Después de la dispersión que sufrieron las tropas del general Cuesta en Cabezón el 12 de junio, en cuyo mismo día entraron los franceses en Valladolid, se retiró aquel a Benavente donde reunió los dispersos, incorporándosele reclutas y voluntarios que se esmeró en instruir el teniente coronel don José de Zayas, componiendo el llamado ejército de Castilla con un total de 6.000 infantes y 560 caballos de la Reina, Guardia de Corps y Carabineros Reales, sin artillería alguna, pues las cuatro piezas salvadas del colegio de Segovia por sus oficiales y cadetes habían sido presa del enemigo en Cabezón. El anciano general español no había escarmentado con el fracaso anterior, y lleno de buen deseo, pero confiado en demasía, quiso volver a medir sus fuerzas con las de los franceses, haciendo para ello que se le incorporase el ejército que se estaba organizando en Galicia a las órdenes del general D. Joaquín Blake (Sin haber ejercido nunca el empleo de mariscal de campo le había conferido la Junta de Galicia el de teniente general para que se pusiese al frente de aquel ejército en sustitución del general Filangieri.). Este obedeció de mala gana el acuerdo de la Junta de aquel reino, y dejando en Manzanal la 2ª División, fuerte de 6.000 hombres, a las órdenes de D. Rafael Martinengo, se encaminó el 5 de julio a Benavente donde quedó la 3ª (4.400 hombres) mandada por el brigadier de Marina D. Francisco Riquelme, siguiendo Blake el 10 camino de Valladolid con las divisiones 1ª y 4ª regidas por el jefe de escuadra D. Felipe de Jado Cagigal y el marqués de Portago, y la vanguardia, organizada para la marcha y guiada por el brigadier conde de Maceda, coronel de Zaragoza, mientras Cuesta, que mandaba en Jefe como más antiguo, se situaba con el ejército castellano en Medina de Rioseco para cubrir la marcha de su colega y observar las avenidas de Palencia, donde estaba el enemigo, debiendo continuar después por la carretera general a Valladolid. Más próxima ya a dicha capital la vanguardia gallega, Blake recibió aviso en la tarde del 13 de que el ejército francés amenazaba al ejército de Cuesta, todavía en Rioseco y en consecuencia se dirigió sin pérdida de tiempo hacia dicho punto.
En efecto; el mariscal Bessieres, al saber en Burgos el movimiento de los españoles, pensó enseguida estorbar su marcha a Valladolid, donde podían establecer sólidamente su base de operaciones, y con tal objeto salió de allí el 9, y con gran diligencia concentró sobre la marcha sus tropas camino de Rioseco, llegando al amanecer del 14 su vanguardia a la villa de Palacios, una legua distante. Su ejército se componía de cuatro divisiones, entre ellas la del general Mouton, recién llegada a la Península, cuyos soldados, todos veteranos, habían combatido en Frieldland y Austerlitz, con una fuerza total de 12.000 infantes, 1.200 caballos y 32 piezas de artillería. El efectivo de las tropas españolas reunidas alrededor de Rioseco era de poco más de 21.000 infantes, 700 caballos y 20 piezas, 15.000 de Blake ( Tenía por ayudantes el teniente coronel D. Ramón Calvet, sargento mayor de ingenieros y el teniente coronel D. Juan Moscoso, capitán de artillería. En su ejército desempeñaba el cargo de mayor general el brigadier D. Manuel Fabro, cuyos ayudantes eran los capitanes D. José Maldonado y D. Joaquín Armendariz; el de comandante general de artillería el brigadier D. Juan Silva, con el coronel don Juan B. Meric y el teniente coronel D. José Falc, respectivamente; y de intendente el comisario ordenador D. Manuel Michelena.)., cuyas fuerzas tomaron posiciones en la madrugada del 14, esperando a los franceses por el camino de Valladolid, desorientados los generales españoles por los reconocimientos dirigidos por el enemigo hacia aquella parte; y como a las cuatro de la mañana se supo positivamente que los imperiales avanzaban por la parte de Palacios de Campos, hubo de maniobrar de nuevo, situándose Blake a la derecha, en la meseta conocida por Páramo de Valdecuevas, con la vanguardia, la primera división y los Voluntarios de Navarra, que pertenecían a la tercera; y Cuesta con su ejército de Castilla y la cuarta división del de Galicia a la izquierda, bastante retrasado y distante, en la llanura inmediata a Rioseco, como si no tuviese que ver nada con su colega, sin duda por la poca armonía que entre ambos reinaba, y a cuya circunstancia se puede atribuir fundadamente la causa principal de la derrota que no tardó en suceder.
Massena, al llegar a Palacios, considerando muy superiores las fuerzas de los españoles, titubeó breves momentos si acometía a los nuestros; mas habiendo observado la extraña e inexplicable disposición de las tropas contrarias, decidió en el acto, como a las siete de la mañana, lanzar sus columnas al ataque, precedidas de una línea de tiradores de caballería que levantando densa nube de polvo cubriesen su movimiento. La división Merle se dirigió por la vega del río Juncal contra el ejército de Blake a flanquear su derecha, y la brigada Sabathier a ocupar el teso de Monclín frente a aquél, mientras la división Mouton se encaminaba por la derecha hacia las posiciones de Cuesta, para tener a ésta en jaque e interponerse entre los dos generales españoles. Acometida nuestra derecha por esta parte y por el centro, resistió denodadamente largo tiempo en el Páramo de Valdecuevas, dando algunos Cuerpos de la división de vanguardia brillantes cargas a la bayoneta (De las dos compañías de granaderos de Mallorca murieron gloriosamente sus capitanes D. Fernando Muñoz y D. José Fernández, y el cadete Don Juan Gualberto Enríquez que, habiendo quedado aislado, sucumbió lanzando piedras al enemigo después de quemar su último cartucho; resultó muy mal herido el teniente D. José Soler; y se distinguieron también por su valor el teniente don Fernando de Alcocer y el subteniente D. Rodrigo García del Busto en los que recayó el mando de cada una de dichas compañías.) e inutilizando los esfuerzos del enemigo para dominar aquella posición, secundados los valientes infantes por nuestra artillería, que despreciando el fuego de los cañones enemigos situados en el Monclín, cubría de metralla a las columnas francesas (Como el escritor francés Foy dice que la artillería francesa era superior a la española en número y calidad, el ilustre general Gómez de Arteche, para rebatir su aserto, cita en su historia de esta guerra las palabras textuales del general Blake: las piezas del Monclín hicieron un fuego poco acertado, y nuestra artillería, bien servida, contenía y causaba estrago a los enemigos; y las del historiador alemán Schepeler: la artillería española, servida perfectamente, y con un valor incomparable... Los franceses tenían es esta batalla 30 piezas de artillería; los españoles tenían otras tantas y estuvieron mejor servidas...); mas como los escuadrones de cazadores del intrépido general Colbert, de la brigada Lasalle, consiguieron llegar por una quebrada a lo alto de la meseta, arrollando al batallón de la izquierda de la primera división, compuesto de gente bisoña, las tropas más avanzadas, al ver la confusión iniciada a sus espaldas, vacilaron en la defensa, y los imperiales lograron al fin llegar también al borde de la posición. Desde aquel instante se hizo general el desorden; y aunque el general Blake, levantando en alto la bandera de uno de los regimientos, contiene breves instantes a los soldados españoles auxiliado por otros heroicos jefes y oficiales, entre ellos los de su estado Mayor, D. Juan Moscoso, D. Antonio Burriel y D. José Maldonado, muere gloriosamente por la metralla enemiga el valeroso conde de Maceda ( D. Baltasar Pardo de Figueroa y Sarmiento, octavo conde de Maceda, marqués de Figueroa y de la Atalaya, Grande de España de primera clase. Su espada se conserva en el Museo de Artillería, pieza núm. 1.108.), peleando en primera fila con su regimiento de Zaragoza y los batallones de granaderos (Formados por las dos compañías de granaderos de cada uno de los regimientos de Zaragoza, Mallorca, Aragón y Corona), y acaban por ceder todos el campo menos el incomparable batallón de infantería ligera Voluntarios de Navarra, guiado por su jefe el brigadier D. Gabriel de Mendizábal, cuyo Cuerpo, formando el cuadro, alcanzó gloria inmarcesible conteniendo por sí solo el empuje del enemigo y retirándose después ordenadamente en cuanto lo hubieron efectuado todos los demás cuerpos (Experimentó la pérdida de 72 muertos y 58 heridos; solo un soldado cayo prisionero, y hubo 12 extraviados.); y aun así, fue necesario que acudiese a comunicarle personalmente la orden su mismo general en jefe.
Esquema de la batalla (27.257 bytes)
La división Mouton había avanzado a la par que las demás del ejército enemigo, saliendo espontáneamente los guardias de Corps y los Carabineros Reales al encuentro de los primeros batallones que aparecieron, con denuedo tal, que las avanzadas francesas, no pudiendo resistir el ímpetu de nuestros jinetes, fueron arrolladas y puestas en desorden, por lo que acudieron aceleradamente los escuadrones de húsares y cazadores de la reserva enemiga a contener el avance victorioso de los caballos de Cuesta y de los granaderos del ejército (Los componían las dos compañías del Príncipe, Toledo, Navarra, Sevilla y Nápoles), que llenos de entusiasmo, cayeron al grito de ¡Viva el Rey! sobre una batería francesa ya emplazada y cogieron cuatro cañones, recuperándolos momentos después los jinetes imperiales (Cayeron muertos en aquel lance los ayudantes mayores de Carabineros Escobedo y Chaperon). Pero dueña ya la división Merle de la meseta de Valdecuevas, no tardó en aparecer en su borde, amenazando flanquear y hasta envolver a las tropas de Cuesta, quien, viendo ya sobre sí a todo el ejército contrario, comprendió la temeridad de sostenerse más tiempo, dando en consecuencia la orden de retirada, que no molestaron mucho los franceses, entretenidos en el saqueo de Rioseco, donde cometieron toda clase de atrocidades. Las pérdidas de los españoles ascendieron próximamente a unos 1.000 muertos (Entre ellos el sargento mayor del Provincial D. Manuel Quiroga y Cornide; de Barbastro, el capitán D. Francisco Clemente; el capitán D. Domingo de la Vega, de Sevilla; el teniente de ingenieros D. Luís Cacho Montenegro, cuya compañía de zapadores se hizo notar por su denuedo en medio de la confusión de la derrota; el teniente coronel de artillería D. Rafael de Hoces, y el teniente de dicha arma D. Martín de Castro, acuchillado sobre las piezas de su batería) y heridos, 158 prisioneros y más de 2.000 extraviados, además de trece cañones que cayeron en poder de los vencedores. estos tuvieron unas 500 bajas, contando entre los muertos el general d'Armagnac y el coronel Picton, del 22º de Cazadores.
Blake y Cuesta, más discordes y opuestos que nunca, tomaron el camino de Benavente, desde donde se dirigió el primero hacia el Vierzo para reunirse con las dos divisiones que había dejado en ambos puntos en previsión de un revés, y el segundo hacia León. El rey intruso, que el 9 de julio había pisado tierra de España y continuado a cortas jornadas hasta Burgos, supo allí el 16 la victoria conseguida por sus tropas, y pudo continuar ya satisfecha y desahogadamente su viaje, efectuando su entrada en Madrid el 20.