El general Dupont, que después de abrirse paso en el puente de Alcolea, había penetrado en Córdoba el 7 de junio, entregándola al saqueo, no se atrevió a proseguir su marcha hacia Cádiz hasta recibir refuerzos, noticioso de que se estaba organizando en el campo de San Roque, al arrimo de la plaza de Gibraltar, el ejército español de Andalucía. Este se puso en movimiento, estableciéndose algunas fuerzas en Carmona, y el grueso del ejército, a las órdenes de D. Francisco Javier Castaños, en Utrera, cuya villa y sus alrededores quedaron convertidos en un vasto campo de instrucción ( Fueron tantos los voluntarios que acudieron al llamamiento de la patria que el general Castaños tuvo que mandar a sus casas sobre unos 12.000 paisanos, que consideraba inútiles por no querer llevar ningún regimiento que no fuese organizado. Además, aunque abundan las armas, había escasez de vestuario y equipo, supliendo la falta de cartucheras con saquillos de lienzo, que las damas de Utrera confeccionaron.), dedicándose allí por lo menos ocho horas diarias a ejercicios doctrinales, con tan buena voluntad y celo por parte de todos, que en la revista pasada el 26 de junio, trece días después de verificada la concentración en Utrera, maniobraron las tropas con gran desenvoltura y aire marcial, aunque no con el aplomo y precisión de las veteranas. Dupont, aislado con su división en Córdoba, sin noticias de lo que pasaba a su espalda por estar interceptadas las comunicaciones con Madrid, temió ser atacado y envuelto, y en la noche del 16 abandonó la capital del antiguo califato, dirigiéndose a Andújar, donde se estableció en la mañana del 18, no tardando en incorporársele las divisiones Vedel y Gobert, a las que encargó Dupont vigilasen los pasos del río aguas arriba de Andújar y viesen al mismo tiempo de conservar expeditas las comunicaciones. La escasez de subsistencias obligó al enemigo a enviar una expedición a Jaén, en cuya ciudad repitieron los imperiales, los horrores de Córdoba.
El general Castaños salió de sus cantones de Utrera y Carmona a últimos de junio, en combinación con el general Reding, que salió de Granada el 3 de julio en dirección de Jaén con las tropas allí organizadas, y el primero siguió avanzando desde Córdoba con todo género de precauciones, muy necesarias a la inmediación de un enemigo que llevaba por toda Europa fama de invencible, efectuando la marcha por Bujalance y Porcuna, donde se pusieron en comunicación ambos ejércitos, de los que se formó uno solo bajo el mando del general Castaños ( Organización del ejército de Andalucía el 11 de julio de 1808. General en jefe: D. Francisco J. Castaños; mayor general: mariscal de Campo D. Tomás Moreno; comandante general de Artillería: mariscal de campo, marqués de Medina; comandante general de Ingenieros: coronel D. Bernardo de Loza. Figuraban además en el Cuartel General, los mariscales de campo D. Francisco de Vargas y D. Narciso de Pedro; los brigadieres marqués de Gelo y D. José Augusto de la Porte; los coroneles de Infantería D. Pedro Girón y D. Joaquín Navarro; el de Caballería D. Andrés Mendoza; el de Artillería D. Juan Arriada, y el de Ingenieros D. Juan Bouligny con los oficiales del mismo Cuerpo D. José María Huet y D. Antonio Remón Zarco del Valle.
Primera División (9.436 hombres, 817 caballos, dos compañías de Zapadores y diez piezas de artillería): Comandante general, mariscal de campo D. Teodoro Reding; Segundo comandante, brigadier D. Francisco Venegas; jefe de Estado Mayor, brigadier D. Federico Abadía.
Segunda División (7.850 hombres, 453 caballos, una compañía de zapadores y seis piezas): Comandante general, mariscal de campo, marqués de Coupigny; Segundo comandante D. Pedro Grimarest.
Tercera división (5.415 hombres y 582 caballos): Comandante general, mariscal de campo D. Felix Jones.
División de reserva (6.676 hombres, 408 caballos, una compañía de zapadores y doce piezas): Comandante general, teniente general D. Manuel de la Peña.
Había además un Cuerpo volante o División de montaña a cargo del coronel D. Juan de la Cruz Mourgeon, compuesto de unos 2.000 hombres.).
Con arreglo al plan acordado en dicho punto, el general en jefe se dirigió con la división Jones y la de Reserva, por Arjona y Arjonilla, a los Visos, colinas situadas en la orilla izquierda del Guadalquivir, frente al puente de Andújar, como para atacar al enemigo por aquella parte, y la primera (Reding) se desplazó por la derecha a Menjívar, mientras la segunda (Coupigny) tomaba posición en la Higuereta (Higuera de Arjona) para apoyar a aquella en su marcha y observar al cuerpo francés acantonado en Villanueva de la Reina, debiendo una y otra pasar el río, dirigirse a Bailén para colocarse a retaguardia de Dupont, y caer después sobre Andújar al mismo tiempo que Castaños acometía de frente desde los Visos. El día 13, el general en jefe rompió un vivo cañoneo desde sus posiciones, demostrando una actitud amenazadora; Murgeon pasó el Guadalquivir por el puente de Marmolejo para molestar a los franceses de Andújar por el flanco, retirándose después al Peñascal de Morales; Coupigny, desde la Higuereta, rechazó al otro lado del río a dos batallones enemigos que ocupaban Villanueva, y Reding permaneció impasible en Menjívar, manteniendo ocultas la mayor parte de sus fuerzas ante los reconocimientos que practicó Vedel. (Esto consideramos que fue básico y esencial para el desarrollo final de aquella operación militar). Desorientados los generales franceses, no dieron importancia a la presencia de algunas tropas españolas en dichos puntos, así, que habiendo Dupont pedido refuerzos a Vedel, marchó éste a Andújar con toda su división, sin dejar frente a Menjívar más que dos batallones a cargo del general Liger-Belair, a quien debía apoyar Gobert, para cuyo objeto se trasladó éste de La Carolina a Bailén.
En la madrugada del 16, casi todas las fuerzas de Reding pasaron el río por la barca de Menjívar y por el vado de Rincón, 3 kilómetros más arriba, para practicas un reconocimiento ofensivo en dirección de Bailén. Liger-Belair se replegó con orden buscando el apoyo de Gobert; y éste acudió presuroso en su auxilio, con tan mala fortuna, que cayó muerto de un balazo en la cabeza, causando tal desgracia gran desaliento en las filas imperiales, por lo cual el general Dufour, que sucedió a Gobert, emprendió la retirada. Los españoles se cubrieron de gloria en este combate, rechazando nuestros jinetes e infantes a los coraceros franceses (Cayó mortalmente herido en dicho combate el valeroso capitán de Farnesio D. Miguel Cherif, nieto de los Cherifes de Tafilete, acogidos a la protección española de tiempo de Carlos III). Reding para inspirar confianza al enemigo, retrocedió con sus tropas, estableciendo el campo frente a Menjívar, donde lo tenía antes Liger-Belair, y la Junta de Granada se apresuró a otorgarle el empleo de Teniente general.
El 17, mientras la división española de Coupigny se dirigía a Menjívar para unirse con la de Reding, Vedel llegaba a las ocho y media de la mañana a Bailén para apoyar a Dufour; mas éste, temiendo que las fuerzas irregulares de D. Pedro Valdecañas, que operaban en el camino de Baeza y Ubeda y que habían sorprendido ya un destacamento francés en Linares, se apoderasen de los pasos de la sierra, sostenida por las tropas victoriosas de Reding, había abandonado a Bailén, camino de Sierra Morena; así es que Vedel, después de hacer reconocer todas las avenidas del Guadalquivir, no descubriendo en ellas peligro alguno, siguió desde Bailén tras de Dufour, con el que se reunió en Guarroman, ordenándole continuase hasta Santa Elena, y él se trasladó a La Carolina, esperando noticias del enemigo y nuevas órdenes del general en jefe. Dupont, considerando comprometidas sus fuerzas por la considerable distancia que las separaba, se resolvió a trasladar su campo a Bailén, aunque, tranquilizado por los reconocimientos de Vedel, no tuvo prisa en ello, y en lugar de ponerse en marcha el mismo día 17 por la noche o en la mañana del 18, difirió efectuarlo hasta la noche de este día para ocultar la retirada a Castaños. De este modo, una serie de errores y coincidencias, fatales para el ejército enemigo, permitieron a los españoles llevar a cabo su plan, que por lo dicho se comprende no dejaba de ser bastante peligroso, y asestar de firme el rudo golpe con que amenazaban hace días a los desconcertados y ciegos imperiales, trasladándose en la mañana del 18 las divisiones Reding y Coupigny a Bailén, en cuyas afueras camparon, sin haber tropezado con un solo enemigo.
Esquema de la campaña (16.844 bytes)
No eran todavía las tres de la madrugada del 19, cuando, puesta ya en movimiento la vanguardia española hacia Andújar, anunció el fuego de las avanzadas la presencia de los franceses. Estos habían salido sigilosamente de dicho punto a las ocho de la noche con su numerosa impedimenta, compuesta de 500 ó más carros, en los que iban muchos enfermos y el botín cogido en Córdoba, y marchaban por la carretera silenciosos, tristes y abatidos por aquella prolongada inacción y retroceso, tan contrarios a su habitual manera de guerrear. Mientras D. Francisco Javier Venegas, que mandaba la vanguardia, contenía algún tanto al enemigo, Reding, a quien correspondía el mando, ordenaba sus tropas estableciéndolas rápidamente como indica el croquis (La Artillería, a la que tan sobresaliente papel cupo en esta gloriosa batalla, estuvo dirigida por los coroneles D. José Juncar y D. Antonio de la Cruz, distribuida del modo siguiente: la batería de la derecha, mandada por el capitán D. Tomás Ximénez, con los subalternos D. José Escalera, D. Alonso Contador y D. Vicente González Yebra; la del centro, sobre la carretera, a las órdenes del teniente D. Antonio Vázquez; y la de la izquierda, mandada por el capitán D. Joaquín Cáceres y sostenida por las compañías de ingenieros de D. Gaspar de Goicoechea y D. Pascual de Maupoey ( era D. Pascual o D. Tomás Pascual, oficial de Estado Mayor, procedente de Ingenieros, y capitán de una compañía de Minadores en Bailén. Llegó a brigadier coronel de ingenieros, y fallecería en la acción de Bornos (1º de junio de 1812), la división Reding a la derecha del camino real y la de Coupigny a la izquierda, para hacer frente a Dupont y al propio tiempo a Vedel, que desde La Carolina podía presentarse de un momento a otro por retaguardia. El general Chabert, jefe de la vanguardia francesa, no titubeó un instante comprendiendo lo crítico de la situación en que iba a encontrarse el ejército a que pertenecía, avisó a Dupont y atacó resueltamente la línea española, estableciendo en el centro las seis piezas de su brigada; mas, blanco estas de la batería española del centro, que era de mayor calibre (de a 12), bien colocada y mejor dirigida, fueron al instante desmontados dos de los cañones franceses y muertos o heridos gran parte de los sirvientes, no teniendo más fortuna el enemigo en su derecha e izquierda, pues fue rechazado del Cerrajón y Haza-Walona en que habían podido situarse los nuestros, arrojando de dichas alturas a las avanzadas francesas que las habían ocupado ya, y también del cerro Valentín. Llegó presuroso Dupont, y turbado por aquel fatal contratiempo, no esperó la reunión de todas sus fuerzas, repitiendo imprudentemente el ataque a las cinco de la mañana, con solo la brigada Chabert y la caballería de Dupré, sin otro resultado que aumentar las bajas y el desaliento de sus valientes soldados.
Esquema de la batalla (39.681 bytes)
Forzoso le fue aguardar la llegada de las tropas restantes para tratar de abrirse paso. Cuando toda su división hubo atravesado el Rumblar, dejó en la margen izquierda la brigada Pannetier para hacer frente a Castaños si presentaba, y renovó la pelea con el resto de su infantería y toda la artillería y caballería, acometiendo por el centro la primera bajo la protección del vivo fuego de la segunda, mientras los renombrados y temibles dragones y coraceros de Privé se dirigían hacia el Portillo de la Dehesa para tratar de envolver nuestra izquierda. Apuradas se vieron las escasas fuerzas españolas que había en el Cerrajón y Haza-Walona, por lo cual, acudió en su auxilio el mismo Coupigny; mas los jinetes imperiales cargaron con tal ímpetu y bravura, que nuestros batallones tuvieron que replegarse, con pérdida de una bandera, muriendo gloriosamente el coronel D. Antonio Moya, al frente de su regimiento de Jaén. Continuó Prive la carga contra los cuerpos de la izquierda, todos de Provinciales, que rechazaron serenos la acometida cual las mejores tropas veteranas, a la voz y el ejemplo de sus coroneles el marqués de las Atayuelas, D. Pedro Conesa y D. Diego de Carvajal, refrenando con su inquebrantable firmeza el formidable empuje de los jinetes franceses. Estos se dirigieron entonces a la izquierda y centro de su línea, en el que la batería española de aquella parte seguía inutilizando cañones y montajes a medida que iban apareciendo a su frente, y cubriendo de metralla las columnas de ataque, a las que mantuvo siempre a respetable distancia, saliendo al encuentro de ellos los regimientos de caballería de Farnesio y Borbón; mas acudiendo los coraceros que venían de la derecha, retrocedieron nuestros jinetes bastante desorganizados, penetrando mezclados con ellos los franceses en la batería de la derecha. Los artilleros se mantuvieron serenos en su puesto, defendiéndose con los juegos de armas, dando así tiempo para que la infantería inmediata se rehiciese, y lo mismo Farnesio, cuyos escuadrones fueron conducidos de nuevo a la carga por su sargento mayor D. Francisco Cornet que murió gloriosamente al salvar su batería, frente a la cual quedaron tendidos la mitad de los coraceros. Por la izquierda francesa, los dragones de Privé contuvieron el movimiento envolvente que había iniciado el brigadier Venegas, volviendo unos y otros a sus anteriores posiciones, después de porfiada pelea en el Zumacar grande, donde se distinguió el regimiento de Ordenes militares, mandado por su coronel el brigadier D. Francisco de Paula Soler.
Tal era el estado del combate a las once de la mañana. A franceses y españoles interesaba decidir cuanto antes la contienda, pues podían presentarse de un momento a otro, tanto Vedel como Castaños, y aniquilar al contrario que fuese cogido entre dos fuegos; pero más abatidos los enemigos por el mal éxito de las anteriores tentativas, agobiados de fatiga y medio muertos de calor y de sed (Los españoles, más descansados y hechos al clima, disponían además del agua que les llevaban los habitantes de Bailén, pero no había en su campo una sola mata que les diese sombra, como los olivares que cubrían el campo de los franceses.), bajo los rayos de aquel sol abrasador que caldeaba el campo de batalla, asfixiando a hombres y caballos, estaban en situación más angustiosa que los españoles, a quienes sonreía ya la victoria de una manera indudable. Entonces Dupont, no pensando ya en vencer, pues no era posible, sino tan sólo en abrirse paso a toda costa, mandó venir del Rumblar tres batallones de la brigada Pannetier, y el batallón de marinos de la Guardia Imperial, no dejando allí más que un solo batallón; hizo cundir la voz de que Vedel se encontraba ya próximo y a espaldas del enemigo; recorrió sus quebrantadas filas para recordar las anteriores glorias y pedir a todos un último esfuerzo; y mostrando a sus soldados la bandera española conquistada por los coraceros, pónese con todos sus generales a la cabeza de las columnas y arremete con heroico ardimiento, al grito siempre mágico de ¡Vive l'Empereur! Mas la incansable artillería española continúa impertérrita su obra de destrucción, barriendo con la metralla infantes, jinetes y caballos, revueltos en espantosa confusión; y la infantería, muro impenetrable de bronce, como la llama Thiers, fulmina mortífero fuego por descargas sobre el enemigo, sembrando la desolación y el terror en sus compactas masas. Cae muerto el general Dupré con otros muchos jefes y oficiales; es herido también Dupont, y los bravos marinos de la Guardia Imperial que, dando ejemplo a sus compatriotas, se mostraban dignos, como siempre, de sí mismos, marchando impávidos en columnas cerradas delante de todos, sin hacer caso de los enormes claros que iban produciéndose en sus filas, y sin dejarse oír entre ellos otras voces que la de ¡Serrez la colonne! ¡En avant! y las aclamaciones a su emperador, tienen al cabo que detenerse cerca ya de la línea española, vacilando su incomparable valor, para retroceder en desorden e ir a guarecerse todos en el olivar que cobijaba a los franceses desde el principio de la batalla.
Las fuerzas de aquellos desgraciados se habían agotado ya por completo. Unos 2.000 de ellos yacían muertos en el campo, con un número casi igual de heridos, y los demás, envidiando la suerte de los primeros arrojaban las armas con desesperación para tenderse jadeantes y angustiados al pie de los olivos, buscando su débil sombra. Su artillería, desmontada casi toda (De las dieciocho piezas que tenía Dupont, catorce habían sido desmontadas por la artillería española ("Storia delle campagne é deglir assedi degl'italiani in Spagna dal MDCCCVIII al MDCCCXIII", de Camillo Vacani, Tomo I, pág. 212); y según el parte oficial de Castaños, "... el acreditado Real Cuerpo de Artillería, además de participar de todos los afanes y triunfos referidos, ha inmortalizado su gloria con admiración de ambos ejércitos, pudiéndose asegurar que sus oportunos rápidos movimientos y el acierto de sus fuegos (que desmontó 14 piezas al enemigo), señalaron desde luego, ú por mejor decir, fixaron desde el principio la victoria."), les era completamente inútil; Vedel no aparecía, y en cambio los Tiradores de Cruz Mourgeon que había acudido al oír el fragor del combate, ceñían la orilla derecha del Rumblar, a cuya inmediación se veían amontonados todos los bagajes del ejército francés, al paso que sus avanzadas anunciaban la aproximación de Castaños. Para colmo de desdichas, los dos regimientos suizos de Preux y de Reding, antes al servicio de España, aprovechan la ocasión para reunirse en su mayor parte a sus antiguos camaradas. No habiendo, pues, medio de salir de aquella terrible situación, el general enemigo se apresuró a solicitar de Reding una suspensión de hostilidades para acordar con el general en jefe español las bases de la capitulación, en la que debían ser comprendidas las divisiones Vedel y Dufour, según exigía aquel.
El general Castaños no había podido enterarse de la salida de Dupont de Andújar hasta las dos de la madrugada del 19; y encontrando obstruido el puente, sólo a las ocho de la mañana emprendió la marcha, camino de Bailén, la división de Reserva (Lapeña), cuya vanguardia mandaba D. Rafael Menacho, quien debía inmortalizar después su nombre en la defensa de Badajoz, deteniéndose en la orilla del Rumblar al saber el armisticio concertado, después de anunciar su presencia a Reding con algunos cañonazos.
Vedel, que había recibido el 18 orden de Dupont de asegurar las comunicaciones por La Carolina y Santa Elena, como también por la parte de Linares y Baeza, esperó en La Carolina que se le incorporara Dufour, y aunque en la madrugada del 19 oyó tronar el cañón hacia Bailén, no se puso en movimiento hasta las cinco de la mañana, con tal lentitud, que tardó nada menos de seis horas en recorrer los 14 kilómetros que separaban La Carolina de Guarromán, desde donde, sin sospechar todavía ni remotamente lo que pasaba, hizo practicar un reconocimiento en dirección de Linares. A las dos de la tarde volvió a emprender la marcha, y sólo entonces, al llegar a las cinco frente a Bailén y ver las posiciones que ocupaban los españoles, comprendió la apurada situación en que debía encontrarse su compañero. Reding, al saber la proximidad de Vedel, hizo darle conocimiento de la suspensión de hostilidades, cuidando, no obstante, de reforzar con algunos cuerpos las tropas apostadas a su espalda, vigilando el camino de La Carolina; mas desentendiéndose Vedel de todo, atacó el cerro del Ahorcado. Apresuróse Vedel a obedecer; mas autorizado de palabra por su jefe para ponerse en salvo con sus tropas, emprendió la marcha por la noche en dirección a la sierra, llegando a Santa Elena el 21 a mediodía, aunque alcanzado allí por el coronel de ingenieros D. Nicolás Garrido con la orden terminante e imperiosa de regresar a Bailén, exigida por los generales Castaños y Reding, que amenazaron a Dupont con pasar a cuchillo a la división Barbou, completamente cercada ya por todo el ejército de Andalucía, tuvo que efectuarlo mal de su grado por haberse acordado así en junta de jefes (De veintitrés jefes que asistieron a la junta, solo cuatro opinaron por continuar la retirada).
La capitulación se firmó al fin el 22, despues de muchas discusiones, en la casa de postas que media entre Bailén y Andújar, donde se había establecido Castaños; por ella debía quedar prisionera de guerra toda la división Barbou, con la que había peleado Dupont, y la de Vedel evacuar la Andalucía, traladándose ambas a Sanlucar de Barrameda y Rota desde donde se darían a la vela para Rochefor embarcadas en buques tripulados por españoles (La capitulación no fue cumplida por falta de transportes y marinería. Además, habiéndose caído un cáliz de la maleta de un oficial en el embarcadero del Puerto de Santa María, fueron maltratados muchos de los prisioneros y despojados de sus equipajes, cuyos atropellos no pudo impedir el general Castaños.). En su consecuencia, las legiones de Dupont, en número de 8.242 hombres, los vencedores de Austerlitz y de Friedland, que habían paseado sus águilas victoriosas por todo Europa, desfilaron por delante del ejército español y fueron a deponer sus armas y banderas junto a la Venta del Rumblar, a lo largo de la carretera, presentándose Dupont a Castaños triste y angustiado (ver cuadro al óleo de J. Casado del Alisal).
Las divisiones Vedel y Dufour (9.393 hombres) formaron pabellones y entregaron en depósito sus armas y material de guerra. Las demás tropas que faltaban del cuerpo de ejército del egenral Dupont hasta el número de 22.475 hombres, descartados los 2.000 muertos en la batalla, acudieron de Santa Cruz de la Mudela, Manzanares y otros puntos de la comunicación con Madrid, para dar cumplimiento al convenio celebrado por sus jefes.
El capitán d'Villoutreys, que había entablado en Bailén los primeros tratos, llevó a Madrid la triste noticia, escoltado hasta Aranjuez por una sección de caballería española. El 29 de julio supo el rey intruso la amarga nueva, y el 30 abandonaba la Corte madrileña, siguiéndole el 31 con la retaguardia el mariscal Moncey, para establecerse en Miranda de Ebro, en cuyas inmediaciones se concentraron 60.000 franceses. El 1º de agosto respiraba Madrid completamente libre del enemigo; el 13 entraba en ella el general D. Pedro González Llamas con las tropas de Valencia y Murcia, y el 23 lo efectuaba Castaños por la puerta de Atocha con la división de Reserva del ejército de Andalucía, siendo recibido con el júbilo consiguiente. Los imperiales levantaron también el sitio que tenían puesto a Zaragoza.
Tales fueron las consecuencias de este memorable triunfo que no costó a los españoles más de 243 muertos, entre ellos diez jefes y oficiales (Además de los dos jefes ya indicados murieron gloriosamente: el capitán de Jaén, D. Carlos Sevilla; el de Caballería de Farnesio, D. Gregorio Prieto; los de Caballería de España, D. Alonso González y D. Miguel de Sanjuán; los subtenientes de Provinciales, D. José Ariza, D. Natalio Garrido y D. Nicolás Muñóz, y el cadete de Ordenes Militares, D. José Demblans.) y 735 heridos. Al general Castaños, cuya espada y bastón de mando se conservan en el Museo del Ejército, sección de Artillería, números 1.897 y 1.898 (En el Museo Naval, con el número 716, existe un sable de marina de la Guardia Imperial, cogido en el campo de batalla el día de la misma, por el capitán de navío D. Francisco Aguirre), se le concedió el título de Duque de Bailén, y la Cruz de distinción a todos los que asistieron a esta batalla, con el lema: "Fernando VII. Bailén".