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Siguiendo el "Año militar español" .

6-4-1812. Sitio de Badajoz 9-4-1812. Sorpresa de Arlabán 10-4-1811. Sorpresa del Castillo de San Fernando de Figueras
10-4-1814. Batalla de Tolosa 11-4-1813. Acción de Yecla 12-4-1810. Defensa de Hostalrich
13-4-1813. Acción de Castalla 22-4-1810. Sitio de Astorga 22-4-1810. Montellano (Cádiz)

6-4-1812. Sitio de Badajoz

Dueño lord Wellington de Ciudad Rodrigo (Ver 19 enero), pensó en apoderarse de Badajoz. Movióse al efecto desde Yelbes, donde había sentado sus reales, y después de echar un puente de barcas sobre el río Guadiana, dos leguas por bajo de dicha plaza, se presentó delante de ésta el 16 de marzo. El gobernador francés, general Philippon, había reparado, mejorado y aumentado considerablemente las obras de defensa; y la guarnición, compuesta de unos 5.000 hombres, tenía víveres para cuarenta o cincuenta días, pero escaseaban las municiones. Eligieron los ingleses como frente de ataque el comprendido entre los baluartes de la Trinidad y de Santa María, más al descubierto, y abrieron en la noche del 17 la trinchera a 300 metros del reducto de la Picuriña, disponiendo al efecto de 3.000 útiles, 80.000 sacos terreros, 1.200 cestones y 700 faginas, preparados de antemano. Efectuaron los sitiados una salida el 19 con 1.100 infantes y 70 caballos, causando bastante daño en los trabajos; pero éstos continuaron con ahínco a pesar de haberse metido el tiempo en aguas desde el 20 al 25, creciendo el Guadiana hasta el punto de arrastrar el puente de barcas, quedando de este modo interceptada la comunicación entre ambas orillas. No obstante estos contratiempos, pudieron ya los sitiadores romper el fuego el 25 desde la primera paralela con 28 piezas repartidas en seis baterías: dos contra la Picuriña y cuatro para enfilar y destruir el frente atacado, y asaltado dicho fuerte al anochecer del mismo día, consiguieron los ingleses apoderarse de él.

Abierta la segunda paralela a la distancia de 130 toesas del cuerpo de la plaza, se construyeron algunas baterías de brecha contra la cara derecha del baluarte de la Trinidad, el flanco izquierdo del de Santa María y la cortina comprendida entre aquel baluarte y el de San Pedro. Como los sitiados habían preparado hacia este lado una inundación con las aguas del Rivillas por medio de una esclusa cubierta con el rebellín de San Roque, trataron los ingleses de enseñorearse de este fuerte para inutilizar dicha esclusa; mas tropezaron con dificultades que no pudieron allanar y no les fue posible conseguir su objeto. Mientras tanto se iba aproximando a Extremadura el mariscal Soult, y noticioso de ello lord Wellington, resolvióse a asaltar la plaza en cuanto estuvieran practicables las brechas.

Dióse la acometida a las diez de la noche del 6 de abril. Tomado el rebellín de San Roque, avanzaron dos divisiones, formadas en columna cerrada, para atacar la brecha de la Trinidad y de Santa María, mientras otras fuerzas llamaban la atención del enemigo desde Pardaleras a Guadiana, procurando escalar el baluarte de San Vicente y su cortina, y el general Picton se dirigía con la tercera división al asalto del castillo. Penetraron sigilosamente en el camino cubierto las tropas encargadas de atacar las brechas, saltando animosas al foso, no obstante tener la contraescarpa una elevación de doce pies. Apercibiéronse entonces los defensores de la proximidad de sus enemigos y rompieron sobre ellos un fuego espantoso de fusilería y metralla, al mismo tiempo que hacían estallar un rosario de bombas de a 14 pulgadas enterradas en el foso y les arrojaban desde lo alto de las murallas multitud de proyectiles, piedras y barriles incendiarios. Ordenáronse los ingleses y se dirigieron a las brechas; mas tropezaron con una cuneta abierta en el fondo del foso, de seis pies de profundidad, llena de agua, y ahogándose muchos en ella, sirvieron sus cadáveres de paso para los demás, que, afrontando heroicamente una muerte segura, trataron de abrirse paso por entre los numerosos obstáculos que obstruían en todas direcciones el acceso a las brechas. Dos veces acometieron valerosos hasta llegar a los caballos de frisa, formados por gruesas vigas erizadas de hojas de armas blancas en que se clavaban los de las primeras filas empujados por las de atrás, y las dos fueron rechazados, retrocediendo en el mayor desorden. Sin aliento ni ánimo para dar una tercera embestida, apiñados en el reducido espacio comprendido entre los dos baluartes, sin avanzar ni retirarse, sordos a la voz de sus jefes, estuvieron durante más de dos horas expuestos al fuego destructor de los franceses, que a mansalva produjeron en aquella inmóvil masa humana horrible carnicería. Apesadumbrado lord Wellington, iba a ordenar ya la retirada para aguardar la luz del día, cuando supo que Picton había escalado y tomado el castillo y que el general Leith, rechazado de Pardaleras, había podido penetrar en la plaza escalando el baluarte de San Vicente, y se corría a lo largo de la muralla para coger por la espalda a los defensores de las brechas. Entonces, imposible ya toda resistencia, fueron aquellas abandonadas, refugiándose el bravo Philippon en el fuerte de San Cristóbal, en donde a las seis de la mañana rindió a discreción.

La desgraciada ciudad de Badajoz fue tratada por los humanitarios ingleses, amigos y aliados de los españoles, con tal barbarie, que los mismos escritores de su nación, testigos presenciales ( Napier.- "History of the Peninsular War". An British Officer.- "The united service journal".) confiesan no se registra ejemplo semejante en los anales de los pueblos civilizados. Cuantos excesos, crímenes, horrores, atropellos y hechos los más escandalosos puede concebir la imaginación más depravada, tuvieron allí lugar durante dos días completos. Los desventurados habitantes sufrieron toda clase de vejaciones e insultos, sin distinción de sexo ni edad, pereciendo muchos de ellos a manos de aquellos salvajes, que en número de 20.000 penetraron furiosamente por todas partes, sin que edificio alguno pudiese librarse de la desenfrenada rapacidad de aquella horda de bandidos; y cuando no quedaba ya nada que robar ni destruir, se les veía por las calles completamente borrachos (Muchos de ellos se ahogaron en una bodega sumergidos en el vino que se escapaba por los agujeros abiertos a balazos en los barriles), a tiros con todo el mundo, aun con sus mismos camaradas, disputándose el botín, que pasaba a manos del más fuerte. Los destacamentos que entraron en la ciudad para restablecer la disciplina se dejaron contaminar con el ejemplo, y los jefes y oficiales manifestaron ser impotentes para contener tales desmanes; el mismo Wellington se vio amenazado por las bayonetas de sus soldados, que le impidieron entrar en la plaza; solo terminaron aquellos horrores, cuando, agotadas las fuerzas de todos por tantos excesos, pudieron imponerse otras tropas que acudieron con tal objeto; sin embargo, el día 9 se estableció en el campo un mercado con todas las presas hechas, a ciencia y paciencia de los jefes británicos.

Perdieron los franceses en tan bizarra defensa 1.300 hombres muertos y heridos ( Entre los 3.500 prisioneros se encontraban el comandante Nieto, el capitán Romero, los tenientes Jambarí, Olize, Guevara y algunos soldados españoles que, entregados a los guerrilleros, fueron inmediatamente fusilados. El capitán de Artillería Farinas, sabiendo la suerte que le aguardaba, se hizo lanzar al espacio poniéndose en la boca de un mortero en uno de los últimos disparos que hizo la plaza.); los sitiadores contaron de menos más de 5.000 hombres, de los cuales unos 3.500 solo en la noche terrible del 6; 500 en la escalada del baluarte de San Vicente, otros tantos en la toma del castillo y 2.500 en las brechas. Las Cortes españolas dieron las gracias al ejército inglés por la conquista de Badajoz, condecorando a Lord Wellington con la gran cruz de San Fernando.

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9-4-1812. Sorpresa de Arlabán.

Noticioso D. Francisco Espoz y Mina de que se dirigía a Francia un rico convoy escoltado por 2.000 franceses, pensó apoderarse de él, para lo cual maniobró diestramente, y haciendo en un día una marcha de más de 15 leguas, se presentó con sus fuerzas al amanecer del 9 en las inmediaciones del cuerpo de Arlabán y Salinas, cuando el enemigo le suponía todavía en el alto Aragón. Emboscada su gente de manera que envolvía completamente el pueblo, y secundado por D. Gregorio Cruchaga, caudillo no menos entendido y bravo, cuando se descubrió el convoy, hiciéronle los soldados de Mina una nutrida y mortífera descarga, cayendo sobre los contrarios a la bayoneta antes de que tuviesen tiempo de reponerse de acometida tan brusca. Desordenada la columna, huyó precipitadamente parte de la retaguardia, protegida por los fuegos del castillo de Arlabán, artillado con cuatro piezas; el resto de ella fue envuelto y acosado por todas partes, teniendo que entregarse prisioneros los que no quedaron muertos o heridos, que fueron 600. Recobraron la libertad muchos prisioneros españoles que iban en el convoy para sufrir duro cautiverio en Francia, y se cogió rico botín, con dos banderas. Distinguiéronse en este combate el comandante D. Francisco Ignacio Asura y el subteniente D. León Mayo, que mató de un sablazo a M. Deslandes, secretario del rey José.

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10-4-1811. Sorpresa del Castillo de San Fernando de Figueras.

Debióse la realización de este hecho a la iniciativa del capitán D. José Casas, de la Segunda Legión catalana, que mandaba el doctor D. Francisco Rovira. En inteligencia aquél con Juan Marqués, criado del Guarda-almacén de víveres del castillo, por medio de un estudiante llamado Juan Floreta y los cuñados del primero Pedro y Ginés Pou ( Estos dos hermanos recibieron como recompensa el empleo de capitán de Caballería, que legitimaron a la terminación de la guerra, obteniendo plaza de alumnos en el Colegio militar. Marqués y Floreta, más infortunados, cayeron prisioneros cuando los franceses entraron de nuevo en la fortaleza, y pagaron con la vida su patriotismo)., se procuró una llave falsa de la poterna que daba al foso desde el expresado almacén. Hechos los preparativos necesarios, salieron el 6 de abril del Esquirol, cerca de Olot, D. Juan Antonio Martínez, que reclutaba gente en aquella comarca, y D. Francisco Rovira, y pasaron con 500 hombres a Ridaura, donde se les incorporaron otros 500, llegando el 7 a Oix, como para entrar en Francia, lo que creyó el enemigo al ver que continuaban el 8 por Sadernas a Llerona, en cuyo punto permanecieron hasta el mediodía del 9; mas aprovechando un fuerte temporal, cambiaron repentinamente de ruta, dirigiéndose a Vilaritj, pueblo distante tres leguas de Figueras y situado en una altura, límite entre el Ampurdán y la montaña. Permanecieron allí ocultos en un bosque hasta la noche, y a la una de la madrugada del 10, convenientemente distribuidos, yendo delante el capitán Casas, subió éste con sus soldados por la explanada, cubiertas las armas, frente al hornabeque de San Zenón; metióse por el camino cubierto y descendió al foso; franqueó con su llave la entrada de la poterna, penetró por los almacenes subterráneos y dirigióse a desarmar la guardia de la puerta principal, siguiéndole el resto de las fuerzas, que se desparramaron por la muralla y sorprendieron a la guarnición, dormida tranquilamente en sus cuarteles, lo mismo que el gobernador, general Goyon (Fue sentenciado por un Consejo de Guerra a ser pasado por las armas; pero atendiendo a sus antiguos servicios y movidos por las súplicas de su mujer y de su madre, le perdonó el Emperador), haciéndola prisionera. El barón de Eroles, que había salido el día 9 de Martorell para apoyar la sorpresa, se posesionó el 12 de los fuertes que tenían los franceses en Olot y Catellfullit, cogiéndoles 548 prisioneros y, después de derrotar a su paso por la sierra de Puigventós a un regimiento enemigo, entró en Figueras el 16.

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10-4-1814. Batalla de Tolosa.

Después de la batalla de Orthez (ver el 27 de febrero), el ejército aliado al mando de lord Wellington, convenientemente reforzado por el IV ejército español, continuó la persecución del ejército francés del mariscal Soult. Llegó éste a Tolosa el 24, y aprovechando la delantera que llevaba a su contrario, empezó a atrincherarse; y aun cuando las tropas anglo-hispano-portuguesas llegaron a la vista de la ciudad el 27, no empezaron a efectuar el paso del Garona hasta el 4 de abril, en que quedó terminado el puente, teniendo que suspender dicha operación hasta el 8, por la crecida que tuvo el río a consecuencia de las fuertes lluvias de aquellos días, quedando en aquel intervalo divididas las fuerzas entre ambas orillas y muy expuestas las de la derecha a un fracaso; mas afortunadamente, atento sólo Soult a fortificarse, no sacó partido de la crítica situación en que había quedado parte del ejército aliado, y este pudo reunirse tranquilamente en la opuesta orilla.

Hasta las siete de la mañana del 10 no empezó el ataque a las posiciones enemigas. Muy fuertes éstas de por sí, por los canales y ríos que rodean a Tolosa, ceñida la ciudad por sus antiguos y gruesos muros, con reductos en las colinas del Este, y por las numerosas obras de campaña que se construyeron, estaban defendidas por 32.000 soldados, sin contar la guardia urbana, los cuales tenían que hacer frente a fuerzas casi dobles en número. Se dirigió la principal acometida a las colinas de Montrave y el Canivet; por la derecha el mariscal Beresford con las divisiones inglesas Cole y Clinton, y por el centro e izquierda de dichas estancias las divisiones españolas de D. José Ezpeleta y de D. Antonio Garcés de Marcilla, dirigidas por el general D. Manuel Freire, que llevaba a su lado, como segundo, a D. Pedro de la Bárcena y a D. Gabriel de Mendizábal, éste sin mando alguno, como simple voluntario. El general Hill amenazaba el arrabal de Saint Ciprien, en la orilla izquierda, y las divisiones Alten y Picton amagaban otros puntos del recinto en la derecha. Posesionáronse los españoles en una buena acometida del altozano de la Pujade, frontero a dichas posiciones; y cuando recibieron el aviso de estar ya próximo Beresford a caer sobre la derecha enemiga, continuó el avance Freire a la cabeza de sus tropas, que en dos columnas se dirigieron al ataque sin disparar un tiro hasta llegar cerca de la escarpa de las obras enemigas; mas fueron recibidas por un violento fuego de metralla y fusilería, que llevó el destrozo y la muerte a las filas de los batallones españoles; no obstante, al principio continuaron éstos impávidos y serenos, a pesar de las enormes bajas que experimentaron; pero al cargar la división d'Armagnac a la bayoneta por la izquierda, vacilaron ya y acabaron algunos cuerpos por huir atropelladamente, cediendo el campo en desorden. Acudieron a sostenerlos la Brigada que había quedado de Reserva en Pujade, y algunos Cuerpos portugueses; voló lord Wellington al sitio del combate con los generales D. Luís Wimphen y D. Miguel de Álava, y gracias a los esfuerzos de todos, especialmente de los del general Freire, se pudo rehacer la hueste, sosteniendo con firmeza el choque con el enemigo, si bien a costa de muchas y sensibles pérdidas (Murieron gloriosamente D. Leonardo Sicilia, coronel de Cantabria, cuyo Regimiento se mantuvo firme y denodado bajo los atrincheramientos enemigos hasta que Wellington mismo le mandó retirarse; El coronel D. Francisco Balanzat, de La Corona, y D. José Ortega, teniente coronel de Estado Mayor, contándose entre los heridos a los generales D. Gabriel de Mendizábal y D. José Ezpeleta, y a los brigadieres D. Pedro Méndez Vigo y D. José María Carrillo). Al propio tiempo embestía Beresford la derecha francesa con el mayor brío, arrostrando sus tropas con flema británica el violentísimo fuego que recibían de las fuerzas que coronaban las tropas de dicho lado, que cayeron una tras otra en su poder, primero el reducto de la Sypière, llave de la posición, en la extrema derecha, y luego los del centro, "les Agustins" y "le Colombier". Faltaba sólo por conquistar los otros dos reductos situados al Norte, sobre los que avanzaron victoriosos los ingleses, ayudándoles en su empresa por el frente D. Manuel Freire, hasta conseguir desalojar al enemigo de todas sus posiciones. Dueños de ellas los aliados, plantaron en las cumbres su artillería, con lo que el mariscal Soult desistió ya de recuperarla, terminando la batalla, última de esta guerra, a las cuatro de la tarde. Pelea tan sangrienta y empeñada costó a los aliados unos 4.600 hombres, 2.000 a los ingleses, otros tantos a los españoles y 600 a los portugueses.

Soult permaneció en Tolosa todo el siguiente día, evacuándola en la noche del 11 al 12 por el camino de Carcasonne para juntarse con el mariscal Suchet, en retirada también desde Cataluña. El mismo día 12 entraron los aliados en la ciudad, aclamados ruidosamente por los habitantes.

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11-4-1813. Acción de Yecla.

En combinación el Segundo Ejército español, que mandaba D. Francisco Javier Elío, con la División mallorquina de D. Santiago Whittingham y la expedición anglosiciliana a cargo de Sir John Murray, operaba en las provincias de Murcia y Alicante, ocupando una línea que se extendía de Alcoy a Yecla, por Castalia, Biar y Villena, con algunas tropas en Saxo y Elda. Preocupando al mariscal Suchet la reunión amenazadora de los aliados, concentró parte de sus fuerzas en Fuente-la-Higuera, y dispuso que la División Harispe cayése rápidamente en la noche del 10 al 11 sobre Yecla, donde estaba apostada la División española de D. Fernando Miyares, que conceptuaba la más débil, con ánimo de cogerla toda entera, confiando en el habitual descuido de nuestros soldados y generales. Reunía Miyares menos de 4.000 infantes y algunos caballos, que fueron acometidos al amanecer del 11 por los franceses, superiores en número, después de una marcha sigilosa. Poco menos que sorprendidos los españoles, pues se apercibieron tarde de la aproximación de sus enemigos, trabóse la pelea dentro del mismo pueblo, de donde había comenzado a salir la División camino de Jumilla; pelearon, sin embargo, con bizarría, defendiendo a palmos las calles los Regimientos de Burgos y de Cádiz, hasta que se vieron obligados a replegarse a una ermita cercana. Reunida en dicho punto la División, siguió batiéndose con empeño, retirándose de loma en loma; mas roto y desordenado el centro, flanqueó el ánimo de todos, y huyendo en todas direcciones, pudiendo salvarse muy pocos. Muchos de ellos fueron muertos o heridos, y tuvieron que entregarse prisioneros más de 1.000, con el coronel D. José Moreno y otros 68 oficiales.

Entretanto, Suchet se mantenía en Caudete con la División Habert para apoyar a los suyos en caso de necesidad y evitar que fuesen socorridos los de Yecla por otras tropas de la línea. En vista del buen éxito de la empresa anterior, se aproximó a Villena a la caída de la tarde, ya entre dos luces, después de rechazar un golpe de caballería británica que intentó detenerle; rompió a cañonazos las puertas de la villa, y a poco tuvo que rendirse el Regimiento de Vélez-Málaga, fuerte de 1.000 plazas, que mandaba el coronel D. José Luna, y que el general Elío había dejado en el castillo contra el parecer de otros jefes.

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12-4-1810. Defensa de Hostalrich.

Interesaba a los franceses la posesión de Hostalrich para tener francas las comunicaciones entre Barcelona, Gerona y Francia. Ya el 7 de noviembre de 1809 se presentó el enemigo delante de la villa con 7.000 hombres y 600 caballos, con ánimo de tomarla a viva fuerza; mas su guarnición, compuesta de un batallón de Iberia y otro de Gerona, rechazó siete veces a los franceses al asaltar los parapetos, y aunque consiguieron al fin, una vez dueños de la puerta de los Frailes y plaza de los Bueyes, penetrar en la villa, la artillería del castillo les obligó a desalojarla de nuevo, entregándola despechados a las llamas al retirarse. Segunda vez se presentó el enemigo el 15 de diciembre e intimó la rendición, contestando su gobernador el coronel D. Julián de Estrada: "Hijo Hostalrich de Gerona, debe imitar el ejemplo de su madre". Los franceses se limitaron desde entonces a bloquear la plaza, apretándolo más el 13 de enero; penetraron el 19 en la villa, cubriéndose con sólidos atrincheramientos, y ocuparon la iglesia el 20. Los sitiados hicieron muchas salidas, y el 20 de febrero rompieron los franceses el fuego sobre el castillo, prolongándose el bombardeo hasta el 12 de abril, durante cuyo tiempo cayeron en el recinto de la fortaleza 4.800 bombas. Mas la penuria y miseria de los defensores llegaba ya al último extremo, pues faltaba hasta el agua de los aljibes, y sabiendo el gobernador que no podía recibir auxilio alguno, por habérselo así anunciado el general en jefe D. Enrique O'Donell desde el campo de Tarragona, tomó la determinación de abrirse paso por entre el enemigo para salvar los 1.200 hombres que le quedaban, antes de capitular. Para ello púsose en movimiento a las diez de la noche del 12 de abril, y salió por el lado de Poniente, descendiendo a la carrera la escarpada cuesta; con igual celeridad cruzó el Camino Real, y atravesando la huerta después de repeler los puestos franceses, llegó cerca de Arbucias, donde, extraviado, cayo prisionero el valiente Estrada con tres compañías, cuando se creía ya a salvo. La fuerza restante, unos 800 hombres, pudo continuar hasta Vich, donde entró el 14, conducida por el teniente coronel de Artillería D. Miguel López Baños.

La guarnición de Hostalrich recibió en recompensa de su valor y constancia una medalla, de oro para los oficiales y de plata para la tropa, para conmemorar tan brillante hecho de armas (ver CONDECORACIONES).

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13-4-1813. Acción de Castalla.

Anhelando Suchet conquistar nuevos laureles que añadir a los ya adquiridos en Yecla y en Villena (ver 11 de abril), acometió el 12 a la vanguardia inglesa que a las órdenes de Adam estaba apostada en el puerto y angosturas de Biar; mas como el general británico tenía orden de replegarse a Castalla, disputó con gran pericia el paso al enemigo, y al llegar la noche retiróse con orden. Siendo inminente el choque con los franceses, dispuso el general Murray sus tropas del modo siguiente: la División Mallorquina de Whittingham con la vanguardia de Adam, a la izquierda, en unas alturas de escabrosa subida; la división Mackenzie en el centro, cubriendo el pueblo de Castalla, y a la derecha la División Clinton, resguardada con los accidentes del terreno, dejando en reserva tres batallones españoles a las órdenes de D. Felipe Roche.

Al amanecer del 13 desembocaron los enemigos desde Biar en la hoya de Castalla, desplegando sus fuerzas, en número de 20.000 hombres, frente a las posiciones de los aliados. Exploró Suchet el campo mandando su caballería hacia Onil; y amagando a un tiempo toda la línea con mucha gallardía y firmeza, dirigió fuerzas escogidas sobre las alturas de la izquierda, que defendieron con sin igual brío las tropas españolas de D. Santiago Whittingham, auxiliadas por las de D. Julián Romero, que oportunamente llegaron de Alcoy. Muerto el bravo coronel francés D'Arbod, que dirigía el ataque, envió Suchet en apoyo de los suyos otros cuatro batallones a las órdenes del general Robert, que no fueron mas afortunados, pues bajaron de cabeza la montaña, distinguiéndose allí, alentando a sus tropas, además de los jefes principales Whittingham y Adam, Romero, Casas, Campbell, Casteras y el teniente coronel Ochoa. También se le malogró a Suchet el amago intentado sobre el centro y derecha de los anglosicilianos; por lo que, replegando sus fuerzas, se retiró por escalones, empujado por el general Murray, que avanzó en dos líneas dejando guarnecidas las alturas de su izquierda, y cubierta su derecha por la caballería. Suchet no se detuvo en el valle, sino que repasó el desfiladero que tan ufano y animoso había atravesado por la mañana, y no paró hasta Fuente-la-Higuera y Onteniente; los aliados volvieron por la noche a sus estancias de Castalla.

Esta jornada, gloriosa para los españoles, costó a los franceses unos 1.000 hombres, siendo bastante inferiores las pérdidas de los aliados.

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22-4-1810. Sitio de Astorga.

La posesión de Astorga interesaba a los franceses para tener asegurado su flanco derecho en la proyectada invasión de Portugal, ordenada por Napoleón. Débil en extremo la plaza, estaba ceñida por un viejo muro de piedra seca, flanqueado por medios torreones, sin foso, estacada, ni obra exterior alguna; solamente se había atrincherado el arrabal de Reitibia, situado al Oeste, y puesto en estado de defensa los conventos de Santo Domingo y Santa Clara. Su gobernador, el coronel D. José María de Santocildes, hombre enérgico y de profundos conocimientos militares, contaba para la defensa con 2.800 soldados y algunas cuadrillas de paisanos.

El 11 de febrero presentose frente a Astorga el general Loison con 9.000 hombres y seis piezas de campaña, e intimó la rendición el 16; mas habiendo sido rechazada la propuesta, alejóse de la plaza. Hasta el 21 de marzo no formalizó el sitio el general Junot con su cuerpo de ejército (el VIII), compuesto de 21.000 infantes y 5.000 caballos (Las divisiones Clausel, Lagrange y Solignac, de Infantería, y Trellard, de Caballería, con 800 artilleros y una Compañía de Ingenieros), empezando inmediatamente los trabajos de acordonamiento bajo la dirección del comandante de Ingenieros Valazé, si bien muy lentamente por la escasez de materiales y útiles, que obligó hasta a valerse de las manos para remover la tierra, dando el ejemplo el mismo general Taupin. El día 1º de abril se apoderaron los franceses de la fuente situada frente al castillo, el único manantial de agua potable que tenían los cercados, viéndose desde entonces obligados éstos a beber el agua salada de los pozos, y el 2 evacuaron los españoles los conventos de Santo Domingo y Santa Clara, entregando éste a las llamas, lo que permitió al enemigo avanzar por el arrabal de Puerta-Rey a partir del primero de aquellos edificios, y establecerse en los escombros del segundo cuando lo permitió el incendio. Los sitiados trabajaban activamente en el arrabal de Reitibia, levantando nuevos atrincheramientos que descubrieron quemando las primeras casas en una extensión de 100 metros, oponiéndose con frecuentes salidas a los trabajos del enemigo, sosteniéndose porfiado combate el 8 de abril en el arrabal de San Andrés, que fue también incendiado, lo mismo que dos casas próximas a la puerta del Matadero, en cuyos escombros se atrincheraron los españoles, delante de dicha puerta, mientras los franceses seguían haciéndolo en los dos arrabales citados para avanzar sucesivamente hasta el recinto bajo la protección de su artillería de campaña, pues el tren de sitio que se reunió en Valladolid no llegó hasta algunos días después. Entretanto probaron los sitiadores de construir algunos hornillos de mina al pie del muro, pero sin resultado, pues los defensores, siempre en vela, arrojaron tal cantidad de piedras sobre los trabajadores, que hicieron imposible la operación cuantas veces se intentó. Incorporadas el 17 las piezas de batir (cuatro de 24, una de 16, cuatro de 12, un mortero de 6 pulgadas y ocho obuses del mismo calibre), se artillaron y municionaron las baterías ya construídas, rompiendo el fuego el 20, al que contestó con gran vigor la plaza desde la batería levantada en el jardín del Obispo, contiguo a la muralla e inmediato a la Catedral, armada con dos cañones de a 12 y otros dos de a 8 (el resto de la artillería consistía en siete piezas de campaña, un mortero de 14 pulgadas y un obús de a 7), cuyas piezas no pudo desmontar el enemigo a pesar de su violento fuego, si bien consiguió aportillar el muro cerca de la puerta de Hierro, incendiando las granadas la Catedral, que se quemó en parte, junto con varias casas contiguas. Continuó el fuego de la artillería el 21, y estando ya por la tarde la brecha practicable en una extensión de 25 metros, intimó Junot la rendición, amenazando con pasar a cuchillo a la guarnición y a los habitantes; mas los sitiados, por toda respuesta, hicieron un disparo de cañón perfectamente dirigido al sitio de la trinchera donde suponían se encontraba todavía el general en jefe con su Estado Mayor.

Esquema del sitio (51.833 bytes)

Una hora antes de anochecer, embistieron la brecha dos columnas de 700 hombres escogidos, mientras otras fuerzas daban un falso ataque al arrabal de Reitibia, por la derecha de la carretera de Galicia. Soldados y moradores aguardaban en lo alto de ella a los asaltantes, que treparon con gran dificultad, ayudándose unos a otros, pues la rampa era poco asequible y muy resbaladiza; y recibidos por un fuego abrasador que se les hacía desde las casas inmediatas y trincheras de derecha e izquierda, formadas con barriles, faginas y sacos terreros, con su correspondiente foso, fueron inútiles sus heróicos esfuerzos, y rechazadas todas las acometidas, se sostuvieron, sin embargo, con gran valor en la brecha y al pie de ella, fusilados de todas partes, no pudiendo ser socorridos hasta que oscureció, cuando habían caído ya muertos o heridos más de 300 hombres (para librarse algún tanto del mortífero fuego de la plaza, levantaron un pequeño parapeto con sus mochilas y con los cadáveres de sus compañeros).

Entonces se cubrieron con toda la rapidez posible, para lo que trabajaron con ahinco bajo el terrible fuego de los sitiados, que les causó 200 bajas más, siendo gravemente heridos, el comandanet Valazé y otros dos oficiales de ingenieros. Defensa tan bizarra no podía ya prolongarse más tiempo sin exponer a la población a los horrores de una plaza entrada por asalto; no quedaban sino 24 disparos de cañón y pocos de fusil; las piezas estaban desfogonadas y rotas sus cureñas; las provisiones de viveres, agotadas por completo. En su vista, agotadas por completo. En su vista, reunidas las autoridades, determinaron la entrega (Un anciano de sesenta años, llamdo Costilla, miembro del Ayuntamiento, al reunirse éste para tratar de la capitulación, levantóse de su asiento proprrumpiendo en las siguientes enérgicas palabras: ¡Muramos como numantinos!), que se efectuó el 22, saliendo la guarnición por la puerta del Obispo con todos los honores de la guerra, banderas desplegadas y tambor batiente, desfilando por delante de las tropas sitiadoras con tal orden y desembarazo, que causaron la admiración del enemigo, según confesión de los mismos franceses. (Un cabo del ejército, cuyo nombre no consigna desgraciadamente la Historia, ni tan siquiera el regimiento a que pertenecía, al salir la guarnición para rendir las armas, tiró el fusil, y cogiendo un sable, se metió frenético por entre los enemigos, gritando "yo no capitulo", hiriendo o matando a todo el que se puso a su alcance, hasta caer muerto por los disparos que le hicieron los franceses, dejando este heroico ejemplo de valor y amor a la patria. Las Cortes votaron el 1 de diciembre una pensión para la familia del denodado cabo, cuando se averiguase su nombre, y los habitantes de Astorga honraron su memoria exhumando su cadáver con gran pompa el 27 de mayo de 1814). Estos, que consideraban como una bicoca -y lo era efectivamente- la débil plaza de Astorga, vieron detenido frente a sus endebles muros un respetable cuerpo de ejército, durante veinticuatro días, y no lograron su conquista sino después de considerables trabajos y de sufrir la pérdida de 800 hombres; la de los españoles no pasó de 150. El general Junot, duque de Abrantes, devolvió la espada al coronel Santocildes, ensalzando el comportamiento de los defensores de Astorga.

 

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22-4-1810. Montellano (Cádiz).

En una de las excursiones de los franceses a la sierra desde su campo frente a la isla gaditana, trataron 300 de ellos de penetrar el 14 de abril en Montellano, por donde se dirigían para vadear el río Guadalete. Quisieron los vecinos impedirles el paso capitaneados por el alcalde Don José Romero, y tan denodadamente pelearon, que repelieron al enemigo, el cual dejó siete de los suyos frente a la casa de Romero, y otros 17, incluso el de su comandante, en las afueras de la villa.

El 22 de abril se presentaron de nuevo en Montellano 1.300 franceses en su mayor parte de Caballería, mandados por el Barón Bonnemain, coronel del 5º Regimiento de Cazadores a Caballo, deseosos de castigar a sus moradores y vengar la afrenta recibida. Estos se defendieron de casa en casa, hasta que cansados los enemigos de tamaña obstinación, apelaron al supremo recurso de incendiar el pueblo, como el medio más expeditivo para acabar de una vez con tan porfiada defensa. Casi todas las casas fueron reducidas a cenizas, conservándose en pie el campanario, en que se refugiaron unos cuantos hombres, y la casa de Romero, en donde este héroe llevó a cumplido remate una proeza digna de los tiempos de la caballería, ayudado de su mujer Doña Ana Dorado, su criado Antonio Arenilla, un hijo de doce años y cinco hijas. Allí se defendió el alcalde de Montellano de todos los franceses que habían penetrado en el pueblo, haciendo en ellos durante muchas horas tan terrible estrago con su certera puntería, que los alrededores de la casa quedaron cubiertos de cadáveres. Amedrentados los imperiales, resolvieron derribar a cañonazos las paredes de aquella fortaleza inexpugnable, con lo que seguramente habría terminado epopeya tan gloriosa, a no haberse alejado temerosos de las partidas que acudían desde Puerto Serrano y pueblos inmediatos. Trabajo costó arrancar a Romero de los escombros de Montellano, contestando a las repetidas instancias que le hacían: Alcalde de esta villa, este es mi puesto. Atendió al fin las razones y se trasladó con su familia a Algodonales, cinco leguas distante, donde algunos días después debía hacer el sacrificio de su vida en aras de la independencia patria. (ver muerte el 2 de mayo de 1810)

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