1-2-1810. | Entrada franceses en Sevilla | 2-2-1812. | Capitulación de Peñiscola | 5-2-1810. | Sitio de Cádiz |
5-2-1810. | Entrada franceses en Málaga | 6-2-1810. | Conminación a la rendición de Cádiz | 7-2-1810. | Cádiz resiste |
7-2-1812. | Acción de Rebollar de Sigüenza | 10-2-1813. | Toma de Tafalla | 13-2-1808. | Llegada de los franceses a Barcelona |
16-2-1808. | Ocupación ciudadela de Pamplona | 19-2-1811. | Batalla de Santa Engracia | 20-2-1809. | Capitulación de Zaragoza |
20-2-1810. | Acción de Vich | 21-2-1809. | Ataque del arrabal de Zaragoza | 25-2-1809. | Batalla de Valls |
26-2-1810. | Expedición francesa a Valencia | 27-2-1812. | Acción de Massanet de Cabrenys | 27-2-1814. | Batalla de Orthez |
29-2-1808. | Ocupación de los fuertes de Barcelona |
Durante el anochecer del 31 anterior, un grupo de personalidades sevillanas se presentó en el campamento del Duque de Belluno, con intención de ofrecerle la rendición de la Plaza si a cambio se respetaban las vidas y haciendas y la promesa de no obligarlos con contribuciones extraordinarias. Aprovechando esos momentos de negociaciones, el Vizconde de Gand, al mando de los escasos 4.500 hombres que defendían la ciudad abandona el abrigo de ella, acompañados de veintitrés miembros de la Junta Central Suprema Gubernativa de España y emprenden el camino de Niebla.
Transcurridas las horas y aceptada la propuesta, las autoridades sevillanas entregan las llaves de la ciudad, entrando pacíficamente los franceses y obteniendo el valioso botín que aún así albergaba la capital andaluza: un estupendo Parque y Maestranza de Artillería, con acrisolada tradición en la fabricación de armamento y destacada fundición de artillería, fábrica de tabacos, etc. No obstante la toma de la ciudad significó mucho más en el aspecto político, ya que Sevilla significaba el crisol de la resistencia española.
Después de la toma de Valencia, encargó el mariscal Suchet al general Severoli que con su división italiana formalizase el sitio de Peñíscola. Esta plaza, algo parecida a la de Gibraltar por su situación y natural fortaleza, estaba protegida por algunos buques de guerra ingleses y españoles, y contaba con unos 1.000 hombres de guarnición, y numerosos recursos de todas clases para haber hecho una larga y brillante defensa, si la traición infame de su gobernador, D. Pedro García Navarro, no la hubiese entregado al enemigo. Este se presentó el 20 de enero, abrió la trinchera con cestones y faginas, construyó algunas baterías en las alturas inmediatas y arrojó desde ellas algunas bombas dentro de la plaza; a pesar de esto, nadie abrigaba temor alguno de que fuese fácilmente tomada, cuando el día 2 de febrero se sometió el gobernador a la intimación de Severoli rindiendo el puesto confiado a su lealtad, con la única condición de quedar libres los suyos para retirarse a donde tuvieren por conveniente. El general enemigo se apresuró gozoso a concederla y tomó posesión de la plaza el día 4.
Coronó después el gobernador español su deshonrosa e inicua conducta tomando partido entre los enemigos de la patria.
Franqueados fácilmente por los ejércitos los pasos de Sierra Morena, se presentaron el 5 de febrero delante de la isla gaditana, que si bien mal artillada y atendida por la parte de tierra, presentaba, sin embargo, defensas naturales de importancia que se aumentaron y mejoraron con toda la actividad posible. La guarnición se componía de las fuerzas que llevó a la plaza el duque de Alburquerque, las cuales llegaron a contar a últimos de Marzo de 14 a 15.000 hombres, y una división auxiliar de 5.000 ingleses y portugueses, además de 8.000 hombres de la milicia urbana y voluntarios; fondeaban en bahía una escuadra británica mandada por el almirante Purvis y otra española de D. Ignacio de Alava, formando además dos divisiones de fuerzas sutiles a las órdenes de D. Cayetano Valdés y de D. Juan Topete.
Rechazada este día, de una manera lacónica y digna la propuesta de rendición (parece que se redactó por el Vocal de la Junta, Salvador Garzón de Salazar, en un papel de fumar y firmada por el general Venegas, diciendo escuetamente: "La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce otro rey que el Señor Don Fernando VII"), empezaron las hostilidades. A partir de la recepción de tan lacónica respuesta, el mariscal Victor ordenaría el ataque por el puesto del destruido puente Suazo.
Después de haber tomado Granada y tras dejar una guarnición de unos 1.500 hombres, dos días después el general Sebastiani sale de los Carmenes, con los restantes 8.500, de ellos 3.000 de caballería, con intención de llegar a Málaga siguiendo las instrucciones de ocupación meridional dadas por el Mariscal Soult.
En Málaga la noticia del avance francés por Sierra Morena, había propiciado que un ex oficial del Ejército, Vicente Abello, un capuchino llamado Fernando Berrocal, el escribano San Millán y los hermanos de éste, lograron amotinar la población contra la Junta Local de Defensa, arrestando a sus miembros y auto proclamando una nueva, de la que se hizo Presidente y arrogándose además el grado de Capitán General.
Abello había logrado reunir a los dispersos de los Cuerpos de Aréizaga que pululaban por las sierras aledañas y un centenar de soldados suizos del Regimiento de Reding número 3.
Este día 5, las tropas de Sebastiani llegan a la vista de Málaga. Abello ordena tocar generala y en las primeras horas de la tarde sale de la ciudad con intención de tomar posiciones a ambos lados del camino de Antequera y presentar batalla a los franceses.
Sebastiani envía por tres veces un parlamentario con intención de ofrecer la rendición, y otras tantas es rechazada con vivo fuego y griterío de las turbas del general Abello. Cansado Sebastiani de tanta dilación, ordena el ataque a su Caballería, a quien seguía la Infantería y con extrema facilidad, tal y como cabía esperar de aquellas improvisadas y peor dirigidas tropas, logran rebasarles y en medio de una gran confusión, entraron juntos todos por las calles de Málaga. Abello con sus inmediatos huyó y se dirigió a Cádiz, donde fue procesado y encarcelado. El capuchino Berrocal y los hermanos San Millán fueron hechos prisioneros en la ciudad y ahorcados por los franceses. El saqueo de Málaga fue total, hasta que se brindó a condonarlo a cambio de una contribución especial de guerra de 12 millones de reales.
En éste día el mariscal Victor desde el Puerto de Santa María, envía a Cádiz un barco con bandera parlamentaria, portando pliegos de rendición, firmados por los tenientes generales de la Armada Real, Obregón y Salcedo, y el general de Ingenieros Hermosilla, que a la sazón se hallaban unidos a los franceses, en ellos se conminaba a la rendición de la Plaza, de la flota que restaba surta en la bahía gaditana y de los restos del Ejército de Extremadura.
Rechazada este día, de una manera lacónica y digna la propuesta de rendición (parece que se redactó por el Vocal de la Junta, Salvador Garzón de Salazar, en un papel de fumar y firmada por el general Venegas, diciendo escuetamente: "La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce otro rey que el Señor Don Fernando VII"), empezaron las hostilidades. A partir de la recepción de tan lacónica respuesta, el mariscal Victor ordenaría el ataque por el puesto del destruido puente Suazo.
Fue la única derrota que experimentó el célebre guerrillero Juan Martín El Empecinado, pues sorprendido en dicho punto por el general francés Gui, gracias a la alevosía de su segundo D. Saturnino Abuín, "El Manco", que hecho prisionero anteriormente había tomado partido con los enemigos, experimentó la enorme pérdida de 1.200 hombres, corriendo él mismo gran peligro de caer en manos de los imperiales. El Manco llegó después al extremo de querer seducir al Empecinado y a otros antiguos compañeros, y a levantar partidas que llamaron de contra-Empecinados; mas los soldados que las constituían se pasaron la mayor parte a nuestras filas en cuanto se les presentó ocasión oportuna.
El intrépido caudillo navarro Espoz y Mina no daba momento de reposo al enemigo. A principios de 1813, se arrimó a Guipúzcoa, cogió en Deva municiones, vestuario y dos cañones que le regalaron los ingleses, y con esta artillería puso el 8 de febrero sitio a Tafalla cuya ciudad guarnecían 400 franceses. El general Abbé, gobernador de Pamplona, a quien había escarmentado ya el 28 de enero en Mendívil, acudió en auxilio de la plaza, lo cual sabido por Mina, salió a su encuentro y le batió de nuevo en Tiebas; volviose después sin dilación sobre Tafalla, y desesperanzados los enemigos de ser socorridos, rindiéndose el 10 al ir los nuestros a dar el asalto, después de abierta la brecha.
Sin descansar apenas, se apoderó del mismo modo de Sos, si bien pudo salvarse su guarnición, y desbarató completamente el 31 de marzo en Lerín y campos de Lodosa a una respetable columna, cogiendo sus jinetes más de 300 prisioneros. Perseguido activamente por los generales Abbé y Clausel, que obraban en combinación para destruirle a toda costa, se colocó por medio de una rápida contramarcha a espaldas de los franceses y cayendo el 21 de abril sobre Mendigorría en donde habían dejado un destacamento, le obligó a rendirse.
En este día llega el general Duhesme al mando de su División, con intento, según decía, de proseguir únicamente en su viaje a Cádiz para dirigirse a Portugal. El conde Ezpeleta, Capitán general del Principado, le permitió la entrada, y tuvo además la debilidad de acceder a la petición de aquél de que se dejase alternar a sus tropas con las españolas en la guardia de todas las puertas de la plaza y de la Ciudadela, cuya autorización aprovechó Duhesme, colocando en la puerta principal de dicha fortaleza una Compañía de Granaderos, no habiendo de servicio en dicho puesto más de veinte soldados españoles. Prolóngóse la estancia hasta el día 29, en que, haciendo correr la voz de que iba por fin a continuar la marcha, reunió sus tropas en la explanada, junto a dicha fortaleza, como para revistarlas,... y veremos que sucedió aquel día.
Este hecho, semejante a la sorpresa de Amiens por los españoles en 1597, pero con la diferencia de haberlo ejecutado los franceses en plena paz, fingiéndose traidoramente amigos y aliados, fue llevado a cabo por el general D'Armagnac que había franqueado los Pirineos por Roncesvalles, presentándose repentinamente con tres batallones delante de Pamplona. El virrey, marqués de Vallesantoro, le permitió alojar sus tropas dentro de la plaza, pero no meter en la ciudadela dos batallones de suizos como pretendía el general francés. Entonces, éste que se había hospedado con toda intención en casa del marqués de Besoya por hallarse situada frente a la puerta principal de dicha fortaleza, apeló a otro medio para conseguir su intento. Procurando ni llamar la atención, fueron introduciéndose en su casa, durante la noche del 15 al 16 de febrero, cierto número de Granaderos; a la mañana siguiente fueron a por provisiones a la ciudadela soldados escogidos, según diariamente tenían por costumbre, sin que la guarnición se cuidase nunca de tomar precaución alguna en presencia de tropas extranjeras, cuyo intento no era bien conocido. Los soldados franceses empezaron a jugar y correr echándose pellas de nieve, con cuya diversión se colocaron encima del puente levadizo, y a una señal convenida, se apoderaron de los fusiles de la guardia, desarmaron al centinela, acudieron los granaderos ocultos en la casa de D'Armagnac y algunas otras fuerzas que estaban al efecto prevenidas, y cuando las tropas españolas volvieron de su asombro ya los franceses se habían hecho dueños completamente de la ciudadela.
Emprendido por el mariscal Soult el sitio de Badajoz, socorrió el general Mendizábal la plaza, y se estableció con el resto de sus tropas, unos 8.000 infantes y 1.200 caballos, en el campo de Santa Engracia, en la margen opuesta del Guadiana, cerca de la confluencia del Gévora con dicho río, apoyando su ala derecha en el fuerte de San Cristóbal y la izquierda en las alturas de Santa Engracia, con lo cual aseguraba su comunicación con Yelves y Campomayor. El general español, en vez de atrincherarse y fortificarse en sus posiciones, como le había aconsejado Wellington, permaneció inactivo, confiando en la crecida de ambos ríos, sin cuidarse tan siquiera de inutilizar o defender los vados; así es que, en cuanto menguaron las aguas, pasaron a la margen derecha del Guadiana, sin contratiempo alguno, 6.000 infantes enemigos y 3.000 caballos, vadearon también sin dificultad el Gévora, por la derecha la caballería, al mando de Latour-Maubourg, para envolver la izquierda española, y por la izquierda la infantería al mando de Girard, que logró interponerse hábilmente entre el fuerte de San Cristóbal y el ala derecha de Mendizábal.
Apenas iniciada la briosa acometida que ordenó el mariscal Mortier, entró la confusión en nuestras filas; la caballería siguiendo el deplorable ejemplo iniciado por la portuguesa, mal apoyada por la infantería de Mendizábal, se declaró en huída a pesar de los laudables esfuerzos de su general D. Francisco Gómez de Butrón, quien para contenerla se puso a la cabeza de los regimientos de Sagunto y Lusitania. Mendizábal, abandonado por la caballería, se vio pronto envuelto, y aunque formó dos grandes cuadros, sosteniéndose algún tiempo en la altura de la Atalaya, fueron al fin rotos y entrados por todas partes, huyendo los dispersos en todas direcciones. Tan solo una hora duró la pelea, tan ignominiosamente perdida; quedaron en el campo más de 800 muertos y heridos, y en poder del enemigo el general Virues con otros 4.000 prisioneros, y además 17 cañones, 20 carros de municiones, cinco banderas, y gran número de fusiles, sin que los franceses perdiesen arriba de 400 hombres. El sargento primero del regimiento de León, D. Miguel Villar evitó que los franceses se apoderasen de su bandera coronela al caer herido su abanderado. El regimiento del Rey pereció casi todo en tan aciaga jornada; del regimiento de Toledo se salvó también muy corto número de individuos. El teniente de artillería D. José Ponte murió en Yelves a consecuencia de las heridas recibidas. El regimiento de León perdió a su sargento mayor D. Baltasar Cano y gran número de muertos, heridos y prisioneros. El Brigadier D. José de Gabriel perdió gloriosamente la vida sobre el campo de batalla. El general Mendizábal, para rehabilitarse en la opinión, se enganchó como simple soldado voluntario, peleando como tal en la batalla de Albuera tres meses después.
Derrotado el ejército del Centro en Tudela el 23 de noviembre, se prepararon los franceses para poner sitio de nuevo a Zaragoza, en la que se habían construido algunas obras, y habilitado para su defensa los numerosos conventos y otros edificios del recinto, bajo la dirección de los jefes de Ingenieros, coronel D. Antonio San Genís y teniente coronel D. Manuel Caballero. La Artillería, bajo el mando del general D. Luís de Villalba, consistía en 160 piezas, de ellas solo unas 60 de grueso calibre (de a 16y 24) de las abandonadas por los franceses en el Primer sitio, y el resto de la campaña. La guarnición llegó a componerse de 32.000 hombres, de ellos 1800 de Artillería y 800 ingenieros, con 1.400 caballos.
Mandaba la plaza el capitán general D. José Palafox, que tenía a sus órdenes a los tenientes generales D. Juan Buttler y D. Juan O'Neille, el mariscal de campo D. Felipe Saint-March y los brigadieres D. Fernando Gómez de Butrón, D. Diego Fivaller, D. José Manso, D. Manuel de Peñas, el conde de Casa-Flores, D. Antonio Torres, D. Juan Figueroa, D. Mariano Peñafiel, D. Jerónimo Moreno y D. Bartolomé Luís Pelayo. Dirigía lo concerniente al ramo de Administración militar, el Intendente D. Mariano Domínguez.
Se habían presentado los franceses delante de Zaragoza el 20 de diciembre, en número de 35.000 hombres de los Cuerpos III (Moncey), que se estableció a la derecha del Ebro, y V (Mortier), que se situó en la orilla izquierda; formaban parte de dicha fuerza 4.000 caballos, 20 compañías de artillería con 60 piezas de sitio y bastantes de campaña, y ocho Compañías de Zapadores y otras tres de Minadores, con 40 oficiales de Ingenieros. Más aquel día memorable fue el último de la resistencia de Zaragoza: no era posible prolongar más tiempo.
Encargado el general D. Enrique O'Donell del mando del ejército de Cataluña, quiso arrojar a los franceses de Vich, que ocupaban desde mediados de enero. Para ello reconcentró el 6 de febrero en Manresa casi toda la fuerza disponible, menos la 3ª División que dejó en Martorell y línea del Llobregat, y avanzó por Moyá con 8.000 infantes y 1.000 caballos. Empeñado el combate con fuerzas superiores del enemigo, que mandaba el general Souham, causó en nuestras filas grande estrago la artillería francesa, y como el ejército español carecía de dicha arma, en cuanto se vieron flanqueados los cuerpos del ala izquierda, que regía el brigadier D. Antonio Porta, retrocedieron casi en dispersión perseguidos por la caballería imperial. Sólo el regimiento de infantería de Almansa, de escasa fuerza, se mantenía sereno en la línea sufriendo mortífero fuego, lo cual, observado por O'Donell, mandó a decir a su coronel que confiando en su valor esperaba contuviese con sus bizarros soldados al enemigo, particularmente a los ocho escuadrones de caballería que se le echaban encima, para poder reunir los dispersos y ordenar la retirada. Así lo hizo Almansa, si bien con grandes pérdidas (de 192 hombres que tomaron parte en la acción, resultaron muertos 27, heridos 29 y 45 prisioneros), consiguiendo se salvasen más de las dos terceras partes del ejército, y se retiró después ordenadamente, como el resto de las tropas, hacia Tona y Colluspina. Quedaron en el campo 900 muertos y heridos y otros tantos prisioneros en poder del enemigo, que no dejó de experimentar también bastantes bajas.
Por el señalado mérito que contrajeron todos los individuos de Almansa fueron premiados, exclusivamente, con una medalla de honor, de oro para los oficiales y de plata para la tropa, con el lema Valor distinguido, y además un escudo de distinción bordado sobre paño blanco, a fin de perpetuar la memoria del que desplegó dicho Cuerpo. El ayudante mayor D. Francisco Quintanilla se distinguió, además, adelantándose con gran valor, de orden del general en jefe, para reconocer la fuerza y posición del enemigo.
Se distinguió también en dicho combate el regimiento de caballería de Alcántara, conteniendo al enemigo, por lo cual fueron agraciados del mismo modo con una medalla de honor su coronel D. Santiago Pierrad, teniente coronel D. Juan Herrera, capitán D. Guillermo Pié Milán, sargento José Amorós, y soldado Juan Vidart.
La primera empresa del enemigo fue la expugnación de monte Torrero del que se apoderó con muy pocas pérdidas el 21, abandonándolo el general Saint-March; más no fue tan afortunado en la tarde de dicho día en el ataque del Arrabal por la División Gazan. Este avanzó por las eminencias de Juslibol, se extendió por su izquierda hasta el Gállego, y se apoderó de la torre del Arzobispo, cuyos defensores, del Batallón de Suizos, fueron todos muertos o prisioneros. Animados los franceses con estas ventajas, embistieron gallardamente, a paso de carga, las baterías del Burgo de Altabás, en donde mandaba el brigadier Manso. Llegados al pie de las baterías del Rastro de los Clérigos y de los Tejares, les asaltaron con el mayor brío; más el coronel de Artillería D. Manuel Velasco dirigió el fuego con tanta serenidad y acierto, que rechazó el ataque, dejando el foso lleno de cadáveres enemigos destrozados por la metralla, completando la victoria la Infantería y Caballería, que presas de un pánico espantoso en los primeros momentos del combate, pudo contenerlas en su huída Palafox en persona, y hacer que volviesen por su honor lanzándolas de nuevo contra los franceses, los cuales rechazados de todas partes, se retiraron al anochecer con pérdida de unos 800 hombres. (En el parte oficial se encarece en alto grado el heroísmo, pericia y singular esfuerzo de los oficiales de Artillería, de los cuales el coronel Velasco "llevó su bizarra serenidad e inimitable presencia de ánimo, hasta el peligroso extremo de ponerse de pie varias veces a cuerpo descubierto sobre la cresta del parapeto, con el fin de observar los movimientos y dirección del enemigo, y correr de una a otra batería para contenerle y rechazarle, despreciando el vivo fuego que se le dirigía, con inminente riesgo de ser sacrificada", por cuyo mérito le promovió Palafox a Brigadier sobre el mismo campo de batalla (impurificado en 1823, lo mismo que la mayor parte de los oficiales del Cuerpo, por sus ideas liberales, vino a morir -a la edad de 48 años, siendo ya general de Artillería- en una buhardilla, entre las garras de la miseria, y a recibir la sepultura con nombre supuesto y en clase de mendigo, para librar del furor de la Policía al vecino que le tenía oculto). Murieron gloriosamente el teniente D. Juan Pusterla y el alférez D. José Saleta, rechazando espeque en mano el Tercer asalto de los franceses a la batería del Rastro, distinguiéndose en el combate el capitán Salcedo, comandante de dicha batería; el capitán de Ingenieros D. Blas Gil, los coroneles D. Diego Lacarra y D. Pedro Villacampa y otros. Alcanzaron también gloriosa muerte el coronel Cardón, del Regimiento Fernando VII, el capitán D. José de Santa Cruz y el alférez D. Estéban Jiménez.
FORMACIÓN DEL SITIO: Desechada el 22 por Palafox la intimidación que le hizo el mariscal Moncey, abrió el enemigo la trinchera en la noche del 23 por la derecha del Ebro para dirigir un ataque en regla por la derecha contra el convento de San José, por el centro contra el reducto del Pilar y puente del río Huerva, y otro simulado por la izquierda contra el castillo de la Aljafería, para distraer por esta parte la atención de los defensores de los verdaderos puntos amenazados.
ULTIMOS COMBATES EN EL ARRABAL DE ZARAGOZA : Establecida la artillería enemiga del Arrabal en la orilla izquierda del río Ebro, empezó a batir y arruinar las casas situadas al otro lado en el pretil del río, lloviendo infinidad de bombas sobre el Pilar, sagrado refugio de los habitantes, mientras que una nueva voladura permitía a los invasores asaltar el convento de Trinitarios Calzados, inmediato a la Universidad, quedando en su poder después de encarnizada lucha en la iglesia, en los claustros y en las celdas, y de este modo pudieron llegar ya a la puerta del Sol. En el centro otra mina derrumbó casi enteramente el palacio del conde de Aranda, principal objetivo del enemigo por aquella parte desde la toma de San Francisco, y que los zaragozanos habían convertido en inexpugnable ciudadela, ocupando enseguida sus ruinas, pues los que lo guarnecían quedaron allí sepultados, y entonces se dedicaron los franceses a abrir a través del Coso, cinco galerías en distintas direcciones contra la parte antigua de la ciudad, cargando seis hornillos con 3.000 libras de pólvora cada uno
Fallecían ya diariamente víctimas del hambre o de la epidemia de 600 a 700 personas, miles y miles de cadáveres insepultos obstruían en grandes montones las plazas y los alrededores de los templos, produciendo su putrefacción una atmósfera letal; por todas partes heridos y enfermos sin asistencia; y las bombas y toda clase de proyectiles seguían cayendo sin cesar aun en los barrios más distantes de la inmortal ciudad. Para hacer más critica la situación, el mismo Palafox, alma de tan heroica defensa, se hallaba postrado en cama; así es que tuvo que resignar el mando en una Junta presidida por el Regente de la Audiencia D. Pedro María Ric, barón de Valdeolivos. Esta se había reunido en la noche del 19, y en vista de que no podía contarse más que con unos 2.800 hombres de Infantería y 260 caballos para el servicio del arma, según los respectivos inspectores; que todas las existencias de pólvora consistían en seis quintales, que eran los que podían elaborarse cada 30 horas, y que no existían en situación de resistir más que la Aljafería y las puertas de Sancho y del Portillo, según manifestó el coronel Zappino, de Ingenieros, decidiose por mayoría de votos la capitulación, contra los deseos del pueblo, que trataba de extremar todavía la resistencia hasta hacer todos el sacrificio de su vida por la patria. En consecuencia, personóse el 20 D. Pedro Ric, con otros vocales en el cuartel general francés, y con el mayor desdén les dijo Lannes: "Se respetarán las mujeres y los niños, con lo que queda el asunto concluído. Ni aun empezado, replicó con firmeza Ric, pues Zaragoza tiene todavía para defenderse armas, municiones, y sobre todo puños.". Firmada una capitulación en regla, salieron al siguiente día 21 por el Portillo, después de 62 días de sitio, ocho o diez mil defensores, entre habitantes y tropa, y desfilando por delante de Lannes, dejaron las armas al pie de la Aljafería. El mismo día entraron los franceses en Zaragoza por la puerta del Angel profundamente impresionados ante el terrible espectáculo que por todas partes se ofrecía a sus ojos. Son dignas de leerse las relaciones que hicieron el mariscal Lannes, los generales Brandt, Daudevard de Ferussac, Belmás y otros testigos presenciales. Según Brandt: "...La plaza del Pilar, ofrecía uno de esos cuadros que no se olvidan jamás. Estaba llena de mujeres y niños orando, de féretros, y de muertos para quienes habían faltado féretros. En algunos sitios había hasta veinte ataúdes apilados los unos sobre los otros... He asistido a muchas escenas de carnicería; he visto el gran reducto de la Moscowa, uno de los más célebres horrores de la guerra... en ninguna parte he sentido la emoción que allí. Y es que el espectáculo de la tortura es mucho más doloroso que el de la muerte". Daudevard dice: "Los primeros días después de la toma de Zaragoza, antes de que verificase su entrada el Mariscal, era casi imposible transitar por las calles de la ciudad. Un aire pútrido e infecto nos sofocaba, las calles cerradas por los escombros o las piezas de artillería, obstruidas por las barricadas y los fosos que las cortaban; y por todas partes cadáveres de hombres y de animales...". El frío Belmás, nos dejó su testimonio diciendo: "La ciudad ofrecía un aspecto horrible. Respirábase en ella un aire infecto que ahogaba. El fuego, que aún consumía varios edificios, llenaba la atmósfera con una espesa humareda. Los barrios atacados no presentaban sino montones de ruinas mezcladas con cadáveres y restos humanos esparcidos por ellas..." Habían perecido unas 52.000 personas, conquistando la heroica ciudad, con su defensa sobrenatural, gloria imperecedera. Su posesión había costado a los franceses la pérdida de 8.000 hombres; de oficiales de Ingenieros, resultaron 12 muertos y 15 heridos; los Zapadores tuvieron 156 bajas; su Artillería hizo 32.700 disparos de cañón, obús o mortero, habiendo consumido 69.325 kilogramos de pólvora, y además 9.500 kilogramos en las minas.
Tomaron parte en la defensa de Zaragoza, de los actuales cuerpos del ejército, los regimientos de Infantería de Extremadura, Valencia, Murcia, Saboya, América y Cazadores de Segorbe y Las Navas, de Caballería los Dragones del Rey y Numancia. Más adelante se concedió una cruz de distinción a los defensores de Zaragoza, y la ciudad recibió el título de muy noble y muy heroica.
Recordando Zaragoza, el mariscal Lannes dijo: "¡Que guerra! ¡Que hombres! Un sitio a cada calle; una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor, a tantos furiosos! Aquella guerra es horrible: se lo he escrito al Emperador; la victoria da pena...".
Paralizadas las operaciones en Cataluña después de la derrota de Molins de Rey, dedicábase el general Reding, que mandaba el ejército de la derecha, a instruir sus bisoños soldados, rehuyendo el entablar choque alguno formal con el enemigo; más apremiado por los habitantes, resolvió dar un ataque general a los franceses, pensando interponerse entre ellos y la plaza de Barcelona, su base de operaciones, y tratar de envolverlos auxiliado por los somatenes. El general español se encontraba en Tarragona con 10.000 hombres, y el resto de su ejército, hasta 25.000, bajo el mando del general D. Juan Bautista de Castro, ocupaba una extensa línea de 16 leguas desde Olesa a dicha plaza, por el Bruch, Igualada, La Llacuna y Coll de Santa Cristina.
El general Saint-Cyr, que con unos 18.000 hombres estaba en el Panadés, concentrado el grueso de sus fuerzas entre Vendrell, Villafranca, San Sadurní y Martorell, cubriendo el Bajo Llobregat y Barcelona, adivinó al instante el intento de los españoles, y maniobrando con su acostumbrada destreza, se presentó de improviso delante de Igualada, de donde tuvo que retirarse apresuradamente Castro hacia Cervera, y obligó al brigadier Iranzo a refugiarse en Santas Creus. Rota y dividida ya la línea española, acudió Reding desde Tarragona para liberar a Iranzo, y entonces decidió Saint-Cyr interponerse entre aquél y dicha plaza. El general español, que se había movido luego hacia Montblanch para proteger la incorporación de otras fuerzas de la izquierda de su línea, decidió, previo consejo de guerra, volver a Tarragona, amenazado su rico campo por el enemigo.
Emprendiose la marcha, pasando Reding con la Vanguardia el río Francolí, por el puente de Goy, en la noche del 24; mas habiendo tropezado en la madrugada del 25 con las avanzadas de la División Souham, que ocupaba Valls, titubeó el general español, y volviendo a repasar el río, se situó en la orilla derecha, formando en línea de batalla defensiva, en lugar de seguir empujando a las tropas enemigas, a las que le habría sido fácil arrollar con un poco más de energía, venciendo así el débil obstáculo que se le oponía a su marcha a Tarragona. Mas la indecisión de Reding tuvo deplorables consecuencias, pues los franceses pudieron reponerse de la sorpresa, y llamando a toda prisa Saint-Cyr a la División italiana de Pino, que se había adelantado hasta Pla, diez kilómetros distante, se ponía en condiciones de tomar la ofensiva con fuerzas muy superiores. Mientras se le incorporaban las tropas de Pino, procuró entretener a los nuestros, tiroteándose sus guerrillas con las españolas desde las márgenes opuestas del Francolí, animando el repliegue intencional de aquellas al general Reding a pasar de nuevo el puente con algunas fuerzas, hábil estratagema del general francés para dar tiempo con estas escaramuzas a que llegase la División Pino.
Reunido el Cuerpo de ejército enemigo a las tres de la tarde, cuando ya los españoles habían decidido retirarse, dio Saint-Cyr sus disposiciones para un ataque decisivo, y a las tres y media se lanzaron resueltamente tres columnas, dos de la División Pino y una de la de Souham, sobre la línea española, que ocupaba una altura paralela, próximamente al curso del río, cruzando éste bajo el nutrido y certero fuego de la artillería y fusilería, que les causó muchas bajas. Nuestras tropas opusieron una resistencia tenacísima; pero acometidas a la bayoneta con incontrastable denuedo, y cargadas por la caballería contraria, parte de la que pasó a galope tendido el puente de Goy, bastó media hora para que los españoles, cediendo al bien concertado ataque del enemigo, fueron completamente desbaratados, acogiéndose los dispersos a los olivares, barrancos y bosques más próximos, huyendo de los sables de la caballería contraria, en dirección a Tarragona. El mismo D. Teodoro Reging se vio envuelto por los jinetes franceses, teniendo que defenderse con su Estado Mayor, espada en mano recibiendo cinco heridas, de cuyas resultas falleció en dicha ciudad dos meses después.
Consistieron nuestras pérdidas en unos 3.000 hombres muertos, heridos y prisioneros (entre otros jefes quedaron muertos en el campo los tenientes coroneles D. Ramón Armenta y el marqués de Salas; herido el coronel D. Carlos Briet de Saint-Ellier, y prisioneros el coronel del Regimiento de Santiago, Mayor General de Caballería, marqués de Castelldosríus; el coronel D. Manuel Dumont, comandante de Guardias Walonas; el teniente coronel D. Manuel Antúnez, Comandante de Guardias Españolas, y tres Ayudantes del General en Jefe). Tomaron toda la artillería; las de los franceses pasaron de 1.000, confesadas por ellos mismos. El enemigo entró en Reús, de donde sacó grandes recursos, y sostuvo hasta el 20 de marzo el bloqueo de Tarragona, en donde se desarrolló la peste, que se cebó de una manera cruel en la guarnición y en los habitantes.
Formaban parte de las tropas que asistieron a tan infausta jornada los regimientos de Infantería de Saboya y Soria, y el de Caballería de Santiago.
Contando el rey José con algunas inteligencias en dicha plaza, ordenó al general Suchet, que mandaba el Ejército de Aragón, fuerte de unos 30.000 hombres, se dirigiese sobre ella, esperando que la sola presencia de sus tropas bastaría para que se entregase. El general enemigo dejó en Aragón fuerzas suficientes para oponerse y tener a raya a las divisiones españolas de Villacampa, García Navarro y Perenna, que reunirían entre todas unos 13.000 hombres, y en este día emprendió la marcha con 14.000 soldados, divididos en dos columnas: Una, a cargo del general Habert, se dirigió a Murviedro por Morella, de cuya villa y castillo se apoderó sin resistencia, y la otra, mandada por el mismo Suchet, partió de Teruel, ahuyentó en Alventosa la vanguardia del ejército valenciano, que se replegó sobre la capital, después de abandonar cuatro cañones al enemigo, entró en Segorbe.
Cuatro compañías del Regimiento de San Fernando, al mando de su jefe Rimbau, que, como compuestas exclusivamente de naturales de Cataluña, conocían el terreno a palmos, atacaron este día, en las escabrosidades de Massanet de Cabrenys, a una columna francesa de 4.600 infantes y una sección de Caballería, consiguiendo desordenarla en los primeros momentos de la sorpresa. La causaron bastantes muertos y heridos y se retiraron muy ufanos por su glorioso triunfo, con ocho Oficiales y 72 soldados que cogieron prisioneros.
En cuanto lord Wellington tuvo noticia de haberse rendido Pamplona a los españoles, decidió avanzar por el territorio francés, y después de varios combates en el Nivelle y el Nive, en los que los aliados perdieron 5.000 hombres, y unos 6.000 los franceses, con bastantes prisioneros y 51 piezas de artillería, se encaminaron a Orthez, donde les aguardaba el mariscal Soult con 40.000 soldados, mandando la derecha el general Reille, el centro Drouet, y la izquierda, que se apoyaba en la ciudad, defendiendo el paso del río, a cargo de Clausel. Empeñóse la refriega, atacando Beresford la derecha de los enemigos, mientras el general Picton arremetía al mismo tiempo su centro e izquierda. Los franceses se vieron obligados a cejar por el centro, si bien formados en cuadros y en buen orden, cuyo movimiento retrógrado obligó también a las alas a replegarse, terminando al fin con una retirada general, acosado muy de cerca el enemigo por las bayonetas británicas; así es que pronto se convirtió aquella ordenada retirada en verdadera fuga, pereciendo multitud de dispersos acuchillados por los jinetes ingleses y portugueses. El mariscal Soult echó después de menos hasta 12.000 hombres, muchos de ellos desertores, y 2.000 prisioneros. Los aliados experimentaron una pérdida de 2.300 hombres, de los cuales 600 eran portugueses. No asistió a esta batalla fuerza alguna española.
El 13 de febrero había llegado a Barcelona la División francesa del general Duhesme. Las tropas se situaron ante la Ciudadela con motivo de la revista que su general les iba a pasar. El general Lechi que mandaba la formación, seguido de numeroso Estado Mayor, se acercó entonces a la guardia con el pretexto de hacerles algunas prevenciones, deteniéndose en medio del puente levadizo, con lo cual el Batallón italiano de Vélites, que era el más próximo, pudo avanzar cubierto por el rebellín que defendía la entrada, penetrando enseguida dicho general en el recinto interior, como también el expresado Batallón, y detrás de éste otros cuatro batallones franceses, que acabaron de hacerse dueños de la Ciudadela, desalojándola al día siguiente los dos batallones de Guardias Españolas y Walonas que la guarnecían.
A la misma hora, otro cuerpo de tropas francesas subió al castillo de Montjuich; mas su gobernador D. Mariano Alvarez de Castro, levantó el puente a su aproximación, negándose resueltamente a dar entrada en el fuerte a tropas extrajeras. Quiso imponerse Duhesme, amenazando al Gobernador con posesionarse de Montjuich a viva fuerza; más no se amedrentó por esto Alvarez de Castro, antes bien, aprestose a la defensa con el Regimiento de Extremadura. Entonces acudió el general francés al conde de Ezpeleta, y atemorizado éste, dio órdenes terminantes a Alvarez de Castro para que efectuase la entrega del fuerte. Dudó todavía un momento el futuro héroe de Gerona: tanto le costaba someterse al extranjero; pero pudo más la disciplina, y los franceses tomaron tranquilamente posesión del castillo.