Arrojados de Galicia los mariscales Soult y Ney, se estableció en las inmediaciones de Ciudad Rodrigo el ejército español de la Izquierda, del que tomó el mando el duque del Parque. El general francés Marchand, que, por ausencia del mariscal Ney, mandaba el IV Cuerpo, se estableció a fines de septiembre en Salamanca, muy ajeno de que los españoles pensasen tomar la ofensiva; mas éstos se movieron el 5 de octubre en aquella dirección, avanzando hasta Tamames, villa de escasa importancia situada a nueve leguas de Salamanca, al pie de la pequeña sierra de su nombre, y nudo de comunicaciones entre dicha ciudad, Alba de Tormes, Avila y Ciudad Rodrigo. El Duque, decidido a esperar allí a los franceses, situó sus tropas, en número de 10.000 infantes y escasamente 1.000 caballos (Del ejército de la Izquierda no estaban presentes más que la vanguardia a cargo del general D. Martín de la Carrera y las divisiones 1ª y 2ª que regían don Francisco J. de Losada y el conde de Belveder), apoyando en Tamames la izquierda, formada por la vanguardia; cubría la 1ª División el centro y la derecha, que se apoyaba en el escabroso terreno de la sierra antes citada; y la 2ª División quedó en reserva, dispuesta a reforzar en primer término el ala izquierda, que era la parte más débil de la línea, como situada en terreno de más fácil acceso, por lo cual se colocó también la caballería, que mandaba el príncipe de Anglona, en aquel flanco, medio oculta en un bosque.
Marchand, en cuanto supo la detención de sus contrarios, se dirigió a su encuentro con toda la fuerza disponible, 10.000 peones, 1.200 jinetes y 14 piezas de artillería, presentándose el 18 de octubre delante de nuestras posiciones. Bastóle un ligero reconocimiento para hacerse cargo de la situación de los españoles, y sin titubear lanzó sus tropas al ataque, dejando en reserva dos regimientos de línea y uno de dragones. La columna más numerosa, dirigida por el general Maucune, se encaminó por la derecha a rodear la villa para caer sobre el flanco izquierdo de nuestro ejército; del ataque del centro se encargó el general Marcognet, dirigiéndose también el general Labasset con alguna fuerza hacia la derecha española, más para retener por allí las tropas en ella apostadas que para empeñar combate formal.
Don Martín de la Carrera se preparó para recibir la acometida del enemigo; pero en la evolución que tuvo que practicar para ello, parte de la caballería maniobró con poco acierto en el crítico momento en que los franceses emprendían decididamente el ataque, y cargada aquella después de recibir un vivo y mortífero fuego, fue puesta en desorden, que se comunicó a algunos cuerpos, cayendo en aquel instante los húsares y cazadores de Maucune sobre una batería española de siete plazas, la cual no tuvo tiempo de hacer más que un disparo a metralla, siendo acuchillados los artilleros por los jinetes imperiales. El duque del Parque y D. Gabriel de Mendizábal corrieron con su Estado mayor al sitio de más peligro, y tanto el segundo como el jefe de la vanguardia, que metido entre los contrarios perdió el caballo, pie a tierra y espada en mano, procuraban rehacer la gente y alentaban a los cuerpos a mantenerse firmes, dando así tiempo para que acudiese en su auxilio parte de la 2ª División, y a que, ordenada la caballería, volviese por su honor recuperando las piezas perdidas, menos una que conservó el enemigo, lanzándose en seguida a la bayoneta sobre él, en masa compacta, los regimientos del Príncipe, Zaragoza, Voluntarios de Cataluña, Barbastro y otros de la vanguardia, a los que se unieron los del Rey y Sevilla, de la 2ª División. Ante reacción tan enérgica y formidable, secundada por las tropas que había dentro de Tamamés, las cuales cargaron a los imperiales por el flanco, se declaró en completa derrota la derecha francesa, abandonando en su precipitado movimiento un cañón, carros de municiones y considerable número de armas y otros efectos.
Esquema de la batalla (38.168 bytes)
Entretanto, las otras dos columnas pugnaban por acercarse a nuestro centro y derecha, subiendo trabajosamente por las abruptas alturas en que estaban situados; pero fusilados sus cazadores casi a mansalva por las guerrillas de la Primera División, cubiertas detrás de las rocas y demás accidentes del terreno, concentraron las dos sus esfuerzos sobre el centro con ánimo de romper por allí la línea española. No era empresa fácil la que se proponían: el certero fuego de una batería, establecida en nuestra extrema derecha, y lo penoso del ascenso, descompusieron bastante la formación de los enemigos, y cuando estuvieron cerca de la posición, cayeron sobre ellos a la bayoneta las tropas de Losada y los precipitaron ladera abajo, cogiéndoles un águila, casi al propio tiempo que los soldados de Maucune cedían también el campo a las victoriosas tropas de don Martín de la Carrera.
El general Marchand, que había experimentado ya 1.300 bajas, según confesión propia, no creyó prudente mantenerse mucho tiempo en el campo de batalla, y a las tres de la tarde emprendió la retirada camino de Salamanca, cuya ciudad evacuó apresuradamente el 23, en cuanto supo que los españoles habían pasado el Tormes por Ledesma y se dirigían a Salamanca, donde efectuaron su entrada el día 25. Costó a los españoles este triunfo 672 bajas y 92 caballos muertos o heridos, concediéndose después por él un escudo de distinción, que debía usarse en el brazo izquierdo, a todos los que tomaron parte en la batalla, con el lema: "Venció en Tamamés".
Asistieron a esta batalla, de los actuales cuerpos del ejército, a más de los nombrados, los de Infantería de León, Zamora y Aragón, y los de Caballería de Sagunto y Borbón, del cual se distinguieron el capitán D. José Mantilla que dio muerte por su mano a un oficial y cuatro soldados de caballería enemigos, y el teniente D. Francisco Ortega que hizo lo mismo con dos de la propia arma, recogiendo sus armas y caballos. Del regimiento de León brillaron también por su valor el granadero Pedro Ferrol, que en combate personal con un capitán francés le derribó sin vida, y el de igual clase Miguel Abete en un hecho análogo: el primero fue recompensado con un escudo y una pensión; el último con el grado y sueldo de sargento.