Haciendo un preámbulo hemos de considerar que ya cuando en 1801 llegó a firmarse la paz de Badajoz, Napoleón se negó a ratificar el tratado concluido por su hermano Luciano al mismo tiempo, en aquella ocasión decía Napoleón en una carta: "Si el Príncipe de la Paz, que está vendido a Inglaterra, hace que los reyes tomen medidas que puedan redundar en descrédito y menoscabo de los intereses de la República, habrá llegado su última hora a la monarquía española...".
Finalizada la guerra con Portugal, el Cónsul francés insistía en mantener dentro de territorio español el Cuerpo de ejército de Leclerc, y las ansias en aumentar el número de sus componentes. Posteriormente, en 1807 se proseguía en la misma conducta de 1801, buscando pretextos para que aquel Ejército estuviese presente en la vida española, demuestra que todo obedecía a una idea preconcebida a la que había llegado el momento oportuno.
Hemos de recordar que Napoleón parece ser, según Las Cases, llegó a decir que: "...me resolví a aprovechar aquella ocasión única de librarse de los Borbones, continuando en su propia dinastía el sistema de familia de Luís XIV, y encadenar la España a los destinos de la Francia...".
Todo lo acordado a través del tratado de San Ildefonso nos induce a pensar que no es desacertado todo lo que llevamos dicho, puesto que el envío de tropas, los escasos buques que quedaban tras lo de Trafalgar puestos a su disposición, el abono de 24 millones de francos de una deuda nacional por la quiebra del banquero Desprez, la reclamación del puerto de Pasajes (cosa que inexplicablemente no consiguió), y la denostación continua de la dinastía borbónica, confirman lo premeditado de su actuación.
A los que entonces seguían la marcha política de España y Francia no les pudo pasar inadvertido que cuando Godoy realizó la imprudente proclama del 6 de octubre de 1805, los días de paz estaban contados.
En respuesta, Napoleón exige la participación directa de las tropas españolas, extrayendo un numeroso ejército al mando del marqués de La Romana al tiempo que involucra directamente a los hasta aquel momento imparciales españoles.
Según Thiers, "Napoleón al regresar de Tilsit, comenzó a ocuparse de la Península, persuadiéndose de que, al fin, seria necesario tomar un partido acerca de la nación española, que, aunque en decadencia, se encontraba siempre dispuesta a serle desleal.".
Hábilmente Napoleón buscó y encontró los pretextos que posibilitasen la introducción de los medios necesarios para sus campañas peninsulares. A través de un tratado secreto firmado con el emperador Alejandro de Rusia, Francia se ocuparía de exigir a Portugal el cumplimiento de concurrencia a la guerra, según el decreto de 21 de noviembre de 1806. Su frustración de 1801 se compensaría con su sutileza actual, logrando de este modo ocupar el territorio luso.
Ya tenemos a Napoleón caminando a ocupar los ansiados estratégicos puntos del territorio español.
El 30 de julio de 1806, el embajador español en París, príncipe de Maserano, envía a la Corte española un aviso oficial en el que se alerta de la formación en Bayona de un Cuerpo de ejército compuesto de 20.000 hombres (conocido como el Cuerpo de observación de la Gironda); en él formaban tres divisiones de Infantería, al mando de los generales Laborde, Loison y Travot; una División de Caballería, mandada por el general Kellermann y un tren de Artillería compuesto de 38 piezas de campaña, al mando del general Taviel. A este Cuerpo mandado por Junot (ex embajador en Portugal) se unirán otras tropas españolas para exigir a Portugal que declarase la guerra a Gran Bretaña. Se trataba de 14.172 hombres de Infantería, 3.300 de caballería y un Tren de 30 piezas de artillería al mando del general Carrafa. En Badajoz debería de situarse el marqués del Socorro al mando de 7.780 infantes, 550 de Caballería y otro Tren de 30 piezas. En la frontera con Galicia se situaría al general Taranco con 6.556 infantes y 25 piezas de Artillería.
Llegado el día, la Primera División se acantonó en Bayona; la Segunda, en San Juan de Luz y pueblos aledaños a la frontera española; la Tercera División se situó en Navarrains y San Jean de Pied de Port. Entretanto la Caballería debería situarse a lo largo de la línea del camino de Bayona a Irún, aunque por la escasez de forrajes, pasaron a vivaquear de mal modo por Pau, Oleron, Castelnay y Aire.
Como en aquel entonces las noticias eran más lentas, también y como casi siempre ocurre, aquí en España y Portugal nadie se enteró de los movimientos franceses hasta que el duque de Frías, Izquierdo y el embajador Maserano lo comunicaron.
El 18 de octubre de 1807 cruza el río Bidasoa la vanguardia de la Primera División encabezada por el general Laborde.
Napoleón, con el pretexto de aplicar el artículo 6º del tratado de Fontainebleau en su anexo (aunque ignorando lo que en él interesaba a España: conocer la necesidad y el momento en que se realizase la introducción de tropas), puso en marcha la máquinaria de invasión. El 22 de noviembre, atraviesa el Bidasoa el general Barbou al mando del Segundo Cuerpo de observación de la Gironda, con instrucciones de situarse en Vitoria. En esos días Godoy, ante los alarmantes avisos del general Laburia, decía: "No entiendo esto de acantonarse en Vitoria, procure Laburia saber algo más y decírmelo...".
El 9 de diciembre Dupont pasó a Burgos, mientras Moncey ocupaba Vitoria y los pueblos inmediatos, hasta que le ordenaron proseguir hasta Burgos. Tras su llegada a esta ciudad, Dupont pasa a cubrir la línea entre ella y Valladolid.
Los dos generales desplegaban sus tropas en total ausencia de consultas con sus aliados españoles. Tal como decía el general Laburia: "...mas parecía una ocupación militar, puesto que se municionaban como pudieran hacerlo en país enemigo...". Desgraciadamente sus sospechas no fueron atendidas y llegarían las desgracias de los años siguientes.
En los primeros días de febrero de 1808, Napoleón ordena a Dupont que se dirija con una División sobre Segovia. A Moncey con otra ha de situarse en la línea de Aranda de Duero. Tanto uno como otro se hallaban desplegados muy lejos de lo que aparentemente era el camino de Portugal, al tiempo que realizaban con sus movimientos unas operaciones muy sospechosas que en ocasiones arrasaban los campos.
Prosiguen las entradas de tropas francesas pertenecientes a los Cuerpos de observación de los Pirineos, y así tenemos que el 7 de febrero a través de Roncesvalles, penetran las tropas al mando del general Dramagnac con 2.500 infantes. Dos días después, el 9, llegan a Pamplona y en sucesivos días lo hará el resto de la División, donde quedan ocupando la ciudad y los pueblos de los alrededores.
Lejos de allí, el 22 de enero, el capitán general de Cataluña, conde de Santa Clara, envía también alarmantes avisos de que los franceses se preparan con numerosas tropas al otro lado de la frontera. El 3 de febrero, desde la Corte, se le indica que "... responda a dichas tropas si tratasen de internarse en estos dominios...". El día 10 penetran los franceses por Figueras, en dirección a Barcelona, con 11.008 infantes, 3.616 de Caballería, al mando del general Duhesme. El nuevo Capitán General, conde de Ezpeleta "... suplicaba al general Duhesme que cesase en su marcha...". Duhesme no se detuvo y el día 13 penetraba en Barcelona al mando de la División Lechi, diciendo que se dirigía a Cádiz.
Como hemos visto en menos de dos meses los franceses habían situado sus tropas en los enclaves más interesantes desde el punto de vista estratégico, sin ser molestados y con el beneplácito de los gobernantes, que en su incompetencia nunca vieron los peligros a que exponían la Nación.
Los movimientos verificados por Dupont y Moncey al caer sobre su flanco izquierdo en dirección a la Corte madrileña, y la marcha sobre Barcelona, producirían la mayor desazón entre quienes realmente iban siendo conscientes de lo que estaba ocurriendo.
El día 16 de febrero, por la mañana, sesenta hombres destinados por el general Darmagnac a llevar las provisiones desde la ciudadela a su campamento, tomaron la ciudad tras una artimaña que sorprendió a la guarnición española. Esa mañana nevaba, los soldados franceses se entretenían mediante el lanzamiento de bolas de nieve, las risas continuas ofrecían a los soldados españoles un espectáculo simpático. Mientras ello ocurría, otros franceses arteramente se infiltraron hacia la entrada de la Ciudadela y allí en abigarrado pelotón, atropellaron al centinela y tras sorprender al Cuerpo de Guardia lograron tomar los fusiles del armero. De inmediato los juguetones soldados abandonan la nieve y se integran al grupo de sus compañeros; otros 100 Granaderos y un Batallón del Regimiento 47, se apoderan de la ciudadela de Pamplona sin que la guarnición hubiese reaccionado.
En Barcelona, Expeleta conoce lo sucedido en Pamplona y se dispone a pedir explicaciones a Duhesme de su presencia e intenciones futuras. Dilaciones por el medio, el día 29 de febrero se observan movimientos de la División Chabran, de guarnición hasta ese momento en Mataró, ante las puertas de la ciudad. Por su parte la División Lechi se presentó ante la explanada de la Ciudadela con pretexto de revistar las tropas que al día siguiente partirían para Cádiz.
Mediada la revista militar, comunica al Gobernador de la Ciudadela que es su intención presentarle sus respetos. Precedido de un Oficial de Estado Mayor, ambos caminan apresuradamente sobre el puente levadizo de la fortaleza. De pronto, como si algo se le olvidase, Lechi se para sobre el puente y mirando hacia fuera da algunas intrucciones al Oficial que manda la Parada. Los españoles, incauta y quijotescamente observan el suceso sin alarmarse. De repente, el Cuerpo que forma más próximo al castillo, el Batallón de Vélites, corren hacia el puente y penetran con extremada rapidez, atropellando las centinelas alcanzan el lugar desde el que observaba el Gobernador español. Este confuso y aturdido, solamente acierta a entregar su espada y la Ciudadela. Luego ese mismo día, ante Lechi caerá el castillo de Montjuich. Barcelona ha caído también en manos de los franceses.
En sucesivos días, el 5 de marzo también caerá San Sebastián. El día 10 castillo de Santa Engracia que en Pancorbo guardaba el Camino Real a Francia, es también entregado a un capitán del Cuerpo de Moncey.
Pamplona, San Sebastián y el Paso de Pancorbo mantendrán expedito los accesos desde Francia, en un país que había sido invadido realmente sin derramamiento de sangre y silenciosamente. Dos errores hubo sin embargo, Gerona y Zaragoza.
Marquesito