2-5-1808. DOS DE MAYO (1808) Levantamiento de Madrid | |||||
3-5-1811. | Socorro de Figueras | 5-5-1811. | Batalla de Fuentes de Oñoro | 7-5-1810. | Combate de Galera-Granada |
11-5-1813. | Sitio de Castro Urdiales | 14-5-1810. | Defensa de Lérida | 15-5-1811. | Defensa de Úbeda |
16-5-1811. | Batalla de Albuera | 22-5-1809. | Sitio de Lugo | 23-5-1808. | Las tropas de Ingenieros de Alcalá de Henares contra Napoleón |
23-5-1809 | Batalla de Alcañiz | 25-5-1811 | Sorpresa de Arlabán | 28-5-1812 | Acción de Tudela |
29-5-1808 | Creación del Regimiento de la Reina, nº2 |
Cabe a los artilleros la gloria de haber sido los que primeramente iniciaron y propusieron un plan completo para promover un levantamiento general en toda España contra las tropas francesas. Era autor y depositario del proyecto D. Pedro Velarde y Santiyán, capitán Secretario de la Junta Superior Facultativa del Cuerpo de Artillería, quien secundado activamente por su compañero y amigo D. Luis Daoiz, había conseguido extender la confabulación a distintos puntos de la Península (entre los oficiales de Artillería que se adhirieron y trabajaron con más entusiasmo para la realización de plan tan vasto y atrevido, deben citarse: en Madrid, Don Joaquín de Osma, Don Juan de Azeco y Fernández de Mesa, Don César González, D. Juan Nepomuceno, muerto en la defensa de Zaragoza en 1809, y Don Francisco Novella; en Segovia, los profesores de su Colegio Don Francisco Dátoli, que más tarde manchó el prestigio de una honrosa y larga carrera, muriendo en Sevilla al servicio de los enemigos de su patria, Don José de Córdoba, Don Francisco J. De Carasa, Don José Dalp y Don Felipe Carpegna, y en Plasencia Don Rafael Valbuena, coronel director de la fábrica de armas), y cuando, luchando con el cúmulo de obstáculos consiguientes a estar vigilados, intervenidos o secuestrados por los imperiales todos los recursos militares de la nación, se comunicaba a los departamentos las instrucciones necesarias para poder llevar a completo término tan noble y generosa empresa; cuando estaba ya todo dispuesto (Estaban designados los puestos donde habían de concentrarse las tropas veteranas y las milicias para formar los ejércitos; los parajes donde se habían de acopiar las armas, municiones y víveres; los generales y oficiales que debían ponerse al frente de las tropas; los lugares en que se había de sorprender e interceptar el paso a los correos franceses: en una palabra, estaba adoptado todo el sistema de guerra que se había de plantear y proseguir sin intermisión hasta expeler completamente al enemigo de la Península.), los escrúpulos de la disciplina indujeron a Velarde a presentarse imprudentemente al ministro de la Guerra Don Gonzalo O'Farril, para darle cuenta del proyecto y pudiese así el Gobierno tomar la dirección de los sucesos. Sorprendido el Ministro, felicitó al autor del plan, ofreciéndole su cooperación secreta, pero decidida, para realizarlo; mas desde aquel momento se notaron más precauciones por parte de los franceses, y hasta llegóse a alejar a los oficiales de Artillería de los destinos en que podían ser más temibles. Tal era el estado del asunto, cuando se desarrollaron los memorables sucesos del DOS DE MAYO.
Los frecuentes alardes de fuerza que hacia Murat con sus revistas y maniobras para amedrentar e imponer al pueblo de Madrid, y los desmanes de la soldadesca francesa tenían irritado a aquél, que ya el domingo 1º de mayo manifestó su disgusto y su encono silbando al gran duque de Berg y a su Estado Mayor al atravesar la Puerta del Sol, prodigándole los epítetos más insultantes. El lunes DOS DE MAYO, señalado para la partida de la reina de Etruria y de los dos infantes D. Antonio y D. Francisco, únicos individuos de la familia Real que quedaban en España, invadía la multitud la plaza de armas de Palacio, cuando enterándose de que el tierno infante D. Francisco demostraba con sus lágrimas el dolor que le causaba la partida, conmovióse el pueblo y trató de oponerse a su marcha. Para apresurar ésta presentóse el coronel M. Auguste Lagrange, ayudante de Murat; mas a la vista del ya odiado uniforme, fue embestido aquél por todas partes, y hubiera perecido a no haberle escudado con su cuerpo el oficial de Valonas D. Miguel Desmaisieres, librando a ambos de una muerte cierta una patrulla francesa que acertó a pasar y pudo salvarles con gran trabajo del furor del pueblo. Enterado prontamente Murat, envió desde su inmediato alojamiento (Lo tenía en el palacio que había sido de Godoy, situado en la que es hoy plaza de los Ministerios.) un batallón con dos piezas de artillería, cuya fuerza, sin hacer intimación alguna, hizo de pronto una descarga sobre la inerme muchedumbre, la que, abandonando la plaza de armas, se dispersó en todas direcciones, llevando la alarma a los puntos más apartados de la capital, al grito de ¡Mueran los franceses! En breves momentos vióse aparecer en las calles la gente de todas clases y condiciones, que armadas con sables, escopetas, navajas y trabucos, frenética de ira y respirando guerra y venganza, llenó en breves instantes la Puerta del Sol y sus avenidas. Los exasperados madrileños dieron muerte a cuantos franceses armados se encontraron, ensañándose especialmente con los mamelucos, los cuales formaban de ordinario la escolta de Murat, y que con los lanceros polacos se distinguían por la ferocidad de que hacían alarde. Mas encerradas en sus cuarteles las tropas españolas, que no llegaban a 3.000 hombres, encontrándose aislados frente a los 35.000 franceses que había en Madrid y cantones inmediatos, cuyas fuerzas penetraron decididamente por las calles de Alcalá, Carrera de San Jerónimo, Toledo, Mayor, Ancha de San Bernardo, Fuencarral y Montera, en dirección a la Puerta del Sol y puntos estratégicos de la villa, barriendo las calles la artillería y arrollando a la multitud la caballería de la Guardia Imperial. Combatido el pueblo por todas partes, fue fácilmente rechazado y disperso, a pesar de su valor y de los actos de heroísmo que muchos realizaron, pudiendo las tropas imperiales ocupar, sin grandes esfuerzos, los puntos que se les había designado por su general en jefe, quien se apostó en la montaña del Príncipe Pío con su estado mayor y una fuerte escolta, compuesta de las tropas que vivaqueaban en la Casa de Campo.
Donde la resistencia tuvo carácter más formal fue en el Parque de Artillería establecido en el palacio de Monteleón (Había sido dicho palacio morada regia de Felipe V y su mujer Dª Isabel de Farnesio cuando el primero abdicó la corona, y pertenecía a los descendientes de Hernán Cortés, marqueses del Valle de Oaxaca y duque de Monteleón y de Terranova.), vasto edificio sin condición militar alguna para la defensa, a él acudió el paisanaje en busca de armas y municiones. El primer oficial que se presentó en el Parque fue el teniente de Artillería D. Rafael de Arango, ayudante del comandante del arma de la plaza, el cual pudo evitar con sus reflexiones que el destacamento francés de artillería, compuesto de 70 soldados y un oficial, rompiese el fuego sobre el grupo de paisanos que había a la puerta, dedicándose después con los 16 artilleros de trabajo, única fuerza española que había en el Parque, a poner piedras de chispa en los fusiles y a confeccionar cartuchos de cañón, de los que sólo había diez de existencia. Presentóse luego el capitán del cuerpo D. Luis Daoiz, seguido al poco rato de los de igual clase D. Pedro Velarde y D. Juan N. Cónsul, con el subteniente D. Felipe Carpegna y una compañía de Voluntarios del Estado, cuyo jefe, cediendo a las excitaciones de Velarde, le siguió con la fuerza que mandaba, compuesta de unos 40 granaderos.
(Las fuerzas militares que inicialmente se encerraron en el Parque, eran:
Parque de Artillería y otros del Cuerpo.
Capitán de Artillería | don Luis Daoiz y Mendoza, jefe del Parque de Artillería |
Capitán de Artillería | don Pedro Velarde y Santiyán |
Capitán de Artillería | don Juan Nepomuceno Consul |
Capitán de Artillería | don José Dalp |
Capitán de Artillería | don José Córdoba de Figueroa |
Teniente de Artillería | don Gabriel de Torres |
Teniente de Artillería | don Felipe Carpegna |
Escribiente de Artillería | donManuel Almira |
Escribiente de Artillería | don Domingo Rojo Martínez |
16 artilleros |
Procedentes de otros Cuerpos:
Exento de las Reales Guardias de Corps | don José Pacheco, padre del Cadete de igual apellido. |
Capitán del Regtº de Milicias Provinciales de Santiago de Cuba | don Andrés Rovira (amigo del Tte. Arango) |
Alférez de Fragata | don Juan Van Halen |
Alférez de Fragata | don José Hezeta |
Coronel Sargento Mayor de la Plaza | don Francisco Javier Valcarcel. |
Regimiento de Infantería de Línea "Voluntarios del Estado"
Capitán de la 3ª Compañía del 2º Batallón | don Rafael de Goicoechea. |
Teniente | don Jacinto Ruiz Mendoza |
Teniente | don José Ontoria |
Subteniente | don Tomás Bruguera |
Cadete | don Andrés Pacheco |
Cadete | don Juan Rojo |
Cadete | don Juan Manuel Vázquez Afan de Ribera |
Asistente | Francisco Alvero |
33 fusileros granaderos. | |
En total 71 militares.) |
Indeciso Daoiz jefe del puesto, como más antiguo y por tener a su cargo el detall del Parque; agitado su ánimo por tan encontrados sentimientos como debían producirle la orden recibida de no formar causa común con el pueblo, y su patriotismo, que le impulsaba a la lucha, paseábase pensativo por el patio, profundamente emocionado, arrugando convulsivamente la orden escrita que le había entregado Arango y conservaba en la mano, cuando de pronto, aumentando el clamoreo del pueblo, que no cesaba de pedir armas, vitoreando al rey y a la Artillería, hiérguese decidido, rompe en menudos pedazos la orden, desenvaina su espada y manda franquear la puerta a los paisanos, que se repartieron en un momento todas las armas disponibles, mientras Velarde hace rendir las suyas al destacamento francés, el cual atónito ante aquel espectáculo no opone resistencia alguna. Sucede a las vacilaciones anteriores la más resuelta actividad; organízase en breves instantes la defensa con los pocos paisanos, unos ciento escasamente que Velarde pudo retener en el Parque, y los 16 artilleros (La compañía de Voluntarios del Estado quedó custodiando a los prisioneros franceses, pues tenía su capitán orden terminante del Coronel de no unirse al pueblo y no quiso infringirla; limitóse por lo tanto a permanecer pasivo espectador de la lucha que se entabló momentos antes. Componían la oficialidad de dicha compañía el capitán D. Rafael Goicoechea, los tenientes D. José Ontoria y D. Jacinto Ruiz y el subteniente D. Tomás Bruguera), y aquel puñado de héroes, exaltados por su amor a la patria, único sentimiento que los anima, prepáranse para hacer frente a todo el ejército francés, que en caso necesario puede caer sobre ellos.
Apenas habían tenido tiempo los defensores del Parque de colocarse en sus puestos, cuando aparecieron por la calle de Fuencarral tropas enemigas. La división wesfaliana del general Lefranc, alojada en el convento de San Bernardino, había penetrado en la villa por la puerta de Fuencarral, en virtud de las órdenes recibidas para establecerse en la plaza de Santo Domingo y ponerse en comunicación desde dicho punto con las tropas situadas en la Puerta del Sol y en la plaza de Palacio, debiendo antes posesionarse del Parque de Artillería. Aproximáronse confiadas las tropas francesas, en medio del mayor silencio, sin precaución alguna, y permaneciendo la puerta cerrada, se disponían los gastadores enemigos a forzarla con sus útiles, cuando a la voz de ¡fuego! de Daoiz hicieron una descarga los cañones colocados en el patio por Arango, mientras desde los balcones y ventanas disparaban sus fusiles los paisanos apostados en las casas inmediatas, ante cuya inesperada agresión, que les causó muchas bajas, huyeron en desorden los imperiales. Sin pérdida de tiempo dispuso Daoiz abrir la destrozada puerta y sacar tres cañones, que se colocaron: uno frente a la puerta, enfilando la calle de San Pedro la Nueva, hoy del DOS DE MAYO, y los otros dos en dirección de las calles de San Bernardo y de Fuencarral, en la calle de San José, hoy de DAOIZ Y VELARDE.
Mas precavidos ya los franceses, colocaron dos piezas de artillería junto a la fuente de Matalobos, en la calle Ancha de San Bernardo, y empezaron a cañonear a los nuestros, preparando el ataque de una fuerte columna que avanzó desde dicha calle por la de San José, dirigiéndose otras fuerzas por la de San Pedro. Unos y otros marchaban a paso de carga, sin que pudiese contenerlos el nutrido fuego que se les hacía, entablándose rudo combate, durante el cual, enardecido el teniente de granaderos D. Jacinto Ruiz, no pudo permanecer por más tiempo impasible, y a pesar de las órdenes de su capitán, voló a compartir con los artilleros la gloria de haber sido de los primeros que derramaron su sangre generosa por la independencia de la patria, situándose en los puntos de más peligro, donde peleó con el mayor heroísmo. Los últimos disparos, hechos a quemarropa, causaron tal estrago en los agresores, que por segunda vez fueron rechazados, huyendo tan precipitadamente las últimas fracciones de la columna, que los enemigos que estaban más próximos tuvieron que entregarse prisioneros. La tercera acometida fue más ruda y sangrienta. El mismo general Lefranc púsose a la cabeza de dos batallones, que formados en masa compacta, se lanzaron a la bayoneta, sin disparar un tiro, sobre aquel reducido número de españoles, los cuales, faltos ya de municiones, cargaron los cañones con piedras de chispa, que obrando como metralla, abrieron grandes claros en las apretadas filas francesas; mas no por esto se detienen los enemigos, que llegan hasta los cañones, y se confunden con los artilleros, impotentes ya, defendiéndose éstos personalmente, no obstante, con desesperado valor. Don Jacinto Ruiz yacía confundido entre los muertos, roto un brazo y herido en el pecho; D. Pedro Velarde había caído muerto de un balazo, y D. Luis Daoiz, rodeado por todas partes, cayó en aquellos momentos acribillados a bayonetazos, lo mismo que los pocos artilleros y paisanos que aun quedaban con vida en la inmediación de la puerta.
Tres horas después de haberse roto las hostilidades había terminado toda resistencia, y los franceses se posesionaron tranquilamente del PARQUE DE MONTELEÓN, cuyo arco se conserva todavía, como precioso monumento de nuestras más puras glorias, en el mismo sitio donde se desarrollaron sucesos tan dignos de recordación, alcanzando nuestros tres héroes fama imperecedera al sacrificar su vida por la patria, para vivir eternamente en la Historia. El cuerpo de Velarde, completamente desnudo, fue envuelto en el lienzo de una tienda de campaña y conducido a la parroquia de San Martín, siendo amortajado con un hábito franciscano de limosna que presentó una persona desconocida; tenia al morir poco más de veintiocho años, y vivía en la calle Jacometrezo. Daoiz fue conducido moribundo a su casa, Ternera, 12, donde poco después exhaló el último suspiro; su cuerpo, amortajado con su mismo uniforme y metido dentro de una caja, fue trasladado también a dicha parroquia, donde fue enterrado con Velarde; contaba cuarenta y un años de edad. Ruiz fue sacado del Parque en hombros de algunos de sus soldados, y logró ocultarse a las pesquisas de los franceses fugándose de Madrid, si bien murió pocos días después en Extremadura, a consecuencia de la inflamación de las heridas recibidas, que llevaba todavía abiertas.
Los demás oficiales pudieron también evadirse. El ayudante Arango permaneció en el Parque hasta que se retiraron todos los heridos, saliendo el último a las seis de la tarde, después de once horas de permanencia, siendo por lo tanto testigo ocular de toda aquella interesante epopeya (Hizo después toda la guerra de la Independencia, a cuya terminación era capitán graduado de teniente coronel. En 1820 pasó con este empleo al arma de Caballería, retirándose de coronel. Era natural de La Habana, en cuyas Casas Consistoriales se colocó su retrato por Real orden de 28 de noviembre de 1854, y una lápida conmemorativa, por otra de 8 de abril de 1858, en la casa donde nació.). La compañía de Voluntarios del Estado retiróse silenciosa, sin más bajas que la del teniente Ruiz.
Costó a los franceses la jornada memorable y gloriosa del DOS DE MAYO la pérdida de 60 jefes y oficiales y 900 soldados, entre muertos y heridos, cuyas bajas ocurrieron en su mayor parte en el ataque del Parque. El enemigo, poco generoso, extremó de un modo cruel su venganza, faltando a lo prometido, pues los madrileños no cesaron en su actitud hostil hasta que a nombre de Murat se les ofreció olvido de lo pasado y reconciliación general. Cuando se hubo restablecido la tranquilidad, ocuparon militarmente la capital y prendieron a multitud de pacíficos ciudadanos, con el más fútil pretexto, fusilando centenares de ellos sin distinción de edad, sexo, estado ni condición. Empezaron las ejecuciones aquella misma tarde junto a la fuente de la Puerta del Sol e iglesia del Buen Suceso, para continuar durante la triste noche del 2, y aún en la mañana del 3 se oían las descargas que quitaban la vida a los primeros mártires de la independencia española. Algunos recibieron la muerte en San Ginés; otros en la montaña del Príncipe Pío, en el cercado de la casa que allí existía; pero la mayor parte fueron arcabuceados en montón en el Prado, en el sitio que hoy lleva el nombre de Campo de la Lealtad, donde se eleva el severo monumento del DOS DE MAYO (Encargóse la Providencia de vengar a las víctimas del DOS DE MAYO, haciendo morir de igual manera a su inhumano verdugo siete años después. Desde el trono de Nápoles, que tocó a Murat en el reparto de coronas que hizo Bonaparte entre sus generales, vióse proscrito y errante, siendo preso por un español; e identificada su persona, fue fusilado en el acto, sin forma alguna de proceso.)
Por decreto de la Regencia de 7 de julio de 1812, se dispuso que tuviese cumplido efecto lo propuesto por el director general de Artillería D. Martín García Loigorri para perpetuar la memoria de los capitanes D. Luis Daoiz y Torres, y D. Pedro Velarde y Santiyán, y en su consecuencia se mandó:
Que según lo solicitaban los oficiales del cuerpo, figuraran ambos como presentes en las listas de Revista, debiendo en el acto de nombrarlos el Comisario responder el jefe más autorizado: Como, "presentes, muertos gloriosamente por la libertad de la patria el 2 de mayo de 1808" (Este artículo tiene debido cumplimiento en la Academia del Cuerpo)
Que ambos nombres se inscribiesen con letras mayúsculas a la cabeza de los capitanes de la escala del Cuerpo, expresando a continuación el anterior lema.
Que se erigiera un sencillo, aunque majestuoso monumento militar frente a la puerta del Colegio del Cuerpo, en cuyo pedestal se leyeran sus nombres.
Que se escribiera un elogio de ellos, para leerse todos los años en la apertura de la primera clase a los Caballeros Cadetes, a fin de estimularles a seguir su ejemplo.
El 2 de mayo de 1814, aniversario de su gloriosa muerte, tuvo lugar la apoteosis de los dos héroes. Exhumados sus restos, fueron entregados solemnemente al general Loigorri y trasladados el 1º de mayo al Parque de Monteleón, donde fueron colocados en dos urnas, trabajo primoroso de madera tallada, terciopelo y oro (Se conservan dichas urnas en el Museo de Artillería, con los números 2.568 y 2570. Dentro de otras dos urnas de cedro se guardan los restos del uniforme y hábito que sirvieron de mortaja a Daoiz y Velarde. Existen además en dicho establecimiento, un plano, una memoria y tres cartas autógrafas de Velarde, el Libro Maestro de la Compañía de Daoiz (en el Museo, número 4.852), que dice en su portada de pergamino:
"Tercer Regimiento de Artillería: Segunda Brigada de Parque: Libro Maestro de la Tercera Compañía de Artillería.
Sargento 1º | D. Luis Rodríguez |
Sargento 2º | Rosendo de la Lastra |
Sargento 2º | Diego Xelmirez |
Tambor | Cayetano Grimaldi |
Cabo 1º | José Ximenez |
" | Manuel Pérez Conde |
" | Carlos Sánchez |
" | Joaquín de Cos |
" | José Montaño |
Cabo 2º | José Atienza |
" | Gerónimo Atienza |
" | Eusebio Alonso |
" | Miguel Buceras |
" | Fernando Caparrós |
" | Manuel Baltar |
Artillero 1º | Pedro Font |
" | Lucas Conradi |
" | Manuel García 1º |
" | Manuel García 2º |
" | Tomás Rotagui |
" | Isidro Bravo |
" | Joaquín Posadas |
" | José Lifanti |
" | Juan de la Paz |
" | Antonio Navarro |
" | Diego Rodríguez |
" | José Rojo |
" | Bartolomé Fluxiá |
" | Juan Medera |
" | Antonio Martín |
" | Andrés Casado |
" | Agustín Inza |
" | Antonio Ramonell |
" | Silvestre Silva |
" | Pedro Morilla |
" | Laureano Mesa |
" | Francisco Charneso |
" | Juan Pérez |
" | Manuel Carmona |
" | Cipriano Marichica |
Artillero 2º | José Herrera |
" | Bartolomé López |
" | Francisco Nieto |
" | Antonio Villalta |
" | José Gómez |
" | Antonio Asensio |
" | Alejandro Díez |
" | José Ximenez |
" | Lorenzo Sánchez |
Artillero 1º | D. Ramón Bosch |
" | Vicente Gualterri |
" | Leandro Navarro |
" | Miguel Cárdenas |
Artillero 2º | Lorenzo Torregrosa |
" | Antonio Servian |
" | Lorenzo Quejada |
" | José Sánchez |
" | Francisco Molina |
" | Juan Rodríguez |
" | Vicente Rulfo |
" | Marcos Herradura |
" | Sebastián de la Cruz |
" | Alonso Xara |
" | Eufrasio Bufón |
" | Pedro Quirós |
" | Ramón Medina |
" | Pedro Rey |
" | Juan de Dios |
" | Pedro Sigüés |
" | Joaquín Fogati |
" | Salvador de Moya |
" | José Martinez |
" | Francisco Cavero |
" | Francisco Peruti |
" | Juan de Mena |
" | Francisco Rodríguez |
" | Fernando Martín |
" | Pedro Moreno |
" | Antonio Olmedo |
" | Gabriel Baño |
" | José Serrano |
" | José Izquierdo |
" | Francisco García |
" | Manuel Alvarez |
" | Nicolás Díaz |
" | Blas Rubio |
Total: 3 Sargentos (uno primero y dos segundos), 1 tambor, 11 cabos (cinco primeros y seis segundos) y 71 artilleros (29 primeros y 42 segundos)" y las Hojas de Servicios de ambos artilleros.), y expuestos en un salón severamente adornado. A las nueve de la mañana del día 2 tuvo lugar la solemne conducción de dichos preciosos restos a la iglesia de San Isidro el Real. Cubrían la carrera los Zapadores, los regimientos de Infantería de Málaga, Soria y Princesa, y el de Caballería del Rey, para tributar a los cadáveres honores de Capitán general con mando, que desde entonces disfrutan sus restos. Reunida la patriótica y fúnebre procesión en el Prado, comenzó a desfilar el acompañamiento por la Carrera de San Jerónimo, Puerta del Sol, Carretas y Concepción Jerónima a San Isidro, en el orden siguiente: Un tren de cuatro piezas de artillería; el Sargento Mayor de la plaza y otros dos oficiales; las compañías de Granaderos de los Cuerpos de la guarnición; los pobres del Hospicio, los niños doctrinos, hermandades, comunidades religiosas, parroquias y clero secular; los militares inutilizados en la guerra; artilleros con hachas encendidas, el carro fúnebre triunfal con las urnas sepulcrales, tirado por ocho caballos desherrados y adornados con penachos y largas cubiertas de terciopelo negro y franjas de oro; el Capitán general, Estado Mayor, generales españoles y extranjeros y oficialidad; el carro triunfal con la urna de las víctimas sacrificadas en El Prado, tirado por ocho caballos enlutados, la compañía de Guardias de Honor de la provincia, autoridades de ésta y de la capital, el Obispo auxiliar, los Tribunales, la diputación de Cortes, la Guardia de Honor con bandera arrollada y, finalmente, la caballería del Rey, arrollados los estandartes y las trompetas con sordina. Hiciéronse durante la misa las descargas de ordenanza, siendo después depositadas las urnas en la capilla de Nuestra Señora de la Soledad de la Victoria, hasta el 1º de mayo de 1840, en que, trasladadas con igual pompa al sarcófago monumento levantado en El Prado, recibieron allí los restos de los héroes definitiva y honrosa sepultura.
El otro héroe del DOS DE MAYO, D. Jacinto Ruiz y Mendoza, tanto tiempo olvidado, a pesar de que ya en 1817 se asoció su nombre a la gloria de sus dos compañeros en la Oración fúnebre del 2 de mayo de dicho año, por indicación del entonces Director General del Cuerpo D. Martín García Loigorri, no tardará en tener levantada una estatua, como la que tiene ya aquellos en Madrid, y también en Sevilla y Santander, su patria respectiva (Hay en el Museo de Artillería dos cuadros ( núm.2572) que contienen la firma autógrafa y la biografía de Ruiz. Era este natural de Ceuta.)
El marqués de Campoverde, por la lentitud con que obró, no pudo aprovecharse del importante suceso de la reconquista del castillo de Figueras; pues habiendo tenido noticia de dicho acontecimiento el 12 de abril, no se movió de Tarragona hasta el 20, llegando el 27 a Vich con unos 5.000 infantes y 800 caballos. Mas circunvalaban ya la plaza cerca de 10.000 enemigos a las órdenes de Baraguay d`Hilliers, y no era empresa fácil el socorrer el castillo, como lo intentaba Campoverde. Aproximóse, sin embargo, a la plaza, y mientras los guerrilleros Rovira y Amat, con 2.000 hombres, llamaban la atención de los franceses por Lladó y Lers, rodeó Sarsfield la villa, tratando de ponerse en comunicación con el barón de Eroles, que mandaba en el castillo. Los enemigos que había dentro de aquella se vieron muy apurados, y ya se consideraba asegurada la entrada del socorro, cuando los franceses apelaron a un ardid de guerra para dar largas y tener tiempo de acumular gran número de fuerzas en el punto por donde atacaban los españoles. Digirieron para ello los enemigos de la villa al coronel de Alcántara Pierrad, emigrado francés, que según las órdenes de Eroles acudía desde el castillo, y le propusieron capitular, cayendo dicho jefe en el lazo, lo mismo que Campoverde, quien hizo suspender el ataque, autorizando a aquél para concluir el convenio. Mas de pronto, el fuego de una batería enemiga hizo salir de su error al general español, y al renovar la lucha penetrando en la villa, se vieron flanqueados los nuestros por la derecha por 4.000 franceses que salieron de un olivar, teniendo entonces que retirarse con la pérdida de 1.100 hombres y varios efectos, habiendo conseguido, sin embargo, meter en la fortaleza unos 1.500 soldados. Los franceses tuvieron 700 bajas.
Trataban los franceses de socorrer a Almeida, plaza portuguesa de la frontera, estrechamente bloqueada por los ingleses, y sabedor de su intento lord Wellington, quien disponía de unos 35.000 hombres, ingleses y portugueses, ocupó las alturas de Fuentes de Oñoro, que fueron atacadas con bastante empeño en la mañana del 5 de mayo por el mariscal Massena, acompañado de Besareis con su brillante Guardia imperial. Duró todo el día el combate, que concluyó repasando el enemigo el río Doscasas sin haber podido quebrantar la línea inglesa ni socorrer a Almeida, cuya plaza fue evacuada el 10, después de volar sus fortificaciones. No tomo parte en esta batalla más fuerza española que el cuerpo franco del intrépido guerrillero D. Julián Sánchez, quien con sus valientes lanceros entretuvo largo rato a la caballería francesa del general Montbrun.
En un reconocimiento que practicó el general Freire sobre el reino de Granada, batió al enemigo en Zújar y se apoderó de Baza. Destacado el valiente capitán de caballería de Farnesio, D. Gaspar Fernández Bobadilla, con 70 caballos de su escuadrón, sobre Galera, sorprendió y pasó a cuchillo en dicho punto a 200 lanceros polacos, cogiéndoles 33 prisioneros y 27 caballos; y como el comandante francés, que había perdido el suyo, le echase en cara la ventaja que había tenido para luchar con él y hacerle prisionero, echó al punto pie a tierra el capitán de Farnesio, y entablando personal combate con su enemigo, le atravesó de una estocada, dejándole tendido.
Sirviendo de apoyo la villa de Castro-Urdiales a las partidas española que corrían las provincias de Santander y Vizcaya para tener bloqueada constantemente a Santoña, amenazar a Bilbao y llegar en sus excursiones hasta los alrededores de Vitoria y de Burgos, el general Clausel, que mandaba el ejército francés del Norte, decidió apoderarse de dicha plaza, circuida de un antiguo y débil muro torreado, asegurando así al mismo tiempo la costa de cualquier desembarco que tentasen los ingleses por dicha parte. Su guarnición consistía en 1.000 soldados del regimiento de Iberia, bajo las órdenes del gobernador D. Pedro Pablo Alvarez.
Ya el 13 de marzo aproximóse a Castro la división italiana de Palombini y Clausel en persona con otro batallón francés y 100 caballos, y viendo la poca importancia de sus fortificaciones, trataron los enemigos de tomarla a viva fuerza, escalando la muralla en la noche del 22 al 23; mas muy vigilantes los nuestros, repelieron gallardamente el ataque con ayuda de algunos buques ingleses que por allí cruzaban, retirándose aquellos en la noche del 25 al 26. Emprendieron de nuevo el cerco a principios de mayo, habiéndose reunido para ello unos 10.000 hombres que componían las divisiones Palombini y Foy, con su dotación de ingenieros y la artillería necesaria para emprender contra tan débil plaza un sitio en regla. Las salidas de la guarnición retardaron algo los trabajos de los sitiadores; pero construidas varias baterías, no les fue difícil a los franceses (perdieron en la batería de brecha al capitán de artillería Cayot) aportillar en breve tiempo el muro, frente al convento de San Francisco, en una extensión de diez metros, y destruir parte de dicho edificio, dando el asalto a la plaza, en la noche del 11, una columna de granaderos por la brecha y otras dos de Cazadores que habían de escalar la muralla.
Dos veces fueron rechazados los acometedores; pero a la tercera, habiendo sido reforzados por otra columna que tenían en reserva, arrollaron a los defensores, que corrieron a refugiarse en el castillo, embarcándose desde allí a bordo de los buques británicos por el lado de la ermita de Santa Ana.
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Se sostuvieron algún tiempo en el fuerte dos compañías para proteger la retirada e inutilizar los cañones y el material, en cuya operación fueron sorprendidos por los franceses, que escalaron también el castillo, pudiendo salvarse muy pocos. El gobernador Alvarez fue de los últimos en abandonar el fuerte. La villa fue saqueada y entregada a las llamas, a pesar de los laudables esfuerzos del general Foy para impedirlo.
El general Suchet, después de su malograda expedición a Valencia (ver 26 febrero) pasó a Cataluña con parte de sus tropas con el intento de emprender el sitio de Lérida, estableciendo los almacenes y hospitales en Monzón (reunióse allí el tren de sitio, compuesto de 40 piezas (24 cañones, 6 obuses y 10 morteros), dotadas con 700 disparos cada una. El coronel Haxó, comandante de Ingenieros del sitio, tenía también preparados 8.000 útiles, 100.000 sacos terreros, escalas, etc., confeccionando luego 6.000 cestones, 50.000 faginas, 60.000 piquetes y otros materiales), e hizo ocupar por el general Habert el 4 de abril a Balaguer, cuya posesión le interesaba por el puente de piedra que une las dos orillas del Segre. Hechos los preparativos necesarios, se presentó Suchet frente a aquella plaza el 13 de abril con unos 13.000 hombres, eligiendo como frente de ataque el comprendido entre los baluartes de la Magdalena y del Carmen, que era por donde embistió la plaza el duque de Orleans en 1707. Consistían las defensas de Lérida en un muro de recinto, sin foso ni camino cubierto, flanqueado por baluartes y torreones; el castillo, situado al Este, sobre una roca, a 62 metros sobre el nivel del río; el fuerte de Gardeny, en la meseta del mismo nombre, con los reductos nuevos del Pilar y San Fernando, y una cabeza de puente en la orilla opuesta del Segre, artilladas dichas obras con 110 piezas. Componían la guarnición unos 8.000 hombres, a las órdenes del general D. Jaime García Conde.
El general O´Donell, deseoso de socorrer la plaza, avanzó desde Tarragona, por Montblanch y Vinaixa, con las divisiones Ibarrola y Pérez (6.000 hombres y 600 caballos), llegando el 23 por la mañana a Juneda, dos leguas distante de Lérida, desde cuyo punto emprendió confiado la marcha al medio día por el llano de Margalef; mas Suchet, que se había trasladado con parte de las fuerzas sitiadoras a Tárrega para estar a la mira del marqués de Campoverde, quien con su división se encontraba en Manresa, habiendo tenido oportunamente noticia del movimiento de O´Donell, volvió presuroso sobre Lérida, lanzando fuerzas numerosas sobre el flanco derecho de los españoles, desde Alcoletge, cuando menos lo esperaban. La división Ibarrola, que iba a la cabeza, formó precipitadamente en línea de batalla a la derecha, cubierto su flanco izquierdo por 300 caballos que hicieron ademán de dar una carga; mas cañoneados por una batería a caballo, y acometidos con gran furia por un regimiento de coraceros, fueron
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arrollados sobre la infantería. Esta ni siquiera tuvo tiempo de formar el cuadro, cargada a fondo por la caballería francesa, que la deshizo completamente, quedando prisioneros batallones enteros. O´Donell pudo retirarse con la otra división en buen orden camino de Montblanch.
Animado Suchet con su buena estrella, quiso dar un golpe de mano en la noche del 23 sobre los reductos del Pilar y San Fernando. El primero cayó fácilmente en su poder; no así el de San Fernando, cuya guarnición, compuesta de 50 hombres, no pudo ser sorprendida (saltaron, sin embargo, los franceses al foso muy resueltos; pero teniendo la escarpa una elevación de 12 pies, y careciendo de escalas, se vieron en el mayor apuro. Mas mal flanqueados los fosos, y no teniendo los defensores a su disposición granadas de mano, no podían ofenderse unos a otros, terminando situación tan cómica con un armisticio por el que empeñó el capitán español que mandaba en el reducto su palabra de honor de no hacerles fuego si consentían en retirarse, como lo efectuaron muy satisfechos), teniendo por lo tanto la francesa que evacuar también el del Pilar, dominado por aquél.
Rechazada el 24 la intimación del general Suchet con una respuesta muy lacónica y digna (queriendo el general francés amedrentar a los defensores con la derrota sufrida el día anterior por el general O´Donell, contestó García Conde que la plaza no había contado nunca con el auxilio de ejército alguno), empezaron los trabajos de sitio, no abriendo la paralela, a 270 metros tan sólo de la plaza, hasta la noche del 29, por haber puesto las lluvias de aquellos días intransitables los caminos. Las baterías, en número de cuatro, artilladas con diez cañones y ocho morteros y obuses, no rompieron el fuego hasta el 7 de mayo, entablándose reñida lucha entre las dos artillerías; mas la de la plaza consiguió sobreponerse desde el principio, en términos que a las cuatro de la tarde quedaban completamente reducidas al silencio las baterías sitiadoras, desmontadas casi todas las piezas, medio destruidos los parapetos, y muertos o heridos muchos de los sirvientes, aprovechando los sitiados momento tan crítico para el enemigo para hacer una salida por la puerta Nueva (el 4 se había hecho otra salida por la puerta del Carmen y de la Magdalena. La primera columna, compuesta de 600 hombres, se lanzó sobre la izquierda de la paralela, ocupó la batería número 4 y causó grandes destrozos, empeñándose sangriento combate. La segunda columna tuvo que retirarse, rechazada por las guardias de trinchera), aunque poco eficaz. Construidas nuevas baterías y reparadas las anteriores, reanudaron los franceses el fuego de artillería a las nueve de la mañana del 12, con quince cañones y diecinueve obuses y morteros, consiguiendo entonces desmontar las piezas de los baluartes atacados, abrir brecha en las dos caras del baluarte del Carmen y destruir el flanco derecho del de la Magdalena. Antes de dar el asalto, quiso el enemigo apoderarse de la obra avanzada del fuerte de Gardeny y reductos del Pilar y San Fernando, como lo efectuó en la noche del 12, haciendo la guarnición del último tan brillante defensa, que después de haber impedido a los franceses la entrada en el reducto durante largo tiempo, siguió peleando con el mayor valor hasta que, acorralada en un ángulo del fuerte, fue pasada a cuchillo por no querer rendirse, habiendo ocasionado a los sitiadores más de 150 bajas.
Hechas practicables las dos brechas durante el día 13, fueron atacadas al anochecer. Los sitios habían hecho cortaduras detrás de ellas, barreando las bocacalles y aspillerado las casas inmediatas; así es que tuvo lugar allí durante más de tres horas un combate encarnizado que no terminó hasta que el general Harispe consiguió hacerse dueño de la cabeza de puente y penetrar en la plaza por la puerta de San Antonio. Dentro ya de ella la mayor parte del ejército sitiador, fue empujando hacia el castillo, por un movimiento concéntrico, a la guarnición y habitantes sin dar cuartel a nadie, con siniestra intención, pues el fuego de todos los obuses y morteros dirigido durante la noche del 13 y mañana del 14 sobre el castillo, donde se había refugiado la población en masa huyendo de los franceses, causó gran estrago en aquella compacta multitud de personas aglomeradas dentro de la fortaleza, y hasta el foso y camino cubierto, por lo cual el gobernador no tuvo más remedio que capitular al medio día, obteniendo todos los honores de la guerra. El comandante del fuerte de Gardeny, D. Francisco Núñez, aceptó también la capitulación.
Los sitiados experimentaron en total unas 1.200 bajas en la guarnición, habiendo perecido también más de 2.000 habitantes en la noche terrible del 15. Las pérdidas de los enemigos pasaron de 1.500 hombres, habiendo arrojado sobre la plaza y castillo 6.000 balas de cañón y 3.000 bombas y granadas, y construido los zapadores 6.400 metros de trinchera.
La resistencia de Lérida no fue todo lo enérgica que debía de haber sido, si el gobernador García Conde hubiese cuidado de aislar la defensa del castillo de la de la ciudad; pues aun tomada ésta, habría podido aquél sostenerse mucho tiempo, por lo difícil que era su expugnación, gracias a las condiciones topográficas. Tacharon por tal motivo los españoles a García Conde de traidor, siendo quizás esta infundada sospecha lo que obligó más adelante al desgraciado general a abrazar el partido del intruso.
Acantonado el regimiento de Cádiz en dicha ciudad, fue acometido por los franceses a las ocho de la mañana del éste día. Dividida la fuerza en dos mitades, extendióse una, a las órdenes del sargento mayor D. Antonio Bray, por la derecha de la puerta de Baeza; la otra, mandada por el capitán D. Nicolás de Castro Palomino, quedó de reserva en la plaza del Mercado. El enemigo, formado en cuatro columnas, atacó por la puerta de Baeza, y frente a San Francisco, que era la parte más débil del recinto, y después de tres horas de lucha logró introducirse por las calles, de donde fue arrojado a la bayoneta por las reservas, que acudieron oportunamente. Reforzados los contrarios por una nueva columna de infantería y caballería que se presentó por el camino de Sabiote, se replegaron los españoles, con lo que, envalentonados los franceses, cargaron otra vez sobre los nuestros, que volvieron caras y les rechazaron, obligándoles a pronunciarse en desordenada fuga con considerables pérdidas.
Queriendo el mariscal Soult hacer levantar el sitio de Badajoz que había emprendido el mariscal Beresford, partió de Sevilla el 10 de mayo, llegando a Santa Marta el 15 con 20.000 infantes, 4.500 caballos y 40 piezas. A su aproximación mandó Beresford descercar la plaza, conviniendo con los generales españoles en una reunión celebrada en Valverde de Leganés, presentar batalla a los franceses en las cercanías de la Albuera, pueblo de corto vecindario, a cuatro leguas de Badajoz, en la carretera de esta capital a Sevilla, situada en la orilla izquierda del río del mismo nombre formado por los arroyos Nogales y Chicapierna, y nudo importante de comunicaciones entre Portugal, Extremadura y Andalucía. El ejército aliado tomó, pues, posiciones el 15 en el Almendral, formando a la derecha las tropas del general español Blake (Componían el llamado ejército expedicionario las tres divisiones de infantería de D. José de Lardizábal, D. Francisco Ballesteros y D. José de Zayas. Mandaba la caballería D. Casimiro Loi, y ejercía las funciones de jefe de Estado Mayor D. Antonio Burriel.), dos divisiones en primera línea y una en segunda, con la caballería cubriendo el flanco derecho, y los anglo-portugueses a la izquierda, entre los caminos de Valverde y Badajoz, la caballería portuguesa al lado de sus infantes, cubriendo el flanco izquierdo, y la británica cerca del arroyo Chicapierna, de donde se replegó al presentarse el enemigo. Incorporóse también la división de D. Carlos de España y la caballería del conde Penne-Villemur, pertenecientes al V ejército español, que mandaba el general Castaños, formando del mismo modo a la derecha. La línea de los aliados se extendía por la cadena de alturas que hay detrás de la Albuera, perpendicularmente al camino de Valverde, ocupando algunas tropas ligeras ingleses, al mando del general Alten, el pueblo de la Albuera. El ejército anglo-hispano-portugués reunía unos 31.000 hombres (27.000 infantes y 3.600 caballos), de los cuales 15.000 eran españoles, por lo cual, siendo en mayor número los anglo-portugueses, tomó el mando en jefe el mariscal Beresford, según lo convenido.
Los franceses se movieron desde Santa Marta en la madrugada del 16, avanzando al abrigo de los chaparros que cubren las orillas del Nogales, y a las ocho de la mañana se presentaba ya frente a la Albuera el general Godinot con una división de infantería, dos regimientos de dragones mandados por el general Briche y una batería ligera que empezó a cañonear las posiciones de los aliados como para atacar su centro e izquierda, cubriendo de este modo el verdadero ataque, que dirigieron los franceses al flanco derecho con ánimo de envolver por esta parte la línea de los aliados. Por fortuna, apercibidos a tiempo nuestros caudillos del movimiento enemigo (El coronel alemán D. Bertold Schepeler fue el primero que llamó la atención de los generales Castaños, Beresford y Blake, por haber visto brillar entre los matorrales de la orilla las bayonetas enemigas.), dispusieron un cambio de frente a la derecha, que ejecutaron los españoles ordenadamente con el aplomo y precisión de tropas veteranas. Entablóse, pues, formal y sangrienta lucha cuando, despues de atravesar el Nogales y el Chicapierna, se adelantaron por el bosque, bajo la protección de fuertes baterías, las divisiones Girard y Gazán, apoyadas por otra de reserva
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del general Werlé y la caballería a las órdenes de Latour-Maubourg, tomando parte en la pelea primero Zayas, luego Lardizábal, y sucesivamente todos los españoles, menos dos batallones de Ballesteros, quien con el resto de su división dio una briosa acometida por el flanco derecho de las columnas agresoras, las cuales tuvieron que cejar buscando el apoyo de sus reservas; mas llevados una y otra vez al ataque, consiguieron los enemigos sostenerse frente a las lomas ocupadas por los españoles, esperando arrojarles de ellas en otra acometida. La división inglesa de Steward, seguida de la de Cole, acudía entretanto en auxilio del ala derecha, que encontraron bien reforzada los franceses al emprender de nuevo el ataque. Adelantóse Steward, que se había situado a la derecha de Zayas, con una brigada (Colbourne); mas de pronto se vio acometida por retaguardia por los húsares franceses y lanceros polacos, que a favor del humo de las descargas y del fuerte temporal de agua y viento que a la sazón reinaba, habían conseguido rebasar el flanco sin ser vistos, siendo puesta en dispersión con pérdida de la artillería que llevaba, de 800 prisioneros y tres banderas, siguiendo enardecidos con el triunfo parte de los jinetes enemigos por entre las dos líneas de los aliados, en donde perecieron casi todos, conteniendo a los restantes la caballería española de Penne-Villemur, que repelió gallardamente a la contraria. Renuevan los franceses el ataque con gran furia; pelean ambos contendientes con heroica obstinación, fusilándose a muy corta distancia; toman parte en el combate las reservas enemigas, al ver que se les oponían nuevas fuerzas de los aliados; y diezmadas aquellas valientes columnas, empezaron a flaquear, decidiendo la acción en tan supremo instante las brigadas Harvey y Myers, de la división Cole, que cargaron al enemigo por un flanco, mientras le acometía de frente, arma al brazo y con gran bizarría, la división Zayas. Entonces decayó ya por completo su ánimo, y volviendo la espalda, se arremolinaron y cayeron unos sobre otros, atropellándose ladera abajo en su desordenada fuga. Su caballería, serena y amenazadora, superior a la aliada, y el fuego de su bien servida artillería, impidieron a los vencedores, muy quebrantados también, la persecución, elevándose las pérdidas de éstos a cerca de 6.000 (de ellos 1.400 españoles y 300 portugueses), casi las mismas que las de los franceses, de los que murieron los generales Pepin y Werlé, quedando heridos Gazan, Maransin y Bruyer (De los aliados murieron los generales británicos Houghton y Myers; el teniente de artillería D. Joaquín Moscoso, y los oficiales de Estado Mayor D. Emeterio Velarde y D. Martín Párraga, resultando heridos Stewart, Cole, D. Carlos de España y otros oficiales superiores.).
Permanecieron ambos ejércitos el 17 muy tranquilamente uno enfrente de otro, y por la noche emprendió Soult la retirada, llegando el 23 a Llerena, donde se detuvo para esperar refuerzos. Una vez incorporados, volvió a avanzar el 12 de junio en combinación con el ejército de Portugal, que mandado por el mariscal Marmont, estaba ya en marcha para el Guadiana desde Alba de Tormes, decididos a impedir el sitio de Badajoz, que había emprendido de nuevo lord Wellington; mas éste no se atrevió a medir sus fuerzas con las de los dos mariscales, próximos a reunirse, y levantó definitivamente el cerco, repasó el Guadiana y se acogió el 17 de junio a Yelves. Marmont y Soult pudieron avistarse el 19 sin obstáculo alguno en el mismo Badajoz, reuniendo entre ambos 60.000 combatientes.
Con el intento de atacar a Lugo, donde mandaba el general francés Fournier, avanzó el general D. Nicolás Mahy desde el Navia con su división, una de las del ejército de Galicia, que mandaba el marqués de La Romana, compuesta de 6.000 infantes y 200 caballos, quedando otra división, a cargo de D. Martín de la Carrera, en la Puebla de Sanabria. Llegó el general español hasta el monasterio de Meira, y siguiendo avanzando, tropezó el 17 de mayo la vanguardia, capitaneada por D. Gabriel de Mendizábal en Feria de Castro, a dos leguas de Lugo, con una columna enemiga de 1.500 hombres, que se vio obligada a meterse en la ciudad. Salió animoso al día siguiente el gobernador francés con la mayor parte de sus fuerzas, y las dispuso en una línea, apoyando su izquierda en los muros de la plaza y la derecha en un pinar inmediato, contando con escarmentar a los nuestros; mas acometióle valerosamente Mahy con su gente, dividida en dos columnas, guiadas por los generales Mendizábal y Taboada, junto con los 200 jinetes que mandaba D. Juan Caro, quedando una pequeña reserva a las órdenes del brigadier Losada, de cuya fuerza formaba parte un grupo simulado de caballería, constituido por cierto número de infantes montados en las acémilas. Pelearon unos y otros con bravura; mas como al dar una carga de caballería enemiga distinguiese a lo lejos los improvisados jinetes de la reserva, no consideró prudente empeñarse demasiado, y volviendo grupas desconcertó a los infantes, corriendo precipitadamente los enemigos todos a guarecerse en la ciudad, perseguidos con tal ardor, que varios catalanes de tropas ligeras se metieron dentro al mismo tiempo que ellos, teniendo después que descolgarse por las casas pegadas al muro, con ayuda de los vecinos. Tuvieron los franceses pérdidas de consideración, contándose entre las de los españoles varios oficiales distinguidos, como el teniente coronel de León D. José García Olloqui y el comandante de ingenieros D. Pedro González Dávila, que murieron gloriosamente. A pesar de este descalabro, rechazó Fournier la intimación de Mahy, por lo que formalizó éste el cerco de la plaza, que estaba rodeada de una antigua y elevada muralla, flanqueada por torreones; mas la aproximación del ejército del mariscal Soult, que se retiraba de Portugal, obligó a los españoles a replegarse a Mondoñedo el 22 de mayo, desistiendo por entonces de la empresa.
Después del levantamiento del 2 de mayo en Madrid, las tropas de ingenieros que se encontraban en Alcalá de Henares, a menos de cinco leguas del ejército francés, fueron las primeras en alzarse el 23 de mayo contra el poder de Napoleón, cuando aun no se sabía que provincia alguna hubiese proclamado la independencia (Asturias fue al primera que declaró la guerra a los franceses, lo cual tuvo lugar el 25 de mayo). Dichas tropas, formando un batallón de 600 a 700 hombres, con sus oficiales y bandera, llevando consigo la caja del Cuerpo, que contenía millón y medio de reales, se dirigieron a Valencia en cuanto supieron su levantamiento, y fueron recibidos allí con el entusiasmo consiguiente a su patriótico proceder, habiendo despreciado las proposiciones y amenazas que les hizo Murat para que volviesen a Alcalá. En 1816 se creó un escudo de distinción para conmemorar dicho hecho.
Organizado en Tortosa el llamado Segundo ejército de la Derecha o de Aragón y Valencia, de cuyo mando se encargó el general D. Joaquín Blake, salió éste de dicho punto el 7 de mayo, en cuanto supo habían disminuido considerablemente las fuerzas enemigas que ocupaban el primero de dichos reinos, y tomando la dirección de Zaragoza con unos 9.000 hombres (500 de caballería), obligó el 18 a la división francesa del general Laval a evacuar a Alcañiz. El general Suchet , que acababa de tomar el mando del III Cuerpo, mandado antes por Junot, tuvo noticia de ello en Zaragoza el 20, y deseando escarmentar a Blake, salió sin pérdida de tiempo de la capital con casi toda la Segunda división, marchando a reforzar a la Primera, que era la de Laval, concentrada en las alturas de Híjar, reuniendo entre ambos 10.000 infantes y 800 caballos. Los españoles habían tomado posiciones en las alturas inmediatas a Alcañiz, ocupando el cerro de los Pueyos de Fórnoles, en la derecha, el general Areizaga; el cerro de las Horcas, en el centro, Blake y su segundo el marqués de Lazán, con casi toda la artillería, a cargo del brigadier del arma D. Martín García Loigorri, y la izquierda, apoyada en el cerro o cabezo de Perdiguer, el general Roca. A la izquierda de éste, y un poco avanzado, se situó el coronel don Martín González de Menchaca, con la caballería y su columna, al abrigo de unos olivares.
A las seis de la mañana del 23 apareció el enemigo por los caminos de Zaragoza y de Samper, retirándose, a su aproximación, la vanguardia española que regía D. Pedro de Tejada. Los franceses atacaron primeramente nuestra derecha, sobre la que se dirigieron, precedidas de fuertes guerrillas, dos columnas, una de frente y la otra hacia la cañada que había en su flanco, con ánimo de envolverla; mas fueron rechazados fácilmente, replegándose con orden y algunas pérdidas, perseguidos por las tropas de Areizaga. Pareciendo que el enemigo persistía en su intento, ordenó entonces Blake que la columna de Menchaca y la caballería hiciesen una diversión por el centro y cargasen de flanco a los contrarios, si intentaban un segundo ataque a los Pueyos, como sucedió efectivamente, avanzando de nuevo los franceses con su acostumbrada bizarría. Trató de acometerlos en aquel momento la caballería española; pero algo desordenada por las descargas de los infantes situados en la falda del cerro del Portel, de las que cayó herido su jefe el brigadier D. Miguel Ibarrola, salió al encuentro de nuestros jinetes la caballería imperial, muy superior en número y calidad, y no pudiendo resistir la carga, retrocedieron aquellos al abrigo de los infantes de Menchaca, replegándose unos y otros ordenadamente a la línea de batalla bajo la protección de las tropas de la derecha. Los enemigos acometieron ya sin obstáculo alguno, con la mayor decisión; pero todos sus esfuerzos se estrellaron contra la firmeza de los soldados de Areizaga, en su mayor parte aragoneses, que por segunda vez los escarmentaron, obligándolos a desistir definitivamente de su empresa.
A pesar de este revés, no perdió Suchet la esperanza de conseguir el triunfo con que pensaba inaugurar su mando, y formando una gruesa columna de más de 2.000 hombres con las tropas que no habían tomado todavía parte en el combate, la lanzó, guiada por el valiente general Fabre, contra el centro de los españoles, mientras los demás cuerpos franceses amenazaban y tenían en jaque a las restantes tropas de las alas para que no acudiesen en auxilio de aquél. Arma al brazo, con gallardo continente y resuelto paso, avanzaron los imperiales por el llano, sin alterar un instante su correcta formación, a pesar del fuego de la artillería y de la infantería españolas, que se hacía más vivo y certero a medida que se iban aproximando; mas nada contiene la furia francesa y arrolladas las guerrillas caían ya los enemigos sobre el cerro de las Horcas, manifestando su confianza en la victoria por los hurras y entusiasmo que los animaba, cuando a pocos pasos de las piezas vacila la columna, se detiene y entrega momentos después a la fuga más desordenada. El fuego vivísimo de los infantes de Saboya, América y Valencia, y sobre todo el de metralla de la artillería española, brillantemente dirigida por el brigadier García Loigorri y servida con una firmeza, serenidad y sangre fría imponderables, había barrido materialmente las primeras fracciones de la columna y desbaratado las demás, dando la victoria a nuestras armas. Abandonaron los franceses por la noche el campo, en que dejaron unos 500 cadáveres, pudiendo por lo tanto suponer que se elevaron sus bajas a 1.500, sin que pasasen las nuestras de 300. Blake, con fundada prudencia, siendo su caballería escasa y floja, no se atrevió a perseguir a Suchet en su movimiento retrógrado hacia Zaragoza, adonde llegó el general francés el 30 con sus tropas bastante desmoralizadas (Cerca ya de Samper de Calarda, bastó el infundado grito de alarma de un tambor de que llegaban los españoles, para que echasen a correr los soldados franceses, particularmente los de la Primera división, que iba en cabeza, poseídos de pánico tal, que tiraban unos sobre otros, entrando en dicha villa revueltas y mezcladas todas las armas, y en la confusión más espantosa. Fusilado el tambor, detúvose dos días Suchet para restablecer algún tanto la disciplina, pudo así entrar en Zaragoza sin dar a conocer su vencimiento).
El brigadier García Loigorri, que se había distinguido ya notablemente en las derrotas de Llinás, de Molins de Rey y de Valls, obtuvo el 1º de junio siguiente, por su incontrastable denuedo y bizarría, el empleo de mariscal de campo, a los ocho meses de su ascenso a brigadier, y posteriormente la Cruz laureada de San Fernando (de cuarta clase), la primera que brilló en el uniforme del Cuerpo.
Por esta gloriosa batalla se creó en 14 de mayo de 1815 una Cruz de distinción, teniendo la forma de la de San Andrés. Sus brazos, esmaltados de rojo, rematan en un globito de oro; en su parte superior tiene una corona de laurel, y entre los brazos una llama de color de fuego y sangre, formando su centro un óvalo en campo blanco con la cifra Fernando VII en letras de oro, y alrededor del óvalo dorado con esta inscripción: Alcañiz. Se llevaba pendiente de una cinta roja.
Habiendo sabido el célebre guerrillero D. Francisco Espoz y Mina, que el mariscal Massena se dirigía a Francia con un rico convoy de 150 coches y carros y con 1.042 prisioneros ingleses y españoles, custodiados por 1.200 hombres, se emboscó en la madrugada de este día en las escabrosidades del puerto de Arlabán, sobre la carretera que va de Vitoria a Irún, a cuyo punto se dirigió, marchando de noche con el mayor sigilo, diseminada su tropa por desfiladeros y sendas extraviadas, a cuyo fin de no llamar la atención del enemigo. Caminaban confiados los franceses sin sospechar tan siquiera la presencia del terrible caudillo a quien tanto temían, cuando de pronto, habiendo dejado Mina pasar tranquilamente la vanguardia de la columna, cayó repentinamente sobre el grueso de ella con la mayor parte de sus fuerzas. Los contrarios, aunque sorprendidos, no dejaron de defenderse con gran valor, agrupados alrededor del convoy, y sólo a las tres de la tarde terminó la refriega. Aquel, valuado en cuatro millones de reales, cayó todo en poder de los españoles; los prisioneros fueron libertados, y los franceses perdieron 800 hombres, entre ellos 40 oficiales, habiendo cogido Mina, en persona, prisionero al coronel Laffite. Massena tuvo a dicha retrasar casualmente su salida de Vitoria para no caer en poder del guerrillero navarro.
Fortificada dicha villa por los franceses, tenían en ella una guarnición de 900 hombres, sobre las que cayó repentinamente el guerrillero D. José Durán este día, dando los españoles el asalto a la ciudad por el Carmen Descalzo y por la Misericordia, divididos en dos columnas, guiadas respectivamente por D. Juan Antonio Tabuenca y D. Domingo Murcia. El enemigo se defendió con valor extremado; mas todo tuvo que ceder al ímpetu de los soldados de Durán, que obligaron a los franceses a refugiarse en el castillo, dejando en nuestro poder 100 prisioneros.
Organizado en 29 de mayo por la Junta del reino de Valencia un lucido regimiento de tres batallones con 3.732 plazas, con la denominación de Cazadores Voluntarios de Valencia, llamado también Cazadores de Caro, por haber sido su primer coronel el general D. José Caro, se transformó en 1815 en regimiento de línea con el nombre de Reina.