1-7-1813. | Acción del Bidasoa | 4-7-1808. | Combate del Congost | 8-7-1813. | Recuperación de Zaragoza |
10-7-1808. | Creación del Batallón de Cazadores de Ciudad Rodrigo | 10-7-1810. | Sitio de Ciudad Rodrigo | 14-7-1808. | Batalla de Rioseco |
19-7-1808. | Batalla de Bailén | 21-7-1812. | Acción de Castalla | 22-7-1812. | Batalla de Salamanca o de los Arapiles |
25-7-1811. | Defensa de Montserrat | 25-7-1813. | Batalla de Sorauren o de los Pirineos | 28-7-1809. | Batalla de Talavera |
Batido el ejército francés en la batalla de Vitoria el 21 de junio, no paró ya hasta meterse en Francia, dejando su retaguardia guarnecidos algunos puestos en la frontera española. Llegó a Irún el general D. Pedro Agustín Girón, y deseando arrojar a los enemigos de las posiciones que todavía conservaban dentro del territorio patrio, encomendó la empresa al brigadier don Federico Castañón, quien, con el regimiento de la Constitución, dirigido por su coronel D. Juan Loarte, y la compañía de Cazadores del 2º regimiento de Asturias, desalojó bizarramente a los contrarios apostados delante del puente del Bidasoa, conservando éstos, sin embargo, las casas fortificadas que en él había. Entonces, una compañías de artillería a caballo a cargo de D. Pablo Puente y otra inglesa del capitán Dubourdieu, comenzaron a batir vigorosamente las obras de los franceses, quienes se retiraron al fin al otro lado del río a las seis de la tarde de dicho memorable día, que era el 1º de julio, después de volar las obras de la orilla española y quemar el puente. En el parte oficial del general Girón se cita con encomio, además de los nombrados, al sargento mayor del 4º escuadrón de artillería a caballo D. Juan Lóriga, quien no contento con llenar bizarramente sus deberes en la batería, marchó a la cabeza de los tiradores que fueron a alojarse en las ruinas de la cabeza del puente en medio de un fuego de fusil muy vivo y cercano, por lo cual se recomienda muy particularmente dicho joven jefe al general Castaños.
Después del primer sitio de Gerona, quedaron fuerzas considerables del ejército francés alojadas en Mataró, desde donde, para proporcionarse subsistencias, que empezaban a escasear ya en los pueblos de la Marina, pensaron ejecutar una expedición al Vallés y la Garriga y castigar de paso a Granollers, cuya junta mantenía en constante alarma a los habitantes de los contornos. Abandonada completamente dicha villa, continuó la marcha el enemigo hacia Vich en número de 3.500 hombres al mando de Chabrán, disponiéndose a salvar, con varios escuadrones y algunas piezas de campaña, el desfiladero asperísimo del Congost. Como antes habían sido ya rechazados y batidos los coraceros de Bessieres en La Roca, en campo abierto, por los paisanos de la comarca armados con escopetas, y aun con hoces y cuchillos, este feliz suceso animó a los nuestros para oponer resistencia más formal, reuniéndose en aquellas escabrosidades los Miñones de Vich, los Migueletes recientemente alistados y unos pocos soldados desertores de la guarnición de Barcelona, mandados todos por el teniente coronel de Ceuta, D. Francisco Milans del Bosch.
El enemigo plantó en batería sus piezas y dio varias acometidas a la entrada del desfiladero; mas su bravura y la pericia de su general fueron impotentes para vencer la obstinación de los españoles, convenciéndose Chabran de que era muy expuesto internarse por tan peligrosa angostura; así que decidió retirarse, efectuándolo con premura tal, acosado por los ágiles y valientes somatenes, que no pudo salvar la artillería. Los franceses se vengaron en Granollers con el saqueo é incendio de las casas, abandonadas por sus moradores.
La batalla de Vitoria (ver 21 de junio), tan fatal para las armas francesas, produjo la retirada general de los ejércitos enemigos a la línea del Ebro, además de la entrada en Francia de José con las tropas que concurrieron a dicha batalla. A pesar de esta concentración de fuerzas, fue necesario también abandonar casi todo Aragón, habiendo recibido el general París, que mandaba en Zaragoza, la orden de evacuar la capital y dirigirse a Mequinenza al arrimo del ejército de Suchet, situado por aquellos días entre Tortosa y Caspe, llevándolo a efecto en la tarde del 8 de julio, cuando ya los españoles de D. José Durán y de D. Francisco Espoz y Mina se disponían a acometer la ciudad, si bien dejaron los franceses 500 hombres en la Aljaferia. Aquella misma noche efectuó su entrada en Zaragoza D. Julián Sánchez (El Charro) con sus lanceros, y al día siguiente Durán, habiendo salido Mina en seguimiento de Paris con su diligencia acostumbrada, apretando tan de cerca de los fugitivos, que tuvieron que dejar la ruta de Mequinenza y tomar la de Francia, siendo alcanzados en Alcubierre donde abandonaron la artillería, el convoy y todo lo que habían sacado de Zaragoza; y así, marchando precipitadamente por Huesca y Jaca sin impedimenta alguna, les fue fácil salvarse y transponer la frontera. A su vuelta sitió Mina la Aljaferia, facilitando su conquista las disensiones entre los jefes de la guarnición; pues irritado el comandante de artillería por algún disgusto que había tenido con el gobernador del fuerte, en la mañana del 2 de agosto prendió fuego por si mismo a una de las bombas del depósito de proyectiles cargados que había en el reducto más próximo a la ciudad, produciendo la voladura de dicha obra y la muerte del autor del siniestro con los 28 hombres que la defendía. Descubierto y sin defensa por aquella parte el interior del castillo, capituló el mismo día la guarnición, quedando prisionera de guerra (Otro oficial de artillería intentó pegar fuego al repuesto, que contenía 4.000 quintales de pólvora; pero advertido por los soldados, pudieron evitar la espantosa catástrofe que se hubiera producido y que tantas víctimas habría ocasionado).
Con los voluntarios que acudieron espontáneamente de muchas partes de la provincia de Salamanca a la plaza de Ciudad-Rodrigo para defenderla contra los franceses que volvían de Portugal en 1808 al levantarse la Península contra el poder de Napoleón, se organizaron en este día cuatro batallones: 1º, 2º, 3º y 4º de Voluntarios auxiliares de la plaza de Ciudad-Rodrigo, siendo sus jefes D. Juan Martínez, D. Manuel Barranco, D. Juan Quintanilla y D. Juan Bautista. Los tres primeros batallones fueron hechos prisioneros cuando la rendición de la plaza en 1810, organizándose con las partidas que había fuera de ella otro batallón con el nombre de Tiradores de Ciudad-Rodrigo, que vino a perder también su libertad en la capitulación de Valencia en 1812. Dicho Cuerpo fue reorganizado por Real Decreto de 30 de abril de 1847 en Leganés con las compañías de Cazadores de Extremadura y Gerona, tomando el nombre de Cazadores de Ciudad-Rodrigo.
Ya en 1808, cuando el levantamiento general de la Península contra los franceses, el general Junot, que mandaba el ejército de Portugal, solicitó desde Almeida se permitiese a sus tropas el paso por dicha plaza; mas su gobernador, que lo era entonces el coronel D. Luís Martínez Ariza, negóse a ello, aprestándose a la defensa con el mayor entusiasmo las seis compañías de Milicia urbana, mientras la poca tropa de artillería que había, a las órdenes del coronel D. Francisco Ruíz Gómez, se dedicaba a montar las piezas en la muralla, secundando a la escasa guarnición el vecindario en masa; cuya actitud, y la presentación en la ciudad de algunos miles de voluntarios, bastaron para infundir respeto al enemigo.
En 1810, siendo ya gobernador de Ciudad-Rodrigo D. Andrés Pérez de Herrasti, natural de Granada, entendido y bravo militar que contaba más de cuarenta y nueve años de servicio, el mariscal Ney, comandante en jefe del VI Cuerpo, intimó el 11 de febrero la rendición, que rechazó aquél con noble energía, disponiendo algunas salidas en los días 12 y 13 para molestar al enemigo, cuando este levantó el campo (En la efectuada el 13, se distinguieron los caballeros Cadetes del regimiento de Mallorca, D. Andrés Araujo, y D. Juan Pérez, que tomaron parte voluntariamente en la empresa, resultando muerto gloriosamente el primero y herido el segundo) para retirarse a Salamanca y preparar los medios de ataque, comprendiendo que solo por la fuerza de las armas podría hacerse dueño de la plaza, cuya conquista había dispuesto el emperador Napoleón al decretar el 17 de abril la concentración en los alrededores de Salamanca de un ejército de 80.000 hombres, mandado por el mariscal Massena, príncipe de Essling, constituido por los cuerpos II, VI y VIII y una Reserva de caballería, y destinado a invadir por tercera vez el reino lusitano, abriéndose paso hasta Lisboa.
Ciudad-Rodrigo, débil plaza de tercer orden, dominada al Norte por dos alturas llamadas teso de San Francisco y teso del Calvario (La primera tiene una dominación de 13 metros sobre la cresta del recinto principal, de 21 sobre la cresta de la falsabraga y de 15 sobre el pequeño teso o del Calvario), está circuída de un antiguo muro del tiempo de los moros, de treinta y dos pies de elevación, y de otro recinto exterior más moderno, sirviendo de falsa-braga, con foso revestido y sin camino cubierto. El gobernador con gran actividad y celo, hizo reparar las murallas, levantar traveses y fortificar el arrabal de San Francisco con obras de tierra, atrincherando los conventos de San Francisco, Santo Domingo y Santa Clara como puntos de apoyo; construir en el recinto la media luna de San Andrés; arrasar el convento de la Trinidad, demasiado próximo al Noroeste, demoliendo el frente que mira a la ciudad. También se construyeron estacadas, se abrieron cortaduras y pozos de lobo y despejaron los alrededores de cuanto podía servir al enemigo para su intento, y como no había almacenes y abrigos a pruebas de bomba, hubo de recurrir a la torre de la catedral, cuya bóveda se cubrió con tierra, para poner la pólvora en seguridad y construir blindajes para la guarnición. La plaza, bien municionada y abastecida, contaba con una guarnición de cerca de 6.000 hombres, formada por tres batallones de Voluntarios de Ciudad-Rodrigo, regimiento de Mallorca, batallones del Provincial de Segovia (Mandaba este batallón el brigadier, marqués de Quintanar) y Voluntarios de Avila y otro de Urbanos, y 340 lanceros de los que mandaba el intrépido D. Julián Sánchez, "El charro", héroe de la comarca, que se metieron en Ciudad-Rodrigo para atender a las salidas, y otros cien soldados montados en caballos de requisa a las órdenes del capitán D. Cayetano Puente; de artillería e ingenieros, que constituyen el alma de la defensa de toda plaza, no había más que dos oficiales de este último cuerpo con 60 zapadores, y del primero 11 oficiales y 37 artilleros para el servicio de 86 piezas de artillería montadas en las murallas, teniendo por lo tanto que instruir precipitadamente en el manejo de ellas a más de 300 reclutas y otros tantos auxiliares de infantería. Desempeñaba el cargo de teniente-rey D. Ramón Blanco; de comandante de artillería el brigadier D. Francisco Ruíz Gómez, al que auxiliaron en su cometido el coronel del Cuerpo, retirado, D. José Cabeza de Vaca, y el teniente coronel D. Isidoro López de Arce, y de ingenieros el brigadier D. Juan de Belestá.
Mientras llegaba el tren de sitio, que hubo de hacer venir de Bayona y de Burgos, envió el mariscal Ney, para que se estableciese frente a Ciudad-Rodrigo, una división de infantería y una brigada de caballería a las órdenes del general Mermet, quien llegó a la vista de la plaza el 25 de abril por la parte de Valdecarros, y el 12 de mayo intimó de nuevo la rendición con frases halagüeñas y laudatorias para el veterano gobernador; mas éste, sin querer abrir el pliego, manifestó al parlamentario "... que su general escusaba molestarse, pues tenía manifestada ya su determinación, y que en lo sucesivo no pensaba tratar más que a cañonazos". Pasóse así el mes de mayo en continuas escaramuzas y choques, en los que se distinguieron muchos oficiales ( Sobresalió entre todos D. Julián Sánchez, quien escoltando al general inglés Crawfurd que había ido a la plaza a conferenciar con el gobernador, vióse amenazado por un grueso trozo de enemigos. Opinaba aquel por volverse prudentemente a Ciudad-Rodrigo; mas el jefe español disuadióle de tal pensamiento y acometiendo con gran arrojo a los franceses consiguió ahuyentarlos, llevando salvo a sus cuarteles al general británico. Dicho famoso guerrillero, antiguo soldado del regimiento de Mallorca, vivía antes tranquilamente en un pueblo cercano a Ciudad-Rodrigo, cuando los franceses en sus correrías llegaron hasta allí y mataron a sus padres y a una hermana, atrocidad que juró vengar D. Julián Sánchez. Reunió por de pronto hasta 200 partidarios, todos montados, que se hicieron célebres a sus órdenes, de cuya tropa nombróle capitán el duque del Parque.), hasta el 30 en que se presentó el mariscal Ney encargado del sitio, con las restantes tropas del VI Cuerpo, fuerte de 25.000 infantes, 1.250 caballos, más de 3.000 artilleros, y 373 zapadores; con 1.300 caballos de la artillería de campaña y 2.250 del tren de sitio ( Se componía de 50 piezas: diez cañones de a 24, siete de a 16, doce de a 12, once morteros, ocho obuses y dos pedreros. El número de disparos de dotación era de 700 por pieza); del VIII Cuerpo, que mandaba el general Junot, se situaron dos divisiones en San Felices y Ledesma para servir de apoyo a la derecha del ejército francés, y la caballería extendióse por ambas riberas del Agueda, poniéndose en comunicación ambos cuerpos por dos puentes de caballetes; el II Cuerpo (Reynier) cubría la izquierda entre el Tajo y el Guadiana. Motivaba tales precauciones, la presencia del ejército inglés al mando de lord Wellington, a seis leguas de Ciudad-Rodrigo.
Embestida ya la plaza por fuerzas tan considerables, efectuaron el 6 de junio una salida por la puerta de la Colada 400 hombres de diferentes cuerpos al mando del teniente coronel de Mallorca D. Luís Minaba, para talar la alameda que cubría el molino de Barragán, en la orilla del río, y desalojar los puestos franceses de las huertas de Samaniego, como lo consiguieron a costa de algunas pérdidas, resultando gravemente heridos los oficiales de dicho cuerpo, capitán D. Ginés Zamora y subteniente D. Carlos Villarejos; distinguiéndose en dicha empresa, además del jefe y oficiales expresados, el teniente D. Juan Albelda. Abrió el sitiador la primera paralela, a 500 metros de la plaza, en la noche del 15 al 16 de junio, y queriendo los defensores retardar los trabajos, efectuaron otra salida en la tarde del 16 con fuerzas de Voluntarios de Avila al mando de su teniente coronel D. Antonio Vicente Fernández, hacia la izquierda de la trinchera: mas en guardia los franceses, rechazaron a los nuestros, que no insistieron en su objeto, dedicándose ya tranquilamente el enemigo a la construcción de las baterías números I al VI, si bien con muchas bajas, y a adelantar sus trabajos hacia la plaza, por lo cual, no pudiendo D. Julián Sánchez seguir molestando al enemigo, salió con sus lanceros y se abrió paso con gran arrojo, atravesando las líneas francesas por el camino de Fuenteguinaldo para unirse a la división española de D. Martín de la Carrera. En la noche del 23 asaltaron los sitiadores el convento de Santa Cruz, cuya guarnición, compuesta de cien hombres de Voluntarios de Avila mandados por los capitanes D. Ildefonso Prieto y D. Angel Castellanos, se cubrió de gloria rechazando reiteradas acometidas de los granaderos franceses. Estos prendieron fuego al edificio; mas los españoles, envueltos entre las llamas, siguieron defendiéndose heroicamente, y aquellos tuvieron al fin que retirarse después de tres horas de encarnizada pelea, que les costó mucha sangre, pudiendo así los nuestros seguir impidiendo por aquella parte los aproches del enemigo, hasta la noche del 25, en que no siendo posible ya sostenerse en las humeantes ruinas del convento, las abandonaron al aproximarse 300 granaderos franceses para intentar un segundo ataque.
A las cuatro de la mañana del 25; las baterías sitiadoras rompieron el fuego sobre la plaza con 46 piezas, contestando la artillería de la defensa con tal energía y precisión, que la batería núm. VI fue pronto reducida al silencio, volados los repuestos de las IV y V que contenían 9.000 libras de pólvora, ocasionando gran número de víctimas, desmontadas muchas piezas, y los parapetos de las baterías todos muy maltratados. Reparados por la noche los desperfectos, continuó el fuego el 26 y los días sucesivos, consiguiendo los franceses destruir la escarpa del saliente NE. del recinto bajo y la muralla del alto junto a la torre del Rey, volar un repuesto de la plaza y poner fuego a muchos edificios, pero sin conseguir superioridad marcada sobre la artillería de los sitiados, que cambiando frecuentemente de lugar sus piezas ligeras, siguió causando grande estrago en las baterías enemigas y en sus sirvientes, retardando los trabajos por dirigir un fuego muy certero contra las cabezas de zapa. Por la noche fue atacado el convento de San Francisco por 300 granaderos escogidos de todos los cuerpos y un destacamento de zapadores; pero fueron recibidos con fuego tan vivo, que se desbandaron completamente, no siendo ya posible volverlos a reunir para dar el asalto. El bombardeo continuó sin interrupción día y noche lanzando los franceses sobre la ciudad de 60 a 70 bombas por hora.
Esquema del sitio (34.478 bytes)
Creyendo el 28 el mariscal Ney amedrantados ya los defensores con la apertura de la brecha, hizo otra intimación al gobernador, bastante amenazadora, a nombre del mariscal Massena, que fue despreciada como las anteriores, aprovechando los españoles las tres horas que duró la suspensión del fuego en levantar un parapeto de sacos de tierra en lo alto de la brecha, desescombrar el pie de la escarpa y reparar las baterías. Dicha negativa causó general asombro en el ejército francés, admirando todos la entereza de ánimo de los sitiados en presencia de 50.000 enemigos, y así fue preciso continuar los trabajos, avanzando hacia la plaza con gran dificultad y pérdidas, teniéndolos que suspender a menudo por el terrible estrago que causaban los cañones de la artillería española, admirablemente dirigida y servida (Carta de Massena del 30 de junio al príncipe Berthier). La lentitud del ataque produjo vivas discusiones entre los oficiales de artillería e ingenieros del ejército sitiador, que se recriminaban mutuamente, y poco satisfecho el mariscal Massena de la marcha del sitio, encargó la dirección de las operaciones del mismo a los comandantes de artillería e ingenieros general Eblé y coronel Valazé, jefes superiores de dichos cuerpos en el ejército de Portugal, en lugar de los del VI Cuerpo.
Impresa mayor actividad a los trabajos con arreglo al nuevo plan acordado, continuó la lucha de artillería, produciendo una bomba de la plaza la voladura del repuesto de la batería núm. III, y otra el de la número VII, a la hora de romper el fuego contra el convento de San Francisco, quedando reducida al silencio. El enemigo, dueño al fin de este edificio y de todo el arrabal, que abandonaron los españoles para concentrar sus fuerzas en el frente atacado, pudo acercarse a la plza, terminar la segunda paralela y construir nuevas baterías: la núm. X para perfeccionar la brecha, la núm. XI de enfilada y la núm. XII de morteros; al mismo tiempo se fortificaban los sitiadores en el arrabal de San Francisco, cuyos trabajos maltrataron bastante los defensores el día 5 de julio, en una salida a cargo de los capitanes D. Miguel Guzmán y D. José Robledo, y los minadores franceses abrían una galería para derribar la contraescarpa del foso del recinto bajo, conteniéndolos largo tiempo en su empresa nuestros ingenieros, bien dirigidos por el teniente coronel D. Nicolás Verdejo, que fue herido. Las nuevas baterías, secundadas por las que no se habían desarmado, rompieron el fuego a las cuatro de la mañana del 9, ensanchando la brecha en una extensión de 30 a 40 metros, tanto en el recinto alto como en el bajo, si bien quedaron desmontadas por los proyectiles de los sitiados tres piezas de la batería núm. X, que sufrió bastantes desperfectos; y hecha practicable aquella en la mañana del 10, además de destruir la artillería enemiga de la estacada, y también el parapeto de sacos de tierra levantado por los españoles durante la noche en lo alto de la brecha, se dispusieron los sitiadores para el asalto, dirigiéndose las columnas de ataque, precedidas de sus músicas, al pie de la brecha, por la que treparon animosos tres valientes soldados con el encargo de reconocerla (Aquellos bravos llegaron a lo alto en algunos segundos, dispararon sus fusiles y levantando los morriones en alto dieron un estridente grito de ¡Vive l'Empereur!, descendiendo acto seguido aclamados por sus compatriotas. Se llamaban, Thirion, Bombois y Billeret.). En aquel momento, las seis de la tarde, enarbolaron los sitiados bandera de parlamento, manifestando el gobernador que se hallaba dispuesto a capitular. Invitado Herrasti a conferenciar con el mariscal Ney, que le esperaba en persona al pie de la brecha, bajó por ella hasta el encuentro del jefe de los sitiadores, quien se apresuró a estrechar la mano del venerable militar con las mayores demostraciones de respeto, felicitándoles por su bella defensa, y concediendo desde luego una capitulación honrosa: los oficiales conservarían sus espadas, caballos y equipajes, y los soldados sus mochilas, quedando unos y otros prisioneros de guerra; los habitantes debían ser respetados.
Los franceses, al tomar posesión de la plaza, quedaron admirados del imponente espectáculo que ésta presentaba, pues toda la parte de la ciudad expuesta al ataque no era más que un montón de escombros, y el resto de ella estaba también ruinosa, sin que hubiese una sola casa intacta; estrago tal había sido producido por más de 24.000 balas de cañón y 15.000 bombas y granadas. Su artillería consumió además 61.000 kilogramos de pólvora, y los ingenieros 22.700 sacos terreros, 597 salchichones y 2.615 cestones. Las pérdidas del enemigo las hace subir Toreno a 3.000; pero los franceses, en sus documentos oficiales, no confiesan más que 53 bajas de oficiales y 1.177 de tropa, producidas en su mayor parte por la artillería, de cuya arma hubo seis oficiales muertos y nueve heridos con 257 bajas de artilleros; los ingenieros experimentaron la pérdida de diez oficiales y 50 zapadores muertos o heridos, no quedando de los restantes uno sólo sin más o menos contusiones. Los españoles, según la relación que hizo del sitio el mismo Herrasti, tuvieron 1.455 muertos o heridos de la guarnición y más de 200 de los habitantes.
El ejército inglés, tan próximo a Ciudad-Rodrigo, no hizo la menor demostración a favor de la plaza sitiada, cuya brillante defensa resultó por lo tanto estéril; sin duda el caudillo británico no consideró prudente aventura una batalla, de éxito dudoso, por ser los franceses superiores en número y más aguerridos.
Después de la dispersión que sufrieron las tropas del general Cuesta en Cabezón el 12 de junio, en cuyo mismo día entraron los franceses en Valladolid, se retiró aquel a Benavente donde reunió los dispersos, incorporándosele reclutas y voluntarios que se esmeró en instruir el teniente coronel don José de Zayas, componiendo el llamado ejército de Castilla con un total de 6.000 infantes y 560 caballos de la Reina, Guardia de Corps y Carabineros Reales, sin artillería alguna, pues las cuatro piezas salvadas del colegio de Segovia por sus oficiales y cadetes habían sido presa del enemigo en Cabezón. El anciano general español no había escarmentado con el fracaso anterior, y lleno de buen deseo, pero confiado en demasía, quiso volver a medir sus fuerzas con las de los franceses, haciendo para ello que se le incorporase el ejército que se estaba organizando en Galicia a las órdenes del general D. Joaquín Blake (Sin haber ejercido nunca el empleo de mariscal de campo le había conferido la Junta de Galicia el de teniente general para que se pusiese al frente de aquel ejército en sustitución del general Filangieri.). Este obedeció de mala gana el acuerdo de la Junta de aquel reino, y dejando en Manzanal la 2ª División, fuerte de 6.000 hombres, a las órdenes de D. Rafael Martinengo, se encaminó el 5 de julio a Benavente donde quedó la 3ª (4.400 hombres) mandada por el brigadier de Marina D. Francisco Riquelme, siguiendo Blake el 10 camino de Valladolid con las divisiones 1ª y 4ª regidas por el jefe de escuadra D. Felipe de Jado Cagigal y el marqués de Portago, y la vanguardia, organizada para la marcha y guiada por el brigadier conde de Maceda, coronel de Zaragoza, mientras Cuesta, que mandaba en Jefe como más antiguo, se situaba con el ejército castellano en Medina de Rioseco para cubrir la marcha de su colega y observar las avenidas de Palencia, donde estaba el enemigo, debiendo continuar después por la carretera general a Valladolid. Más próxima ya a dicha capital la vanguardia gallega, Blake recibió aviso en la tarde del 13 de que el ejército francés amenazaba al ejército de Cuesta, todavía en Rioseco y en consecuencia se dirigió sin pérdida de tiempo hacia dicho punto.
En efecto; el mariscal Bessieres, al saber en Burgos el movimiento de los españoles, pensó enseguida estorbar su marcha a Valladolid, donde podían establecer sólidamente su base de operaciones, y con tal objeto salió de allí el 9, y con gran diligencia concentró sobre la marcha sus tropas camino de Rioseco, llegando al amanecer del 14 su vanguardia a la villa de Palacios, una legua distante. Su ejército se componía de cuatro divisiones, entre ellas la del general Mouton, recién llegada a la Península, cuyos soldados, todos veteranos, habían combatido en Frieldland y Austerlitz, con una fuerza total de 12.000 infantes, 1.200 caballos y 32 piezas de artillería. El efectivo de las tropas españolas reunidas alrededor de Rioseco era de poco más de 21.000 infantes, 700 caballos y 20 piezas, 15.000 de Blake ( Tenía por ayudantes el teniente coronel D. Ramón Calvet, sargento mayor de ingenieros y el teniente coronel D. Juan Moscoso, capitán de artillería. En su ejército desempeñaba el cargo de mayor general el brigadier D. Manuel Fabro, cuyos ayudantes eran los capitanes D. José Maldonado y D. Joaquín Armendariz; el de comandante general de artillería el brigadier D. Juan Silva, con el coronel don Juan B. Meric y el teniente coronel D. José Falc, respectivamente; y de intendente el comisario ordenador D. Manuel Michelena.)., cuyas fuerzas tomaron posiciones en la madrugada del 14, esperando a los franceses por el camino de Valladolid, desorientados los generales españoles por los reconocimientos dirigidos por el enemigo hacia aquella parte; y como a las cuatro de la mañana se supo positivamente que los imperiales avanzaban por la parte de Palacios de Campos, hubo de maniobrar de nuevo, situándose Blake a la derecha, en la meseta conocida por Páramo de Valdecuevas, con la vanguardia, la primera división y los Voluntarios de Navarra, que pertenecían a la tercera; y Cuesta con su ejército de Castilla y la cuarta división del de Galicia a la izquierda, bastante retrasado y distante, en la llanura inmediata a Rioseco, como si no tuviese que ver nada con su colega, sin duda por la poca armonía que entre ambos reinaba, y a cuya circunstancia se puede atribuir fundadamente la causa principal de la derrota que no tardó en suceder.
Massena, al llegar a Palacios, considerando muy superiores las fuerzas de los españoles, titubeó breves momentos si acometía a los nuestros; mas habiendo observado la extraña e inexplicable disposición de las tropas contrarias, decidió en el acto, como a las siete de la mañana, lanzar sus columnas al ataque, precedidas de una línea de tiradores de caballería que levantando densa nube de polvo cubriesen su movimiento. La división Merle se dirigió por la vega del río Juncal contra el ejército de Blake a flanquear su derecha, y la brigada Sabathier a ocupar el teso de Monclín frente a aquél, mientras la división Mouton se encaminaba por la derecha hacia las posiciones de Cuesta, para tener a ésta en jaque e interponerse entre los dos generales españoles. Acometida nuestra derecha por esta parte y por el centro, resistió denodadamente largo tiempo en el Páramo de Valdecuevas, dando algunos Cuerpos de la división de vanguardia brillantes cargas a la bayoneta (De las dos compañías de granaderos de Mallorca murieron gloriosamente sus capitanes D. Fernando Muñoz y D. José Fernández, y el cadete Don Juan Gualberto Enríquez que, habiendo quedado aislado, sucumbió lanzando piedras al enemigo después de quemar su último cartucho; resultó muy mal herido el teniente D. José Soler; y se distinguieron también por su valor el teniente don Fernando de Alcocer y el subteniente D. Rodrigo García del Busto en los que recayó el mando de cada una de dichas compañías.) e inutilizando los esfuerzos del enemigo para dominar aquella posición, secundados los valientes infantes por nuestra artillería, que despreciando el fuego de los cañones enemigos situados en el Monclín, cubría de metralla a las columnas francesas (Como el escritor francés Foy dice que la artillería francesa era superior a la española en número y calidad, el ilustre general Gómez de Arteche, para rebatir su aserto, cita en su historia de esta guerra las palabras textuales del general Blake: las piezas del Monclín hicieron un fuego poco acertado, y nuestra artillería, bien servida, contenía y causaba estrago a los enemigos; y las del historiador alemán Schepeler: la artillería española, servida perfectamente, y con un valor incomparable... Los franceses tenían es esta batalla 30 piezas de artillería; los españoles tenían otras tantas y estuvieron mejor servidas...); mas como los escuadrones de cazadores del intrépido general Colbert, de la brigada Lasalle, consiguieron llegar por una quebrada a lo alto de la meseta, arrollando al batallón de la izquierda de la primera división, compuesto de gente bisoña, las tropas más avanzadas, al ver la confusión iniciada a sus espaldas, vacilaron en la defensa, y los imperiales lograron al fin llegar también al borde de la posición. Desde aquel instante se hizo general el desorden; y aunque el general Blake, levantando en alto la bandera de uno de los regimientos, contiene breves instantes a los soldados españoles auxiliado por otros heroicos jefes y oficiales, entre ellos los de su estado Mayor, D. Juan Moscoso, D. Antonio Burriel y D. José Maldonado, muere gloriosamente por la metralla enemiga el valeroso conde de Maceda ( D. Baltasar Pardo de Figueroa y Sarmiento, octavo conde de Maceda, marqués de Figueroa y de la Atalaya, Grande de España de primera clase. Su espada se conserva en el Museo de Artillería, pieza núm. 1.108.), peleando en primera fila con su regimiento de Zaragoza y los batallones de granaderos (Formados por las dos compañías de granaderos de cada uno de los regimientos de Zaragoza, Mallorca, Aragón y Corona), y acaban por ceder todos el campo menos el incomparable batallón de infantería ligera Voluntarios de Navarra, guiado por su jefe el brigadier D. Gabriel de Mendizábal, cuyo Cuerpo, formando el cuadro, alcanzó gloria inmarcesible conteniendo por sí solo el empuje del enemigo y retirándose después ordenadamente en cuanto lo hubieron efectuado todos los demás cuerpos (Experimentó la pérdida de 72 muertos y 58 heridos; solo un soldado cayo prisionero, y hubo 12 extraviados.); y aun así, fue necesario que acudiese a comunicarle personalmente la orden su mismo general en jefe.
Esquema de la batalla (27.257 bytes)
La división Mouton había avanzado a la par que las demás del ejército enemigo, saliendo espontáneamente los guardias de Corps y los Carabineros Reales al encuentro de los primeros batallones que aparecieron, con denuedo tal, que las avanzadas francesas, no pudiendo resistir el ímpetu de nuestros jinetes, fueron arrolladas y puestas en desorden, por lo que acudieron aceleradamente los escuadrones de húsares y cazadores de la reserva enemiga a contener el avance victorioso de los caballos de Cuesta y de los granaderos del ejército (Los componían las dos compañías del Príncipe, Toledo, Navarra, Sevilla y Nápoles), que llenos de entusiasmo, cayeron al grito de ¡Viva el Rey! sobre una batería francesa ya emplazada y cogieron cuatro cañones, recuperándolos momentos después los jinetes imperiales (Cayeron muertos en aquel lance los ayudantes mayores de Carabineros Escobedo y Chaperon). Pero dueña ya la división Merle de la meseta de Valdecuevas, no tardó en aparecer en su borde, amenazando flanquear y hasta envolver a las tropas de Cuesta, quien, viendo ya sobre sí a todo el ejército contrario, comprendió la temeridad de sostenerse más tiempo, dando en consecuencia la orden de retirada, que no molestaron mucho los franceses, entretenidos en el saqueo de Rioseco, donde cometieron toda clase de atrocidades. Las pérdidas de los españoles ascendieron próximamente a unos 1.000 muertos (Entre ellos el sargento mayor del Provincial D. Manuel Quiroga y Cornide; de Barbastro, el capitán D. Francisco Clemente; el capitán D. Domingo de la Vega, de Sevilla; el teniente de ingenieros D. Luís Cacho Montenegro, cuya compañía de zapadores se hizo notar por su denuedo en medio de la confusión de la derrota; el teniente coronel de artillería D. Rafael de Hoces, y el teniente de dicha arma D. Martín de Castro, acuchillado sobre las piezas de su batería) y heridos, 158 prisioneros y más de 2.000 extraviados, además de trece cañones que cayeron en poder de los vencedores. estos tuvieron unas 500 bajas, contando entre los muertos el general d'Armagnac y el coronel Picton, del 22º de Cazadores.
Blake y Cuesta, más discordes y opuestos que nunca, tomaron el camino de Benavente, desde donde se dirigió el primero hacia el Vierzo para reunirse con las dos divisiones que había dejado en ambos puntos en previsión de un revés, y el segundo hacia León. El rey intruso, que el 9 de julio había pisado tierra de España y continuado a cortas jornadas hasta Burgos, supo allí el 16 la victoria conseguida por sus tropas, y pudo continuar ya satisfecha y desahogadamente su viaje, efectuando su entrada en Madrid el 20.
El general Dupont, que después de abrirse paso en el puente de Alcolea, había penetrado en Córdoba el 7 de junio, entregándola al saqueo, no se atrevió a proseguir su marcha hacia Cádiz hasta recibir refuerzos, noticioso de que se estaba organizando en el campo de San Roque, al arrimo de la plaza de Gibraltar, el ejército español de Andalucía. Este se puso en movimiento, estableciéndose algunas fuerzas en Carmona, y el grueso del ejército, a las órdenes de D. Francisco Javier Castaños, en Utrera, cuya villa y sus alrededores quedaron convertidos en un vasto campo de instrucción ( Fueron tantos los voluntarios que acudieron al llamamiento de la patria que el general Castaños tuvo que mandar a sus casas sobre unos 12.000 paisanos, que consideraba inútiles por no querer llevar ningún regimiento que no fuese organizado. Además, aunque abundan las armas, había escasez de vestuario y equipo, supliendo la falta de cartucheras con saquillos de lienzo, que las damas de Utrera confeccionaron.), dedicándose allí por lo menos ocho horas diarias a ejercicios doctrinales, con tan buena voluntad y celo por parte de todos, que en la revista pasada el 26 de junio, trece días después de verificada la concentración en Utrera, maniobraron las tropas con gran desenvoltura y aire marcial, aunque no con el aplomo y precisión de las veteranas. Dupont, aislado con su división en Córdoba, sin noticias de lo que pasaba a su espalda por estar interceptadas las comunicaciones con Madrid, temió ser atacado y envuelto, y en la noche del 16 abandonó la capital del antiguo califato, dirigiéndose a Andújar, donde se estableció en la mañana del 18, no tardando en incorporársele las divisiones Vedel y Gobert, a las que encargó Dupont vigilasen los pasos del río aguas arriba de Andújar y viesen al mismo tiempo de conservar expeditas las comunicaciones. La escasez de subsistencias obligó al enemigo a enviar una expedición a Jaén, en cuya ciudad repitieron los imperiales, los horrores de Córdoba.
El general Castaños salió de sus cantones de Utrera y Carmona a últimos de junio, en combinación con el general Reding, que salió de Granada el 3 de julio en dirección de Jaén con las tropas allí organizadas, y el primero siguió avanzando desde Córdoba con todo género de precauciones, muy necesarias a la inmediación de un enemigo que llevaba por toda Europa fama de invencible, efectuando la marcha por Bujalance y Porcuna, donde se pusieron en comunicación ambos ejércitos, de los que se formó uno solo bajo el mando del general Castaños ( Organización del ejército de Andalucía el 11 de julio de 1808. General en jefe: D. Francisco J. Castaños; mayor general: mariscal de Campo D. Tomás Moreno; comandante general de Artillería: mariscal de campo, marqués de Medina; comandante general de Ingenieros: coronel D. Bernardo de Loza. Figuraban además en el Cuartel General, los mariscales de campo D. Francisco de Vargas y D. Narciso de Pedro; los brigadieres marqués de Gelo y D. José Augusto de la Porte; los coroneles de Infantería D. Pedro Girón y D. Joaquín Navarro; el de Caballería D. Andrés Mendoza; el de Artillería D. Juan Arriada, y el de Ingenieros D. Juan Bouligny con los oficiales del mismo Cuerpo D. José María Huet y D. Antonio Remón Zarco del Valle.
Primera División (9.436 hombres, 817 caballos, dos compañías de Zapadores y diez piezas de artillería): Comandante general, mariscal de campo D. Teodoro Reding; Segundo comandante, brigadier D. Francisco Venegas; jefe de Estado Mayor, brigadier D. Federico Abadía.
Segunda División (7.850 hombres, 453 caballos, una compañía de zapadores y seis piezas): Comandante general, mariscal de campo, marqués de Coupigny; Segundo comandante D. Pedro Grimarest.
Tercera división (5.415 hombres y 582 caballos): Comandante general, mariscal de campo D. Felix Jones.
División de reserva (6.676 hombres, 408 caballos, una compañía de zapadores y doce piezas): Comandante general, teniente general D. Manuel de la Peña.
Había además un Cuerpo volante o División de montaña a cargo del coronel D. Juan de la Cruz Mourgeon, compuesto de unos 2.000 hombres.).
Con arreglo al plan acordado en dicho punto, el general en jefe se dirigió con la división Jones y la de Reserva, por Arjona y Arjonilla, a los Visos, colinas situadas en la orilla izquierda del Guadalquivir, frente al puente de Andújar, como para atacar al enemigo por aquella parte, y la primera (Reding) se desplazó por la derecha a Menjívar, mientras la segunda (Coupigny) tomaba posición en la Higuereta (Higuera de Arjona) para apoyar a aquella en su marcha y observar al cuerpo francés acantonado en Villanueva de la Reina, debiendo una y otra pasar el río, dirigirse a Bailén para colocarse a retaguardia de Dupont, y caer después sobre Andújar al mismo tiempo que Castaños acometía de frente desde los Visos. El día 13, el general en jefe rompió un vivo cañoneo desde sus posiciones, demostrando una actitud amenazadora; Murgeon pasó el Guadalquivir por el puente de Marmolejo para molestar a los franceses de Andújar por el flanco, retirándose después al Peñascal de Morales; Coupigny, desde la Higuereta, rechazó al otro lado del río a dos batallones enemigos que ocupaban Villanueva, y Reding permaneció impasible en Menjívar, manteniendo ocultas la mayor parte de sus fuerzas ante los reconocimientos que practicó Vedel. (Esto consideramos que fue básico y esencial para el desarrollo final de aquella operación militar). Desorientados los generales franceses, no dieron importancia a la presencia de algunas tropas españolas en dichos puntos, así, que habiendo Dupont pedido refuerzos a Vedel, marchó éste a Andújar con toda su división, sin dejar frente a Menjívar más que dos batallones a cargo del general Liger-Belair, a quien debía apoyar Gobert, para cuyo objeto se trasladó éste de La Carolina a Bailén.
En la madrugada del 16, casi todas las fuerzas de Reding pasaron el río por la barca de Menjívar y por el vado de Rincón, 3 kilómetros más arriba, para practicas un reconocimiento ofensivo en dirección de Bailén. Liger-Belair se replegó con orden buscando el apoyo de Gobert; y éste acudió presuroso en su auxilio, con tan mala fortuna, que cayó muerto de un balazo en la cabeza, causando tal desgracia gran desaliento en las filas imperiales, por lo cual el general Dufour, que sucedió a Gobert, emprendió la retirada. Los españoles se cubrieron de gloria en este combate, rechazando nuestros jinetes e infantes a los coraceros franceses (Cayó mortalmente herido en dicho combate el valeroso capitán de Farnesio D. Miguel Cherif, nieto de los Cherifes de Tafilete, acogidos a la protección española de tiempo de Carlos III). Reding para inspirar confianza al enemigo, retrocedió con sus tropas, estableciendo el campo frente a Menjívar, donde lo tenía antes Liger-Belair, y la Junta de Granada se apresuró a otorgarle el empleo de Teniente general.
El 17, mientras la división española de Coupigny se dirigía a Menjívar para unirse con la de Reding, Vedel llegaba a las ocho y media de la mañana a Bailén para apoyar a Dufour; mas éste, temiendo que las fuerzas irregulares de D. Pedro Valdecañas, que operaban en el camino de Baeza y Ubeda y que habían sorprendido ya un destacamento francés en Linares, se apoderasen de los pasos de la sierra, sostenida por las tropas victoriosas de Reding, había abandonado a Bailén, camino de Sierra Morena; así es que Vedel, después de hacer reconocer todas las avenidas del Guadalquivir, no descubriendo en ellas peligro alguno, siguió desde Bailén tras de Dufour, con el que se reunió en Guarroman, ordenándole continuase hasta Santa Elena, y él se trasladó a La Carolina, esperando noticias del enemigo y nuevas órdenes del general en jefe. Dupont, considerando comprometidas sus fuerzas por la considerable distancia que las separaba, se resolvió a trasladar su campo a Bailén, aunque, tranquilizado por los reconocimientos de Vedel, no tuvo prisa en ello, y en lugar de ponerse en marcha el mismo día 17 por la noche o en la mañana del 18, difirió efectuarlo hasta la noche de este día para ocultar la retirada a Castaños. De este modo, una serie de errores y coincidencias, fatales para el ejército enemigo, permitieron a los españoles llevar a cabo su plan, que por lo dicho se comprende no dejaba de ser bastante peligroso, y asestar de firme el rudo golpe con que amenazaban hace días a los desconcertados y ciegos imperiales, trasladándose en la mañana del 18 las divisiones Reding y Coupigny a Bailén, en cuyas afueras camparon, sin haber tropezado con un solo enemigo.
Esquema de la campaña (16.844 bytes)
No eran todavía las tres de la madrugada del 19, cuando, puesta ya en movimiento la vanguardia española hacia Andújar, anunció el fuego de las avanzadas la presencia de los franceses. Estos habían salido sigilosamente de dicho punto a las ocho de la noche con su numerosa impedimenta, compuesta de 500 ó más carros, en los que iban muchos enfermos y el botín cogido en Córdoba, y marchaban por la carretera silenciosos, tristes y abatidos por aquella prolongada inacción y retroceso, tan contrarios a su habitual manera de guerrear. Mientras D. Francisco Javier Venegas, que mandaba la vanguardia, contenía algún tanto al enemigo, Reding, a quien correspondía el mando, ordenaba sus tropas estableciéndolas rápidamente como indica el croquis (La Artillería, a la que tan sobresaliente papel cupo en esta gloriosa batalla, estuvo dirigida por los coroneles D. José Juncar y D. Antonio de la Cruz, distribuida del modo siguiente: la batería de la derecha, mandada por el capitán D. Tomás Ximénez, con los subalternos D. José Escalera, D. Alonso Contador y D. Vicente González Yebra; la del centro, sobre la carretera, a las órdenes del teniente D. Antonio Vázquez; y la de la izquierda, mandada por el capitán D. Joaquín Cáceres y sostenida por las compañías de ingenieros de D. Gaspar de Goicoechea y D. Pascual de Maupoey ( era D. Pascual o D. Tomás Pascual, oficial de Estado Mayor, procedente de Ingenieros, y capitán de una compañía de Minadores en Bailén. Llegó a brigadier coronel de ingenieros, y fallecería en la acción de Bornos (1º de junio de 1812), la división Reding a la derecha del camino real y la de Coupigny a la izquierda, para hacer frente a Dupont y al propio tiempo a Vedel, que desde La Carolina podía presentarse de un momento a otro por retaguardia. El general Chabert, jefe de la vanguardia francesa, no titubeó un instante comprendiendo lo crítico de la situación en que iba a encontrarse el ejército a que pertenecía, avisó a Dupont y atacó resueltamente la línea española, estableciendo en el centro las seis piezas de su brigada; mas, blanco estas de la batería española del centro, que era de mayor calibre (de a 12), bien colocada y mejor dirigida, fueron al instante desmontados dos de los cañones franceses y muertos o heridos gran parte de los sirvientes, no teniendo más fortuna el enemigo en su derecha e izquierda, pues fue rechazado del Cerrajón y Haza-Walona en que habían podido situarse los nuestros, arrojando de dichas alturas a las avanzadas francesas que las habían ocupado ya, y también del cerro Valentín. Llegó presuroso Dupont, y turbado por aquel fatal contratiempo, no esperó la reunión de todas sus fuerzas, repitiendo imprudentemente el ataque a las cinco de la mañana, con solo la brigada Chabert y la caballería de Dupré, sin otro resultado que aumentar las bajas y el desaliento de sus valientes soldados.
Esquema de la batalla (39.681 bytes)
Forzoso le fue aguardar la llegada de las tropas restantes para tratar de abrirse paso. Cuando toda su división hubo atravesado el Rumblar, dejó en la margen izquierda la brigada Pannetier para hacer frente a Castaños si presentaba, y renovó la pelea con el resto de su infantería y toda la artillería y caballería, acometiendo por el centro la primera bajo la protección del vivo fuego de la segunda, mientras los renombrados y temibles dragones y coraceros de Privé se dirigían hacia el Portillo de la Dehesa para tratar de envolver nuestra izquierda. Apuradas se vieron las escasas fuerzas españolas que había en el Cerrajón y Haza-Walona, por lo cual, acudió en su auxilio el mismo Coupigny; mas los jinetes imperiales cargaron con tal ímpetu y bravura, que nuestros batallones tuvieron que replegarse, con pérdida de una bandera, muriendo gloriosamente el coronel D. Antonio Moya, al frente de su regimiento de Jaén. Continuó Prive la carga contra los cuerpos de la izquierda, todos de Provinciales, que rechazaron serenos la acometida cual las mejores tropas veteranas, a la voz y el ejemplo de sus coroneles el marqués de las Atayuelas, D. Pedro Conesa y D. Diego de Carvajal, refrenando con su inquebrantable firmeza el formidable empuje de los jinetes franceses. Estos se dirigieron entonces a la izquierda y centro de su línea, en el que la batería española de aquella parte seguía inutilizando cañones y montajes a medida que iban apareciendo a su frente, y cubriendo de metralla las columnas de ataque, a las que mantuvo siempre a respetable distancia, saliendo al encuentro de ellos los regimientos de caballería de Farnesio y Borbón; mas acudiendo los coraceros que venían de la derecha, retrocedieron nuestros jinetes bastante desorganizados, penetrando mezclados con ellos los franceses en la batería de la derecha. Los artilleros se mantuvieron serenos en su puesto, defendiéndose con los juegos de armas, dando así tiempo para que la infantería inmediata se rehiciese, y lo mismo Farnesio, cuyos escuadrones fueron conducidos de nuevo a la carga por su sargento mayor D. Francisco Cornet que murió gloriosamente al salvar su batería, frente a la cual quedaron tendidos la mitad de los coraceros. Por la izquierda francesa, los dragones de Privé contuvieron el movimiento envolvente que había iniciado el brigadier Venegas, volviendo unos y otros a sus anteriores posiciones, después de porfiada pelea en el Zumacar grande, donde se distinguió el regimiento de Ordenes militares, mandado por su coronel el brigadier D. Francisco de Paula Soler.
Tal era el estado del combate a las once de la mañana. A franceses y españoles interesaba decidir cuanto antes la contienda, pues podían presentarse de un momento a otro, tanto Vedel como Castaños, y aniquilar al contrario que fuese cogido entre dos fuegos; pero más abatidos los enemigos por el mal éxito de las anteriores tentativas, agobiados de fatiga y medio muertos de calor y de sed (Los españoles, más descansados y hechos al clima, disponían además del agua que les llevaban los habitantes de Bailén, pero no había en su campo una sola mata que les diese sombra, como los olivares que cubrían el campo de los franceses.), bajo los rayos de aquel sol abrasador que caldeaba el campo de batalla, asfixiando a hombres y caballos, estaban en situación más angustiosa que los españoles, a quienes sonreía ya la victoria de una manera indudable. Entonces Dupont, no pensando ya en vencer, pues no era posible, sino tan sólo en abrirse paso a toda costa, mandó venir del Rumblar tres batallones de la brigada Pannetier, y el batallón de marinos de la Guardia Imperial, no dejando allí más que un solo batallón; hizo cundir la voz de que Vedel se encontraba ya próximo y a espaldas del enemigo; recorrió sus quebrantadas filas para recordar las anteriores glorias y pedir a todos un último esfuerzo; y mostrando a sus soldados la bandera española conquistada por los coraceros, pónese con todos sus generales a la cabeza de las columnas y arremete con heroico ardimiento, al grito siempre mágico de ¡Vive l'Empereur! Mas la incansable artillería española continúa impertérrita su obra de destrucción, barriendo con la metralla infantes, jinetes y caballos, revueltos en espantosa confusión; y la infantería, muro impenetrable de bronce, como la llama Thiers, fulmina mortífero fuego por descargas sobre el enemigo, sembrando la desolación y el terror en sus compactas masas. Cae muerto el general Dupré con otros muchos jefes y oficiales; es herido también Dupont, y los bravos marinos de la Guardia Imperial que, dando ejemplo a sus compatriotas, se mostraban dignos, como siempre, de sí mismos, marchando impávidos en columnas cerradas delante de todos, sin hacer caso de los enormes claros que iban produciéndose en sus filas, y sin dejarse oír entre ellos otras voces que la de ¡Serrez la colonne! ¡En avant! y las aclamaciones a su emperador, tienen al cabo que detenerse cerca ya de la línea española, vacilando su incomparable valor, para retroceder en desorden e ir a guarecerse todos en el olivar que cobijaba a los franceses desde el principio de la batalla.
Las fuerzas de aquellos desgraciados se habían agotado ya por completo. Unos 2.000 de ellos yacían muertos en el campo, con un número casi igual de heridos, y los demás, envidiando la suerte de los primeros arrojaban las armas con desesperación para tenderse jadeantes y angustiados al pie de los olivos, buscando su débil sombra. Su artillería, desmontada casi toda (De las dieciocho piezas que tenía Dupont, catorce habían sido desmontadas por la artillería española ("Storia delle campagne é deglir assedi degl'italiani in Spagna dal MDCCCVIII al MDCCCXIII", de Camillo Vacani, Tomo I, pág. 212); y según el parte oficial de Castaños, "... el acreditado Real Cuerpo de Artillería, además de participar de todos los afanes y triunfos referidos, ha inmortalizado su gloria con admiración de ambos ejércitos, pudiéndose asegurar que sus oportunos rápidos movimientos y el acierto de sus fuegos (que desmontó 14 piezas al enemigo), señalaron desde luego, ú por mejor decir, fixaron desde el principio la victoria."), les era completamente inútil; Vedel no aparecía, y en cambio los Tiradores de Cruz Mourgeon que había acudido al oír el fragor del combate, ceñían la orilla derecha del Rumblar, a cuya inmediación se veían amontonados todos los bagajes del ejército francés, al paso que sus avanzadas anunciaban la aproximación de Castaños. Para colmo de desdichas, los dos regimientos suizos de Preux y de Reding, antes al servicio de España, aprovechan la ocasión para reunirse en su mayor parte a sus antiguos camaradas. No habiendo, pues, medio de salir de aquella terrible situación, el general enemigo se apresuró a solicitar de Reding una suspensión de hostilidades para acordar con el general en jefe español las bases de la capitulación, en la que debían ser comprendidas las divisiones Vedel y Dufour, según exigía aquel.
El general Castaños no había podido enterarse de la salida de Dupont de Andújar hasta las dos de la madrugada del 19; y encontrando obstruido el puente, sólo a las ocho de la mañana emprendió la marcha, camino de Bailén, la división de Reserva (Lapeña), cuya vanguardia mandaba D. Rafael Menacho, quien debía inmortalizar después su nombre en la defensa de Badajoz, deteniéndose en la orilla del Rumblar al saber el armisticio concertado, después de anunciar su presencia a Reding con algunos cañonazos.
Vedel, que había recibido el 18 orden de Dupont de asegurar las comunicaciones por La Carolina y Santa Elena, como también por la parte de Linares y Baeza, esperó en La Carolina que se le incorporara Dufour, y aunque en la madrugada del 19 oyó tronar el cañón hacia Bailén, no se puso en movimiento hasta las cinco de la mañana, con tal lentitud, que tardó nada menos de seis horas en recorrer los 14 kilómetros que separaban La Carolina de Guarromán, desde donde, sin sospechar todavía ni remotamente lo que pasaba, hizo practicar un reconocimiento en dirección de Linares. A las dos de la tarde volvió a emprender la marcha, y sólo entonces, al llegar a las cinco frente a Bailén y ver las posiciones que ocupaban los españoles, comprendió la apurada situación en que debía encontrarse su compañero. Reding, al saber la proximidad de Vedel, hizo darle conocimiento de la suspensión de hostilidades, cuidando, no obstante, de reforzar con algunos cuerpos las tropas apostadas a su espalda, vigilando el camino de La Carolina; mas desentendiéndose Vedel de todo, atacó el cerro del Ahorcado. Apresuróse Vedel a obedecer; mas autorizado de palabra por su jefe para ponerse en salvo con sus tropas, emprendió la marcha por la noche en dirección a la sierra, llegando a Santa Elena el 21 a mediodía, aunque alcanzado allí por el coronel de ingenieros D. Nicolás Garrido con la orden terminante e imperiosa de regresar a Bailén, exigida por los generales Castaños y Reding, que amenazaron a Dupont con pasar a cuchillo a la división Barbou, completamente cercada ya por todo el ejército de Andalucía, tuvo que efectuarlo mal de su grado por haberse acordado así en junta de jefes (De veintitrés jefes que asistieron a la junta, solo cuatro opinaron por continuar la retirada).
La capitulación se firmó al fin el 22, despues de muchas discusiones, en la casa de postas que media entre Bailén y Andújar, donde se había establecido Castaños; por ella debía quedar prisionera de guerra toda la división Barbou, con la que había peleado Dupont, y la de Vedel evacuar la Andalucía, traladándose ambas a Sanlucar de Barrameda y Rota desde donde se darían a la vela para Rochefor embarcadas en buques tripulados por españoles (La capitulación no fue cumplida por falta de transportes y marinería. Además, habiéndose caído un cáliz de la maleta de un oficial en el embarcadero del Puerto de Santa María, fueron maltratados muchos de los prisioneros y despojados de sus equipajes, cuyos atropellos no pudo impedir el general Castaños.). En su consecuencia, las legiones de Dupont, en número de 8.242 hombres, los vencedores de Austerlitz y de Friedland, que habían paseado sus águilas victoriosas por todo Europa, desfilaron por delante del ejército español y fueron a deponer sus armas y banderas junto a la Venta del Rumblar, a lo largo de la carretera, presentándose Dupont a Castaños triste y angustiado (ver cuadro al óleo de J. Casado del Alisal).
Las divisiones Vedel y Dufour (9.393 hombres) formaron pabellones y entregaron en depósito sus armas y material de guerra. Las demás tropas que faltaban del cuerpo de ejército del egenral Dupont hasta el número de 22.475 hombres, descartados los 2.000 muertos en la batalla, acudieron de Santa Cruz de la Mudela, Manzanares y otros puntos de la comunicación con Madrid, para dar cumplimiento al convenio celebrado por sus jefes.
El capitán d'Villoutreys, que había entablado en Bailén los primeros tratos, llevó a Madrid la triste noticia, escoltado hasta Aranjuez por una sección de caballería española. El 29 de julio supo el rey intruso la amarga nueva, y el 30 abandonaba la Corte madrileña, siguiéndole el 31 con la retaguardia el mariscal Moncey, para establecerse en Miranda de Ebro, en cuyas inmediaciones se concentraron 60.000 franceses. El 1º de agosto respiraba Madrid completamente libre del enemigo; el 13 entraba en ella el general D. Pedro González Llamas con las tropas de Valencia y Murcia, y el 23 lo efectuaba Castaños por la puerta de Atocha con la división de Reserva del ejército de Andalucía, siendo recibido con el júbilo consiguiente. Los imperiales levantaron también el sitio que tenían puesto a Zaragoza.
Tales fueron las consecuencias de este memorable triunfo que no costó a los españoles más de 243 muertos, entre ellos diez jefes y oficiales (Además de los dos jefes ya indicados murieron gloriosamente: el capitán de Jaén, D. Carlos Sevilla; el de Caballería de Farnesio, D. Gregorio Prieto; los de Caballería de España, D. Alonso González y D. Miguel de Sanjuán; los subtenientes de Provinciales, D. José Ariza, D. Natalio Garrido y D. Nicolás Muñóz, y el cadete de Ordenes Militares, D. José Demblans.) y 735 heridos. Al general Castaños, cuya espada y bastón de mando se conservan en el Museo del Ejército, sección de Artillería, números 1.897 y 1.898 (En el Museo Naval, con el número 716, existe un sable de marina de la Guardia Imperial, cogido en el campo de batalla el día de la misma, por el capitán de navío D. Francisco Aguirre), se le concedió el título de Duque de Bailén, y la Cruz de distinción a todos los que asistieron a esta batalla, con el lema: "Fernando VII. Bailén".
Con el objeto de distraer las tropas del mariscal Suchet, llamando su atención hacia la costa para poderlas batir con superioridad de fuerzas, el general D. José O'Donell hizo aparecer a la vista de Denia y Cullera una escuadrilla de buques ingleses y españoles, que no llevaban a bordo más tropas que el regimiento de Mallorca. El mariscal francés creyó que sería la expedición anglo-siciliana que por aquellos días se esperaba de Palermo, y acudió aceleradamente con parte de sus tropas para oponerse al desembarco, dejando fuerzas poco considerables en las posiciones que los nuestros se disponían a atacar, como lo efectuaron en la mañana del 21 de julio. El enemigo tenía la división Harispe distribuida entre Alcoy donde había una brigada con dicho general, otra brigada en Ibi a las órdenes del coronel Mesclop, un regimiento de esta brigada con su general Delort en Castalla, y un regimiento de dragones en Onil y Blair.
Los españoles, cuyo número ascendía a 12.000 hombres, se distribuyeron para el ataque en cuatro trozos, formando el ala derecha apostada entre Ibi y Jijona bajo el mando de D. Felipe Roche; otro, el centro, a las órdenes del brigadier D. Luís Michelena, situado a media legua de Castalla; la izquierda en Petrel, mandada por el coronel D. Fernando Miyares, y una reserva regida por el conde de Montijo a una legua de retaguardia, en la Venta de Tibi. La caballería, a cargo del brigadier coronel D. Rafael Santiestéban, se situó en Villena.
Acometió el primero a los franceses el brigadier Roche, repeliendo al enemigo de Ibi, en cuyo frente dejó Mesclop dos cañones y algunas compañías, corriendo a amparar a Declort que fue también atacado en Castalla por nuestra izquierda y centro y obligado a abandonar el pueblo, ocupado en seguida por Michelena. Dándose ya la mano los dos jefes franceses, esperaron la llegada de los dragones, los cuales se emboscaron en unos olivares, y tomando entonces la ofensiva cayó Delort sobre los españoles, que seguían avanzando confiados por aquellas primeras ventajas; mas saliendo de pronto los jinetes imperiales, ocultos hasta aquel momento, cargaron por el flanco a nuestros batalloens, que, no apoyados por la caballería, todavía distante, fueron fácilmente desbaratados, acuchillando los dragones a algunos del centro y cogiendo muchos prisioneros, sin que pudiese evitarlo la reserva, que intentó en vano protegerlos. Rechazados los españoles por el lado de Castalla, volvió Mesclop a Ibi y acometió a Roche quien se mantuvo firme en su puesto, hasta que acudiendo de Alcoy el mismo general Harispe con algunas fuerzas se fue replegando camino de Alicante, donde todos entraron tristes y avergonzados por tan ignominiosa jornada, que costó nada menos de 2.800 prisioneros, con 800 muertos y heridos, dos cañones, tres banderas, fusiles y bastantes municiones. Hubo sin embargo, algunos cuerpos que cumplieron con su deber a costa de pérdidas espantosas (El regimiento de Bailén se distinguió en la primera parte de la jornada al atacar al enemigo apostado en Castalla, formando parte de la brigada Miyares, a las órdenes de su coronel D. Juan O'Charan. Allí murió gloriosamente su Sargento mayor D. Antonio Merlo; y cuando se vió cargado por los dragones franceses, no perdió la serenidad, defendiéndose con el mayor valor hasta quedar totalmente destruído, pues murieron seis oficiales y cien soldados; resultaron heridos un comandante, 13 oficiales y otros 300 individuos de tropa y quedaron 400 prisioneros. El padre capellán Fray José María Rodríguez pudo salvar una bandera del Regimiento con inminente riesgo de su vida, en medio de la horrible carnicería que la caballería francesa hacía en sus valientes compañeros de Bailén. También se distinguió el subteniente D. Pedro Corral al principio del combate. En la orden general del Ejército el general en jefe D. José O'Donell calificó el comportamiento del Regimiento de Bailén de valiente y distinguido; a los soldados que sobrevivieron, se les concedió una gratificación pecuniaria; la oficialidad mereció las más expresivas gracias de su general y la Regencia del reino, previno que se propusiera al Regimiento para el premio a que se le considerase acreedor por su heroico hecho.). También se dio el siguiente episodio: El regimiento de La Corona, de la brigada Michelena, peleó también con bravura, perdiendo a su bizarro coronel D. José Pirez. El abanderado D. Juan Santos, cubierto de heridas que empaparon de sangre la enseña de la patria, logro no obstante poner a salvo la bandera confiada a su honor. Cuando el rey Fernando VII pasó por Valencia de regreso de su cautiverio, se encontraba allí de guarnición el Regimiento de La Corona y enterado el monarca de aquel glorioso suceso, besó enternecido la bandera, promovió al alférez Santos al empleo inmediato, y le otorgó la gracia de usar una banda, en lugar del porta-bandera, con esta honrosa inscripción: "Me salvaste y teñíste con tu sangre". La bandera fue depositada en el Santuario de Atocha en 1815.
Atribuyóse esta funesta derrota a las desacertadas disposiciones de D. José O'Donell, impaciente por atacar al enemigo en vísperas de llegar a Alicante la división anglo-siciliana, afirmando otros muchos haber desaparecido dicho general de la acción en el trance más apretado. También se echó la culpa de aquel desastre al brigadier Santiestéban por no haber acudido oportunamente con su caballería ( Dicho pundonoroso jefe, joven de 29 años, no pudiendo sufrir los cargos que le hacía la opinión pública, que empañaban su reputación, se puso enfermo, exaltóse su espíritu, y trastornándose su cabeza no tardó en morir protestando de su inocencia y exigiendo a su esposa le jurase no cesaría en sus gestiones hasta dejar completamente vindicada su honra. Así lo hizo dicha señora; y no satisfecha con el fallo absolutorio del Consejo celebrado den Valencia, al regreso de Fernando VII pidió se abriese de nuevo el proceso, declarando el Tribunal supremo de Guerra y Marina en 5 de enero de 1815 al brigadier D. Rafael Santiestéban inocente e inculpable de aquella catástrofe.).
Resuelto lord Wellington a tomar la ofensiva al ver a Napoleón empeñado en la guerra con Rusia, levantó el 12 de junio sus reales de Fuenteguinaldo y se dirigió hacia Salamanca, dividido su ejército en tres columnas, a una de las cuales iban agregados la brigada española de Don Carlos de España y los guerrilleros de D. Julián Sánchez. A su aproximación, el ejército francés llamado de Portugal, que mandaba el mariscal Marmont, duque de Ragusa, y estaba acantonado en dicha capital, la evacuó en la noche del 16, dejando una guarnición de 800 hombres escogidos en los tres duertes levantados allí en los conventos de San Cayetano, Merced y San Vicente, y tomó la vuelta de Toro; mas pesaroso después, volvió sobre Salamanca, cuando ya los ingleses habían escogido buenas posiciones en San Cristóbal y llevado de Almeida artillería gruesa para batir los fuertes de que se apoderaron las tropas británicas el 17, ocupando los dos primeros por asalto y el último por capitulación.
Marmont retrocedió de nuevo a Toro y Tordesillas perseguido por los ingleses, que se detuvieron en Rueda, estableciéndose aquel en la margen derecha del río Duero, éstos en la izquierda, hasta que se incorporó al ejército francés la división Bonnet, fuerte de 10.000 hombres, que le envió Cafarelli de Asturias, con lo cual se elevó el efectivo de sus tropas a 47.000 soldados, de ellos 3.000 de caballería. Entonces, habiendo sabido el general enemigo que el sexto ejército español de Galicia se dirigía a Castilla, decidióse a presentar batalla a su contrario en la primera ocasión oportuna, procurando atraer a lord Wellington a sitio conveniente. Con tal motivo, ambos ejércitos no hicieron durante algunos días sino marchar y contramarchar de uno y otro lado del Duero, ya en la dirección de Toro, ya volviendo sobre Tordesillas, observándose mutuamente y viendo cada uno si podía coger al otro en algún descuido o ganar alguna posición ventajosa que le permitiese batir a su rival.
Al fin Mamont, haciendo ademán de repasar el Duero por Toro, contramarchó rápidamente en la noche del 16 al 17, lo efectuó por Tordesillas y juntó todo su ejército en Nava del Rey en la mañana del mismo día, habiendo andado sin parar nada menos que diez leguas. Acercóse después al Guareña, en cuya orilla izquierda estaban situados los ingleses, y poniéndose el 20 en marcha por su izquierda, obligó a Wellington a emprender igual movimiento por su derecha, dándose el singular y raro espectáculo de dos fuertes ejércitos, marchando paralelamente a menos de medio tiro de cañón uno del otro, por las dos orillas de un pequeño río, sin empeñar combate, que unos y otros deseaban. De este modo volvió el general inglés el 21 a sus estancias de San Cristóbal de la Cuesta, y el francés fue a pasar el Tormes entre Alba y Huerta.
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Inminente ya la batalla, atravesaron los aliados dicho río por Salamanca, dejando en la margen opuesta, junto a Cabrerizos, la 3ª división inglesa y la brigada de caballería portuguesa de Urbán, y se establecieron apoyando su derecha en el más pequeño de los cerros llamados Arapiles, que dan nombre al pueblo inmediato, y la izquierda en Santa Marta, cubriendo su línea de retirada a Ciudad Rodrigo. Los franceses, viniendo del río Tormes, se situaron frente a dichas posiciones cubiertos por un espeso bosque, ocupando Calvarrasa de Arriba, la altura de Nuestra Señora de la Peña y el Arapil grande, excelente punto de apoyo que los aliados habían cometido el descuido imperdonable de no ocupar antes. La vanguardia inglesa, apostada en Calvarrasa de Abajo y en Pelabrabo, replegóse a su línea de batalla al aproximarse el enemigo, quedando sólo en el último punto una brigada de dragones.
En la mañana del 22 empezaron a maniobrar los franceses en torno del Arapil Grande cubriendo al despliegue hacia su izquierda con numerosas baterías para tomar una posición oblicua respecto a la de los contrarios amenazando sus comunicaciones con Ciudad Rodrigo, por lo cual Wellington, temiendo además fuese reforzado el enemigo con el ejército del centro que conducía el rey José en persona, llamó hacia sí las fuerzas que había dejado al otro lado del río y las colocó emboscadas tras la Aldea Tejada, para cubrir su retirada, que había empezado ya a emprender a las diez de la mañana. Mas, observando entonces con el ojo avizor de los grandes capitanes que Marmont prolongaba en demasía su ala izquierda, debilitándola, dispuso instantáneamente aprovecharse de la falta de su adversario. Rápido como el pensamiento, lanzó sus tropas al ataque en cuanto dio las instrucciones necesarias, acometiendo a la izquierda enemiga la 3ª división y la caballería del general Urbán con ánimo de envolverla por el estrecho valle del arroyo Zurguen; el centro la brigada portuguesa Bradford, las divisiones 5ª y 4ª y la caballería de Cotton, sostenidas por la 6ª y 7ª que formaban en segunda línea, apoyando el flanco derecho de dichas tropas la brigada española de Don Carlos de España y dos brigadas de caballería, y el izquierdo, la brigada portuguesa Pack que debía arremeter contra el Arapil Grande. La brigada de dragones de la división Cotton y la división 1ª y ligera formaban el ala izquierda en expectativa de los sucesos.
El éxito más completo coronó las excelentes disposiciones del caudillo británico. La caballería francés, que formada en masa acudió a sostener el ala izquierda de su línea, fue arrollada en una carga impetuosa, y descubierta aquella se vio tan rudamente embestida, que tuvo que retroceder en bastante desorden al bosque que tenía a sus espaldas, dejando en poder de los aliados más de 3.000 prisioneros. Las divisiones 5ª y 4ª avanzaron también escalonadas sobre el centro de los imperiales, empezó a replegarse. El general Pack no tuvo tanta fortuna en su empeño contra el Arapil Grande, pues fue rechazado, aprovechando una brigada de caballería enemiga ocasión tan oportuna para caer sobre la 4ª división inglesa que tuvo que cejar muy maltratada, y ocupar su puesto la 6ª, restableciéndose así favorablemente el combate en aquella parte de la línea.
El mariscal Marmont, al ver arrollada una de sus alas, y bastante mal parado el centro, acudió en persona a remediar el mal; pero tuvo la desgracia de ser herido gravemente en el brazo y costado derecho, y lo mismo el general Bonnet que le sucedió, recayendo al fin el mando en el general Clausel. Tan repetidas desgracias hicieron decaer el ánimo de las tropas francesas; y habiendo conseguido la 6ª división inglesa enseñorearse del Arapil Grande, se declaró todo el ejército enemigo en retirada, protegida por la derecha, que no abandonó su puesto hasta el anochecer, impelida a ello por las tropas aliadas apostadas a la izquierda de nuestra línea. El movimiento lo efectuaron los contrarios con bastante orden, cubriéndose con los encinares del Tormes, cuyo río repasaron sin tropiezo, aunque perseguidos; sólo el 23, abandonada la retaguardia por la caballería, dejó tres batallones en poder de los soldados británicos, que no llevaron la persecución más allá de Peñaranda por haber sido reforzado el enemigo con 1.200 caballos procedentes de su ejército del Norte.
Las pérdidas de los franceses consistieron en 1.800 muertos, entre ellos los generales Ferey, Thomieres y Desgraviers, 2.500 heridos, 7.000 prisioneros, nueve banderas y estandartes y once cañones; los aliados experimentaron unas 5.000 bajas, pérdida de consideración ocasionada principalmente por el empeño del Arapil Grande.
Esta célebre batalla, que valió a lord Wellington el Toisón de oro por parte de la Regencia (La esposa del príncipe de la Paz, doña María Teresa de Borbón regaló al general Wellington, duque de Ciudad Rodrigo, el collar de la Orden que había pertenecido a su padre el infante D. Luís) y nuevos honores y mercedes por el Parlamento británico, fue fecunda en resultados, pues el enemigo levantó el sitio de Cádiz, y el rey José, que el mismo día del combate pasaba el puerto de Guadarrama con 10.000 infantes y 2.000 caballos para auxiliar a Marmont, tuvo que retroceder a Madrid, que abandonó por segunda vez el 10 de agosto, dejando guarnecido el Retiro. El general inglés, que había llegado el 30 de julio a Valladolid, sentó el 1º de agosto sus reales en Cuellar, de donde salió el 6 en seguimiento de José por Segovia y los puertos de Guadarrama y Navacerrada, entrando los aliados en la capital el 12 por la puerta de San Vicente. La guarnición del Retiro, compuesta de 2.500 hombres de todas las armas, capituló el 14, entregando gran número de armas y municiones y 189 piezas de artillería allí almacenadas. El rey intruso se replegó hacia el Tajo, y luego siguió a Valencia, a donde llegó el 31 de agosto.
El general Suchet, elevado después de la conquista de Tarragona a la alta dignidad de mariscal de Francia, pensó en desalojar a los españoles de la montaña de Montserrat, que había fortificado, conservando además en Cataluña el castillo de Figueras, estrechamente bloqueado por el mariscal Macdonal, Cardona y la Seo de Urgel. Dicho punto, conocido en toda España por su singular estructura, con sus escarpadas rocas, sus torrenteras y sus elevados picachos, como también por sus célebres monasterio y santuario, constituía un excelente refugio para los somatenes, que caían desde aquellos riscos sobre las columnas enemigas que se aventuraban por los caminos de sus inmediaciones. Fortalecida dicha posición con algunas obras de defensa y baterías avanzadas, habíase refugiado allí la Junta del Principado, que se apresuró a abandonar la montaña cuando la pérdida de Tarragona, temiendo muy fundadamente fuese atacada por los franceses, y se trasladó a Solsona con el general D. Luís Lacy, nombrado para suceder al marqués de Campoverde, desacreditado éste en la opinión pública por no haber tratado de salvar aquella plaza. El nuevo caudillo se dedicó a rehacer su ejército, despidió a bastantes oficiales por ser excesivo su número ( El mismo día que Suchet atacaba a Montserrat, emprendían la marcha dichos oficiales con 500 caballos y otros soldados desmontados, a las órdenes del brigadier D. Gervasio Gasca. Faldeando los Pirineos, tuvieron que vadear ríos perseguidos por las guarniciones de los pueblos inmediatos, y llegaron el 5 de agosto a Luesia donde tuvieron que dispersarse, reuniéndose de nuevo en Eibar, y con las guías que les dio Mina fueron a cruzar el Ebro el 12 consiguiendo al fin incorporarse al ejército de Valencia después de tan largo rodeo, efectuado en una marcha admirable y prodigiosa de 186 leguas.) y encomendó al barón de Eroles la defensa de Montserrat, con unos 3.000 hombres a lo sumo.
Suchet reunió en este día en las cercanías de dicho punto casi todas sus fuerzas, y temprano, en la mañana del siguiente día 25, emprendió el general Abbé el ataque por el camino que de Casa-Masana conduce al monasterio, apoyándole el general Maurice-Mathieu, gobernador de Barcelona. Empeñado el combate para apoderarse de las baterías y cortaduras abiertas en la roca que cubrían dicha avenida, se sostuvieron bien los nuestros sin que los contrarios lograsen adelantar un paso; mas habiéndose encaramado por la montaña algunas tropas ligeras, acribillaron con su mortífero fuego a los artilleros, que se mantuvieron, no obstante, valientes y serenos en su puesto, hasta perecer casi todos, entre ellos el teniente del Cuerpo, D. Francisco Brías. Vencida la principal dificultad, avanzaron los franceses hacia el monasterio, flanqueados por sus ágiles tiradores, que desde los altos molestaban en gran manera a los defensores del edificio, los cuales siendo cortos en número para tantos enemigos como les acometían, no fue difícil a éstos enseñorearse del convento, que abandonaron los españoles, salvándose casi todos por las asperezas del terreno, bien conocidas de ellos.
Dejó Suchet en Montserrat al general Palombini con su brigada y alguna artillería, cuya fuerza no tardó en ser molestada, causándole don Ramón Mas, con sus somatenes, la pérdida de 200 hombres.
Enojado el emperador Napoleón con lo sucedido en Vitoria, cuyo desastre atribuyó a la impericia del rey José y de su mayor general el mariscal Sourdan, destituyó a ambos por decreto de 1º de julio, fechado en Dresde, y nombró en su lugar al mariscal Soult con el título de lugarteniente general. Así terminó el pobre monarca intruso, de un modo tan poco airoso, su efímero reinado en España.
Soult tomó el 12 de julio, en San Juan de Pie del Puerto, el mando de los ejércitos franceses, llamdos del Norte, Portugal, Mediodía y Centro, que refundió en uno sólo, denominándolo Ejército de España, dividido en tres cuerpos de tres divisiones acada uno, a las órdenes el de la Derecha del conde de Reille, el del Centro a las de Erlon, y el de la Izquierda a las de Clausel, con otro Cuerpo de Reserva, mandado por el general Villate, dos divisiones de caballería pesada, regidas por Tilly y Treilhard, y otra ligera confiada a su hermano político el general Soult. Expidió el nuevo caudillo el 23 de julio una jactanciosa proclama, y reunidas el día siguiente junto a San Juan de Pie del Puerto casi todas sus fuerzas, emprendió las operaciones para hacer levantar el bloqueo de Pamplona, acometiendo Soult con 33.000 hombres por el lado de Roncesvalles, al paso que el conde de Erlon lo hacía por la parte de Maya con otros 13.000.
Las estancias de los aliados eran las siguientes. La brigada británica Wing, con la división española de D. Pablo Morillo, en la derecha, cubriendo el Puerto de Roncesvalles, sostenidas dichas fuerzas por la 4ª división británica (Cole) situada en Viscarret. En el centro, que mandaba el general Hill, frente de la 2ª división británica, y la portuguesa del conde de Amarante, cuyas tropas se extendían por el valle del Baztan, con la división Camphell en los Alduides; la izquierda, constituida por las divisiones ligera y 7ª, se acantonaba en la altura de Santa Bárbara, villa de Vera y Puerto de Echalar, apoyadas unas y otras fuerzas por la 6ª división británica. La reserva, formada por la 3ª (Picton), se hallaba apostada por Olagüe. Mantenía además las comunicaciones de estas tropas con el 4º ejército español, situado en Guipúzcoa, la división de D. Francisco Longa.
Trabóse la refriega el 25 por la mañana, siendo aquella afortunada para los franceses, pues los aliados tuvieron que replegarse más a retaguardia, pasando a situarse los de la derecha en Lizozín y cercanías de Zubiri, y las del centro a Irurita. El regimiento de León, mandado por su teniente coronel Aguier, defendió largo rato y con brío la fábrica de municiones de Orbaiceta. El movimiento retrógrado de los aliados, empujado por Soult, continuó en los días siguientes 26 y 27, deteniéndose en sitio acomodado para cubrir la capital de Navarra, con cuyo objeto se estableció la derecha enfrente de Huarte y en los cerros que hacen cara al pueblo de Villaba, sostenida por el ejército español de Andalucía, a las órdenes del conde de La Bisbal, quien dejo sólo frente a Pamplona, sosteniendo el bloqueo, a D. Carlos de España con 2.000 hombres (Al saber la guarnición la aproximación de Soult hizo una salida con grandes demostraciones de júbilo atacando al general D. José Aymerich, cuyas fuerzas se desordenaron perdiendo algunos cañones; por fortuna acudió don Carlos de España y repelió a los franceses haciéndoles volver a encerrarse a la plaza.). Soult tomó posiciones en los montes que se extienden desde Ostiz a Zubiri, y acometió el mismo día a los nuestros; pero fueron inútiles sus tentativas para apoderarse de una eminencia de la derecha, defendida gallardamente, a presencia de lord Wellington, por el regimiento español de Pavía que mandaba su coronel D. Francisco Moreda, el del Príncipe, a las órdenes del teniente coronel D. Javier Llanas, uno portugués y otro británico: sólo consiguió ocupar a Sorauren, en el camino de Ostiz. El día 28 se renovó el combate, que se hizo general, y después de varias alternativas vióse el mariscal francés rechazado en todas partes, empezando a perder la esperanza de socorrer a Pamplona, por lo cual se apresuró a enviar cañones, heridos y casi todo el bagaje camino de Francia, en previsión de tener que retirarse.
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El caudillo imperial, desistiendo ya de su primitivo objeto al ver que las fuerzas que mandaba Hill se habían aproximado el 29 a donde estaba Wellington, dándose la mano con las anteriores por Lizaso y Marcalaín, discurrió aprovechar la ocasión para socorrer a San Sebastián, y trató de abrirse paso por el camino de Tolosa, abrazando y ciñendo la izquierda de los aliados; pero advirtiendo lord Wellington en la mañana del 30 dicha maniobra, comprendió al instante la intención del enemigo, y sin pérdida de tiempo determinó atacarlo, como lo efectuó resueltamente, con tal acierto y vigor, que Soult se vio obligado a abandonar sus estancias. El general británico acudió entonces en auxilio de su izquierda, donde el conde d'Erlon había conseguido alguna ventaja sobre Hill, el cual se había visto obligado a retroceder hasta colocarse en unos cerros cerca de Eguarás, y así, en retirada general los franceses, volvieron a situarse los aliados en la tarde del 1º de agosto en las mismas posiciones que ocupaban ocho días antes al empezar Soult sus operaciones.
Ambos caudillos maniobraron con singular maestría y destreza en esta serie de movimientos y combates, habiendo costado a los aliados 6.000 bajas y más de 8.000 a los franceses.
El mariscal Victor, a pesar de la victoria conseguida en Medellín (ver 28 de marzo), no juzgó prudente proseguir a Andalucía, fortificándose en el Guadiana, de Medellín a Mérida; y tratando después de coadyuvar a las operaciones de Soult en Portugal, a cuyo caudillo suponía ya próximo a Lisboa, se dirigió a Alcántara, donde entró el 14 de mayo (Al retirarse de dicho punto un cuerpo de tropas portuguesas después de un corto combate, su coronel Mayne (inglés) hizo volar el famoso puente , obra portentosa del tiempo de Trajano, respetada siempre hasta por los moros.), siguiendo luego hasta el vecino reino; mas temeroso de las fuerzas británicas apostadas en Abrantes, al mando del general Wellesley, que había arrojado ya a Soult de Portugal, retrocedió a Torremocha el 8 de junio, y fue a sentar sus reales en Plasencia el 19, continuando su retirada hacia Talavera a la aproximación del ejército británico. Cuesta, que había rehecho de nuevo su ejército, fue avanzando desde Monasterio en pos de Victor, situándose primero en Fuente del Maestre, y luego, el 20 de junio, en las casas del Puerto de Miravete, frente al puente de Almaraz, vigilando su ala derecha el Puente del Arzobispo. Wellesley levantó su campo de Abrantes el 27 de junio, llegó el 30 a Castelho Branco y penetrando en España el 3 de julio, se dirigió por Zara la Mayor y Coria a Plasencia, donde se estableció el 8, pasando seguidamente el 10 a conferenciar con el general Cuesta para acordar el plan de campaña.
Aunque no se tenían noticias exactas de la posición de los ejércitos franceses, los aliados, unidos ya, se movieron hacia el río Alberche, camino de Madrid, pasando los españoles el 19 el Tajo por Almaraz y Puente del Arzobispo, para pernoctar el 20 en La Calzada, a retaguardia de los ingleses, situados ya en Oropesa, adelantándose al día siguiente aquellos por Velada; y después de algunos combates, los franceses del mariscal Victor se acogieron a la margen izquierda del Alberche, ocupando Cuesta y Talavera el 22. El enemigo permaneció el 23 tranquilo en sus nuevas posiciones, al abrigo de algunas baterías que dominaban todo el curso de aquel río desde Cazalegas, donde había establecido el caudillo francés su cuartel general, y en la noche de dicho día tomó por Torrijos el de Toledo, librándose así el I Cuerpo de una derrota segura, pues el cuerpo británico de Wilson se encontraba ya en Escalona, gracias también al desacuerdo en que estaban Wellesley y Cuesta, el primero de los cuales hizo atacar al enemigo el mismo día 23, a lo que se opuso el segundo pidiendo se difiriese el ataque hasta la madrugada siguiente, prudencia inoportuna y extraña en el caudillo español, quien en cambio se aventuró el 24 con sólo las tropas de su mando en persecución de los franceses.
Estos concentraron sus fuerzas detrás del río Guadarrama, uniéndose el 25 al I Cuerpo (Victor), el rey José en persona con algunas tropas de la guarnición de Madrid, y el IV Cuerpo (Sebastiani) que apostado antes cerca de Daimiel observaba al ejército de la Mancha mandado por el general Venegas, lo que elevaba el número de enemigos por aquella parte a cerca de 50.000; y aunque el intruso no pensaba tomar la ofensiva hasta que el mariscal Soult acudiese desde Salamanca con los tres cuerpos de su mando sobre la espalda de los aliados, el imprudente avance de Cuesta y la impaciencia de los franceses por escarmentar a aquel, malogró plan tan acertado, anticipando la batalla, pues el 26 salieron al encuentro de los españoles y arrollaron en Torrijos y Alcabón a la vanguardia de aquellos y a la caballería que les amenazaba, compuesta de los regimientos de Calatrava y Villaviciosa (Murió en la refriega el valiente coronel de dicho regimiento Barón de Armendariz), corriendo en su amparo el duque de Alburquerque con una división de 3.000 caballos. El enemigo no fue más allá de Santa Olalla, y Cuesta, no queriendo pasar en desorden el Alberche a la vista y en presencia de unos aliados tan egoístas como soberbios (según Gómez de Arteche), se mantuvo en la orilla izquierda, no trasladándose a la opuesta hasta la mañana del 27.
Inminente ya la batalla, que unos y otros deseaban, llamó Wellesley a Wilson, que había avanzado hasta Navalcarnero, a cinco leguas de Madrid, y el ejército aliado tomó posición entre el Tajo y el cerro de Medellín, formando los españoles en tres líneas, a la derecha, en número de 33.000 hombres, de ellos 7.000 de caballería, distribuidos en una vanguardia, reserva, cinco divisiones de infantería y dos de caballería (Las mandaban respectivamente, por el orden expresado: D. José de Zayas, D. Juan Berthuy, el marqués de Zayas, D. Vicente Iglesias, el marqués de Portago, D. Rafael Manglano, D. Luís Alejandro Bassecourt, D. Juan de Henestrosa y el duque de Alburquerque.), y los anglo-portugueses a la izquierda, en número de 16.000 infantes y 3.000 caballos, repartidos en cuatro divisiones (A las órdenes de los generales Sherbrooke, Hill, Mackenzie y Camphell), sirviendo de unión entre unos y otros en el centro de la línea de batalla, que abrazaba una extensión de tres cuartos de legua, un reducto empezado a construir por los británicos en un altozano llamado Pajar de Vergara, artillado con diez piezas de campaña; otra gran batería establecida a la derecha junto a la ermita de la Virgen del Prado enfilaba la carretera general y batía toda la margen del Tajo y los olivares del llano.
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Los franceses cruzaron el Alberche al mediodía del 27 viniendo desde luego a las manos con la división Mackenzie que, en posición avanzada junto a aquél río, se vió muy comprometida, pudiendo al cabo replegarse en buen órden junto a la línea, detrás de las restantes tropas de su nación; el mismo Wellesley, que observaba los movimientos del enemigo desde la torre de Salinas estuvo a punto de caer prisionero, salvándose sólo por la prontitud con que montó a caballo. Distantes todavía José y Sebastiani, y a pesar de ser ya de noche, el mariscal Victor, el héroe de Montebello y de Friedland, avaro de gloria, lanzó la división Ruffin al ataque del cerro de Medellín, llave de toda la línea anglo-española, dejando las divisiones Villate y Lapisse de respeto en observación de los movimientos que pudieran emprender los aliados. Los imperiales salvaron el barranco del arroyo Portiña y treparon al cerro, de pendiente muy empinada y escabrosa, cargando a la bayoneta sobre los ingleses de Hill con su impetuosidad acostumbrada; y aunque lograron dominar la altura arrojando de ella a los soldados británicos, rehechos éstos, acometieron bizarramente a los asaltantes, que fueron a su vez arrojados de la altura que acababan de conquistar, no teniendo más fortuna al repetir segunda vez el ataque. También los dragones de Latour-Maubourg, que servían de lazo de unión entre I Cuerpo y el IV, apoyados por la división Lewal, cayeron sobre la izquierda, introduciendo desorden espantoso en algunos cuerpos de la primera línea, que huyeron llenos de pánico, no parando muchos de los fugitivos hasta Oropesa, mezclados con ellos oficiales y soldados británicos. Afortunadamente, la artillería de nuestra extrema derecha, el fuego de los otros cuerpos y la caballería de Alburquerque contuvieron la acometida de los jinetes imperiales, que fueron a acogerse a los olivares ( La falta de disciplina de que se acaba de hacer mención, algo disculpable en soldados bisoños, sin uniforme muchos de ellos, fue castigada al día siguiente por el enérgico Cuesta, haciendo diezmar a los cuerpos que flaquearon, severidad cruel pero indispensable para enseñar a no huir en el campo de batalla. Intercedió el general británico y suspendió el español el castigo, cuando habían sido fusilados ya 50 hombres, quinta parte de los que debían de sufrir tan terrible pena.)
Al amanecer del 28 se renovó el combate. Los aliados se mantenían en las mismas posiciones de la tarde anterior, reforzando Wellesley su izquierda con parte de la división de caballería del duque de Alburquerque, y con la 5ª división española (Bassecourt) que se situó en los peñascales de Atalaya. El mariscal Victor mostró todavía mayor empeño en tomar el Medellín, que atacó la misma división, apoyada por el fuego de más de 50 piezas de artillería; pero aislados, como anteriormente el Cuerpo de Sebastiani y la reserva de José, pudo Wellesley sacar impunemente fuerzas del centro y dirigirlas al flanco de la posición atacada, con lo cual los tres regimientos de la división Ruffin fueron rechazados con pérdidas enormes, pues no bajaron de 1.500 los muertos y heridos que de dichos cuerpos quedaron tendidos en las gradas de aquel cerro, tan fatal a los franceses.
En vista de este segundo fracaso, reunió el rey intruso a los mariscales Victor, Sebastiani y Jourdan, que era su jefe de Estado Mayor general, para acordar si convenía retirarse o continuar la batalla, decidiéndose al fin aquél, después de larga deliberación, a seguir el parecer de Victor, disponiendo un ataque general combinado a toda la línea aliada (Influyó en dicha determinación el saber que Soult no podría estar en Plasencia hasta el 4 ó 5 de agosto, y que Venegas avanzaba hacia Toledo y Aranjuez con el ejército e la Mancha). Wellesley no desperdició el tiempo que le daba su adversario, pues tomó nuevas disposiciones y pidió al general Cuesta algunas piezas de mayor calibre que las suyas, siendo reforzadas las que artillaban el reducto del Pajar de Vergara con otras cuatro mandadas por el capitán Uclés. Los soldados de uno y otro campo aprovecharon aquella tácita suspensión de hostilidades para bajar al arroyo Portiña a apagar la sed ardiente que les producía el extraordinario calor.
Esquema de la batalla (29.726 bytes)
Hacia las dos de la tarde propiciaron a ponerse en ejecución las órdenes transmitidas por el Estado Mayor. Avanzaron simultáneamente las columnas francesas, trabando pelea la división Lewal, que formaba en la izquierda enemiga. Costó algún trabajo a los aliados rechazar la acometida que dieron aquellos al reducto del Pajar de Vergara, y reiterando los contrarios el ataque con gran brío, salieron a su encuentro algunos batallones españoles y una sección de artillería mandada por el teniente Don Santiago Piñeiro (de las Casas) que cubrió de metralla a los agresores, cayendo enseguida sobre ellos el Regimiento de caballería del Rey en una brillantísima carga, guiado por su coronel el brigadier D. José María de Lastres, quien resultó herido, sustituyéndole el teniente coronel D. Rafael Valparda. Nuestros valientes jinetes atropellaron por entre los soldados de Lewal, dando lugar a que se cogiesen diez cañones, cuatro de los cuales trajo al campo español el teniente Piñeiro.
A la misma hora embistieron los enemigos la izquierda de los aliados, tratando la división Ruffin de envolver el cerro que le servía de apoyo, mientras parte de la de Villate la amenazaba por el frente. Salió a impedirlo la caballería británica, apoyada por la de Alburquerque, dando una carga, impetuosa sí, pero extemporánea, en la que sufrieron gran quebranto los dos regimientos que la iniciaron, particularmente uno de dragones, por haber tropezado en una profunda zanja cuya existencia ignoraban, a pesar de lo cual, cruzó por entre los cuadros y columnas enemigas, aunque sin éxito alguno contra ellos, pudiendo salvarse a duras penas la mitad de su gente. No obstante, la formidable masa de caballería que tenían a la vista impuso respeto a los franceses, y éstos suspendieron el movimiento, contribuyendo no menos a dicha resolución la actitud de la 5ª División española (Bassecourt) dispuesta en aquel momento a bajar de los Peñascales para tomar parte en el combate, y el estrago que en ellos causaba el fuego de la artillería a caballo de la División de Alburquerque, dirigida con singular acierto por el capitán D. Diego de Entrena y el teniente D. Pedro Ladrón de Guevara.
Mayor empeño hubo en la parte de la línea comprendida entre el cerro de Medellín y el reducto del Pajar de Vergara. Atacaron por la derecha la división Lapisse, y por la izquierda la de Sebastiani, apoyadas por la de Lewal, que temeroso de la caballería española avanzó pausadamente por cuadros escalonados; mas el primero fue rechazado y mortalmente herido, y sus soldados tuvieron que retirarse perseguidos por los guardias ingleses, los cuales se vieron a su vez en grave apuro por haberse dejado llevar demasiado de su impetuoso ardor en la persecución. Salváronlos del peligro, si bien a costa de muchas pérdidas, otro regimiento británico, la caballería de la misma nación y la batería española de Entrena que tan importante papel jugó en toda la jornada. La división Sebastiani tuvo que replegarse también siguiendo el movimiento de las tropas de su derecha.
Eran sólo las cinco de la tarde, y sin embargo los franceses no consideraron prudente dar nuevos ataques a la línea aliada, permaneciendo tranquilos en sus posiciones, y el día siguiente repasaron el Alberche, retirándose sin ser molestados, José y Sebastiani a Toledo, y Victor hacia Maqueda y Santa Cruz de Retamar, desde donde volvió a los pocos días a ocupar a Talavera, cuando a su vez se retiraron los aliados a la izquierda del Tajo a consecuencia de la llegada del mariscal Soult a Plasencia el 1º de agosto.
La batalla de Talavera fue, pues, completamente infructuosa, habiendo costado más de 7.000 hombres a cada uno de los contendientes, de ellos 1.200 españoles. Sin embargo, se prodigaron honores y mercedes, siendo agraciado Wellesley por su gobierno con el título de lord vizconde Wellington de Talavera, y por el español con el empleo de Capitán general; Cuesta recibió la Gran Cruz de Carlos III. Se creó además una Cruz con esta inscripción: "Talavera 28 de julio de 1809". El veterano caudillo cita en su parte oficial como distinguidos a algunos oficiales de graduación y a sus ayudantes, y especialmente al Regimiento de caballería del Rey al que pertenecían el capitán D. Francisco de Sierra que cogió un cañón al enemigo y el alférez D. Pablo Cataneo, de dieciséis años de edad, que mató por su mano a cuatro enemigos.