La Coruña, 16 de enero de 1809
Por Por D. Manuel Rodríguez Maneiro. Historiador, escritor y periodista.
No cabe la menor duda de que una de las principales batallas libradas en nuestra Guerra de Independencia fue la de Elviña, para nosotros; de Corunna, para los ingleses; y de la Corogne, para los franceses, como así figura en el Arco de Triunfo, en la Plaza de la Estrella, en París, donde se halla la Tumba del Soldado Desconocido, con su llama permanente.
En la mañana del 16 de Enero de 1809 los dos ejércitos beligerantes: inglés, mandado por el general escocés Sir John Moore, y francés, bajo el mando del mariscal Soult, se situaron uno frente a otro, los galos en Peñasquedo, y los británicos en las alturas cercanas al río Mero.
El general Moore deseaba, por los menos, si no una completa victoria, sí un parcial éxito táctico, pero fugaz, con el fin de ganar tiempo para poder embarcar ordenadamente a sus tropas. Para ello, situó su ejército sobre el mencionado Monte Mero, en terrenos de Santa María de Oza, entonces mayor ayuntamiento que el de La Coruña, en superficie, y en las alturas de Santa Margarita.
En el Monte Mero se hallaban desplegadas las divisiones de Baird y de Hope, que se extendían por Elviña y hasta la Carretera de La Coruña, para luego continuar hasta la costa. En segunda posición figuraba la división de Edward Paget; y en una tercera, la de Fraser. En total, unos 16.000 hombres, entre infantes y artilleros. Parte de los cañones se hallaban en La Coruña, para su embarque, pero el resto fueron situados en las alturas del Monte Mero.
Por otra parte, las tropas napoleónicas de Soult ( como dato curioso quisiéramos subrayar que a punto estuvo de volar la Alhambra de Granada cuando sus tropas operaban en Andalucía ) eran superiores a las de Moore en piezas artilleras, así como en caballería, pues disponía de más de 3.000 jinetes. En cuanto a infantería, el número de hombres era inferior a los ingleses, ya que no rebasaban a los efectivos ingleses, pues se calculaban en 12.000 los infantes preparados para la lucha. Ello constituía un obstáculo, pues dada la configuración del terreno, en donde habían de luchar ambos ejércitos, un tanto escarpado, abrupto, con una serie de obstáculos como cercados de piedra, desniveles de terreno, casas dispersas, que perjudicaban las acometidas bélicas y favorecían los puestos defensivos. La caballería francesa resultaba, pues, inútil, en tanto que las piezas artilleras, de no mucha potencia, apenas dañaban el fuego intenso y continuado de la infantería inglesa, perfectamente resguardada con tanto obstáculo.
Todo ello hizo que Soult no se mostrase muy dispuesto a entablar combate. Dudaba de su victoria porque no se consideraba muy fuerte para lograr pleno éxito y, al mismo tiempo, tampoco quería pedir ayuda a Ney, cuyo ejército era necesario en otros lugares próximos a la geografía gallega.
Soult estaba convencido de que los británicos se replegarían pronto, con la llegada de sus barcos para el reembarque de tropas y material bélico, por lo que tuvo a sus tropas inactivas durante la mañana del 16 de enero. Pero en vista de que era nulo el movimiento inglés hacia La Coruña, para el reembarque de tropas, y que sus unidades permanecían parapetadas en la zona de Elviña, Soult inició el ataque frontal y total en toda su línea defensiva y, a la vez, ofensiva. Diez cañones dispararon en Elviña mientras medio millar de hombres se empeñaron en dura lucha para rebasarla. Pero este poblado fue defendido de tal forma, en cruentos ataques, que Elviña fue tomada, perdida y nuevamente conquistada por ingleses y franceses.
El encarnizamiento registrado aquella tarde del 16 de enero llegó a tan altas cotas que, primero Baird y después el propio Moore, quienes presenciaban y dirigían a sus tropas, a las que infundían ánimos en la misma línea de fuego, sufrieron heridas de tal gravedad que tuvieron que ser evacuados inmediatamente y apartados del escenario de combate y muerte. Baird, con graves heridas, al llegar a La Coruña, fue embarcado en uno de los buques de transporte británicos, surto en el puerto, no muy lejos del actual Cantón Grande que, por entonces, tenía muy cerca las aguas de la bahía. En cuanto a Sir John Moore, herido por una bala de cañón, que le hizo caer de su caballo color canela, (lesionado en el hombro izquierdo y con el brazo colgando de un solo ligamento) fue trasladado a la casa del comerciante Genaro Fontenla, en medio del mencionado Cantón Grande, donde dejó de existir, desangrado, aquella misma tarde, tras haber dado una serie de instrucciones sobre el embarque de lo que quedaba de su ejército, a sus generales y ayudantes.
Los franceses también tuvieron sensibles pérdidas, con la muerte de un general y herido Lefevre, que con el tiempo moriría también en suelo español.
Tras la muerte de Moore, la lucha continuó en el área de Elviña, y al llegar la noche de aquel 16 de enero, los galos se habían extendido por el área de Elviña, Pedralonga y Palavea, lugares que quedaron ya en su poder. No obstante, los ingleses poseían también algunas importantes posiciones y conservaban todavía ciertas unidades que hasta entonces aún no habían entrado en combate.
Las bajas, al finalizar la lucha, habían sido de unos 2.000 hombres, entre muertos, heridos y prisioneros. Los ingleses comenzaron a retirarse bastante antes de medianoche, bajo el mando de Hope, que se hizo cargo del mando de aquel ejército maltrecho, tras la muerte de Moore. El grueso de las fuerzas británicas llegó a La Coruña e inició, rápidamente, su reembarque, pues ya habían llegado todos los transportes ingleses al puerto herculino. Tan solo quedaron pequeñas unidades en Elviña, encargadas de retrasar, en lo posible, el avance galo sobre La Coruña, altos de Santa Margarita y otros puntos, cuya toma, por parte de los franceses, podría peligrar el reembarque inglés. Cabe destacar que la mayor parte de los caballos quedaron en La Coruña, sin embarcar, pues todos los transportes fueron precisos para alojar a la tropa y materia bélico (cañones, municiones,..) y bagaje en general. Era novedoso observar como los caballos, unos muertos y otros heridos, se encontraban a cada paso por diversos lugares de La Coruña, mientras otros, desbocados y al trote o al galope recorrían las calles y plazas coruñesas en medio del temor de los coruñeses, que huían para protegerse en los portales de las casas.
En las primeras horas de la mañana del 17 de enero sólo quedaban en tierra dos de las brigadas inglesas, procedentes de Elviña, parapetadas tras las murallas. Con la luz del día, los franceses se dieron cuenta de la retirada británica y rápidamente tomaron posiciones y montaron cañones en Santa Margarita y en S. Diego, que dispararon contras los últimos barcos, aún atracados o fondeados, algunos de los cuales vararon en la playa o se estrellaban contra las rocas de San Antón. Los barcos que pudieron salir del puerto quisieron hacer frente a los ataques franceses, pero nada pudieron hacer por escasez de ángulos de elevación, y sólo pudieron escapar de la bahía coruñesa.
Entre el 21 y el 23 de enero, de los casi 34.000 hombres que componían el ejército expedicionario, arribaron a las costas británicas algo más de 26.000 hombres, por lo que las pérdidas británicas fueron del orden de los 7.000 hombres, entre muertos, prisioneros y desaparecidos.
El 17 de enero, Soult entraba en La Coruña, acompañado de su ejército, por la puerta de la Torre de Abajo, hoy Plaza de Orense. El mariscal Francés y el general Alcedo, a la sazón gobernador de La Coruña, se entrevistaban en el Palacio de Capitanía. Hubo un Te Deum en la Colegiata, organizado por las fuerzas francesas de ocupación y Soult establecía, provisionalmente, su cuartel de mandos, en el desaparecido edificio de la Cooperativa Cívico Militar, en la Estrecha de San Andrés, esquina a la actual calle del Torreiro, y el acuartelamiento de su caballería, en la Plazuela de las Bárbaras y calle de Herrerías, en la Ciudad Vieja.
A la llegada de Soult, Alcedo sólo disponía de dos batallones de Milicias y de un indeterminado número de paisanos armados, insuficientes para hacer frente a los franceses. El derramamiento de sangre hubiera sido inútil, por lo que Alcedo se vio obligado a capitular ante las tropas napoleónicas, que se hicieron dueñas de quince baterías artilleras y de 12.000 fusiles. La Coruña fue respetada por los franceses; no hubo, prácticamente, destrozos en la ciudad ni violencias con la población civil (al parecer, sólo hubo dos fusilamientos de ciudadanos, los cuales fueron sepultados en la Orden Tercera).
Aquel reembarque inglés constituyó un señalado éxito y 131 años después un segundo reembarque británico tuvo lugar en la Segunda Guerra Mundial: el de Dunquerque. La Coruña fue pionera en este tipo de operaciones, y cuando se habla de reembarques siempre salen a la palestra la ciudad de la Coruña y la playa de Dunquerque.
Para las tropas británicas fueron los triunfadores de la batalla, ya que consiguieron su propósito, el reembarque de las tropas y para los franceses lo mismo, por que su deseo era la expulsión de los britanos y toma de la ciudad de La Coruña, es decir, que no hubo ni vencedores ni vencidos.