembre de 1805, se decía a los jefes de las unidades:

"Recomendar la disciplina, el cuidado especial de la tropa, de su armamento y vestuario, y el esmero en acreditar por todas partes las virtudes del carácter de la nación, sería hacer agravio al celo y dilatada experiencia de V. S."

El día 3 de enero de 1806 las tropas entraron en Francia por La Junquera, para llegar a Etruria a últimos de febrero. En las primeras etapas encuentran frecuentemente recuerdos de la victoriosa campaña del general Ricardos en el 93, y en Salces, más allá de Perpignan, pasan ante una fortaleza que señalaba los antiguos límites hispano-franceses.

Los españoles permanecieron distribuidos entre Liorna, Pisa y Florencia, hasta el día 12 de abril de 1807, en que se les ordenó la partida a Augsburgo. O’Farrill era llamado a España y sustituido por don Miguel de Salcedo. En la mente de Napoleón se agitaba ya su proyecto de aumentar la cosecha de Borbones destronados e iba alejando aquellos hombres que pudieran estorbar –aunque en pequeña medida- sus fines respecto a la corona de Etruria. Nuevamente los soldados españoles levantaban con su marcha el polvo de los caminos de Europa. Bolonia, Mantua, Trento, Insbuk. En Augsburgo reciben orden del Príncipe de Neufchatel de continuar viaje a Hannover para incorporarse al Cuerpo de Observación del Gran Ejército, al mando del mariscal Brunne. En Hannover se lee a la División la orden en que Brumme da cuenta de la victoria del Gran Ejército en Helsberg, contra los rusos.

A últimos del mes de julio del año 1807 entra en línea la División de Etruria frente a la plaza sitiada de Stralsund, en la Pomerania, defendida por los suecos. Esta plaza estaba magníficamente acondicionada para su resistencia, teniendo a sus espaldas, separada por un pequeño canal, la isla de Rugen, que le servía de hospital y depósito de víveres, municiones y refuerzos. El rey Gustavo IV defendía personalmente la ciudad. Los españoles tomaron parte en las operaciones corrientes en esta clase de campañas portándose siempre valerosamente y mereciendo citaciones por parte de los jefes superiores franceses. El día 6 de agosto se estrechó la línea, desalojando al enemigo de los puntos exteriores, obligándolo a encerrarse en la plaza. El Batallón de Voluntarios de Cataluña y los Cazadores de Villaviciosa fueron grandemente elogiados por el general Molitor y su Estado Mayor que tuvieron que contener varias veces el arrojo y ardor de sus soldados. Algunos se trajeron postes de las estacadas que defendían el campo enemigo.

El 9 de agosto llegó al campamento el general Kindelán, segundo del marqués de La Romana, general en jefe este último de las tropas que había conducido de España y de la División de Etruria, que hasta ese día había mandado el brigadier don Miguel de Salcedo.

Las tropas que el marqués de La Romana había traído consistían en los regimientos de Infantería de línea de Asturias y la Princesa, el Primer Batallón de Barcelona de infantería ligera, los regimientos de Caballería del Rey, Infantes y Dragones de Almansa, con doce piezas de artillería y un Grupo de Zapadores. En total componían la División Romana cerca de 15.000 hombres.

Gobernaba Hamburgo en aquel tiempo, en calidad de Gobernador de las Ciudades Hanseáticas y países limítrofes, el mariscal Juan Bautista Bernadotte, príncipe de Pontecorbo y futuro Carlos XIV de Suecia. La vida de los españoles se deslizaba apaciblemente entre diversiones y paradas, llamando la atención de todos por su marcialidad y flamante vestuario. Bien es verdad que a ellos se les pagaba religiosamente sus asignaciones, y en cambio las tropas aliadas permanecían seis y ocho meses sin cobrar un luís. Aunque al principio los españoles tenían frecuentes incidentes ocasionados por el contraste entre su carácter vehemente e impulsivo con el reflexivo y lento de los naturales del país, bien pronto se amoldaron unos a otros y nuestros hombres se hicieron populares y queridos de toda la población, que, como anota Vives en su "Itinerario...", "...preferían tener diez españoles alojados antes que un francés, holandés o italiano...". Los patronos hamburgueses se desvivían en obsequios para sus obligados huéspedes sin fijarse en que éstos eran aliados de quienes habían causado la ruina del floreciente comercio de la ciudad.

Bernadotte distinguía frecuentemente las tropas de La Romana y se enorgullecía de tenerlas bajo sus órdenes. Y en una ocasión al pasar ante los Voluntarios de Cataluña y Cazadores de Villaviciosa, cuya actuación ante Stralsund conocía, exclamó al verlos:

"Voilá mes aigles"

Ya empezaban los españoles –lo diremos en términos vulgares- a "echar panza" con aquel régimen de vida, cuando, perfectamente ordenados los cuadros de la División, se recibió del príncipe de Pontecorbo el día 4 de marzo de 1808 la orden de partida hacia Odense, capital de la Fionia, donde después de precisar los movimientos de las unidades advertía que:

"...en todos los lugares donde la tropa haga noche se encontrará un comandante danés encargado de hacer distribuir a las tropas todo lo que le corresponde; pero cada Cuerpo enviará un oficial itinerario para entenderse con dicho comandante danés y facilitar por este medio el mas pronto acomodo de la tropa. Se previene igualmente, de orden de S. A. S., a todos los Jefes y Comandantes de Cuerpos no lleven en su equipaje sino lo más precisamente necesario; por consiguiente, no se sufrirá acompañe a la División ninguna mujer de Oficial ni soldado, y si solamente las vivanderas y lavanderas..."

Hasta el mes de Julio de 1808 permanecieron los españoles cumpliendo la misión que se les había encomendado; fortificaron los puntos más expuestos, y de vez en cuando rechazaban a los navíos británicos que bloqueaban el Norte y aparecían para hacer tanteos o efectuar alguna acción por sorpresa. En dicho mes, nuestras tropas estaban situadas de la siguiente manera:

"...En Jutlandia, entre Arrus, Randers y Horsens, los Regimientos de Zamora, rey, Infante, Almansa y Algarve y algunas unidades sueltas al mando del general Kindelán.

En Fionia: El Estado Mayor y los regimientos de la Princesa, Villaviciosa, Barcelona, Artillería y Zapadores, bajo el mando directo de La Romana.

En Langeland: Dos baterías, el Batallón de Voluntarios de Cataluña y 60 Cazadores de Villaviciosa que mandaba en jefe el coronel Gautier, del Estado Mayor de Bernadotte, juntamente con las demás fuerzas de la isla, que eran 100 franceses y el destacamento de tropas danesas del conde Ahlefeld-Laurisg (1.400 hombres de Infantería, 400 caballos y varias piezas, a más de 3.000 paisanos armados).

En Zelandia: Los regimientos de Asturias y Guadalajara mezclados con tropas aliadas, al mando del general Frerion.

El príncipe de Pontecorbo tenia su Cuartel general unas veces en Odense y otras en Hamburgo y Copenhague."

Y con esta distribución de las fuerzas españolas, rodeadas de "Grande Armée" por todas partes, comenzaron los sucesos que habían de dar como fruto la fuga de casi toda la División.

Se leían los periódicos franceses y alemanes y algunos españoles que llegaban, y por el tono de la prensa ya se fue dando cuenta la gente del sesgo que tomaban las cosas en patria lejana. Se reprodujeron las conversaciones y los conciliábulos en tal forma que obligaron al marqués de La Romana a dar esta orden el día 7 de abril de 1808, estando la División acantonada en Jutlandia y Fionia.

"Como las novedades ocurridas en España pueden dar lugar a conversaciones licenciosas entre los oficiales y soldados, espero del celo de V. S. por el Real Servicio y del que tan dignamente ha acreditado siempre en el cumplimiento de los deberes que nos impone nuestra profesión, que procurará por todos los medios y con más eficacia en estas circunstancias que en otras cualesquiera, mantener la más severa y exacta disciplina, impidiendo con firmeza y prudencia, tanto a los señores Oficiales como a los soldados, toda discusión que sea relativa a perturbarla en lo más mínimo."

Alguna carta que llegaba expresaba la indignación del pueblo ante la insolencia de Murat. Por "La Abeja del Norte"(periódico español) se enteraron las fuerzas del levantamiento popular del 2 de mayo y de las vergonzosas escenas de Bayona; a partir de entonces no se pensaba en otra cosa que en volver a la Patria y luchar por ella y su Príncipe.

El 24 de junio La Romana dirigió un oficio a los jefes de las unidades en que decía, entre otras cosas:

"Acabo de recibir un aviso de S. A. S. El Príncipe de Pontecorbo participándome que S. M. José Napoleón, rey de Nápoles, ha sido proclamado por nuestro Soberano, y entre tanto que recibo posteriores órdenes, lo comunico a Usted para su inteligencia y gobierno..."

En estos días Bernadotte dio orden de que bajo ningún pretexto se admitiesen parlamentarios ingleses, cuyos buques debían ser, sin excepción, recibidos a cañonazos. Así sucedió varias vaces frente a Nyborg y otros puntos.

El capitán Vives mandaba en Langeland un sector de la costa. En este Oficial había madurado el proyecto de una posible evasión de la isla con toda la guarnición, y sólo se había comunicado su idea al subteniente don Juan Antonio Fábregues, militar valiente y decidido, que más tarde alcanzaría el grado de Brigadier y la Cruz Laureada de San Fernando. Vives se había granjeado hábilmente la confianza del coronel Gautier. Teniendo éste precisión de enviar al general Frerion, en la Zelandia, unos pliegos del príncipe de Pontecorbo, encargó a Vives le señalase un Oficial que cumpliese ese cometido, lo que aprovechó éste para designar a Fábregues.

Quedaron convenidos los dos oficiales en las señales que Fábregues tendría que hacer a su regreso si lograba entrevistarse con los ingleses para que éstos proporcionasen los medios necesarios al embarque.

Desde Zelandia, y pretextando que el paso de las islas era muy lento y él tenía que llegar urgentemente a Nyborg, consiguió Fábregues del Comandante del puerto de Morsoer un bote para atravesar el Grand Belt, con tan mala fortuna que no tropezó con ningún buque británico de los que por allí patrullaban de ordinario. En Fionia, el comandante danés de una batería le facilitó una barca para llegar a Langeland. Embarcó en ella con su asistente y dos marineros daneses. A poco de abandonar la costa hizo señas a los marineros de que se dirigiesen hacia el mar abierto, a lo que ellos contestaron negativamente dando a entender que los británicos podrían apresarlos. Fábregues entonces dijo a su asistente que era la hora de intentar conocer exactamente lo que ocurría en España y volver a ella para defenderla, para lo cual había que llegar a un buque británico. Pero con gran sorpresa del oficial, su asistente le contestó que aquello era una locura y que no estaba dispuesto a secundarle. Fábregues lo desarmó rápidamente y lo arrojó al mar, desenvainó el sable y ante sus amenazas los daneses, aterrorizados, remaron en la dirección que les indicaba. Los de la batería de costa se dieron cuenta de lo ocurrido y comenzaron a disparar, sin resultado. A los pocos momentos subía Fábregues al navío de guerra británico "Edgard". Era el día 4 de agosto.

Semanas antes de estos sucesos la Junta de Sevilla había acordado enviar al Oficial de la Armada don Rafael Lobo con cartas para los generales Romana y Kindelán. Los británicos, por su parte, habían hecho varias tentativas de hacer llegar a aquella División, que podía decirse prisionera, otros pliegos de las Juntas de Galicia y Asturias.

El 29 de julio se recibió en el batallón de Voluntarios de Cataluña el aviso de que se preparase para prestar juramento de fidelidad al Rey José, cuyo acto habría de celebrarse el día 1 de agosto a presencia del marqués de La Romana. En la fórmula remitida por el príncipe de Pontecorbo se exigía fidelidad y obediencia a José Napoleón I, a la Constitución y a las Leyes, y precisaba la instrucción que acompañaba para la ceremonia que a cada descarga se debía gritar: "Viva José Napoleón I, rey de España y de sus Indias."

Puede imaginarse el revuelo que esto causó en todas las guarniciones: los soldados no se recataban de decir abiertamente que jamás jurarían, que debía buscarse comunicación con los británicos, que eran españoles y que querían morir como tales.

En Nyborg, al prestar juramento los dos batallones de la Princesa, su coronel el conde de San Román, se adelantó para recibir al marqués de La Romana, que se presentó condecorado con la Legión de Honor, y le dijo en su nombre y en el de todo el Regimiento que no podía prestar juramento, según la fórmula remitida: propuso algunas restricciones, en las que convino el general: éste arengó seguidamente a las tropas, y al decirles ¿Juráis?, todos enmudecieron; repitió dos veces la pregunta con el mismo resultado, y entonces San Román exclamó:

"¿Tendrán Ustedes duda o reparo en jurar lo que la oficialidad y yo hayamos jurado?

La tropa contestó:

"Juramos lo que nuestro Coronel haya jurado"

El juramento adoptado por San Román decía:

"Como individuos del Ejército de la nación española, de la que formamos parte y a la que deseamos vivir y morir siempre unidos y tan solo creyendo que toda ella, legítimamente representada, pueda haber en plena libertad prestado igual juramento que el que se nos exige: sólo asi juramos obediencia al Rey, a la Constitución y a las Leyes."

Este juramento fue el mismo que hizo la guarnición de Langeland en el llano de Skrobelow.

En Rudkobing los artilleros destruyeron los cañones de la batería para que los franceses no pudieran servirse de ellos.

En Zelandia, los regimientos de Asturias y Guadalajara se sublevaron contra el general Frerion cuya vida realmente corrió peligro, matando a uno de sus edecanes. Pero fueron rodeados por tropas aliadas y danesas que los hicieron prisioneros.

Así las cosas, el capitán Vives había sido trasladado de la costa a Rudkobing, lo cual podía perjudicar en gran manera los planes de evasión. En efecto, el día 4 de agosto , al anochecer, según habían convenido, se presentó Fábregues con el navío británicoa la vista de Spodsber haciendo las señales establecidas, a las que Vives, desde el otro lado de la isla, no podía contestar.

El día 5 de agosto llegó al Grand Belt el bergantín "Mosquito", que conducía al oficial Lobo, portador de los pliegos de la Junta de Sevilla y proclamas de otras provincias. Inmediatamente pasó al canal entre Langeland y Laaland para entrevistarse con Fábregues, el cual le enteró al por menor de todo el plan, y le dijo que si aquella noche no iba Vives al barco, desembarcarían ellos para hacer llegar los documentos al General.

El siguiente 6 no habiéndose decidió Lobo a acompañarle; desembarcó sólo Fábregues con los documentos; lo primero que hizo fue buscar a Vives para darle cuenta de todo. Los dos oficiales, con el Mayor del Batallón, don Ambrosio de la Quadra, tuvieron un pequeño consejo, tras el cual se acordó siguiese Fábregues a presentarse al marqués de La Romana.

Desde el momento en que supo con exactitud el estado de las cosas en España, el marqués no vaciló en la conducta que debía seguir y se portó con gran decisión y habilidad. Mandó a Fábregues a reunirse de nuevo con los de Langeland, dándole instrucciones para el mayor del Batallón, al que fiaba la ejecución de las primeras operaciones en la isla y remitió a los jefes de regimientos en Jutlandia la siguiente orden:

"Acabo de recibir por un Oficial español pliegos de la Suprema Junta de Galicia y del general don Tomás de Morlá, en la que me anúncian que las provincias de Andalucía, Castilla, Galicia, Valencia, Cataluña, Extremadura y Aragón han tomado las armas en defensa de la libertad de nuestra patria y que muy en breve llegará una escuadra a estos mares que nos conduzca para tomar parte en la justa causa que defienden; estoy dispuesto a embarcarme con las tropas de mi mando que me quieran seguir, y cuento con V. S. Y sus oficiales y demás individuos del Regimiento de su cargo que quieran participar como buenos españoles en la gloria de nuestra Nación. Ya a Vuestra Señoría los instantes se ponga en marcha con el regimiento de su cargo por la vía más corta para esta isla de Fionia, haciendo uso de los barcos que haya en Arrus, y demás puntos, apoderándose de ellos, si fuese necesario, a la fuerza. Recomiendo a V. S. Muy particularmente que haga observar a su tropa la más exacta disciplina, vigilando los oficiales y sargentos incesantemente sobre que no se haga la menos extorsión ni daño, no sólo a los inocentes habitantes de este pais, pero ni tampoco a los franceses que haya en él."

Embarque de las tropas del marqués de La Romana en buques británicos en Dinamarca, de J. Rodríguez "El Panadero", 1809. Museo Romántico de Madrid.

La incorporación de las tropas de Jutlandia habría resultado total a no ser por la traición del general Juan de Kindelán , el cual mandó aviso a Bernadotte de todo lo que se tramaba e hizo circular este oficio:

"La obediencia militar nunca puede entenderse hasta la infamia y el deshonor: tal sería si V. S. obedeciese la orden de embarco que han dictado el Marqués de la Romana pasiones ciegas e intereses personales. El Ministro Secretario de Estado y el Ministro de la Guerra, que son autoridades nuestras, han mandado a V. S. Prestar juramento de fidelidad al rey, a la Constitución y a las Leyes: V. S. Y su regimiento lo han prestado, y un hombre de una Religión y Honor tan acendrado como V. S. Conoce bien lo sagrado de este juramento. Esta es la verdadera postura de buen español y de amor a su Patria y no una baja obediencia a una Junta de Rebeldes que pretende usurpar la autoridad Real y soplar aliento pestífero del deshonor sobre unas tropas que siempre han caracterizado la fidelidad y las virtudes militares. Encargo, pues, a V. S., en nombre del Rey, del Honor y de la Patria que desatendiendo insinuaciones tan pérfidas e infundiendo en la tropa fidelidad y disciplina, se mantenga en su puesto y dé parte sin pérdida de momento a S. A. S. el Príncipe de Pontecorbo, tan acreedor por todos los títulos al amor y respeto de los españoles."

Inmediatamente se puso fuerza francesa en movimeinto para evitar el embarque. Sin embargo, algunas unidades pudieron huir aisladamente y llegar a Fionia. Kindelán fue a presentarse al príncipe de Pontecorbo.

Unos 400 hombres del Regimiento de Algarve hubieran podido salvarse si no hubiesen dido sorprendidos por el duque de Aremberg, al mando de un fuerte destacamento de Cazadores belgas, que hicieron prisioneros a los españoles después de una corta resistencia. Este duque de Aremberg sería más tarde cautivo de los españoles en el desarrollo de la guerra sobre territorio Ibérico.

El día 9 de agosto la guarnición de Nyborg se hizo dueña de la plaza por sorpresa, y el gobernador entregó las llaves al marqués de La Romana, que inmediatamente dispuso el embarco de la tropa. Los buques daneses de guerra intentaron impedirlos; pero fueron rendidos después de un corto combate con la escuadra británica llegada para ayudar al traslado de los españoles a Langeland, donde debía reunirse toda la División. Los franceses se concentraban en la parte Oeste de Fionia, sin que se atreviesen a atacar en los tres días que duró el embarque.

Reunidas en Langeland todas las fuerzas de la División, menos los desgraciados regimientos de Algarve, Asturias y Guadalajara y algunos hombres de otras unidades, todavía hubo que eesperar diez días para proceder al embarque, pues no había navíos suficientes. Durante este tiempo se montaron los servicios de patrulla y vigilancia necesarios por mar y por tierra. Los franceses, acantonados en Fionia, Zelandia, Laaland y Aroe, no hicieron más que introducir unas proclamas que, como es natural, no causaron el menor efecto; un día llegaron cinco cañoneras y dos bombarderas danesas, cuyos disparos no ocasionaron daños sensibles. Por las noches, tres Sargentos de toda confianza, cada uno en un bote, se situaban delante de Swerdborg para avisar de cualquier intento enemigo.

El día 18 fondeó frente a Spodsberg una escuadra inglesa con 12 navíos, una fragata y un bergantín; el marqués de La Romana fue a visitar al almirante Sumarez, que la mandaba, y al llegar a bordo del "Victory", donde éste se hallaba, tremolaron todos los buques la bandera española, saludándola con 21 cañonazos. El júbilo y la exaltación patriótica de los españoles eran enormes, así como la impaciencia en llegar a la Patria para combatir a Napoleón, cuya despótica actitud ya conocían detalladamente.

Los días 19 y 20 se embarcaron los víveres –que fueron pagados religiosamente- y demás efectos necesarios a la travesía. El 21 de agosto se presentó en la playa el conde Ahlefeld-Laurisg, a quien se devolvieron las armas rendidas. Aquel mismo día se embarcaron todas las fuerzas. El capitán Vives fue el último oficial que abandonó la isla y se despidió del jefe danés con un abrazo.

El 27 arribaba el convoy a Gottemburg y el 8 de septiembre salía para España. Llegaron los divisionarios a la Patria en los primeros días de octubre, siendo entusiásticamente recibidos en Santander, Ribadeo y Santoña, donde desembarcaron.

Terminaba qui la serie de aventuras de aquella División Española del Gran Ejército de Napoleón, que sin reparar en distancias ni posibilidades, llevada sólo de su afán patriótico, pudo volver a España, a la cual habría de prestar todavía inestimables servicios, fundidas ya sus tropas con las demás ejércitos nacionales.

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