4-12-1808. | CAPITULACIÓN DE MADRID | 5-12-1808. | SITIO DE ROSAS | 11-12-1809. | TERCER SITIO DE GERONA |
15-12-1812. | ACCIÓN DE IBI | 16-12-1808. | BATALLA DE LLINÁS O DE CARDEDEU | 19-12-1808. | LOS TRES MIL DE VALERO |
21-12-1808. | BATALLA DE MOLINS DE REY | 25-12-1808. | COMBATE DE TARANCÓN | 28-12-1808. | ANDRÉS RICOY, FIEL HASTA LA MUERTE |
Abierto a Napoleón el paso de Somosierra (V. 30 de noviembre), se presentaban sus avanzadas al día siguiente en las alturas próximas a Madrid, cuya defensa se había confiado al Capitán general, marqués de Castelar , y a don Tomás de Morla, que inspiraba gran confianza por sus profundos conocimientos militares, con don Fernando de Vera y Pantoja, Gobernador militar de la plaza. La tropa disponible se reducía tan sólo a 300 soldados de diferentes cuerpos y dos batallones y un escuadrón de nueva leva, por lo cual se distribuyeron entre los vecinos 8.000 fusiles y otras muchas armas de distintas procedencias, hasta de la Armería Real; y como en las pocas municiones que se entregaron se descubriesen cartuchos con arena en vez de pólvora, se amotinó el pueblo, y dejándose llevar quizás por resentimientos personales, echó alguno la culpa a un regidor que había intervenido en su confección, el marqués de Perales, cuya casa de la calle de la Magdalena fue asaltada y el desgraciado cosido a puñaladas, arrastrado su cadáver por las calles encima de una estera. Este deplorable desmán fue el único lunar que empañó la levantada conducta de los madrileños, animados todos de los mejores deseos, tanto para trabajar en las fortificaciones que se improvisaron, como para defenderlas con su esfuerzo. Cubriéronse con parapetos, débiles y defectuosos, las puertas de Alcalá, Recoletos, Santa Bárbara, Fuencarral, Conde-Duque y San Bernardino; se aspillaron las tapias del recinto, principalmente las del Buen Retiro, espacioso edificio que se alzaba entre las puertas de Alcalá y de Atocha; se abrieron zanjas y levantaron barricadas en lo alto de las avenidas principales, y se desempedraron algunas calles para hacer acopio de proyectiles arrojadizos en las casas, en muchas de las cuales se cubrieron las ventanas con colchones.
En la mañana del 2 aparecieron en las alturas al Norte de Madrid los dragones de Latour-Maubourg y Lahoussaye, y a las doce llegó Napoleón a Chamartín, alojándose en la casa del duque del Infantado, desde donde hizo la primera intimación, por medio del mariscal Bessieres, deseando entrar en la capital de España aquel mismo día, por ser el aniversario de la batalla de Austerlitz y de su coronación; pero aquella fue rechazada, y sin esperar la contestación a la segunda, que hizo el general Berthier, príncipe de Neufchatel, mayor general del ejército francés, emprendió el ataque al amanecer del 3, rompiendo el fuego las baterías levantadas durante la noche contra diferentes puntos, entre ellas una de 30 cañones contra el Retiro, dirigida por el general de Artillería Senarmont. Designado dicho punto como objetivo principal, llamaron otras fuerzas la atención por las puertas del Conde-Duque y Fuencarral, hasta la de Recoletos y de Alcalá, rechazando la batería de Veterinaria, dirigida por el oficial de artillería Vasallo, a la columna enemiga que pretendía entrar por la de Recoletos para envolver a los defensores de la última de aquellas. Napoleón en persona dirigía el ataque, situado junto a la Fuente Castellana, de donde se vio obligado a alejarse algún tanto, por estar allí expuesto a los disparos de dicha batería. Abierto espacioso boquete en las débiles tapias del Retiro, penetraron por él las tropas ligeras de la División Villatte, que se posesionaron del Palacio, Observatorio y Fábrica de China, y persiguiendo a los fugitivos cruzaron El Prado, haciéndose dueños también del Palacio de Medinaceli, Escuela de Mineralogía de la calle del Turco y otros edificios, dejando flanqueadas las puertas de Recoletos, Alcalá y Atocha, cuyos defensores tuvieron que replegarse a las cortaduras de las respectivas calles.
Entonces, habiendo experimentado ya los franceses bastantes bajas, entre ellas herido el general Maison y muerto el general Bruyère en la calle de Alcalá, hizo el Emperador la tercera intimación, y considerando la Junta de Defensa que era ya imposible continuar la resistencia, mandó suspender el fuego y envió a conferenciar con él al general Morlá y a don Bernardo Iriarte. Turbóse el primero en presencia de Napoleón, sin que acertase a contestar cosa alguna a las recriminaciones que le hizo aquél en tono desabrido, siendo tal su aturdimiento, que apenas pudo dar cuenta a la Junta del resultado de su misión (Sin que pretendamos justificar la conducta posterior de aquel ilustre y sabio artillero, creemos de nuestro deber consignar que si bien en cumplimiento de la capitulación (por el artículo 8º toda la guarnición debía quedar prisionera de guerra. Lo que le concitó el odio del pueblo fue el haber visitado el día siguiente al rey José, cuyas prendas personales no eran por cierto las que le atribuía el vulgo) se quedó entre los enemigos, no llegó a hacer armas contra su patria. En su larga carrera había prestado grandes servicios, recompensados con los más altos honores y distinciones (Siendo teniente coronel obtuvo el empleo de teniente general; después fue nombrado Director General del Cuerpo y Consejero de Estado. Era Comendador de la Orden de Santiago y Caballero Gran Cruz de Carlos III); y no pudiendo recibirlos mayores, es de suponer seguiría de buena fe el partido del Intruso, creyendo a éste más apto que Fernando para empuñar las riendas del estado y labrar la felicidad de España.
Había nacido en Jerez de la Frontera en 1748; ingresó en el Colegio de Segovia el 8 de julio de 1764; teniente de la Compañía de Minadores del 4º regimiento, se encontró el año 1782 en el Sitio de Gibraltar, en el que mandaba la artillería de la batería flotante "Talla piedra", resultando gravemente herido; asistió en 1793 a la campaña del Rosellón como Cuartel-Maestre General, y en 1808 tenía el mando militar de Cádiz, donde obligó a rendirse a la escuadra francesa fondeada en dicha bahía. Desempeñó diferentes veces el cargo de profesor en Segovia, aumentando su vasta ilustración en un largo viaje de tres años por las principales naciones de Europa; fue Director de la fundición de cañones de Barcelona; formó parte de la Junta de Generales encargados de reformar las Ordenanzas del Ejército, contribuyendo también a la redacción de las Ordenanzas de Artillería y dejó publicadas varias obras, entre ellas su notable "Tratado de Artillería", aunque aprovechando parte de los trabajos de don Vicente de los Ríos, con otros manuscritos interesantes. Sumido en la tristeza y los padecimientos, falleció en Madrid después de un año de ceguera, el 6 de diciembre de 1811). Decidida la entrega, salieron aquella noche para Extremadura y Segovia, respectivamente, el marqués de Castelar y el vizconde de Gante, con la poca tropa que había, y a las diez de la mañana del 4 tomaba posesión de Madrid el general Baillard con las fuerzas destinadas a guarnecerla, permaneciendo las demás en los cantones inmediatos.
Napoleón tuvo el buen sentido de evitar a los madrileños la humillación que debería producirles su presencia, y continuó en Chamartín; sólo una vez y muy de mañana atravesó la capital, sin aparato alguno, por la curiosidad e ver el Palacio Real.
Mientras Napoleón en persona invadía la Península por un extremo de los Pirineos a la cabeza de seis cuerpos de ejército, el ilustre general Gouvion Saint-Cyr organizaba en el extremo opuesto, en nuestro antiguo Rosellón, el VII cuerpo, destinado a Cataluña, cuya capital necesitaba de pronto auxilio, bloqueada como estaba por las tropas españolas (V. 26 de noviembre); a primeros de noviembre penetró en el Principado con las tres divisiones de Pino, Souham y Chabot, que unidas a la de Reille, encerrada en Figueras, componía un total de 24.000 infantes y 2.000 caballos, con su correspondiente dotación de artillería. De aquellas, la primera y la última (la de Reille), se encaminaron desde luego hacia Rosas, en cuya magnífica rada (Está al abrigo de los vientos del Norte, Este y Sudoeste, y pueden fondear en ella escuadras considerables.) podían los británicos efectuar un desembarco y cortar fácilmente las comunicaciones con Francia, o facilitar por lo menos a los somatenes armas y pertrechos para sostener el bloqueo del castillo de Figueras, razón por la cual no quiso Saint-Cyr aventurarse por el interior de Cataluña sin tener en su poder aquella importante plaza; la división Souham se apostó en el Fluviá para observar el camino de Gerona, en cuya ciudad se encontraba la división de vanguardia de don Mariano Alvarez de Castro; y la francesa de Chavot quedó encargada de conservar las comunicaciones con la frontera. Las fuerzas que se presentaron el 7 de noviembre delante de Rosas reunían 13.604 infantes, 1.328 caballos, 458 artilleros con un tren de sitio bastante completo, y 211 zapadores.
Componían las fortificaciones de la plaza la Ciudadela, construida en 1543 por el ingeniero Pizano, un atrincheramiento que cubría la ciudad, apoyado en la Ciudadela y en un reducto, y el pequeño fuerte de la Trinidad, llamado también el Botón por los franceses y la Poncella por los catalanes. La guarnición constaba de 3.000 hombres de los regimientos de Borbón, Ultonia, Suizos de Wimpffen y otros de voluntarios del país, ejerciendo el cargo de gobernador el coronel don Pedro O’Daly, acreditado ya en los sitios de Gerona; y el de comandante de ingenieros el coronel don Manuel Lemaur, quien con el teniente coronel del propio cuerpo don José Torras Pellicer y el capitán de Artillería don Carlos Espinosa consiguieron a fuerza de actividad reparar las obras más necesarias y poner en batería hasta 58 piezas de todos los calibres. El castillo de la Trinidad estaba defendido por un destacamento de 200 hombres (Era Comisario de Guerra de la plaza, interino, don Cayetano Bonafós).
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Las lluvias torrenciales que empezaron a descargar en toda la comarca impidieron el transporte del tren y el comienzo de los trabajos de sitio, pasándose los ocho primeros días sin más que reconocimientos y escaramuzas con la guarnición y con los migueletes, que desde las montañas próximas no cesaban de acosar a los sitiadores, distinguiéndose de aquellos los que mandaba el capitán don Narciso Coderch, aunque septuagenario y achacoso, los cuales cayeron sobre cuatro compañías italianas destacadas en Llanza e hicieron prisioneras a dos de ellas, no llegando a tiempo de salvarlas tres batallones que corrieron en su auxilio (el general Saint-Cyr hizo prender en represalias igual número de campesinos (180) y los envió a Francia en calidad de prisioneros). Sin embargo, impaciente Reille, trató de apoderarse por un ataque brusco del fuerte de la Trinidad, que fue asaltado el 15; pero rechazados los enemigos con grandes pérdidas, se señaló en la falda de Puig-Rom el emplazamiento de una batería de brecha contra dicho fuerte, al mismo tiempo que se abría en la noche del 18 al 19 la paralela para abrazar el frente comprendido entre los baluartes de San Jorge y San Felipe, que eligió como de ataque el general Sansón, comandante de Ingenieros, el cual había dirigido también las operaciones del sitio de la misma plaza en 1794; pero viendo el escaso efecto que se producía (tan sólo obligó a variar de fondeadero a la escuadrilla británica surta en bahía, cuyo fuego y el de la ciudadela había producido el día anterior (el 19) la voladura del repuesto de la batería de morteros de dicha paralela.) y la firmeza de los defensores de la ciudadela, que no cesaban en sus salidas, resolvió el general Reille abrir otra paralela, a la izquierda de la primera, contra el frente contiguo, cuyo plan no fue más eficaz para conseguir en un breve plazo la rendición de la plaza, como deseaba Saint-Cyr, apremiado por el Emperador, y en consecuencia, después que hubo rechazado Souham en el Fluviá el 24 a las tropas de don Mariano Alvarez de Castro al tratar de acudir en auxilio de Rosas, mandó dicho general al sitio a los de ingenieros y Artillería Kirgener y Ruty, comandantes respectivos en el VII Cuerpo, quienes cambiaron otra vez de objetivo, eligiendo el frente comprendido entre los baluartes de San Antonio y Santa Marta por permitir establecer más próximas las baterías, y haber en la cara izquierda del último baluarte una antigua brecha producida por la voladura de un repuesto, mal reparada con barriles llenos de tierra. Para llevar a cabo dicho plan era preciso apoderarse del pueblo, lo que efectuaron los italianos en la noche del 26 a pesar de la obstinada resistencia de los 500 españoles que lo defendían, los cuales, a excepción de 50 que se salvaron en la ciudadela, quedaron todos muertos o prisioneros, y no se pudo ya volver a recobrar, aunque lo intentaron los sitiados al día siguiente.
Este golpe fue fatal para los defensores de Rosas. Aunque el coronel O'Daly rechazó aún la nueva intimación que le hizo Reille, considerándola atentatoria a su honor, puesto que las murallas estaban intactas y la guarnición poseída del mejor espíritu, los trabajos adelantaban rápidamente, y la ciudadela quedaba completamente aislada hasta el punto de no poder embarcar en las chalupas británicas los enfermos y heridos: no se podía abrigar duda alguna sobre la proximidad del desenlace. Los sitiados hicieron todavía un último y enérgico esfuerzo, practicando una salida en la noche del 2 de diciembre, coronada del mejor éxito; pues, mientras una columna salía por la poterna el frente opuesto y escalando la contraescarpa se corría rápidamente por el foso del atrincheramiento de la villa para coger de revés las baterías enemigas, otra columna los atacaba de frente; y ante tan bien concertada y ruda acometida, cedieron los italianos que guardaban y protegían los trabajos, huyendo presurosos. Los españoles se dedicaron activamente a arruinar los parapetos y destruir el material, hasta que la reacción de aquellos, considerablemente reforzados, obligó a los nuestros a volver a la plaza. Este percance no hizo sino retrasar veinticuatro horas la caída de Rosas: al amanecer del 4, veinticinco piezas de gran calibre rompieron violento fuego, contestado todo el día con el mayor vigor por la artillería del fuerte atacado; pero quedó abierta brecha considerable en la cara izquierda del baluarte de Santa María, y al día siguiente, sin abrigos a prueba para sustraerse a aquella lluvia de hierro, y agotadas casi por completo las subsistencias, capituló el gobernador por la noche, saliendo el 6 la guarnición, compuesta todavía de unos 2.000 soldados y Migueletes, con todos los honores de la guerra, para quedar prisioneros con los 600 heridos y enfermos que había en la fortaleza (La escuadra inglesa despidió a sus aliados haciéndoles un vivo fuego al desfilar delante de los sitiadores. ¡Notable contraste con el comportamiento de la escuadra española, que en el sitio de 1794 salvó la guarnición embarcándola sin perder un solo hombre!).
El fuerte de la Trinidad, cuya guarnición, mandada por el capitán de Ultonia don Lorenzo Fitz-Gerald, había sido reforzada por el intrépido lord Cochane, que se metió dentro con 80 marineros de la escuadra británica, rechazó briosamente el día 30 de noviembre un segundo asalto, ocasionando pérdidas muy sensibles a los imperiales, siguió la suerte de la ciudadela; pero su guarnición se salvó en las chalupas británicas, después de prender fuego al repuesto de pólvora.
La conquista de Rosas permitió a Saint-Cyr emprender sin pérdida de tiempo una notable marcha por el interior de Cataluña para socorrer la capital, lo que consiguió fácilmente después de derrotar al general Vives en Llinás (ver 16 de diciembre).
La insignificante plaza catalana, modesta ciudad de menos de 14.000 habitantes, que los franceses habían despreciado como une bicoque a su paso por ella en 1808, al dirigirse a Barcelona (un coronel de caballería napolitana llegó a decir que se comprometía a tomar el castillo de Montjuich con sólo su Regimiento a caballo), hasta el punto que no creyeron necesario dejarla guarnecida, a pesar de ser tan importante para asegurar las comunicaciones con su nación, estaba destinada a detener poco tiempo después meses y meses ante sus débiles muros, a los grandes capitanes y huestes invencibles de Napoleón, renovando en los modernos tiempos el heroísmo de Sagunto y de Numancia con la epopeya memorable de 1809, de recuerdo imperecedero para servir de ejemplo a todos los pueblos y a todos los ejércitos, mientras subsistan en el mundo ideas de patriotismo y de honor militar (palabras del ilustre general e historiador Gómez de Arteche).
Desde el segundo sitio de 1808 se había trabajado incesantemente en sus fortificaciones, mejorando bastante las condiciones defensivas de la plaza, gracias a la acertada dirección de los comandantes de Ingenieros y Artillería coroneles don Guillermo Minali y don Isidro de Mata y al celo y entusiasmo de la guarnición y vecindario, perfectamente identificados y dispuestos a hacer toda clase de sacrificios en pro de la sagrada causa que defendían. Figuraba dignamente al frente de la plaza como gobernador interino don Mariano Alvarez de Castro, que con esta defensa había de hacer su nombre inmortal, desempeñando los cargos de Teniente de Rey y Mayor general respectivamente los brigadieres don Julián de Bolívar y don Blas de Fournás; los servicios de administración y sanidad estaban dirigidos por el Intendente don Carlos Beramendi y el Cirujano Mayor don Juan Andrés Nieto. En las baterías del recinto y fuertes había montadas hasta 150 piezas de artillería, de las 196 disponibles (135 cañones (15 de 24, entre ellos 3 cortos o barrefosos, 27 de a 16, 29 de a 12 y los demás de a 8 y 4), 29 obuses de 8 y 6 pulgadas, 30 morteros y 2 pedreros), servidas por 278 artilleros, a los que se agregaron 240 migueletes del 2º de Gerona y 130 marineros, y posteriormente otros 120 hombres de los refuerzos que pudieron entrar en la ciudad; fuerzas que, con 4.945 infantes (no había más tropa de línea que los regimientos de Ultonia y Borbón y el 2º batallón de Voluntarios de Barcelona; el resto eran migueletes de los batallones de Gerona y de Vich. Durante el sitio entraron en la plaza desde el 1º de julio al 1º de septiembre, en que cesó todo socorro, otros 3.770 hombres, entre el regimiento de Baza, la compañía de granaderos de Iberia y Migueletes), 22 individuos de todas clases del Cuerpo de Ingenieros, mandados por el alférez don Matías Marich, y 108 caballos del escuadrón de San Narciso, constituían la guarnición, a todas luces insuficiente para sostener, como era debido, tantas obras distintas; mas la abnegación y el buen espíritu de los habitantes supieron a todo, pues además de tomar muchos de ellos una parte activa en la defensa siempre que lo exigieron las circunstancias, el coronel de Ultonia don Enrique O'Donell dio organización militar a los muchos voluntarios que se alistaron, formando con personas de todas las clases sociales, hasta con eclesiásticos, la célebre Cruzada Gerundense, compuesta de ocho compañías, con una brigada de albañiles y otra de carpinteros, destinadas a llenar las funciones de las tropas de Ingenieros, y además otra compañía, titulada Reserva del General, especie de guardia de honor de Alvarez de Castro, para acompañarle cuando recorría los puestos, que no eran por cierto los de menor peligro. Las mujeres correspondieron al general entusiasmo con ánimo varonil, organizando a su vez las compañías de Santa Bárbara, para llevar municiones y víveres a los defensores en los puntos atacados, y recoger y auxiliar a los heridos. San Narciso, patrón de la ciudad, fue declarado Generalísimo.
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Al presentarse los franceses por tercera vez frente a Gerona el día 6 de mayo, estaban preparados los españoles para recibirlos y sabían a que atenerse respecto de las intenciones de su gobernador, de resistir hasta el último extremo, bien manifiestas en el bando que mandó publicar el 1º de abril, al encargarse del mando, imponiendo la pena de ser pasado por las armas a todo el que profiriera la voz de capitular o de rendirse. Empezaron las escaramuzas, saliendo destacamentos de las tres armas al encuentro del enemigo para retardar en lo posible su aproximación y establecimiento en los pueblos inmediatos, lo que no tuvo lugar hasta últimos de mayo (los españoles conservaron la ermita de los Angeles hasta el 31), cuando por los sucesivos refuerzos se elevó el efectivo de los sitiadores a 18.000 hombres, bajo las órdenes del general Verdier, con un tren de batir de 71 piezas (49 cañones de grueso calibre, 14 morteros, 6 obuses y 2 pedreros), dotadas con 600 disparos cada una. En todo este tiempo se limitaron los franceses a levantar varias obras defensivas para mantenerse sólidamente en las posiciones que iban ocupando, molestados diariamente por los somatenes y defensores, los cuales se dedicaron también a reforzar y cubrir los puntos más débiles de la plaza, procurando el paisanaje, por encargo de Alvarez, fomentar la deserción de los descontentos, que eran muchos (hubo día en que se pasaron a la ciudad hasta 42 entre alemanes e italianos, elevándose por fin en mayo a más de 600. Todos fueron enviados a Tarragona, después de remunerados con largueza). El día 30 celebraron los nuestros con gran regocijo el santo de su rey Fernando el Deseado (hubo triple salva de cañón, repique de campanas, besamanos, meriendas y bailes en los baluartes, e iluminación general por la noche).
Establecidos los sitiadores a uno y otro lado del Ter, sobre el que echaron un puente de caballetes junto a Salt, y reconocida minuciosamente la plaza por los generales de Artillería e Ingenieros Taviel y Sansón, empezaron el 6 de junio la construcción de tres baterías, una de 12 morteros en el Puig den Roca, frente al baluarte de San Pedro, y otras dos de cuatro piezas de a 24 y un obús cada una en el Tramón, altura dominante a 1.200 metros de las torres de San Luís y San Narciso, quedando armadas en la noche del 12 al 13, sin grandes pérdidas del enemigo, a pesar del incesante fuego del castillo de Montjuich y sus torres avanzadas, que era de escaso efecto; y a la media noche siguiente empezó el bombardeo (el estrago fue tan grande desde el principio, pues una bomba produjo a la una de la tarde el incendio y destrucción completa del Hospital del Rey, pereciendo algunos enfermos entre las llamas a pesar de la prontitud con que acudió todo el mundo a salvarlos, no siendo obstáculo para impedirlo la inhumanidad de los franceses, que deseando aterrar al vecindario, dirigieron con preferencia los proyectiles hacia aquella parte. Otra bomba, rompiendo el muro que cerraba una antigua ventana de la catedral, mató con los sillares que de ella se desprendieron a nueve personas, hiriendo a otras cinco de las allí refugiadas), seguido, al poco rato, del fuego de las baterías del Tramón, mientras amenazaban los sitiadores con un ataque a la puerta de Francia, pues ocuparon las primeras casas del arrabal del Pedret, dedicándose enseguida a cortar la carretera con un parapeto de vigas y tierra. Contra dicha obra dispuso Alvarez una salida en la mañana del 17, acometiéndola a la bayoneta por un flanco, desde la falda de Montjuich, el Sargento Mayor de Ultonia don Enrique Mac-Karti, con 450 hombres, y pocos momentos después llegaba a ella por la carretera el comandante de Ingenieros don Guillermo Minali con los zapadores, la brigada de albañiles y carpinteros de la Cruzada Gerundense, un piquete de artilleros y algunos caballos de San Narciso, y se dedicaba a destruir el atrincheramiento, que quedó completamente arrasado en menos de una hora, retirándose en seguida a la plaza en buen orden. Este combate, que no dejó de ser bastante empeñado, costó a los españoles unas 150 bajas.
No siendo muy satisfactorio, por la distancia, el resultado del fuego de las baterías del Tramón, construyeron los sitiadores en una noche, con sacos a tierra, junto a las ruinas de la casa de Aulet, las baterías números III y IV, a 800 metros de San Luís y más cerca todavía de San Narciso; y derruidos enteramente el 19 los parapetos de dichas torres, desmontada su artillería y con brecha practicable, las abandonaron el mismo día sus defensores, cuando los franceses se dirigían al asalto, calculando aquellos que les sería imposible resistirlo (Alvarez de Castro quiso fusilar a los comandantes de dichos fuertes Noguer y Lessenne; mas sometidos a Consejo de Guerra, sólo se les condenó a servir de soldados en San Daniel y en Montjuich hasta que acreditasen de nuevo su valor y patriotismo, como lo hicieron cumplidamente). La torre de San Daniel se sostuvo hasta el 21, no desalojándola su comandante don Lorenzo Fitz-Gerald, capitán de Ultonia (en el sitio de Rosas mandaba el fuerte de la Trinidad (Ver 5 diciembre), hasta que se lo mandó Alvarez, después de rechazar un asalto, arrasadas ya las obras interiores por una batería levantada al lado de San Luís, y reconocida por los comandantes de Artillería e Ingenieros la imposibilidad de conservarla más tiempo.
El general Verdier, tranquilo ya respecto a las agresiones exteriores por haberse aproximado a Gerona Saint-Cyr, situado hasta entonces en Vich, según interesaba hacía tiempo aquel, ocupando el 20 y 21 de junio (por aquellos días el canónigo Rovira atacó un convoy enemigo y se apoderó de un gran número de acémilas, con 120 caballos destinados a la artillería; y rechazado junto a Bañolas con pérdida de 200 hombres, viéndose obligado a atrincherarse en un convento hasta que recibió refuerzos, y Rovira volvióse tranquilamente a Olot), con sus 12.000 hombres una línea que se extendía desde Bruñola a San Feliu de Guixols, en la costa, por Santa Coloma de Farnés, Riudarenas, Mallorquinas y Vidreras, con su Cuartel General en Caldas de Malavella, interceptando todas las comunicaciones de la plaza, pudo dedicarse de lleno a la expugnación del castillo de Montjuich, sin perjuicio de seguir amenazando la plaza por la parte del Mercadal con un falso ataque, como si dirigiese sus miras al baluarte de Santa Clara. Construidas nuevas baterías, una de ellas la llamada Imperial (era la señalada con el número X; se apoyaba en la torre de San Luís y tenía 120 metros de extensión, 6 de espesor y 2,30 de altura. Se construyó en una sola noche, la del 2 al 3 de julio, por 2.000 hombres, empleando 80.000 sacos de tierra reunidos a fuerza de días y de trabajo. Estaba destinada a contrabatir la artillería del frente de ataque y abrir brecha en la cara derecha del baluarte del Norte con los 12 cañones de a 24 y 8 de a 16 con que fue armada), abrumaron a los defensores del fuerte con el no interrumpido fuego de más de 40 piezas de grueso calibre, sin cesar tampoco el bombardeo de la ciudad, cuyos habitantes, familiarizados ya con el peligro, mostraban cada día mayor entusiasmo, que llegó al más alto grado al saber que el Gobernador, no queriendo tener trato alguno con los enemigos de su patria, había despreciado de una vez para siempre las intimaciones de los franceses (a la muy atenta comunicación que le pasó el 2 de julio el comandante de Ingenieros, general Kirgener, en nombre de Saint-Cyr, contestó del siguiente modo: "...nada tengo que tratar con V.E.; que no admitiré ni tendré consideración alguna a parlamentario ni trompeta alguno e su exército. Esto digo a V.E. en contestación a su papel de hoy." Y efectivamente así lo hizo). Abierto el mismo día 3, en la cara derecha del baluarte del Norte, un espacioso boquete de más de 12 metros de anchura, intentaron los sitiadores el asalto en la noche del 4, puesto el comandante Fleury a la cabeza de dos compañías de zapadores, apoyadas por la guardia de trinchera; pero aquella temeraria intentona fue fácilmente rechazada, y los contrarios, más prudentes en lo sucesivo, se dedicaron a perfeccionar la brecha, cuyos escombros llegaban ya al pie de la contraescarpa; levantaron otra batería (la XII) contigua a la brecha, y coronaron el camino cubierto del rebellín, dando vuelta al ángulo saliente hasta cerca de la plaza de Armas, en la seguridad de hacer de este modo incontrastable una nueva acometida, si la guarnición, aterrada con aquel fuego asolador que, arrasando casi toda la cara del baluarte atacado, dejó abierta una brecha por la que podían penetrar 50 hombres de frente, no optaba por abandonar desde luego la fortaleza, como habían hecho los defensores de las torres avanzadas. Los españoles (la guarnición se mantuvo constantemente entre 700 y 800 hombres, para lo cual tenía cuidado Alvarez de reemplazar las bajas; y para evitar quejas de la tropa, pues deseaban todos encontrarse en los puestos de mayor peligro, hacía relevar cada ocho días la que daba servicio en el castillo por destacamentos de todos los Cuerpos. Sólo los oficiales de Artillería teniente coronel ayudante Mayor don José Taberné y capitán ayudante Mayor don José Medrano permanecieron constantemente en Montjuich sin relevo hasta su evacuación), bien dirigidos por el gobernador interino del castillo, teniente coronel Comandante de Ultonia, don Guillermo Nasch, trabajaban a porfía para reparar en lo posible tanto estrago, dificultar el acceso por la brecha con toda clase de obstáculos, construir en el baluarte cortaduras con foso y parapeto flanqueadas con artillería, y acopiar en él barriles fulminantes, polladas, faginas embreadas, granadas de mano y cuantos artificios podían servir para contener el ímpetu de los asaltantes. Preparados los nuestros para recibirlos, para lo cual se organizó debidamente el servicio, encargándose los dos oficiales de Artillería, con la fuerza de Ultonia y Borbón, de la defensa de la brecha, y el segundo comandante del fuerte, don Blas de Fournás, teniente coronel de Borbón, de una corta reserva, rechazaron el 8 de julio por tres veces consecutivas el asalto que dieron a las tres de la madrugada dos fuertes columnas, bajo las órdenes del general Beurman, la una, dirigida por el comandante Fleury, dirigiéndose a la brecha del baluarte, y la otra, por el coronel Mouff, a escalar el rebellín por su gola, mientras una tercera amenazaba la comunicación con la Plaza para impedir el socorro y la retirada de los defensores del castillo. Todos los esfuerzos de aquellos valientes fueron inútiles, a pesar de que, a favor de la voladura de un repuesto, habían podido llegar la segunda vez hasta la primera cortadura, de donde fueron arrojados a la bayoneta por la reserva de Fournás, experimentando crecido número de bajas (aunque Belmas no confiesa sino 1.079 entre muertos y heridos, en cambio el alemán Bucher, que servía en el ejército sitiador, manifiesta en su Diario más de 3.000, cifra notoriamente exagerada, pues en realidad debieron estar comprendidas entre 1.000 conforme dice Vacani, también al servicio de los franceses, y con él don Pablo Miranda en su Diario del sitio ya mencionado, y 2.000 que supone Toreno, siguiendo al alemán Schepeler.), entre ellas 11 oficiales muertos y 66 heridos. Las de los españoles no fueron de consideración (en total 123: 35 muertos, de ellos 7 abrasados por la explosión, 72 heridos y 16 contusos, contándose entre los primeros el capitán de Ultonia don Miguel Peirson y el teniente del 1º de Migueletes de Vich, don Ramón Santigosa. En la voladura de la torre de San Juan, que ocurrió momentos después del asalto, murió el capitán don José Isern, también de Migueletes de Vich.); pero enturbió la general alegría la catástrofe que ocurrió después del asalto en la torre de San Juan, en la que el descuido de un artillero produjo la voladura del polvorín y el derrumbamiento de todo el fuerte, entre cuyas ruinas quedaron sepultados 18 hombres del 1º de Vich y 3 artilleros, salvándose milagrosamente otros tres, aunque muy heridos, por los laudables esfuerzos del Intendente don Carlos Beramendi (también al día siguiente se les voló a los enemigos el repuesto de municiones que tenían en la torre de San Daniel, y el 31 una bomba arrojada desde la plaza produjo otra voladura y muchas desgracias en la torre de San Luís). El general Alvarez de Castro subió al castillo a felicitar a los defensores por su brillante victoria. Los franceses se desquitaron de aquel revés cogiendo prisioneros el 10 en Castellar, la mayor parte de los 1.500 hombres que conducía a Gerona, para reforzar su guarnición, el teniente coronel don Rodulfo Marsahl , no pudiendo llegar a la plaza sitiada más que dicho jefe y 12 de los suyos. En cambio, los Somatenes que mandaban don Antonio Porta, don Francisco Rovira, don Pedro Cuadrado y otros caudillos, seguían interceptando convoyes ya asaltando campamentos franceses, con no poco estrago de los enemigos y considerable presa de armas, municiones y equipajes.
Más de dos meses ya llevaba el enemigo delante de Gerona, y aunque ciertamente no había pecado de ligero en sus operaciones, fue todavía más circunspecto desde el asalto del 8 de julio, pues variando de plan dirigió sus miras exclusivamente al rebellín, que ciñó con una paralela para coronar enteramente su camino cubierto, y levantó nuevas baterías (las XIII, XIV, XV, y XVI), ocupando además el convento de San Daniel (los sitiados tenían establecido en dicho edificio un hospital; los enfermos y heridos que no pudieron fugarse, fueron respetados; no así los desertores extranjeros del enemigo) y las ruinas de la torre de San Juan, después de apagar con las baterías XVIII y XIX los fuegos del baluarte del Calvario, que domina aquel convento y el valle del Galligans, para impedir toda reacción ofensiva que en el momento del ataque pudiese comprometer su éxito. Sólo con este lujo de precauciones, volada la contraescarpa del rebellín, suavizado el descenso al foso, abierta una brecha considerable y destruidos todos los reparos que cubrían a los defensores, consiguieron los imperiales posesionarse de la obra en la noche del 4 de agosto, entrándola con el mayor sigilo para sorprender su guarnición, de la que perecieron, pasados a cuchillo, 50 hombres, con el capitán del 2º de Voluntarios de Barcelona don Francisco de Paula Grifols; los demás pudieron salvarse arrojándose al foso por la gola. Los contrarios no se atrevieron a alojarse todavía en el interior del rebellín, limitándose a coronar la cresta de la brecha con un parapeto de cestones.
El enemigo continuó en los días sucesivos su obra de destrucción, contenida algún tanto el 10 de agosto con una enérgica salida que llevó a cabo, a la una de la tarde, el coronel, capitán de Artillería don Pablo Miranda, con 260 hombres entresacados entre los diferentes Cuerpos y un destacamento de artilleros mandados por el sargento del Arma, promovido a alférez don Manuel Ontañón. Los españoles acometieron repentinamente a los franceses de las trincheras y baterías más próximas, acuchillándolos y poniéndolos en fuga, clavaron un cañón de a 24, tres de a 19, tres morteros y un pedrero, cortaron a hachazos los rayos de las ruedas de los montajes y pegaron fuego al ramaje, prosiguiendo luego su avance a las otras baterías, que ya en alarma, les recibieron con un vivo fuego de metralla, obligándolos a retroceder; al propio tiempo, el capitán de Artillería don José Medrano reconoció las brechas y el alojamiento del sitiador en la media luna, haciéndose también desde la plaza otras dos salidas hacia el arrabal del Pedret y torre de San Juan por un lado y hacia el convento de San Daniel por el otro. Aquel fue el último esfuerzo de los sitiados por conservar el fuerte; era absolutamente imposible resistir un nuevo asalto; y reconocido así en junta de jefes, a las seis y media de la tarde del 11 de agosto, en pleno día, cuando se observaban ya en el campo enemigo preparativos de ataque, fueron abandonadas aquellas ruinas gloriosas, testigos durante 65 días del valor y patriotismo de sus defensores, que correctamente formados en columna, con dos granadas de mano cada infante y cuantos cartuchos podían llevar, los artilleros con los fuegos artificiales, emprendieron la bajada a la Plaza, entrando en ella por la puerta de San Pedro, saludados por las baterías francesas y por las aclamaciones entusiastas de los heroicos gerundenses (el gobernador había mandado por la mañana a Nasch y a Fournás los despachos del empleo de coronel como para estimularlos a prolongar más la defensa y al entrar en la Plaza se los devolvieron solicitando ser juzgados en Consejo de Guerra. "...Alvarez, que al verlos, dice Gómez de Arteche, se manifestaba con semblante severo, desarrugó su ceño al oírlos, y rechazando los despachos, aprobó plenamente su conducta pasada..."). Así pudieron posesionarse los imperiales de aquel castillejo, después de 37 días de tener brecha practicable, habiendo levantado diecinueve baterías, que arrojaron sobre él 23.130 balas de cañón, 3.092 granadas y 2.590 bombas, y perdido más de 3.000 hombres. Los españoles perdieron en esta bella defensa, cuyo mérito excede a toda ponderación, 962 hombres, más de la mitad muertos, contando entre éstos 17 oficiales y otros 26 heridos.
La pérdida del castillo de Montjuich parece debía arrastrar consigo a los pocos días la de Gerona, y así lo manifestó el general Verdier al dar cuenta a su gobierno, pues el frente de la Plaza que quedaba descubierto, de unos 400 metros de extensión, era en extremo débil y dominado a tiro de fusil desde aquella fortaleza, sobre todo el baluarte de San Pedro, cuya artillería tuvo que cubrirse con un grueso y elevado espaldón de pipas y cestones; y aunque formaba un ángulo entrante, disposición favorable a la defensa, su muro de recinto, de unos dos metros de espesor, pero de mala mampostería, no tenía adosado terraplén, ni foso, ni obra exterior que lo cubriese en parte alguna; se presentaba a la vista de los sitiadores en toda su desnudez, convidando a abrir en él cuantas brechas considerasen necesarias para asegurar el éxito del ataque. Tan sólo le servían de apoyo algunas obras de escasa importancia, como la torre de Gironella y el inmediato cuartel de Alemanes, a la derecha; el baluarte de San Pedro y la cortina de Santa Lucía, a la izquierda; y en el centro la batería de Sarracinas y baluarte de San Cristóbal, que cubría la puerta del mismo nombre. Los españoles continuaron con igual ardor que antes en la defensa, como si nada desagradable hubiese ocurrido, sufriendo el continuo fuego que desde las nuevas baterías (XX a XXVII) dirigían los franceses contra todo el frente atacado y fuerte del Calvario, sin cesar tampoco un momento el bombardeo, siendo tal el estrago, que el 27 únicamente quedaba en toda la ciudad una sola casa intacta (la de don Francisco de Paula Delás, única que hasta entonces no había recibido daño alguno). Todos, guarnición y habitantes, trabajaban a porfía, con la mayor abnegación, para remediar tanto daño y conjurar el peligro de un asalto inmediato, cerrando las avenidas que afluían a las partes amenazadas, construyendo cortaduras detrás de las brechas que empezaba a abrir el enemigo, y habilitando para la defensa los edificios próximos. Nuestra artillería, sobre todo, se afanaba sin descanso para contener los progresos de los sitiadores y mantenerlos a distancia, consiguiendo arruinar repetidas veces algunas de sus baterías, aun desde el Calvario y Cabildo, a pesar de la gran distancia a que tiraban, tan certero era el fuego; y procurando librar las piezas más ligeras con su continua movilidad, las establecía allí donde podían ser útiles, y levantaba nuevas baterías, hasta encima la bóveda de la catedral; no era posible, sin embargo, dada la superioridad inmensa de la artillería contraria en número y calibre, contrarrestar su acción por mucho tiempo, y si bien a costa de mucho trabajo y pérdidas, llegaron los sitiadores a construir una paralela a 150 metros del baluarte de San Pedro y cortina de Santa Lucía.
Entretanto, don Joaquín Blake, general en jefe del ejército de Cataluña, trataba de socorrer la plaza (Hasta últimos de agosto no había recibido más esfuerzos que 100 migueletes del 2º de Gerona el 1º de julio, el 3 una partida del regimiento de Santa Fe, 20 hombres, que como los anteriores se agregaron a la artillería por las muchas bajas que había tenido, y el 17 de agosto 700 Voluntarios de Cervera y de Vich procedentes de una División que acababa de acantonarse en Olot). Para conseguirlo, simuló un ataque general a la línea que ocupaba el ejército de observación al mando de Saint-Cyr, quien cayendo en el lazo, concentró sus tropas, reunió a ellas gran parte de las de Verdier, por creer más numerosas las fuerzas de su adversario de lo que realmente eran (El ejército de Blake no contaba más de 14.000 infantes y 600 caballos repartidos en tres divisiones y una vanguardia, las primeras, a las órdenes de los generales don Martín García Loygorri, don Jaime García Conde y don Pedro Cuadrado, y las brigadas a las de don Miguel Iranzo, don Luís Roca de Togores, conde de Pinohermoso, don Antonio Porta, don Antonio Begines de los Ríos coronel de Baza, y don Luís Wimpfen. De estas fuerzas la División de García Conde escoltaba el convoy), y suponiendo a Blake resuelto a decidir en una batalla la suerte de Gerona, las dispuso en dos líneas, formando la primera las Divisiones Souham y Pino y detrás la de Verdier: en total unos 15.000 hombres, que en la mañana del 1º de septiembre esperaban confiados el ataque de los españoles. Mas éstos, aun cuando el día anterior habían dado una ruda embestida a las posiciones francesas de Bruñola, no se movieron de las suyas, y convencido Saint-Cyr de que por entonces no pensaban en pelear, regresó a las tres de la tarde a Fornells, su cuartel general, donde se vio desagradablemente sorprendidos por la llegada, en el mayor desorden, de la División Lechy que, bajo el mando del general Milossewitz, había quedado en Salt. Mientras el general español tenía en jaque al grueso de las tropas enemigas por la parte de Hostalrich, y los célebres guerrilleros Clarós y Rovira caían sobre la División westphaliana de la orilla izquierda del Ter, hasta obligarla a encerrase en Sarriá con muerte de su general Hadeln, el convoy reunido en Amer se deslizaba por la orilla derecha hacia Gerona, después de pasar el río por Bescanó, cerca de Anglés, protegido por la División García Conde (4.000 infantes y 500 caballos) que sorprendiendo a la División italiana acantonada en Salt y Santa Eugenia, la hizo huir en derrota hacia Fornells, sin intentar tan siquiera defender las posiciones que ocupaba, entrando tranquilamente en la ciudad sitiada 2.000 acémilas y algún ganado vacuno. Contribuyeron también al desconcierto general en el campo enemigo las salidas que hizo la Plaza, una dirigida por Fournás en apoyo de García Conde, y otra por el teniente coronel de Borbón don Luís Duvivier hacia las baterías francesas de Montjuich, mudas aquel día, volviendo a ocupar el monasterio de San Daniel, y poniéndose en comunicación con el teniente de Ultonia don Manuel Llauder que se había posesionado de la altura y ermita de los Angeles, con lo cual quedó facilitada por aquella parte, durante unos días, la entrada de víveres. Sin embargo, algo más pudo haberse hecho aquel día, pues con alguna mayor actividad y energía por parte de Blake y de García Conde, el cual ninguna necesidad tenía de entrar inmediatamente en Gerona con toda su División, es posible se hubiese visto obligado Saint-Cyr a levantar el sitio. de todos modos, nadie cuidó de utilizar, o destruir al menos, los abundantes almacenes de víveres, vestuario y efectos de todas clases que tenían los franceses en Salt, ni quemar el puente de caballetes que había cerca de aquel punto; y así, al comprender el enemigo por la tarde el engaño, pudieron las tropas de Verdier volver a ocupar tranquilamente sus antiguas posiciones de la orilla derecha, tan prematuramente abandonadas por García Conde, y pasar a la orilla opuesta para acudir en auxilio de los westphalianos encerrados en Sarriá y muy apretados por los somatenes, que hubieron ya de retirarse. A los pocos días, diseminados de nuevo los sitiadores, pudo obtenerse el mismo resultado; pero García Conde salió de la plaza en la mañana del 4 con las fuerzas a sus órdenes, descontados 2.790 hombres que quedaron de refuerzo en ella (El regimiento de Baza, la compañía de granaderos de Iberia y 1.320 migueletes de Talarn, Vich, Cervera y Manresa), los prisioneros franceses que había en Gerona y las acémilas del convoy, uniéndose en Hostalrich a Blake con toda felicidad, para volverse a Olot, cuartel general.
En la acción de Ibi distinguióse extraordinariamente una fracción de dragones de Almansa, que dependía de la vanguardia del ejército aliado. En dicho combate murió gloriosamente el alférez don Antonio Bolaños y fue gravemente herido el capitán que mandaba la fuerza don Antonio Rute, quien obtuvo la Cruz laureada de San Fernando, previo juicio contradictorio. También quedaron fuera de combate don Rafael Alcalde y don Ramón Guinart, y prisionero el alférez don Pablo Navarro.
Rendida Rosas (ver 5 de diciembre), apresuróse el ilustre general Gouvión Saint-Cyr a marchar en auxilio de Barcelona, que las cartas de Duhesme suponían en inminente peligro de perderse. El día 8 se encontraba ya con unos 16.000 hombres y 1.500 caballos (Constituidas dichas fuerzas por las Divisiones Pino, Souham y Chabot. La de Reille debía continuar en el Ampurdán encargada de guarnecer las fortalezas de Rosas y Figueras.) en la orilla izquierda del Fluviá; cruzó este río el 9, para alojarse en Mediña, y enviando el 11 toda su artillería a Figueras, después de haber estado maniobrando el día anterior como para emprender el sitio de Gerona, tomó el camino de La Bisbal, donde distribuyó a las tropas raciones para cuatro días y 50 cartuchos por plaza, y con otros 150.000 cartuchos en acémilas, único repuesto que llevaba, siguió el 12 a Castell d'Aro, cerca de Palamós, manifestando ya claramente su propósito de enderezar su marcha a la capital del Principado: operación arriesgadísima y muy expuesta a un desastre análogo al de Bailén si los españoles hubiesen procedido con más acierto y diligencia; pues vigilado el camino del litoral por los buques británicos y cerrado el del interior por la fortaleza de Hostalrich, habiendo podido oponérsele de frente en cualquiera de ellos, en buenas posiciones elegidas de antemano, la mayor parte de las tropas que reunía el general Vives en el llano de Barcelona, unos 20.000 hombres, y otros 8.000 que al mando del marqués de Lazán quedaban a su espalda en Gerona, además de los tercios de Milans y migueletes de Clarós, el experto general francés podía haber sido aniquilado, víctima de su buen deseo de salvar Barcelona, que entonces habría tenido forzosamente que sucumbir. Pero Vives, al tener noticia el 11 del movimiento de su adversario, se limitó a mandar a Reding a Granollers con sólo su División (4.000 hombres), y el 15 se decidió a reunirse él en persona a su teniente con otros 4.000 hombres, dejando frente a la capital los 12.000 hombres que mandaba el conde de Caldagués, contra el cuerdo parecer de éste, que en el consejo celebrado opinaba por dejar sólo 4.000 hombres en observación de los sitiados y marchar con todas las fuerzas restantes al encuentro de Saint-Cyr.
Los imperiales entretanto no habían desperdiciado el tiempo. El 13 por la tarde se encontraban en Vidreras, cuando Lazán, desengañado ya del error en que estaba sobre las intenciones del enemigo, se había movido al cabo de Gerona hacia Casssa de la Selva; pero fue contenido fácilmente por la División Souham que, cubriendo a la División italiana de Pino, permitió a éste abrirse paso el 14 hasta Massanet y Martorell, junto al Tordera, a cuyas excelentes posiciones no habían llegado todavía las tropas de Vives, pues sólo el 16 por la mañana muy temprano llegaban sus avanzadas a Llinás, donde se encontraron con las del enemigo. Este había eludido el día anterior pasar bajo los fuegos del castillo de Hostalrich dando un rodeo, a la desfilada y los caballos del diestro, por un sendero apenas conocido, para volver a tomar luego la carretera y continuar sin detenerse hasta salvar el desfiladero de Trentapasos, en cuyos altos estableció su vivac a más de las diez de la noche.
Los españoles, en presencia de sus contrarios, se replegaron a las faldas de las eminencias en que se asienta Cardedeu, estableciéndose en ella en dos líneas: una avanzada sobre el barranco para dominar mejor las avenidas, y la segunda en la parte más alta; Vives en el centro, sobre la carretera; Reding a la derecha y a la izquierda los somatenes de Vich. El general Pino, cuya División iba en cabeza, a pesar de la orden terminante de Saint-Cyr de acometer a los nuestros y abrirse paso en la formación de columna que llevaba, considerando peligroso emprender de este modo el combate, dispuso atacar las dos alas españolas para favorecer la acción sobre el centro, lo que se llevó a cabo con tan mala fortuna, que la brigada Mazzuchelli, la de la izquierda, quebrantada por el certero fuego de la artillería, fue repelida con grandes pérdidas y destrozado uno de sus regimientos por el de Húsares españoles, que mandaba el coronel Ibarrola, quedando prisioneros dos jefes, 15 oficiales y unos 200 soldados. No salió mejor librada la columna que sobre nuestra izquierda dirigió el general Fontane, rechazada también por los Migueletes de Vich, y difícilmente habría salido de su apuro Pino, si en aquellos momentos no hubiese llegado su General en jefe al campo de batalla. No siendo ya posible realizar su primitivo proyecto, hizo repetir el ataque a la División italiana, ya rehecha, y reforzada por la de Souham, que contuvo a las tropas de Reding, mientras Fontane, volviendo por su honor, arrolla las tropas irregulares de la izquierda española, coadyuvando en seguida por el flanco al ataque del centro, por donde se abrió al fin paso hacia Cardedeu la caballería italiana. Reding permaneció en sus posiciones hasta el último momento, cuando confundido ya con sus adversarios, tuvo que huir por donde le fue posible, salvándose gracias a la velocidad de su caballo. Vives fue a parar a la marina, embarcándose en Mataró para tomar tierra en la derecha del Llobregat; tan sólo se libraron de la dispersión general, replegándose en buen orden hacia Granollers, los bravos húsares de Ibarrola, una sección de artillería, dos piezas de las siete que habían concurrido a la acción y pudo retirar el teniente del arma don Domingo Ulzurrum, y algunos cuerpos de Infantería, conducidos por el brigadier de Artillería don Martín García Loygorri (Por el mérito contraído se concedió a dichas fuerzas un escudo de distinción), hasta que se presentó en San Cugat de Vallés el general Reding desde Montmeló y se retiró con estas tropas a Molins de Rey (ver 21 diciembre), donde se encontraban ya las del conde de Caldagués, el cual había levantado su campo de Barcelona a la aproximación del ejército de Saint-Cyr, cuya División Pino campó por la noche junto al río Besós, teniendo aquél que abandonar al enemigo en Sarriá sus almacenes de víveres y municiones (En la mañana del 16 rechazaron todavía una salida general que verificó Duhesme).
Perdiéronse en esta fatal jornada más de 1.500 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, y además dos banderas y las cinco piezas de artillería de que se ha hecho mención.
El marqués de Lazán y el coronel Milans del Boch no pudieron llegar al campo de batalla a tiempo de evitar o aminorar al menos el desastre, retrocediendo el primero a Gerona; el segundo se mantuvo algunos días en Arenys sin ser molestado.
Dos días antes de presentarse por segunda vez los franceses delante de Zaragoza, don Valero Ripol, que pertenecía a la Compañía de Escopeteros de la parroquia de San Pablo, organizada y mandada por el célebre y valeroso presbítero don Santiago Sas, se presentó a Palafox y le pidió con mucho desenfado una Compañía de soldados, nada menos que para apoderarse de la guarnición del fuerte de Calatayud. Como era de esperar, negóse rotundamente el general a acceder a sus deseos; pero el resuelto joven, sin desistir por esto de lo que parecía una locura, reunió alguna gente, y con ella tomó la dirección de Calatayud, no tardaron tampoco en abandonarlo al saber su descabellado proyecto. Sólo quedó con él un amigo suyo llamado Gil, que trató de disuadirle; mas no habiendo podido conseguirlo, pues seguía Valero resuelto a coger prisionera la guarnición o que le fusilasen, siguió con él hasta Calatayud, a cuyas inmediaciones llegaron antes de amanecer. Sin pérdida de tiempo se dirigió nuestro héroe como parlamentario al jefe de la tropa enemiga que estaban allí de guarnición, y a fuerza de astucia, amedrentando a los imperiales con que en San Ramón (ermita próxima a Calatayud) había 3.000 guerrilleros dispuestos a lanzarse sobre ellos sin dar cuartel si antes de media hora no se rendían, convinieron en hacerlo y entregaron las armas, coincidiendo dicho hecho con la llegada de algunos paisanos armados que Gil había reunido en la población para ver de salvar a su amigo, sirviéndose de las cuerdas que traían con el objeto de escalar el fuerte para atar a los prisioneros. Estos, en número de 110, fueron llevados a Zaragoza con sus armas y efectos y una bandera, que entregaron los patriotas orgullosos a Palafox, sobre todo Valero, el cual fue recompensado con el empleo de teniente. De este hecho inverosímil dio más adelante dicho general el correspondiente certificado haciendo constar dicha hazaña y el distinguido comportamiento de don Valero Ripol en los dos Sitios.
Al día siguiente de la batalla de Llinás (ver 16 diciembre) estableció Saint-Cyr su cuartel general en San Andrés de Palomar, y el 20, descansadas ya sus tropas, se adelantó con ellas (las divisiones Pino, Souham y Chabot, de su cuerpo, el VII, y la división Chabran , de la guarnición de Barcelona: en todo unos 20.000 infantes y 1.500 caballos) a la margen del Llobregat, deseoso de batir de nuevo a los españoles, apoyando la derecha en Molins de Rey, el centro, con el cuartel general, en San Feliú, y la izquierda en Cornellá. Los españoles, que no pudieron reunir a más de 10.000 infantes y 900 caballos para oponer al doble número de enemigos, mandados por un general de la talla de Saint-Cyr, se habían establecido en la derecha del Llobregat en posiciones fortificadas, desde Pallejá, en que apoyaban su izquierda mandada por el mariscal de campo D. Pedro Cuadrado, para cubrir el vado de dicho nombre y el paso por Molins de Rey, por donde se esperaba el principal ataque, a las alturas de San Vicents dels Horts, opuestas a los vados de San Juan Despí y San Feliú, en las que se apoyaba la derecha, a las órdenes del brigadier D. Gaspar Gómez de la Serna, ocupando además como puntos avanzados a derecha e izquierda las alturas de Santa Coloma de Cervelló y del Papiol. D. Teodoro Reding y el conde de Caldagués se mantuvieron cerca de Molins de Rey en los reductos que defendiendo el puente se habían levantado a uno y otro lado de la carretera de Valencia. Vives se encontraba en Villafranca, dedicado, con la Junta de Cataluña, a organizar la defensa del Principado.
Antes que clarease el alba del 21, la división Pino cruzaba el río por el vado de San Feliú y la de Souham lo hacía por el de San Juan Despí con el intento de envolver la derecha española la primera y atacar el centro de la línea la segunda, mientras la de Chabran tenía en jaque la izquierda de Molins de Rey. La acción de las diversas columnas de ataque fue tan rápida, enérgica y simultánea, que tras una débil resistencia nuestra derecha fue arrojada a espaldas del centro, y arrolladas en seguida una y otra sobre la izquierda, donde por fortuna Chabran no acometió el paso del puente en el momento oportuno, como tenía prevenido, para convertir la derrota de los españoles en un desastre completo; así es que éstos pudieron ponerse en salvo, aunque en la mayor dispersión, huyendo en distintas direcciones, con lo cual, a pesar de ser perseguidos vivamente por espacio de quince horas, el número de prisioneros no pasó de 1.000 y de algunos centenares los muertos y heridos (*).
Vives se presentó en el campo de batalla a las diez de la mañana, a tiempo de presenciar todavía la derrota y disolución completa de lo que quedaba de su ejército, y clamando la opinión publica en contra de él, fue amenazado de muerte en Tarragona, teniendo que resignar el mando en el general Reding, que poco tiempo después era batido también en Valls (ver 25 febrero 1809).
Los franceses se extendieron desde Molins de Rey por casi todo el Principado, llegando por la parte de Tarragona hasta el Vendrell, donde se estableció Souham. Chabran siguió por el camino de Lérida hasta Martorell y Esparraguera, frente al Bruch, de tan ominoso recuerdo para él; Chabot se extendió por San Sadurní hasta Igualada, y Pino se situó, con el cuartel general de Saint-Cyr, en Villafranca, mandando destacamentos de sus tropas a Sitges, Villanueva y Geltrú y demás pueblos cercanos a la costa.
(*) El brigadier D. Gaspar Gómez de la Serna fue alcanzado y acuchillado cerca de Villafranca, muriendo en Tarragona a consecuencia de las heridas. Entre los prisioneros se contaron el conde de Caldagues y los coroneles Silva, Bodet, O'Donovan y Desvalls. Se perdió toda la artillería, una bandera y los cuantiosos almacenes que había en Llobregat, Villafranca del Penedés Y Villanueva de Sitges.
Reorganizado en Cuenca, después de la derrota de Tudela (V. 23 de noviembre), el ejército del Centro, al mando ahora del duque del Infantado, pensó éste en limpiar de enemigos la izquierda del tajo, que ocupaban 1.400 caballos distribuidos en diferentes puntos, estando la fuerza más numerosa, la mitad aproximadamente, en Tarancón. Para ello se dirigió el brigadier Senra, con 4.000 infantes y 1.000 caballos, a Aranjuez, y el brigadier Girón, con cuatro batallones, los dos de Africa, uno de Bailén y el Provincial de Toro, unos pocos jinetes y tres piezas de a caballo, a Tarancón, para atacar a los franceses de frente, y obligarles, al retirarse, a tropezar con la División de vanguardia, que al mando del general Venegas, y con la casi totalidad de la caballería, debía dirigirse desde Uclés a atravesarse en el camino de Tarancón a Santa Cruz de la Zarza. Como el enemigo ejercía gran vigilancia, al sentir la proximidad de Girón, emprendió apresuradamente la retirada, yendo a dar con los batallones de Venegas. Estos rechazaron valientemente, formando el sólido en batalla con seis filas de fondo, las tres cargas que una tras otra dieron los jinetes imperiales procurando abrirse paso, pues se consideraban cortados (Se distinguieron entre todos los Guardias Españolas, cuyo coronel el brigadier don Andrés Herrasti fue ascendido a mariscal de campo, recibiendo todos un escudo de honor adornado con dos palmas entretejidas y una inscripción en el centro que decía: Infantería invencible en Tarancón en 25 de diciembre de 1808). Mas nuestra caballería, formada por los regimientos de la Reina, Príncipe y Borbón, se había retrasado por las dificultades de la marcha en la oscuridad y torpeza de los guías, y como la llanura en que se combatía era muy espaciosa, pudieron los franceses evadirse dando un largo rodeo hacia Santa Cruz, su única línea de retirada.
En la retirada del Puente del Arzobispo marchaba en la cuerda de presos, con la guardia de prevención, el soldado del regimiento de Jaén Andrés Ricoy, sentenciado a la pena capital por desertor. Habiendo caído prisionero con la escolta, pudo fugarse al poco tiempo; mas presentóse de nuevo en su Cuerpo para ser fusilado, con arreglo a la sentencia. Este rasgo de fidelidad le valió ser absuelto e indultado de toda pena, anotándose hecho tan honroso en su filiación.