1-1-1809. | Sorpresa de Castellón | 2-1-1811. | Capitulación de Tortosa | 5-1-1812. | Defensa de Tarifa |
8-1-1811. | Rendición del castillo de Balaguer | 9-1-1812. | Capitulación de Valencia | 13-1-1809. | Batalla de Uclés |
15-1-1811. | Acción de Figuerola | 16-1-1809. | Batalla de la Coruña | 19-1-1812. | Sitio de Ciudad Rodrigo |
20-1-1809. | Entrada de los franceses en la Coruña | 20-1-1810. | Invasión de Andalucía | 21-1-1810. | Acción de Mollet |
22-1-1811. | Pérdida de Olivenza | 23-1-1810. | Franceses entran en Granada y Jaén | 25-1-1812. | Ep. Guerra (Altafulla) |
26-1-1812. | Ep. Guerra (Murcia) | 27-1-1809. | Entrega del Ferrol | 28-1-1810. | Entrada de los franceses en Granada |
30-1-1810. | Ep. Guerra (Granada) |
Establecido el general marqués de Lazán en la Armentera, pueblo situado en la derecha del Fluviá, cerca de la desembocadura de este río en el Mediterráneo, creyó conveniente dar un golpe de mano sobre Castellón de Ampurias, en donde se hallaba destacado un batallón francés. Por el mal estado de los caminos no pudo efectuarse la sorpresa antes del amanecer, y el enemigo trató de retirarse en dirección de Rosas, disputando el terreno; mas los ágiles Cazadores de Clarós que iban en vanguardia de la división de D. Mariano Álvarez de Castro pudieron tomarle la delantera y esperarle en un bosque próximo por donde había de pasar. Acometido por todas partes, el batallón francés fue completamente destruido, pues de los 500 hombres que lo componían consiguieron salvarse solo 80, entregándose prisioneros 90 con un oficial; los demás quedaron muertos o heridos.
El general Reille, sabedor del desastre, salió al día siguiente de Figueras con unos 3.000 hombres, proponiéndose escarmentar a Lazán y cortarle la retirada a Gerona; pero a pesar de su extraordinaria diligencia no pudo sorprender al general español, quien le esperaba en Castellón bien apercibido para el combate. Los franceses atacaron con brío, mas fueron inútiles sus esfuerzos y, rechazados varias veces, tuvieron que desistir de su intento con bastantes pérdidas, pudiendo regresar Lazán tranquilamente a Gerona.
Bloqueada esta plaza desde julio de 1810, no formalizó el sitio el general Suchet hasta el 15 de diciembre. Contaba aquella para su defensa con una guarnición numerosa - más de 7.000 hombres- y era gobernador el conde de Alacha, que tanto se había distinguido en la retirada de Tudela y que empaño ahora su buen nombre con su poca energía y dudosa conducta. Los enemigos cercaron del todo la plaza, echando puentes volantes sobre el Ebro para facilitar la comunicación entre ambas orillas, y dirigieron el ataque principal por la parte del sur, entre las montañas y el río, contra el baluarte de San Pedro, teniendo para ello que posesionarse antes de las eminencias situadas delante del fuerte de Orleáns que, una vez ocupadas, les permitió abrir sin dificultad la trinchera el día 19 contra dicho fuerte y baluarte expresado. Dirigían los trabajos de artillería e ingenieros, con gran acierto, los generales Valée y Rogniat respectivamente.
Los sitiados hicieron varias salidas los días 23, 24, 25 y 26, todas con grandes pérdidas y de escasos resultados; mas en la que llevaron a cabo el 28 unos 3.000 defensores sobre las trincheras enemigas del sur y del este, atacaron con tanto brío, que desalojaron a los franceses de la plaza de armas que habían ya ocupado frente al baluarte de San Pedro, y los acorralaron contra la segunda paralela, arruinando varias obras y matando a bastantes oficiales de ingenieros. Esto no impidió que el siguiente día 29 al amanecer, 45 piezas, distribuidas en 10 baterías, rompiesen un fuego destructor, tres de ellas contra el fuerte de Orleáns y las obras situadas detrás, cuatro contra la ciudad y baluarte de San Pedro, apoyando las tres restantes este ataque desde la derecha del río, al mismo tiempo que batían el puente y toda la ribera. En breve tiempo fueron apagados los fuegos del baluarte de San Pedro, los de la media luna del Temple que cubre la cortina comprendida entre dicho baluarte y el de San Juan y demás obras del frente atacado, quedando desmantelados los muros, los cuales se abrían y venían abajo sólo con la conmoción de los disparos de la propia artillería, y abierta brecha en la cortina junto al flanco del primer baluarte. El conde de Alacha, que herido y enfermo había medio resignado el mando en su segundo D. Isidro de Uriarte, coronel de Soria, trató de capitular, mas no hubo avenencia y el enemigo estableció una nueva batería en la noche del 1º de enero, distante sólo diez toesas de una de las caras del baluarte de San Pedro, abriendo en ella otras dos brechas. Inminente ya el asalto, ni Alacha ni su segundo se vieron con ánimo de resistirlo, a pesar del buen espíritu de la tropa, y se negoció la capitulación de una manera bastante sospechosa para el honor del conde de Alacha, pues se redactó y firmó aceleradamente sobre una cureña, temiendo se opusiera a ello la guarnición, después de franquear la entrada en el castillo a Suchet en persona con otros jefes y oficiales superiores y una compañía de granaderos. La guarnición desfiló el mismo día 2 con los honores de la guerra y depuso las armas, habiendo experimentado durante el sitio unas 3.000 bajas, la mayor parte en las salidas, sin que las de los sitiadores llegasen a 700.
Un consejo de guerra celebrado en Tarragona condenó al conde de Alacha a ser degollado, cuya sentencia se ejecutó el 24 de enero en efigie; mas en 1814 fue absuelto, después que dio sus descargos.
La ciudad de Tarifa, por su proximidad a Cádiz, entre esta plaza y Gibraltar, se utilizaba muy fácilmente como base de operaciones para cualquiera empresa que se intentase desde la isla Gaditana, por lo cual el mariscal Soult ordenó al general Laval intentase apoderarse de ella. Susceptible de escasa resistencia con sus viejos y débiles muros a pesar de las reparaciones llevadas a cabo, se preparó la defensa interior haciendo cortaduras en las calles, obstruyéndolas con rejas arrancadas de las ventanas y aspillerando convenientemente las casas. La guarnición se componía de unos 2.500 hombres, ingleses y españoles, bajo el mando del gobernador, coronel D. Manuel Dabán, siendo comandantes de artillería e ingenieros D. Pablo Sánchez y D. Eugenio Iraurgui; mas la defensa se llevó a cabo bajo la dirección del general D. Francisco de Copons y Navia, auxiliado por los expresados y por el coronel Skerret, jefe de las fuerzas de su nación. Había también una escuadrilla de fuerzas sutiles inglesas y españolas, mandando estas últimas D. Lorenzo Parra.
El enemigo se presentó el 19 de diciembre a la vista de la plaza en número de 10.000 hombres, y empezó inmediatamente los trabajos de sitio, rompiendo el fuego las baterías del 29, y en la tarde del mismo día quedó abierta y practicable una brecha de 300 toesas por la parte contigua a la puerta del Retiro, y casi completamente derruido el torreón de Jesús. Desechada por el general Copons la propuesta de rendirse, dispuso el enemigo el asalto a la plaza que dio a las nueve de la mañana del día 31, embistiendo la brecha veintitrés compañías de granaderos y cazadores al mando del general Chassereaux, apoyadas por las demás fuerzas; mas el extraordinario valor y empuje de aquellos valientes fue prontamente refrenado por los regimientos de Irlanda y Cantabria que, parapetados con colchones y otros materiales en una escarpadura interior detrás de las murallas y en las casas inmediatas, rompieron sobre los franceses mortífero fuego, produciéndoles en poco tiempo más de 500 bajas. Escarmentado el enemigo, no insistió en el ataque, y retirándose a su campo, pidió un armisticio para recoger a los heridos, en cuya tarea les ayudaron solícitos nuestros soldados. Copiosas lluvias vinieron también en auxilio de los defensores, anegando casi completamente los reales del sitiador que, descorazonado y aburrido, levantó el campo el 5 de enero con 2.000 hombres de menos, abandonando la artillería gruesa, que quedó atascada, municiones y multitud de efectos. Murió bizarramente en esta defensa el capitán de artillería Flores, mandando una batería que lleva hoy su nombre.
Rendida Tortosa, encargó Suchet al general Habert la conquista de dicho fuerte que domina el camino entre aquella plaza y Tarragona, única que poseían ya los españoles en toda Cataluña. El gobernador, capitán de edad avanzada, si bien desechó muy animoso la propuesta de rendirse, abandonó sin gran resistencia los puestos exteriores a los primeros cañonazos; y habiendo volado dentro del castillo un almacén de pólvora, escalaron los franceses fácilmente la muralla, huyendo parte de la guarnición a Tarragona. El resto de ella se refugió en un reducto, donde capituló el 8 de enero, quedando prisioneros el gobernador, 13 oficiales y 100 soldados.
Tomada Sagunto, siguió avanzando el mariscal Suchet sobre Valencia. El general Blake ocupaba la orilla derecha del Guadalaviar o Turia, distribuidas las fuerzas de su ejército en Manises, Cuarte y Mislata, con la caballería en Aldaya y Torrente, cuya línea fortificó con algunas obras y atrincheramientos para defender el paso del río. A primeros de noviembre, ocupó el enemigo la orilla izquierda, desde el puerto de Grao hasta Paterna; pero no teniendo fuerzas suficientes para forzar las posiciones de los españoles, permaneció a la defensiva frente a ellas hasta el 26 de diciembre, en que aumentando el efectivo de su ejército a 35.000 hombres de excelentes y aguerridas tropas, pasó Suchet el Guadalaviar por Ribarroja, con ánimo de embestir nuestra izquierda y envolverla por el flanco y la espalda, amagando al propio tiempo el centro y la derecha. El plan del general francés se llevó a cabo sin contratiempo alguno, pues la defensa fue débil; sólo se peleó con brío hacia Aldaya, en la izquierda, donde la caballería enemiga fue rechazada por la de D. Martín de la Carrera (Ver Episodio 26-1-1812), y en Mislata, sobre la derecha, en la que el general Zayas escarmentó a la división de Palombini, arrojando una de sus brigadas contra el Guadalaviar y haciéndola perder hasta cuarenta oficiales. Realizado el intento del enemigo, se corrió éste presuroso hasta Catarroja, quedando acordonada completamente por la noche la ciudad y envuelto el ejército de Blake, que tuvo que encerrarse en los atrincheramientos exteriores, desde frente a Santa Catalina hasta Monte Olivete. En vano intentó salvar Blake a sus tropas en la noche del 28 por la puerta y puente de San José, camino de Burjasot, en dirección a Cuenca; solo consiguió trasponer la línea enemiga, entre Tendetes y Campanar, el bravo coronel Michelena, con 400 hombres, gracias a su decisión y serenidad, llegando a la mañana siguiente a Liria sin pérdida alguna; mas el resto de la división Lardizábal, que iba en cabeza, titubeó al ver que los franceses se habían apercibido del movimiento, y haciendo alto, obligó a todo el ejército a detenerse. Blake, a su vez, no tomó determinación alguna, y siendo ya inminente un ataque del enemigo, después del tiempo transcurrido, ordenó la retirada a la ciudad. Suchet estrechó desde entonces el cerco, quedando establecidas ya en la mañana del 2 de enero tres paralelas, una contra la semiestrella de Monte Olivete, otra contra el hornabeque del arrabal de San Vicente, y la tercera contra el frente de Cuarte. Blake se retiró en la noche del 4 al 5 con todo su ejército al recinto interior de la ciudad, apresurándose el enemigo a ocupar los puestos abandonados, con lo cual pudo empezar en la tarde del 5 el bombardeo, que causó grandes estragos, pues no se había tomado contra él precaución alguna, ni dado tampoco disposiciones para aumentar y prolongar la defensa. Todavía el 6 rechazó el general español la propuesta de rendirse que le hizo el mariscal Suchet; mas el 9, establecidos ya los sitiadores en los arrabales de Ruzafa, San Vicente (la puerta de dicho nombre fue defendida con vigor por el general Zayas, el único que hacia aquella parte preparó las calles inmediatas para la resistencia interior) y Cuarte, apoderados también del convento de Santa Úrsula, y muy próximas las baterías al débil muro del recinto de la ciudad, temiendo las terribles consecuencias de un asalto, se admitió la capitulación, en virtud de la cual salieron por la puerta de Serranos, con los honores de la guerra, los 18.000 hombres que componían el ejército de Blake, y rindieron las armas junto al puente de San José, conservando los oficiales las espadas, caballos y equipajes, y los soldados las mochilas - quedaron prisioneros 23 generales, 898 oficiales, 15.229 soldados de infantería, 1.436 de caballería, 392 artilleros y 241 ingenieros. En poder del enemigo quedaron 22 banderas y estandartes y 393 piezas de artillería -. Suchet hizo su entrada en Valencia con gran pompa por la puerta de San José.
Batido en Tudela ejército del Centro, se rehicieron algún tanto sus restos en Cuenca, bajo el mando del duque del Infantado. Este quiso limpiar de enemigos la orilla izquierda del Tajo, que recorrían 1.400 caballos contrarios, acantonados en diversos puntos, y ordenó que general Venegas, con la división de vanguardia, cayese sobre Tarancón, de acuerdo con el brigadier Senra, que debía caer al mismo tiempo sobre Aranjuez, tanteando de este modo la posibilidad de dar un golpe de mano sobre Madrid, con todo su ejército. Dicha operación, que se llevó a cabo en 25 de diciembre, no fue tan satisfactoria como se esperaba, pero hizo comprender al enemigo la necesidad de escarmentar a los nuestros para impedir alguna tentativa audaz, por lo cual el mariscal Víctor, con 14.000 infantes y 3.000 caballos, tropas, según Thiers, de las mejores de Europa, y capaces de derrotar 3 ó 4 veces más españoles de los que iban a combatir, marchó a su encuentro. Consultó Venegas a Infantado al ver la superioridad del enemigo, más nada contestó el general en jefe, y reunido consejo decidióse emprender la retirada desde Tarancón a Uclés para reunirse con la brigada Senra y tomar allí posiciones, lo que efectuó el 12 de enero, juntando hasta 8000 infantes, 1200 caballos y sólo cuatro piezas que oponer a las veinte de la enemigo, mandadas estas por el experto y entendido general de artillería Senarmont.
Empezó el combate al amanecer del 13, ataquen del pueblo de Tribaldos, punto avanzado de la posición, de donde el brigadier Ramírez de Arellano, después de contener algún tanto a los contrarios, se retiró en buen orden y arrogante actitud a la línea de batalla. El ataque principal se dirigió contra de izquierda española, que era la parte más débil, y a cuyo punto pudo subir al trote la caballería enemiga, acometiendo la división Villatte a los cuerpos de infantería que allí había, los cuales fueron arrollados fácilmente, y aunque acudió en su auxilio el brigadier Senra, no le fue dable ya contener a los franceses. Los cuerpos del centro fueron también dispersados, teniendo Venegas que abandonar Uclés, con grave riesgo de caer prisionero, y tomar el camino de Rozalen, lleno de fugitivos en el más completo desorden: no había por aquellas inmediaciones más tropa formada que el batallón tiradores de España (240 hombres), el que en columna cerrada y con su comandante D. Francisco Copóns y Navia a la cabeza, sostenía la retirada de los demás cuerpos, y la efectuaba él serenamente de posición en posición. Los cuerpos de la derecha, que mandaba el brigadier D. Pedro Agustín Girón, se vieron más comprometidos, pues al intentar la retirada, envueltos por la división Rufinn, aunque formaron en columna cerrada para abrirse paso, lo consiguieron muy pocos, quedando la mayor parte prisioneros. De la caballería consiguieron salvarse los Dragones de Castilla, Lusitania y Tejas, no así los regimientos de la Reina, Príncipe y Borbón, que aún cuando acometieron con brío a los jinetes franceses, consiguiendo desordenarles, contenidos por el certero fuego de la artillería enemiga que les acribillaba, fueron casi todos muertos o prisioneros. Las escasas reliquias de aquellas tropas se acogieron a Carrascosa, legua y media distante, en donde encontraron ya al duque del Infantado, que acudía con toda calma al lugar del combate. El ejército del Centro se retiró por Cuenca camino de Valencia, perdió la artillería (15 piezas) en Tórtola, entrose por el reino de Murcia, y desde Chinchilla varió otra vez de dirección, el 21 de enero, hacia Sierra Morena, situándose en Santa Cruz de Mudela.
Nuestras pérdidas en tan infausta jornada consistieron en 2.000 muertos y heridos; los prisioneros, según el parte oficial francés, notablemente exagerado, en 4 generales, 17 coroneles, 16 tenientes coroneles, 200 oficiales y 5.460 soldados. Cometieron los enemigos en Uclés toda clase de excesos tratando a sus desgraciados habitantes con verdadero salvajismo.
Habiéndose aproximado a Tarragona el mariscal MacDonald, duque de Tarento, con el grueso de su ejército, en expectación de una coyuntura para apoderarse de la plaza, fiado en las excisiones y disgusto de la guarnición y del pueblo, y aún en secretas inteligencias, no pudieron permanecer mucho tiempo frente a sus muros los enemigos, escasos de víveres y hostigados constantemente por los somatenes, decidiendo por lo tanto el general francés pasar a Lérida, con el objeto de prepararse debidamente para el sitio.
El general D. Pedro Sarsfield, situado con su división en santa Coloma de Queralt, recibió orden del marqués de Campoverde para cerrar el paso a la vanguardia enemiga, mientras la guarnición de Tarragona acometía la retaguardia. El encuentro tuvo lugar entre Valls y Plá, cayendo nuestras tropas sobre el pueblo de Figuerola, ocupado por la división italiana de Eugeni, que constituía la vanguardia, con el objeto de atacar la derecha de Sarsfield. Los contrarios fueron arrollados por la caballería española y acuchillados por los regimientos de húsares de Granada y Maestranza de Valencia, que se distinguieron notablemente a las órdenes de sus coroneles D. Antonio Foraster y D. Eugenio María Yebra. La destrucción de la vanguardia enemiga habría sido completa, si ya cerca de Valls no hubiese sido reforzada; con todo quedaron tendidos en el campo más de 800 franceses, y acelerando McDonald la marcha, sin suspenderla en toda la noche, tuvo a dicha poder guarecerse dentro de los muros de Lérida. El coronel de dragones, Delort, recibió gran número de sablazos de nuestros jinetes, y el mismo general Eugeni murió de resultas de las heridas.
Campoverde había salido al mismo tiempo de Tarragona, pero no fue tan afortunado como Sarsfield, pues habiendo tropezado con fuerzas superiores, no se atrevió a empeñar combate y se retiró de nuevo a la capital.
El ejército británico al mando de Sir John Moore, después de la Convención de Cintra, penetro en España y estableció su cuartel general en Salamanca. Desde allí partió el 12 de diciembre por el camino de Valladolid, ansioso de auxiliar la capital del reino, más al tener noticia de que ésta había capitulado, varió de dirección en Toro y Benavente, para reunirse con otras fuerzas británicas que se hallaban en Astorga y con el marqués de La Romana que se encontraba en León, a donde se había retirado después de la derrota de Espinosa de los Monteros, y ver de batir al mariscal Soult. No le dio tiempo Napoleón de verificar su intento, pues el 21 de diciembre, cuando el general británico se hallaba aún en Sahagún, salió el Emperador de Madrid al frente de unos 60.000 hombres, franqueó la sierra del Guadarrama el 23, paso difícil y en aquella época comparable al de los Alpes, pernoctó la noche de Navidad en Villacastín y alcanzó Tordesillas el día 26. El día 1 de enero, después de abandonar la ciudad los británicos se hallaban reunidos ya en Astorga 80.000 franceses, de ellos 20.000 de Caballería. Los británicos, decididos a retirarse hacia Galicia y allí embarcarse en alguno de sus puertos, emprendieron la dura marcha por el puerto del Manzanal en la mañana del 31 de diciembre. Entretanto el marqués de La Romana marchaba por Fuentecebadón en dirección a Puebla de Tribes (Orense), arrastrando los restos de su nuevamente destrozada fuerza. La segunda División del marqués de La Romana había sido sorprendida por el general Franceschi el 29 en Mansilla de las Mulas, envolviendo al Regimiento de León, y obligándolo a rendirse quedarían en su poder 13 oficiales y 996 soldados, entre los muertos se hallaba el comandante D. Mariano Rojo. La primera División seria acometida por la caballería francesa al amanecer del día 1 de enero en Turienzo de los Caballeros. Dos batallones del Regimiento de Mallorca que el 30 de diciembre se habían sostenido durante siete horas de lucha y evasiones, cubriendo los vados del río Tiétar, rechazando cuatro veces con su vivo y certero fuego a los jinetes franceses, quedaron muertos sobre el campo al emprender la desordenada retirada a pesar del denuedo con que se defendieron. El Regimiento del Rey, envuelto de similar modo, hubo de rendirse y así logró salvar algunos oficiales y soldados con las banderas del regimiento.
Las tropas británicas destrozadas de similar modo, perdida por completo la disciplina y dando suelta a las más desenfrenadas pasiones, sin freno alguno, cometían toda clase de tropelías, siendo más temidas por los campesinos que las tropas de quienes eran declarados enemigos. Llegando a su colmo la insubordinación y el desconcierto con las penalidades de aquella precipitada marcha a que obligaba la proximidad del mariscal Soult enviado por Napoleón, desde Astorga con 25.000 hombres, tras de aquellas desenfrenadas huestes. Una Compañía de Mallorca al mando del teniente D. Santiago Otero hubo de tomar posición para hacer frente a otra inglesa que pretendía recuperar por la fuerza los bastimentos que se habían recogido a las vivanderas de su nación y que éstas adquirían por la rapiña y el fraude. Entrando a viva fuerza en las casas, robando y maltratando a los vecinos, abandonando armas, municiones y bagajes, y hasta enfermos y heridos, sacrificando caballos, y entregándose a la embriaguez y a la disolución más espantosa, pudieron, no obstante, llegar el 12 a La Coruña, considerablemente mermadas, por Villafranca, Lugo y Betanzos, dejando triste recuerdo en todos los pueblos del tránsito. Rehechos algún tanto los ingleses en los días 13 y 14, que empleó el enemigo para rehabilitar el puente de Burgo, cortado por aquellos, pudieron embarcar el 15 la impedimenta y pelear todavía honrosamente el 16 antes de abandonar la Península, encontrando gloriosa muerte en la batalla el bravo general Moore, quien derribado de su caballo mortalmente herido por una bala de cañón, falleció a las pocas horas, siendo enterrado al pié de los muros de La Coruña. Al llegar la noche se retiraron las tropas al recinto de la ciudad, embarcándose seguidamente con el orden más perfecto, ayudándoles los moradores con desinteresado celo.
Los franceses, al tomar la plaza, habían reparado los daños causados en ella durante el sitio anterior y aumentado considerablemente las defensas fortificando varios edificios del arrabal. Lord Wellington se presentó el 8 de enero delante de Ciudad Rodrigo, decidido a formalizar el sitio que tanto tiempo hacia tenia proyectado, y en la noche del mismo día se apoderó de un reducto levantado en el cerro de San Francisco, desde donde se abrió la primera paralela, construyendo tres baterías de once piezas cada una, con las que rompieron el fuego, después de tomar el 13 el convento de Santa Cruz, y el de San Francisco en la noche del 14. El 19 se terminó la segunda paralela a setenta toesas de la Plaza, y en la tarde de dicho día quedo aportillado el muro por dos partes distintas, en una extensión de 100 pies y 30 pies respectivamente, por cuyas brechas se dio el asalto al cerrar la noche. Se destinaron a dicha peligrosa empresa cinco columnas: tres de ellas, bajo el mando del general Picton, acometieron la brecha principal; otra, guiada por el general Crawfurd, embistió la brecha pequeña, y la última, a las órdenes del general Pack, simuló un ataque por la parte meridional. Los franceses se defendieron con denuedo, más los ingleses consiguieron al cabo de media hora, extenderse a lo largo del muro y se enseñorearon de la ciudad. Entonces rindieron las armas 1.700 hombres con su gobernador Barrié; los demás hasta 2.000 habían perecido en la defensa. El ejército anglo-portugués tuvo 1.300 ingleses, contándose entre los muertos los generales Makinson y Crawfurd.
Como después del embarque del ejército inglés (ver 16 de enero) no se podía pensar en defender la Plaza, pues no lo permitían ni sus baterías ni sus murallas, el gobernador D. Antonio Alcedo capituló el 19, y el 20 entró en ella con sus tropas el mariscal Soult, quien después de hacer prestar juramento de obediencia y fidelidad al rey José, dejó de gobernador en su nombre al general español que ya desempeñaba dicho cargo antes de la rendición.
Decidida por José, con anuencia de Napoleón, la invasión de Andalucía, después de las derrotas que los ejércitos españoles sufrieron en todas partes en el año 1809, movió aquél los Cuerpos I, IV y V mandados por los mariscales Victor, Sebastiani y Morthier en dirección de Sierra Morena, dejando el II (Reynier) junto al Tajo en observación de los ingleses. Aquellos componían un total de 55.000 hombres mandados por José en persona, si bien podía considerarse al mariscal Soult como su verdadero y principal caudillo. El 19 de enero estableció el enemigo su Cuartel General en Santa Cruz de Mudela, en donde se situó el V Cuerpo y la Reserva del general Dessolles; a su derecha, en Almadén, el I, que debía penetrar en Andalucía por el camino de la Plata; y a la izquierda, en Villanueva de los Infantes, el IV, que debía tomar la ruta de Montizón: abrazaba la línea una extensión de 20 leguas. Las tropas españolas apostadas en la sierra no llegaban a 25.000 hombres al mando de Areizaga, distribuidos en una Vanguardia y cuatro Divisiones a las órdenes de Zayas, Lacy, Vigodet, Girón y González Castejón, situadas desde Venta de Cárdenas a Santa Elena y en Venta Nueva.
Los franceses avanzaron simultáneamente el día 20 acometiendo los Puertos del Rey, Muradal y Despeñaperros, que fueron débilmente defendidos. Los nuestros se retiraron con bastante precipitación por temor de ser envueltos, dispersándose totalmente en las Navas de Tolosa; solo D. Gaspar Vigodet se sostuvo vigorosamente durante dos horas en Venta Nueva y Venta Quemada, distinguiéndose notablemente en la defensa del punto de Matamulas el Regimiento de Ordenes Militares, al mando de su Sargento Mayor D. Demetrio O'Daly, pues llenos los soldados de coraje contra el enemigo, sostuvieron terrible fuego hasta caer casi todos muertos o prisioneros, sin querer obedecer la orden de retirarse que por tres veces les mandó el general Vigodet: solo 30 ó 40 hombres de dicho Cuerpo pudieron salvarse con el Mayor O'Daly después de haber dado gallarda muestra de su heroico valor.
Franqueados a tan poca costa aquellos formidables desfiladeros, llegaron los franceses el mismo día 20 a La Carolina y se extendieron por toda Andalucía sin encontrar resistencia alguna, entrando el 23 Sebastiani en Jaén y Victor en Córdoba; el primero, en Granada el 28 y el 5 de febrero en Málaga; y el segundo en Sevilla el 1º de febrero, presentándose ya el 5 delante de la Isla gaditana. En el breve espacio de quince días se habían enseñoreado los franceses de toda Andalucía, excepto Cádiz, que en esta ocasión fue el principal baluarte de nuestra Independencia.
Bloqueados constantemente los franceses en Barcelona, se veían obligados con frecuencia a salir en busca de víveres. El mariscal Augereaud trató desde Hostalrich, de introducir en dicha Plaza un convoy escoltado por 9.000 hombres, mientras Duhesme salía de Barcelona a su encuentro con otros 2.000 hombres, hacia Granollers. Quisieron los españoles interceptar el socorro o conseguir por lo menos alguna ventaja importante, y llamando por dicha parte la atención del enemigo la División del Llobregat, salió de Tarrasa el marqués de Campoverde con las tropas a sus órdenes para caer sobre las fuerzas de Duhesme, distribuidas entre Santa Perpetua y Mollet. Arrolladas las que ocupaban el primer punto, marcharon los españoles hacia Mollet, en donde se hallaba el grueso del enemigo, o sea 1.500 infantes, 160 coraceros y dos piezas de artillería, que se defendieron vigorosamente en el pueblo y alturas inmediatas, sosteniendo largo rato un fuego vivísimo; mas rodeados por casi todas partes, conocieron era inútil su resistencia y tuvieron que rendirse a discreción, quedando en poder de los nuestros 500 prisioneros de infantería, 140 de caballería, la artillería y todo el equipaje. Los restos de las tropas de Duhesme que pudieron salvarse en Granollers, habrían también indudablemente perecido a manos de los españoles a no haber llegado Augereaud, quien libró a sus compatriotas de una pérdida segura. Se distinguió en esta jornada el Regimiento de Infantería de Almansa, al mando de su Sargento Mayor D. Manuel Perales, dando ella lugar a la creación del Regimiento de Coraceros de Cataluña, para aprovechar el gran número de corazas cogidas al enemigo.
Para acudir el mariscal Soult desde Andalucía en auxilio de Massena, detenido ante las formidables líneas de Torres Vedras, tenía que apoderarse de las plazas de Olivenza y Badajoz a fin de dejar aseguradas las comunicaciones. La primera, embestida el 11 de enero, tenía fortificación regular, con camino cubierto y nueve baluartes, aunque en mal estado, y no había más artillería que ocho cañones de campaña, cuyo fuego, aunque de escaso efecto contra la gruesa artillería de los sitiadores, dirigió diestramente el bizarro oficial del arma D. Ildefonso Díaz de Rivera, después conde de Almodóvar. Los franceses batieron principalmente el baluarte de San Pedro que tenía mal reparada una brecha antigua; y aunque la Plaza fue socorrida por el general Mendizábal con 3.000 hombres, este refuerzo sirvió más bien de estorbo, pues no se prolongó por esto la defensa, entregando la Plaza el 22 su gobernador el mariscal de campo D. Manuel Herk. La guarnición quedó prisionera de guerra. Los oficiales del batallón de Barbastro hicieron pedazos su bandera antes de la rendición.
En la acción de Altafulla en que las tropas del general Lacy, que bloqueaban a Tarragona, fueron atacadas y batidas por los franceses, teniendo que retirarse a Igualada, perdió el regimiento de Soria 400 hombres; mas logró distinguirse el segundo batallón de dicho cuerpo que se mantuvo unido a pesar de ver desbandarse a toda la división, resistiendo repetidas cargas de los enemigos; y habiendo perdido en una de ellas su bandera, la arrancó a los pocos instantes de las manos de los franceses el sargento de granaderos Julián Ortiz.
Mandaba el general D. Martín de la Carrera gran parte de la caballería del segundo y tercer ejercito español, cuando habiendo sabido que el general Soult, hermano del mariscal del mismo nombre, había entrado en Murcia con 600 caballos, trató de sorprender a los enemigos en la noche del 26 de enero, en ocasión en que el general francés, con los principales jefes, asistía a un banquete que en honor suyo se daba en el Palacio Episcopal. Reunió para ello las fuerzas que estimó necesarias en Espinardo, media legua distante, y penetró en la ciudad por la puerta de Castilla a la cabeza de 100 jinetes; mas desgraciadamente las fuerzas restantes, que debían entrar por distintos puntos, titubearon o retrocedieron, y corriendo entre los franceses la voz de que los españoles habían invadido la población, se reunieron y cargaron sobre aquellos pocos soldados que se defendieron por las calles y plazas hasta caer casi todos muertos o prisioneros. Solo ya D. Martín de la Carrera, defendiéndose heroicamente largo rato en la Plaza Nueva contra seis enemigos, recibió varias heridas, mató a dos de los contrarios y sin querer rendirse, siguió luchando hasta que, exánime y desangrado, cayó tendido en la calle de San Nicolás, donde exhaló el postrer suspiro. Los murcianos tributaron al día siguiente solemnes exequias al cadáver del malogrado caudillo que alcanzó fama imperecedera con su gloriosa muerte, y dieron el nombre de la Carrera a la calle de San Nicolás, en la que el ilustre soldado había caído sin vida, peleando como bueno contra los enemigos de su patria.
Después de la capitulación de La Coruña se dirigieron los franceses al Ferrol, cuyo departamento marítimo mandaba D. Francisco Melgarejo y la Plaza D. Joaquín Fidalgo. El pueblo y los 300 soldados que guarnecían los castillos, llenos de ardimiento, quisieron hacer resistencia y contestaron por espacio de cuatro días al fuego del enemigo, imponiendo a los pusilánimes con su energía; mas habiendo conseguido apoderarse los franceses de los castillos de Palma y San Martín, decayó el ánimo de todos y prevaleció ya el parecer de las autoridades, firmándose el 27 una capitulación bastante vergonzosa. Estipulose en ella el reconocimiento del rey José, cosa inusitada hasta entonces, y la entrega de los buques surtos en bahía(7 navíos, 3 fragatas y otros buques menores), quedando, además, en poder del enemigo 1.500 piezas de artillería y gran cantidad de municiones. El general francés Mermet nombró gobernador de la Plaza, a nombre del intruso, a D. Pedro Obregón, tachado ya anteriormente de traidor.
Al retirarse de Sierra Morena el ejército que defendía la entrada en Andalucía de las tropas francesas, se vio acometido el 21 de enero en Arquillos el Regimiento de Málaga, con los restos de la división de la que formaba parte, teniendo que dispersarse completamente para poderse salvar del furor de las huestes enemigas. El capitán de la quinta compañía del primer batallón D. Vicente Moreno, natural de Antequera, reunió algunos soldados y paisanos, y organizando una partida, causó con ella muchos daños a los imperiales, ayudándole en su patriótica empresa el conocimiento que tenía del terreno. Mas en una de sus correrías, tuvo el 30 de enero la desgracia de caer en manos de sus perseguidores, y conducido a Granada, le hizo el general enemigo Sebastiani proposiciones para que reconociese y prestase juramento de fidelidad a José. Indignado el capitán Moreno ante semejante propuesta, que consideraba afrentosa, contestole en tono destemplado y de una manera enérgica, por lo cual fue condenado a muerte. En vano su esposa y sus tres hijos, de tierna edad, que se encontraban entonces en Granada, postrados y abrazados a él, le suplican deshechos en llanto que acceda a todo por salvar su vida. Mostrando una fortaleza de corazón poco común, no escucha otra voz que la del honor y de la Patria, y contesta "no, jamás", a sus reiterados ruegos. Suena la hora del suplicio, y aquellos desolados seres renuevan su amoroso empeño con gemidos de dolor; inflexible en su heroica resolución, repite el "no, jamás", y rechazándoles dulcemente, aparta la vista de ellos para no desfallecer: dirígese después con paso seguro al patíbulo, y ya con el dogal al cuello, dice a los que presenciaban tan terrible escena: "españoles, aprended a ser fieles y a morir por la Patria"; y lanzándose al espacio, sin esperar a que le empujara el verdugo, conquista a un tiempo la palma del martirio y la inmortalidad.
La Regencia del Reino expidió el 12 de octubre de 1812 un Real Decreto, ordenando: Que el capitán D. Vicente Moreno pasara siempre revista de presente en su Regimiento de Málaga, contestando por él el capitán de la 5ª Compañía del Primer Batallón, cuando le nombrase el Comisario: "vive en la memoria de los buenos", que a la viuda se le concediera de pensión el sueldo entero que disfrutaba su esposo al morir; y que los hijos fuesen educados en un colegio por cuenta del Gobierno, y cuando el mayor cumpliese la edad competente, se le diera posesión del empleo que tenia su padre.