1-6-1812. | Acción de Bornos o del Guadalete | 3-6-1809. | Guerra de Barcelona | 6-6-1808. | 1ª acción del Bruch |
7-6-1809. | Defensa del Puente de San Payo | 8-6-1810. | Pérdida de Mequinenza | 10-6-1808. | Amotinamiento de españoles en Portugal |
10-6-1809. | Noche de confusión en Santander | 14-6-1808. | 2ª acción del Bruch | 14-6-1808. | Rendición de la flota francesa en Cádiz |
15-6-1809 | Batalla de María | 17-6-1810 | Muerte de Ventura Jiménez | 18-6-1809 | Batalla de Belchite |
20-6-1808 | 1er sitio de Gerona | 21-6-1813 | Batalla de Vitoria | 28-6-1808 | Defensa de Valencia |
28-6-1809 | Sorpresa de Torralba | 28-6-1811 | Sitio de Tarragona | 29-6-1812 | D. Julián Sánchez en Salamanca |
30-6-1813 | Toma de los fuertes de Pancorbo |
El mariscal Soult, queriendo asegurar las comunicaciones entre Sevilla y las tropas sitiadoras de Cádiz, dispuso fortificar a Bornos, punto importante de la línea del Guadalete, cuya operación confió al general Corroux con una división de 4.500 hombres. Tratando el general Ballesteros de impedir los trabajos del enemigo, salió al efecto de Gibraltar, vadeó el río Guadalete el 1º de junio y cayó sobre Bornos, acometiendo valerosamente a los franceses D. Juan de la Cruz Mourgeón y don Pedro Téllez de Girón, príncipe de Anglona, con la vanguardia y la tercera división (fue tan briosa la carga que dieron Barbastro y Navarra, que en la primera acometida consiguió aquel batallón tomas dos piezas al enemigo, acto heroico debido principalmente al cadete D. Rodrigo Pérez Ponce, quien recibió temprana muerte en tan glorioso empeño); mas habiéndose desbandado un batallón bisoño del ala izquierda, mandada por D. José Aymerich y el marqués de las Cuevas, al ver el movimiento envolvente que amagaba la caballería enemiga, superior a la nuestra, comunicó el desorden al regimiento de Ordenes militares (Al replegarse el regimiento de Ordenes militares, cargado por la caballería francesa, para pasar el Guadalete, el subteniente Villanueva, abanderado del Cuerpo, se vio acometido por un dragón que le asestó varias cuchilladas con el intento de arrancarle la bandera, cayendo al suelo cubierto de heridas; mas a pesar de esto siguió abrazado a ella, luchando encarnizadamente con el soldado enemigo, el cual, viendo ya casi exánime al oficial español, echó pie a tierra para apoderarse de la codiciada insignia. El honor del Regimiento a que pertenece y el ardiente patriotismo que le animan prestan nuevos alientos al denodado joven, y haciendo un último esfuerzo, se arroja sobre el francés, lucha con él a brazo partido y recobra la bandera, que seguramente no habría podido conservar, falto de fuerzas como estaba, a no haber acudido al sitio de la lucha tan empeñada un jinete español con algunos infantes del mismo regimiento, que dieron muerte al dragón. Entonces, tranquilo ya Villanueva, arroja el asta, rota por varias partes, arrolla alrededor de su cuerpo el paño, todo ensangrentado y hecho jirones, y se hace conducir así al punto donde se halla su regimiento, cuyos jefes y oficiales abrazaron conmovidos al heroico oficial, felicitándoles por su hazaña, tan gloriosa para el cuerpo. Desgraciadamente, transportado Villanueva al hospital de Algeciras, sucumbió allí a consecuencia de las muchas heridas que había recibido, legando a la posteridad su nombre glorioso y a los jóvenes oficiales un ejemplo sublime de amor a la bandera, emblema sagrado de la patria) y a los demás cuerpos de dicha ala, que huyeron en tropel, lo mismo que las restantes divisiones, entre las que cundió el desmayo, dirigiéndose todas las tropas de Ballesteros a repasar el río bajo la protección de la caballería, mandada por D. Luís de Corral, que se portó bizarramente, lo mismo que algunas fuerzas de infantería de las que mandaba el príncipe de Anglona, y que, no habiendo perdido la serenidad en aquellos momentos, contuvieron por algún tiempo al enemigo, dando lugar a algunos hechos muy gloriosos (El brigadier-coronel D. Rafael Cevallos Escalera, que se había distinguido ya en otras acciones de guerra, encontró en esta un término glorioso a su carrera y a su vida. Mandaba el batallón de granaderos del general, a cuyo frente combatió con la mayor bizarría, aunque herido en un muslo, siendo dicho cuerpo unos de los últimos que se retiraron, por lo cual experimentó bastantes pérdidas; mas no satisfecho con esto su valeroso jefe, avanza de nuevo deseando escarmentar a sus audaces perseguidores; recobra por sí mismo una pieza de artillería, y cuando cargó gran golpe de enemigos sobre los pocos que con él estaban, no pudiendo tenerse en pie a causa de su herida, asióse fuertemente a una de las ruedas de la cureña, defendiendo el cañón con el mayor heroísmo hasta que cayó tendido de un balazo junto al trofeo que acababa de conquistar. Las Cortes españolas tributaron justos elogios a la memoria del valiente Cevallos, y concedieron una crecida pensión a su familia), distinguiéndose el regimiento asturiano de Infiesto. Ascendieron las pérdidas de los españoles a 1.500 hombres, contándose entre los muertos el brigadier de Estado Mayor D. Pascual Maupoey, el sargento mayor D. Pedro Vega y el teniente D. Antonio Monterroso, del regimiento del Rey, y el capitán del batallón de Barbastro D. Alonso Sabino; y entre los heridos, el coronel y teniente coronel de Ordenes Militares, D. Alejandro de Hore y D. José Cevallos; las pérdidas de los franceses no dejaron de ser considerables.
Apoderados dolosamente los franceses de los fuertes de Barcelona (como vimos en el episodio de 29 de febrero), no se resignaron fácilmente sus habitantes a sufrir el yugo de los enemigos de su patria, haciendo varias tentativas para recobrar la libertad, por desgracia todas inútiles, pues los franceses estaban muy vigilantes, conociendo lo mucho que les costaría recobrar la plaza si llegaban a perderla. Extremando toda clase de precauciones, pues llegaron hasta a quitar los badajos de las campanas de todas las iglesias, en vista de la efervescencia que se produjo algunas veces con el toque de somatén, pudiendo hacer abortar dos intentonas para entregar la capital de Cataluña a las tropas españolas; pero no desmayaron por esto los patriotas barceloneses, y promovieron por tercera vez una conspiración que debía de estallar en la noche del 11 de mayo. Todo se hallaba dispuesto para dicha fecha: los somatenes y tropas, a tiro de cañón, en los puntos que de antemano se les había designado para entrar por la puerta de San Antonio, que les debía de ser franqueada; O'Farril en el hospital de Santa Cruz, donde debía sublevarse con los soldados enfermos y heridos que estuvieran en disposición de tomar las armas; Mora y Foxá, al frente de 500 hombres, con dos tambores, en el hospital de San Lázaro; en una casa de la calle de la Riera Alta, otra partida en la casa de Mornau, calle Ancha, cerca de la de Larrá, donde se hallaba alojado el general Sechi, para sorprender la guardia de éste; otras varias partidas en casas inmediatas a las puertas de la ciudad o a las habitaciones de las autoridades, o bien dispuestas a lanzarse a la calle levantar barricadas para oponerse al paso de los soldados franceses; y finalmente, paisanos distribuidos en la Catedral y otras iglesias estaban provistos de badajos para lanzar las campanas a somatén. Mas, ignórase por qué motivo, no se hizo la señal que todos esperaban, y fracasó de nuevo la empresa, pues los franceses recelaron lo que había ocurrido, adquiriendo la evidencia de ello por la imprudencia que cometieron, a raíz de los sucesos, los ardientes patriotas D. Salvador Aulet y D. Juan Massana, proponiendo a un capitán de las tropas imperiales la entrega del fuerte de Atarazanas. Hechas algunas averiguaciones, fueron aquellos presos, como también D. Joaquín Pou, cura párroco de la Ciudadela, D. Juan Gallefa, clérigo regular teatino, y D. José Navarro, sargento del Regimiento de Infantería de Soria, y condenados a muerte, que debían sufrir los PP. Pou y Gallifa en el cadalso, y Navarro, Aulet y Massana en la horca. Mas no encontrando en Barcelona quien se prestase a hacer el oficio de verdugo, D. Juan de Medinabeytia, regente de la Audiencia por el intruso, buscó a dos presidiarios llamados Aznar y Sánchez, que con promesa de libertad y una crecida suma de dinero se comprometieron para llevar a cabo la ejecución, aunque con manifiesta repugnancia, teniendo el mismo Medinabeytia que darles algunas lecciones para poder cumplir mejor encargo tan infame. Aquellos cinco esclarecidos ciudadanos, mártires de la patria, fueron conducidos desde la torre de la Ciudadela a la Explanada, donde recibieron serenamente la muerte en la tarde del día 3 de junio.
Durante la ejecución, alarmaron extraordinariamente a los franceses las repetidas vibraciones de una campana de la Catedral tocando a rebato. Algunos hombres arrojados, sin plan alguno preconcebido y sólo con la esperanza de producir alguna conmoción popular que permitiese salvar a sus compatriotas, habían subido a la torre de la Catedral y estando golpeando con martillos la campana conocida por Tomasa. Los imperiales rodearon inmediatamente el templo, y practicando un escrupuloso registro, a nadie encontraron; mas como estaban seguros de que se hallaban dentro los que habían estado tocando a somatén, permanecieron allí durante tres días, y al cabo de dicho tiempo, cuando ya se disponían a retirarse, ocurrióse a uno de ellos dar voces de que había perdón. Engañados los patriotas barceloneses y completamente desfallecidos, pues habían permanecido setenta y dos horas sin comer, ni beber, ni respirar apenas, ocultos bajo los fuelles del órgano, se presentaron a sus falaces enemigos: Pedro Mas, carpintero de ribera; Pedro Lastortras, cerrajero, y Julián Portet, espartero; los cuales fueron también condenados a muerte por un consejo de guerra, sufriéndola con valor y resignación cristiana aquellas nobles víctimas de su generosidad y de sus patrióticos sentimientos.
Dos columnas, de 4.000 hombres próximamente cada una, salieron el 4 de junio de Barcelona de orden de Duhesme, cumplimentando las de Napoleón, mandadas respectivamente por los generales Schwartz y Chabran. este debía unirse con el mariscal Moncey frente a Valencia, ocupando antes a Tarragona, donde entró sin oposición en la tarde del 7; la primera columna había de reunirse con las tropas de Lefevre a la vista de Zaragoza, castigando de paso a Manresa con una fuerte contribución por su levantamiento y desacato al Emperador (Dicha ciudad fue de las primeras de Cataluña que se levantaron contra la dominación extrajera, habiendo quemado públicamente en la plaza el papel sellado francés.), y ocupar a Lérida y su castillo.
Schwartz tuvo que detenerse el 5 en Martorell, a causa de un copioso aguacero, lo que permitió a los habitantes de Manresa y pueblos comarcanos prepararse debidamente para resistir a los imperiales, presumiendo la misión de que iban estos encargados. Al toque de somatén, incomprensible entonces para los franceses, pues no descubrían en el tránsito señal alguna de hostilidad, se armaron muchos vecinos como pudieron, y escaseando las municiones, echaron mano de las varillas de hierro de las cortinas, cortadas en pedazos, y de cabezas de clavos de herraduras que emplearon como balas de fusil, dirigiéndose a las alturas inmediatas del Bruch, en la falda de Montserrat, el monte santo de los catalanes, entonando entusiastas y patrióticos cantares. Venían al frente de los somatenes de Igualada, con la bandera del Santo Cristo, D. Antonio Franch, rico hacendado (Siguió después la carrera de las armas y se distinguió como guerrillero llegando a obtener en el ejército el empleo de teniente coronel), y los hermanos Juan y Jaime Llimona, fabricantes; y a la cabeza de unos 100 paisanos de Manresa, Francisco Riera, conocido por lo Fill de la Botigueta; Mauricio Carrió (Murió a primeros de abril de 1859, a la edad de ochenta y seis años) y Augurio Parera y Soler, que ya se había distinguido como capitán de somatenes en las campañas contra Francia en 1793.
Prosiguió Schwartz su marcha al amanecer del 6; pasó por Esparraguera, y después de detenerse algunas horas en Collbató esperando terminase un fuerte chubasco, continuó hasta el Bruch; mas apenas había traspuesto las últimas casas del pueblo y tomado la primera revuelta que forma el camino real antes de emparejar con la carretera que va a Manresa, cuando la vanguardia, compuesta de coraceros, recibió una nutrida descarga que le hicieron los somatenes emboscados en un espeso pinar que lindaba con el camino, viniendo al suelo algunos enemigos, traspasando sus acerados petos por los primeros proyectiles ojivales que se emplearon en la guerra. Llenos de estupor los franceses al verse agredidos en campo abierto, retrocedieron y buscaron el apoyo del grueso de la división. Reforzó entonces Schwartz su vanguardia con una fuerte columna de ataque, que lanzó contra los somatenes, precedida y flanqueada por una nube de tiradores, y aquellos, viéndose tan formalmente acometidos, pocos como eran y mal armados, se batieron en retirada, unos hacia Manresa y otros hacia Igualada, defendiendo, no obstante, con empeño el terreno al abrigo de sus escabrosidades, y abandonando el edificio conocido por Casa Masana, que fue muy pronto ocupado por los imperiales, quienes, satisfechos con la posesión de aquel importante punto avanzado, cesaron en la persecución y se entregaron al descanso.
Los manresanos tropezaron en su huida con los somatenes de San Pedor, compuesto de unos 100 hombres capitaneados por José Viñas, y otros 60 vecinos de Sallent con su vicario, mosén Ramón Mas, todos buenos tiradores, y cobrando de nuevo aliento, volvieron juntos sobre los franceses que habían quedado en Casa Masana como avanzada de las tropas restantes de la columna, las cuales tomaban tranquilamente el rancho en las inmediaciones todavía del Bruch. Acometida tan de improviso, y con el ímpetu y audacia que distinguen a los somatenes, retiróse precipitadamente la vanguardia perseguida por aquellos, comunicando la alarma al grueso, que formó rápidamente un gran cuadro al ver aparecer en distintas direcciones las tradicionales barretinas rojas y moradas de los campesinos de Cataluña. Sobrecogido Schwartz al oír los redobles de un tambor (Acompañaba voluntariamente al somatén de San Pedor; era natural del Ampurdán, y se había fugado de Barcelona, donde servía en Guardias Españolas. Nadie cuidó de preguntarle el nombre, y el joven anónimo que tanta intervención tuvo en la victoria del Bruch desapareció después del combate, sin que se volviese a saber de él.), temió que los somatenes viniesen apoyados por tropa de línea, quizás el regimiento de Extremadura, que hacía algunos días había salido de Barcelona, y como el fuego era cada vez más nutrido y certero, no creyó prudente seguir adelante y emprendió la retirada hacia la capital del Principado. Al principio fue aquella lenta y ordenada; pero la alarma que producían en los caseríos y pueblos inmediatos el ruido del fuego y el constante toque de somatén, hacía engrosar por momentos el número de acometedores con los paisanos armados que se les unían, y acosados los franceses de cerca por retaguardia y por ambos flancos, tuvieron que detenerse con frecuencia para contener con los disparos de las dos piezas que llevaban a sus osados y envalentonados enemigos. Llegaron, no obstante, al anochecer en buen orden a Esparraguera, antes tan tranquila; mas obstruida ahora la calle principal, única del pueblo, que forma la carretera, con carros, muebles, maderos y toda clase de obstáculos, y apostados los vecinos en las ventanas y terrados de las casas para arrojar sobre los imperiales todo género de proyectiles, sufrió grandes pérdidas la cabeza de la columna, lo que obligó a Schwartz a eludir el paso por la villa, dividiendo la fuerza en dos grupos que se deslizaron por las afueras para ganar de nuevo la carretera. Continuó la marcha, ya en completo desorden, que fue en aumento, sobre todo al cruzar la riera de Abrera, cerca de Pallejá, por un puente de madera de que habían quemado los somatenes algunos puntales, yendo a parar al fondo del barranco bastantes franceses y una pieza que a los pocos momentos caía en poder de los españoles, los cuales no cesaron en la persecución hasta más allá de Martorell. El enemigo no se detuvo ya en su marcha hasta llegar a San Felíu de Llobregat, cerca de Barcelona, en la noche del 7, dedicándose a ordenar algún tantos sus abatidas y fatigadas huestes para ocultar en lo posible el vencimiento.
Corresponde, pues a los somatenes la gloria de haber sido los primeros que humillaron en la Península el orgullo de las águilas francesas, obteniendo 400 paisanos mal armados, que no eran más los vencedores del Bruch, el triunfo asombroso de derrotar a una división aguerrida de cerca de 4.000 hombres, compuesta de tropas de las tres armas, ocasionándola 320 bajas y la pérdida de 60 caballos y una pieza de artillería, y obligándola a encerrarse vergonzosamente en Barcelona. (La villa de Igualada conserva desde entonces perenne el recuerdo del memorable triunfo conseguido por sus hijos. Siempre que fallecía alguno de los que tomaron parte en dicho combate, era llevado a enterrar cubriendo la caja con la bandera del Santo Cristo, la misma que ondeó al viento en el Bruch, y que el Ayuntamiento saca solemnemente en procesión en la fiesta cívica que celebra todos los años en el aniversario de dicho día.)
Los mariscales Soult y Ney, de vuelta el primero de la desgraciada expedición a Portugal, y el segundo de su rápida excursión a Asturias, concertaron el 29 de mayo en Lugo obrar en combinación para destruir el ejército de Galicia, que empezaba a organizarse. Realizando el plan acordado, avanzó Ney sobre Santiago con 18 batallones (8.000 infantes), 1.200 caballos y 13 piezas, para arrojar de nuevo a los patriotas gallegos de Vigo y de Tuy, y ocupó el 2 de junio la capital compostelana, de donde algunos días antes, el 23 de mayo, el brigadier D. Martín de la Carrera había arrojado la división francesa del general Maucune, haciéndole replegar hacia La Coruña. Esperando Ney la cooperación, por la parte de Orense, de Soult, encargado de batir al marqués de La Romana, no salió de Santiago hasta el día 5, deteniéndose el 6 en Pontevedra, y en la mañana del 7 se dirigió a atacar a la división del Miño, que mandaba entonces el conde de Noroña, recientemente nombrado, apostada en la orilla izquierda del Oitaben, cuyo río tuvieron los españoles que pasar en barcas en la noche del 6, al replegarse desde Pontevedra, por haber sido cortados cuatro arcos del puente de San Payo por el general Morillo, creyendo éste que las tropas de Noroña podrían retirarse por el puente de Caldelas, paso conservado y defendido. Componían la división unos 10.000 hombres, la tercera parte sin fusiles, algunos caballos y nueve piezas de campaña, que con dos morteros llevados de Vigo artillaban algunos atrincheramientos de poca importancia, enfilando los principales fuegos, desde lo alto de una eminencia, el camino que se dirige al puente. La vanguardia, regida por D. Ambrosio de la Cuadra, y el regimiento de Lobera, que mandaba D. José Joaquín Márquez, defendían el paso del puente de Caldelas, dos leguas más arriba; y a la izquierda del puente de San Payo se situaron algunas lanchas cañoneras para hostilizar la derecha del enemigo.
Este se presentó en la mañana del 7 en la orilla opuesta, procediendo Ney al reconocimiento del río y de las posiciones españolas, que cañoneó con su artillería una vez convencido de que era imposible el paso, sosteniendo los nuestros el fuego con la mayor energía hasta las tres de la tarde, en que cesó el de los franceses. El siguiente día renovó el mariscal Ney el ataque, tentando la caballería el tránsito del río por un vado largo que deja la marea baja a la izquierda de San payo, al mismo tiempo que trataba de envolver la derecha de nuestra extensa línea por el puente de Caldelas, no cortado como el de San Payo; mas en todas partes fueron rechazadas sus columnas, y sospechando que el mariscal Soult nada había hecho para ayudarle por la rivalidad que entre ambos existía, temió verse comprometido en aquel apartado extremo de la Península, y en consecuencia decidió retirarse, como lo efectuó el 9 por la mañana hacia Pontevedra y Santiago, desde donde, después de recoger las guarniciones del Ferrol y La Coruña, se dirigió lentamente a Lugo y luego a Astorga en los primeros días de julio, quedando con esto libres completamente de enemigos las provincias gallegas; pues el mariscal Soult, sin cuidarse de destruir ni perseguir tan siquiera a La Romana, había pasado el Sil por Monte Furado, llegando el 23 de junio a Puebla de Sanabria, desde cuyo punto se encaminó a Ciudad Rodrigo.
Tal fue el admirable resultado de la gloriosa acción del puente de San Payo, que costó a los franceses unas 700 bajas y escasamente 200 a los españoles, habiéndose distinguido, además de los ya nombrados, el brigadier D. Martín de la Carrera, el coronel D. Pablo Morillo, el teniente coronel D. José Castellar, el oficial de artillería D. Antonio Roselló y el joven subteniente de la misma arma D. Jerónimo Salamanca, que fue herido gravemente el día 8 al colocar una pieza a distancia de tiro de pistola del enemigo, falleciendo de sus resultas el 26 en el hospital de Santiago, a los diecisiete años de edad.
Se recompensó a todos los que asistieron a esta jornada con un escudo de distinción que tenía el siguiente lema: San Payo, 7 y 8 de junio de 1809.
Inmediatamente después de la conquista de Lérida, decidió el general Suchet quitar también a los españoles la plaza de Mequinenza, punto importante situado en la confluencia del río Segre con el Ebro, que les servía de apoyo para pasar de una a otro orillas de este río, navegable ya desde Caspe, algo más arriba de dicha villa, la cual domina su curso, como llave del mismo, hasta Tortosa. La principal defensa consiste en el castillo, antigua casa-fuerte de los marqueses de Aytona, levantado cuando la guerra de Sucesión en lo alto de un estribo muy escarpado del monte Negro, accesible sólo por la parte de Fraga, hacia Poniente, cuya avenida defiende un frente abaluartado, con terraplén revestido de mampostería, foso abierto en la roca y buen camino cubierto. Componían la guarnición 1.200 hombres, bajo las órdenes del gobernador coronel don Manuel Carbón, ejerciendo el cargo de comandante de artillería D. Pascual Andión.
El general Musnier embistió la plaza el 19 de mayo con su división, fuerte de 5.000 hombres, dos compañías de artillería y cuatro de ingenieros, dirigiendo los servicios especiales de estos cuerpos el general Valée y el coronel Haxó, respectivamente, este último hasta la incorporación del general Rogniat. Venciendo muchas dificultades, construyeron los enemigos desde Torriente un camino para poder transportar la artillería desde Fraga a la planicie en que asienta el castillo, para lo cual hubo que habilitar también el puente que tiene dicha villa sobre el Cinca, afluente del Segre. Abierta la trinchera en la noche del 2 de junio, empezó el 4 la construcción de tres baterías: la número 1, de cuatro morteros de ocho pulgadas; la número 2, para dos cañones de a 16 y dos obuses, y el número 3, de brecha, artillada con cuatro piezas de a 24 y dos de a 16, consiguiendo en las primeras horas de la noche del mismo día ocupar la villa, que abandonó la guarnición retirándose al castillo, y el 8 rompieron aquellas el fuego. Nuestra artillería, perfectamente dirigida y servida, conservó bastante tiempo la superioridad sobre la de los sitiadores, logrando desmontar tres piezas de la batería de brecha; mas dominada al fin por la contraria, gracias a los destrozos producidos en el parapeto, casi enteramente derruido, y los estragos que hacían en los sirvientes de las piezas los tiradores enemigos apostados en las inmediaciones de las baterías cubiertos con sacos de tierra, no tardó en quedar reducida al silencio, pues éstas habían quedado completamente al descubierto. En su consecuencia, capituló el gobernador a las diez de la mañana del 8, exigiendo el general Suchet, incorporado el día antes al campo enemigo, se rindiese a discreción; y sólo después de penetrar en el castillo con dos compañías de granaderos, concedió, en consideración al gobernador y a la bravura desplegada por la artillería de la plaza, saliesen los sitiados con los honores de la guerra, desfilando delante de los enemigos para depositar las armas en el glacis y ser conducidos prisioneros a Francia, conservando los bagajes.
Esquema de la batalla (38.820 bytes)
El mismo día de la entrega de Mequinenza despachó Suchet al general Montmarie para que se apoderase del castillo de Morella, que fue ocupado por el enemigo, sin resistencia, el 13 de junio.
El regimiento de Murcia formaba parte de la división española de D. Juan Caraffa, que pasó en 1807 a Portugal como auxiliar del ejército francés del general Junot, y fraccionado en pequeños destacamentos con el objeto aparente de cubrir el litoral contra los ingleses, quedó en Setubal el coronel D. Jorge Galbán con la plana mayor y las dos compañías de granaderos. Al verificarse en 1808 el alzamiento nacional después de los sucesos del DOS DE MAYO, empezaron las deserciones en crecido número, por lo cual, queriendo evitarlas el general Kellerman, reunió en Setubal los dos batallones, que emprendieron el 10 de junio la marcha hacia Lisboa; mas amotinados los soldados al grito de ¡A España! ¡A España!, hicieron fuego sobre su coronel, que quiso arengarlos, y éste tuvo que huir a Palmelha en compañía del sargento mayor D. Juan Dabán, abandonando estos dos jefes, escudados en la disciplina, la causa santa de nuestra independencia. Quedó al frente del regimiento el teniente coronel D. Antonio Cornide, y al ver que este no tomaba disposición alguna, 300 hombres de los más decididos se apoderaron de él y de las banderas y tomaron el camino de España. El resto del regimiento, aturdido y perplejo, acabó por romper el fuego sobre sus compañeros, rescatando al teniente coronel y una de las banderas, y se dirigió a Palmelha; continuaron los demás la marcha, y alcanzados por el general Graindorge con un destacamento de dragones franceses, entablose nuevo combate, en el cual fue mortalmente herido el teniente D. Manuel Márquez, separándose los tres subalternos que quedaban para unirse al grueso del regimiento. No cejaron por esto en su propósito los 300 patriotas, y nombrando jefe de ellos al cabo Tomás García, los condujo éste en buen orden a la frontera, y se dirigieron a Sevilla, cuya Junta confirió a aquel el empleo de capitán con el grado de teniente coronel.
Nuevamente trató aquel mismo día el coronel Galbán de hacerse obedecer; mas contestando todos enérgicamente y en alta voz que le seguirían a todas partes menos a Lisboa, tuvo que retirarse; y habiendo recibido nuevas noticias de España por medio de D. Vicente Vargas, ayudante del general Caraffa, acordaron sin más dilación emprender la marcha aquella noche, tomando el mando de la fuerza el capitán D. José Bonicelli, eficazmente auxiliado por el de igual clase D. Sebastián Cano y el ayudante D. Pedro Carrión. esquivando el encuentro con los franceses llegaron al Guadiana, cuyo río tuvieron que vadear con agua al pecho, pisando por fin el territorio español el 14 de junio.
Sorprendidos los españoles en Santander, la noche del 10 de junio, por los franceses, que en el mismo día habían evacuado dicha ciudad, fue tal la confusión que se produjo, que los más de los nuestros se desbandaron, y el general Ballesteros, considerando perdida su división, embarcóse precipitadamente en una lancha con D. José O'Donell, coronel del regimiento de la Princesa, teniendo que bogar en ella como marineros algunos soldados, valiéndose de los fusiles como remos. D. JUAN DÍAZ PORLIER, más sereno, salvóse con alguna tropa por modo más honroso, atravesando con gran intrepidez por medio de los enemigos; y un batallón de la Princesa, abandonado como vimos por su coronel, distinguióse también sobremanera, dirigido por el valiente oficial GARROYO, pues conservando el orden y serenidad indispensables, pudo libertarse de los franceses y pasar a Medina de Pomar, desde donde cruzando toda Castilla y parte de Aragón, sin forzar la marcha, desafiando peligros y sosteniendo frecuentes combates, consiguió llegar a Molina, en cuyo punto se incorporó a las tropas del general Villacampa.
Mal parada la autoridad de los franceses con la derrota sufrida por Schwartz al pie del santuario de la Virgen de Montserrat, llamó Duhesne a Chabran, que con su división se encontraba ya en Tarragona, camino de Valencia, y el 9 de junio emprendió el regreso hacia la capital del Principado. Insurreccionado el Panadés con la noticia de la victoria del Bruch, opusieron los somatenes empeñada resistencia en el Vendrell y Arbós, auxiliados por 300 soldados del regimiento suizo de Wimpffen, de guarnición en Tarragona (Dicho regimiento excusó incorporarse a la división Chabran y permaneció fiel a España, prestando muy buenos servicios a la causa de la independencia); mas ahuyentados que fueron, sirvió de pretexto dicha resistencia a los franceses para entregarse a toda clase de excesos en aquella comarca, y los imperiales pudieron seguir su vandálica marcha hacia Vallirana, donde les esperaban otras fuerzas que en su auxilio habían salido de Barcelona, reuniéndose el 12 en San Feliu de Llobregat con las tropas de Schwartz.
Sin pérdida de tiempo dispuso Duhesme saliesen al día siguiente ambas divisiones para Manresa, con objeto de castigar al paisanaje y ver de dominar el levantamiento en su misma cuna, de donde se había propagado cual chispa eléctrica hasta los últimos confines de Cataluña, resonando en todas partes con el toque de somatén el grito de ¡guerra a Napoleón!; así es que al tomar de nuevo el camino de Martorell los 7.000 franceses que iban ahora bajo las órdenes de Chabran, corrieron otra vez al Bruch con indescriptible entusiasmo miles de montañeses de los contornos, como también soldados escapados de Barcelona, y cuatro compañías de voluntarios que envió la Junta de Lérida (Dicha Junta se creó con el carácter de General para organizar debidamente la resistencia en todo el Principado), formadas con paisanos y soldados del regimiento de Extremadura y Guardias Walonas, al mando del capitán D. Juan Baget, preparándose todos a hacer frente al enemigo. Este pernoctó el 13 en las inmediaciones de Martorell y avanzó el 14 rápidamente a Esparraguera, cuya villa encontró desierta, llegando a la una de la tarde frente a las alturas del Bruch. Apercibidos ahora los franceses, despliegan numerosas guerrillas por el frente y por los flancos, las que van empujando a los tiradores catalanes, avanzando el grueso en su apoyo; mas de pronto una descarga general a metralla hecha por las cinco piezas de artillería, una de ellas cogida al enemigo en la retirada anterior, que Baget, general en jefe de aquel extraño ejército, había colocado convenientemente ocultas tras la espesa enramada, hace morder el polvo a buen número de franceses, replegándose los demás a resguardarse algún tanto del tan mortífero fuego. Forma entonces Chabran una columna de ataque, y se dirige con ella rectamente al punto donde parece hallarse el núcleo de resistencia de los españoles, los cuales aguardan firmes la embestida, multiplicando sus disparos tras de los árboles y peñas que les cubren, y ante aquella decidida actitud, habiendo experimentado ya muchas bajas en sus reiteradas tentativas, no creyó prudente el general francés persistir en el ataque para forzar el paso a Manresa y retrocedió con orden por el mismo camino, acosado largo trecho por los nuestros, hasta meterse en Barcelona en la noche del 15. Sus pérdidas se elevaron a unos 500 hombres entre muertos y heridos.
Muerto alevosamente el desgraciado general Solano, gobernador de Cádiz, por infundadas y calumniosas sospechas de traidor, en la conmoción popular que estalló en dicha ciudad al recibirse la noticia del alzamiento de Sevilla, le sustituyó en el mando el general de artillería D. Tomás de Morlá, quien trato de conseguir por tratos y gestiones amistosas la entrega de la escuadra francesa surta en la bahía, cuya bandera, tenida ya por enemiga, deseaba el pueblo verla arriada. Componían dicha escuadra, restos de la destruida en Trafalgar, los navíos Héroe, Neptune, Venceteur, Plutón y Algeciras, así como la fragata Cornelia, y estaba mandada por el vicealmirante Rosilly, habiéndose refugiado en Cádiz, después de dicha derrota, donde permanecía desde entonces bloqueada por la escuadra inglesa. El 30 de mayo se hizo a Rosilly la primera intimación, y temiendo aquel se rompiesen las hostilidades, se metió con sus buques en el canal de La Carraca a cubierto del fuego de los castillos. Prolongáronse las pláticas hasta el 9 de junio, día en que, habiendo ido en aumento la efervescencia popular, se rompió el fuego por una batería construida en el caño del Trocadero con la artillería de Fort-Luís; como también las que se habían levantado en el arsenal de La Carraca y punta de la Cantera, sostenido de igual modo por las fuerzas sutiles del arsenal y las del apostadero, que fueron a fondear frente a Fort-Luís. Contestaron los franceses a la agresión, consiguiendo desmontar la batería de morteros de la Cantera, que era la que más les ofendía, echar a pique una cañonera y un místico, e inutilizar algunos otros barcos, si bien con escasa pérdida de una y otra parte. El fuego continuó el día 10, en que a las tres de la tarde izó el almirante Rosilly bandera española en el trinquete del navío Héroe, que montaba, afirmando la de parlamento el navío Príncipe, a cuyo bordo estaba D. Juan Ruíz de Apodaca, comandante de la escuadra española. Abriéronse nuevas conferencias, y siendo inadmisibles las proposiciones del almirante francés, pues Morlá no admitía más que la pura y simple entrega, a las siete de la mañana del 14 arboló el navío español Príncipe bandera de fuego, a cuya vista, convencido Rosilly de que no podría resistir mucho tiempo ante los medios acumulados por los españoles para abrumarle con sus fuegos, se rindió a discreción.
En el Museo Naval se conserva (núm. 654) la bandera insignia que arbolaba el almirante Rosilly en el navío Héroe.
No atreviéndose el general Blake a perseguir al enemigo, después de la victoria conseguida en Alcañiz (23 de mayo), con las escasas fuerzas que contaba, se dedicó durante algunos días a ejercitar sus tropas en maniobras militares, y en cuanto recibió refuerzos las organizó en tres divisiones de infantería a las órdenes de los generales D. Pedro Roca, marqués de Lazán y D. Juan Carlos de Areizaga, y una de caballería al mando del brigadier D. Juan D'Onojú, poniéndose en movimiento camino de Zaragoza con unos 20.000 infantes, 800 caballos y 25 piezas de artillería. Desde Belchite, adonde llegó el 12, prosiguió su marcha al día siguiente, avanzando con el grueso del ejército por Fuendetodos a Villanueva de la Huerva y Longares, mientras la división Areizaga se dirigía a Botorrita, cuya atrevida marcha dio por resultado el coger al enemigo un convoy de víveres y romper su línea de comunicaciones, obligando a la división Fabre, que estaba en Villa de Muel, a recogerse apresuradamente a Plasencia, sobre el Jalón.
Por su parte, el general Suchet no perdió el tiempo que tardó su adversario en reanudar las operaciones, pues concentró todas sus fuerzas de Aragón a su alrededor, reuniendo unos 15 a 16.000 hombres; restableció la disciplina, algo quebrantada por la retirada de Alcañiz; levantó atrincheramientos en Torrero, mejoró las fortificaciones de la Aljafería, barreó el arrabal y envió a Pamplona la artillería gruesa, los bagajes y la impedimenta toda, como también los enfermos y heridos, para tener expedita la retirada a Tudela, si las circunstancias le obligaban a abandonar a Zaragoza. Preparado de esta manera para hacer frente a su adversario, en cuanto supo la aproximación de los españoles, determinó salir a su encuentro tomando posiciones en la mañana del 15 por bajo el célebre convento de cartujos de Santa Fe. Su línea se extendía en dirección perpendicular al curso del Huerva: a la izquierda, la brigada Habert, con la caballería Wattier cubriendo la carretera de Zaragoza Madrid por Daroca; la derecha, que con el centro ocupaba la división Musnier, se apoyaba en lo más alto de una loma que se destaca de la gran meseta de la Muela; los lanceros polacos de Kliski en el extremo derecho de la línea, y algunas fuerzas en reserva. El total de combatientes pasaba de 12.000.
El ejército de Blake avanzó con lentitud suma al amanecer del 15, desde la villa de Muel hasta María, a dos leguas y media de Zaragoza, desplegando sus fuerzas (unos 14.000 infantes y poco más de 500 caballos), con la misma calma (Hasta después de mediodía no terminó la formación de la línea de batalla. Los franceses, al ver lo perezosamente que se movían sus contrarios, tomaron el rancho tranquilamente, y aún quitó bridas la caballería. No tenían tampoco prisa en empeñar el combate hasta que se les incorporasen dos regimientos que venían de Tudela), frente a las de los franceses, en dirección paralela a la que éstos ocupaban: la división Roca en primera línea, con la caballería a la derecha, a la altura del pueblo de Cadrete, y la división Lazán en segunda línea; la artillería (17 piezas) cubriendo los intervalos en las dos líneas; algunas fuerzas de infantería en la orilla derecha del Huerva, y una corta reserva junto a María, cubriendo el puentecillo que existe sobre el arroyo Salado. La división Areizaga (6.000 hombres) no se movió de Botorrita, una legua distante; indudablemente esperaba Blake conseguir la victoria sin necesidad de utilizar aquellas fuerzas, tan alejadas del campo de batalla.
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A las dos de la tarde iniciaron los nuestros la peleas, tratando de envolver la derecha francesa, que ocupaba la parte más elevada de la posición. Comprendió Suchet al instante el peligro que le amenazaba, y reforzando el ala atacada con parte de su reserva, pudo contener el movimiento de los españoles, que tuvieron que retroceder a su línea para tomar una actitud defensiva, pues el jefe enemigo ordenó inmediatamente el ataque del centro e izquierda, llevado a cabo por el general Musnier con toda su división, intentando cruzar la barrancada que separaba a los dos ejércitos; mas el fuego de nuestra artillería, dirigida por el general D. Martín García Loygorri, contuvo a los asaltantes hasta que se presentó el general Blake con refuerzos de la derecha, y entonces fueron repelidos varias veces los contrarios, a pesar de haber entrado en fuego todas sus reservas, siendo herido el bravo general Harispe, jefe de Estado Mayor, al tratar, como lo consiguió, de restablecer el orden en las filas de los suyos a la cabeza de 100 granaderos. En tal estado el combate, favorable hasta el momento a los españoles, estalló una horrorosa tormenta, que casi obligó a suspender la lucha, pues no se distinguían los adversarios, y al serenar el tiempo había el general francés modificado su plan decidiendo atacar la derecha española con su brillante caballería, superior en número y en calidad a la nuestra, en vista de que no podía romper el centro e izquierda. Cargó por aquel lado el general Habert con un regimiento de línea seguido de los húsares y coraceros de Wattier, que rebasaron pronto a su infantería, y en breves momentos fue nuestra caballería batida y dispersada, quedando prisionero su jefe el brigadier D'Onojú, con lo cual pudieron los jinetes imperiales llegar por la carretera, sin estorbo alguno, hasta el puente y apoderarse de la batería que con algunas fuerzas de infantería constituía la única reserva de los españoles, pues Areizaga seguía inmóvil en Botorrita. Permaneció, no obstante, D. Joaquín Blake, firme en sus posiciones, sosteniendo con brío el ataque general que dieron entonces los franceses, de frente Musnier y oblicuamente Habert, desde la carretera, secundando valerosamente a su caudillo los regimientos de Saboya, Valencia, América, Granada y otros Cuerpos, agrupados en lo alto de la loma que ocupaba Lazán, hasta que, flanqueando algunos, se descompusieron y dispersaron todos más o menos cuando empezaba a anochecer, salvándose en su mayor parte por los barrancos y cañadas que les separaban de Botorrita, donde se acogieron, menos la artillería, que cayó casi toda ella en poder del enemigo, atascada en los barrizales que se formaron con la lluvia, y tomado por los franceses el puente, única parte por donde era franqueable para los carruajes el cauce del arroyo Salado. Las pérdidas de los españoles pasaron de 2.000 muertos, herido y prisioneros, contándose entre éstos, además de O'Donojú, el coronel D. Martín Gómez de Menchaca; la de los franceses, unas 800.
Suchet retiróse por la noche a Zaragoza, que debiendo haber caído aquella misma tarde en poder de Blake, perdió toda esperanza de ser libertada. Blake permaneció todo el día 16 en Botorrita, retirándose hacia Belchite cuando supo se aproximaba el general Laval, que no anduvo muy diligente en perseguir a los nuestros.
Este día D. Ventura Jiménez, célebre guerrillero de la Mancha, acometió junto al puente de San Martín, de Toledo, a un cuerpo francés que custodiaba un convoy de granos y ganados. En medio del combate se le desbocó el caballo, llevándole a las filas enemigas, y aunque mató a dos de los ocho soldados que le rodearon, fue herido mortalmente de dos cuchilladas y un pistoletazo, arrojándose enseguida los franceses sobre él para rematarle; mas su segundo D. Juan Gómez, que había corrido en su auxilio al ver el peligro que le amenazaba, mató por su mano a otros tres enemigos, haciendo huir a los tres restantes, y pudo salvar a su jefe, todavía con vida, y completar la derrota de los imperiales, apoderándose del convoy. El bravo D. Ventura Jiménez fue conducido a Navalucillos, donde falleció a los pocos días, siendo enterrado en el cementerio de dicho pueblo, situado hacia la parte Sur del mismo, en las inmediaciones de una ermita dedicada a la Virgen de las Saleras. Don Juan Gómez le sucedió en el mando de la guerrilla, y no tardó en dar también su vida por la patria, víctima de su arrojo.
Al saber Suchet en Zaragoza que el ejército español, a pesar de la derrota sufrida en María (15 de junio) había permanecido todo el día 16 en Botorrita, a sólo una legua del campo de batalla, no habiendo dado resultado alguna la persecución que encargó al general Laval, salió él en persona en su seguimiento, llegando el 17 a Puebla de Albortón y el 18 se encontraron de nuevo ambos ejércitos en Belchite. El español se componía de 11 ó 12.000 hombres, completamente desmoralizados por la desgracia anterior y por las penalidades y privaciones que experimentaron después de la derrota; el francés, muy superior en número, envalentonado y orgulloso con su reciente triunfo.
Situó Blake su derecha en el cerro del Calvario, alargando su línea por el borde de la meseta, y la escasa caballería con que contaba se apostó delante, en el llano, para observar a los franceses por el camino de Zaragoza; el centro, en la misma villa de Belchite, apoyado en el convento de Santa Bárbara, situado en una altura que la domina, y la izquierda, formada en varias líneas, se corría por las estribaciones inmediatas en dirección a la ermita del Pueyo, demasiado distante para poder ser ocupada sin debilitar la línea en el centro. Los olivares que había al frente se guarnecieron con grupos de tiradores para tener alejados a los franceses a su aproximación.
Estos aparecieron por las alturas de la Puebla de Albortón, donde desde luego muestras de dirigir el ataque principal contra nuestra izquierda, que a pesar de estar tan reforzada, era realmente la parte más débil, mientras el general Habert amagaba desde lejos la derecha y otras tropas hacían una demostración sobre el centro escaramuceando con los tiradores apostados en los olivares. Las fuerzas de la izquierda no trataron tan siquiera de resistir al enemigo cuando la división del general Musnier amenazó su flanco, y buscaron el apoyo del centro, agrupándose alrededor de Santa Bárbara y de Belchite, en formación bastante defectuosa y alterando profundamente el primitivo orden de batalla. Contestaron, no obstante, los nuestros con serenidad y calma al fuego de sus adversarios, cuya audacia subió de punto al ver el repliegue desordenado de la izquierda; y aun cuando el combate no había empezado con mucha fortuna para los españoles, parecía, sin embargo, que estaban animados del mejor espíritu y dispuestos a pelear dignamente sosteniendo el honor de las armas; mas, por desgracia, una granada enemiga produjo el incendio de algunos carros de municiones que volaron con horrible estruendo, llenando de pavura a las bisoñas tropas más cercanas. Estas huyeron en desorden, perdieron otras la serenidad, cundió el miendo y muy pronto a la dispersión y fuga de las del centro siguió la huida de las de la derecha, presas todas de un terror pánico, atropellados y arrastrados por los fugitivos muchos valientes jefes y oficiales que quisieron remediar aquella espantosa confusión. Sólo quedaron en el campo de batalla, tan ignominiosa y cobardemente abandonado, los generales Blake, Lazán y Roca y contados oficiales, los cuales tuvieron también que retirarse mal de su grado, tristes y avergonzados, camino de Alcañiz, hasta donde avanzó Suchet el mismo día 18. Las bajas en muertos, heridos y prisioneros fueron muy pocas en esta mal llamada batalla; pero cayeron en poder de los imperiales la artillería (9 piezas), crecido número de fusiles, municiones y todos los bagajes, quedando completamente disuelto el ejército de Blake, pues los restos de la división aragonesa de Lazán se metieron en Tortosa y los de la valenciana en Morella y San Mateo. Suchet, dueño ya de casi todo el reino de Aragón, dejó en su raya algunas fuerzas en observación de los vencidos.
No habiendo podido cumplimentar Duhesme las órdenes de Napoleón por la resistencia que dos veces consecutivas encontraron sus tropas en el Bruch, vióse aislado en Cataluña, donde sólo poseía la capital y el castillo de Figueras, bloqueado ya por los somatenes y comprendiendo se hallaba en una situación bastante difícil mientras no restablecía sus comunicaciones con Francia, única parte por donde podía esperar refuerzos, trató de efectuarlo saliendo a las cuatro de la mañana del 16 de junio, día de Corpus, la división Lechi, compuesta de siete batallones, cinco escuadrones y ocho piezas (5.000 hombres), por el camino de Gerona, cuya plaza no había sido ocupada por los franceses a su paso, no dándola importancia alguna. Quisieron impedirle el paso cuatro o seis mil paisanos del Vallés, apostados alrededor del castillo de Mongat; mas bastó un hábil movimiento envolvente de Lechi para obligarles a abandonar sus posiciones, cometiendo los franceses inauditas crueldades con los pocos que cayeron en sus manos. También los vecinos de Mataró trataron de oponerles resistencia; pero mal organizada ésta, no costó mucho trabajo al enemigo penetrar por las calles, tomando pretexto de dichas hostilidades para entregar al saqueo ciudad tan rica y populosa, cometiendo toda clase de violencias, sin consideración alguna a los infelices habitantes que habían compartido su hogar con ellos poco tiempo antes por espacio de dos meses. Duró la licencia y el desorden toda la noche, hasta la mañana del 17, en que, habiéndose incorporado el general Duhesme, continuó la marcha a Gerona.
A las primeras horas del día 20 de junio, presentáronse los franceses a la vista de la a ciudad, tantas veces nombrada en la historia militar de España, y que en esta guerra había de hacer su nombre inmortal. Consistía su guarnición en 300 soldados de Ultonia, al mando de su teniente coronel D. Pedro O'Daly y comandante D. Juan O'Donovan; algunos centenares de paisanos armados, en cuyas filas se habían alistado las principales personas de la población, y unos pocos artilleros, a los que ayudó a servir las piezas la gente de mar de la vecina costa, ejerciendo el cargo de gobernador interino D. Julián de Bolívar. El enemigo ocupó los pueblos de Salt y Santa Eugenia, y después de practicar varios reconocimientos, emprendió un ataque formal cerca de las cinco de la tarde, dirigiendo una columna por el llano para distraer a los sitiados por el frente de los baluartes de San Francisco y de Santa Clara, y por la derecha otra que pasó el Onyá, bajo la protección de una fuerte batería establecida en las alturas de Palau-Sacosta, para forzar la puerta del Carmen; mas desmontada la batería francesa, apenas rompió el fuego, por la artillería del baluarte de la Merce y del fuerte de Capuchinos, fue repetido el ataque, como también el que intentó un grueso destacamento sobre el fuerte expresado, retirándose al anochecer a sus anteriores posiciones.
Esquema del sitio (157.357 bytes)
Llegada la noche, se arrimaron sigilosamente los franceses al muro por entre las arboledas y cercados próximos, y escalaron el baluarte de Santa Clara, que desprovisto de foso, y teniendo la muralla escasamente veinte pies de elevación, fue fácilmente asaltado. Escasos los defensores por haber el enemigo llamado la atención hacia el baluarte de San Francisco, pudo aquél coronar el parapeto y penetrar en el baluarte, recogiéndose los nuestros a la gola, donde reforzados por un destacamento de Ultonia, avanzaron de nuevo, y cayendo a la bayoneta sobre los invasores, mataron a los ya encaramados o los precipitaron desde lo alto del muro, al mismo tiempo que el baluarte de San Narciso, tirando a metralla, causaba gran estrago en las tropas apostadas al pie del baluarte (En la defensa del baluarte de Santa Clara murieron gloriosamente el subteniente de Ultonia D. Tomás Magrat, el capellán del mismo cuerpo Don Juan Vidal y un artillero paisano, de los cuales el primero pereció de un balazo hallándose encima del parapeto al tiempo de querer derribar una de las escalas. Igual ardimiento manifestó el P. Fray Juan de San Andrés, carmelita descalzo, que lleno de patriótico celo trataba de derribar otra escala; mas perdiendo el equilibrio en su arriesgado empeño, cayó al pie del muro, permaneciendo allí rodeado de enemigos moribundos, hasta que, ciñéndose una cuerda que le alargaron desde el baluarte, pudieron subirles sus compañeros, librándose de este modo de tan peligrosa y desagradable compañía.). A media noche renovaron los imperiales la tentativa dirigiéndose otra columna al baluarte de San Pedro; pero muy vigilantes los gerundenses, rompieron sobre ella el fuego apenas notaron su aproximación, y los franceses se retiraron, tomando al amanecer del 21 el camino de Barcelona. Sus pérdidas no bajaron de 700 hombres.
Aunque el rey José, en su retirada desde Madrid por Valladolid, Palencia y Burgos, amenazado constantemente en su flanco, pensó defender la línea del Ebro, estableciendo para ello su cuartel general en Miranda, desconcertado al saber que el ejército aliado, dirigido por lord Wellington, había pasado dicho río en los días 14 y 15 de junio por Polientes, San Martín de Lines y Puente de Arenas, abandonó a Miranda a toda prisa, replegándose a Vitoria resuelto a oponerse a aquél en la línea de Zadorra, si persistía en su movimiento agresivo. El caudillo inglés fue avanzando efectivamente, situando el 20 su Cuartel general y el centro de su ejército en Subijana de Morillas, no lejos de su derecha; la izquierda se encontraba en Valmaseda el 18. José había dispuesto se le reuniesen con premura las fuerzas que mandaba el general Clausel en Navarra, donde estaba persiguiendo a Mina sin descanso, como igualmente la división Foy, en operaciones por la costa, permaneciendo entretanto a la defensiva, distribuidas sus tropas del modo siguiente: el ejército llamado del Mediodía, mandado por el general Gazan, a la izquierda, apoyándose en las alturas de la Puebla de Arganzón y extendiéndose por el Zadorra hasta el pueblo de Villodas; ocupaba el centro, en la orilla opuesta, dando frente al río, el ejército del mismo nombre, a las órdenes del general Drouet, conde d'Erlon, bajo la protección de un cerro bien artillado que domina todo el valle del Zadorra; la derecha, formada por el ejército llamado de Portugal que mandaba el conde de Reille, ocupaba los pueblos de Gamarra Mayor y Menor y Abechuco y alturas inmediatas. Reunía José unos 54.000 hombres, que se extendían en una línea de tres leguas, cubriendo los caminos de Bilbao, Bayona, Logroño y Madrid. Ejercía el cargo de mayor general el mariscal Jourdan.
Indeciso todavía Wellington, a pesar de disponer de 66.000 infantes y 10.000 caballos (35.000 ingleses, 25.000 portugueses y 16.000 españoles), fuerzas superiores a las del enemigo, resolvióse a atacar sin pérdida de tiempo a los franceses, por haber sabido que el general Clausel, el primero que debía incorporárseles, no podría hacerlo en todo el 21. En su consecuencia, dadas las disposiciones necesarias, se movieron los aliados al amanecer de dicho día desde sus estancias del río Baya, iniciando el combate a las ocho de la mañana la división española de D. Pablo Morillo, que con la portuguesa del conde de Amarante y la segunda británica constituían el ala derecha, regida por el general Hill. Atacó aquél con la mayor gallardía las colinas de la Puebla de Arganzón, siendo herido en la refriega; y aunque el enemigo extremó la resistencia, consiguieron los españoles, ayudados de las tropas inglesas, arrojar de dichas alturas a los franceses, que tuvieron que replegarse al otro lado del río. Entonces pasó Hill el Zadorra por la Puebla y acometió el pueblo de Subijana de Alava, que cubría la izquierda enemiga, y después de porfiada pelea, logró posesionarse de él, siendo inútiles todas las tentativas de los contrarios para recuperarlo, a pesar de haber acudido José, que expuso mucho su persona, situándose en los puntos donde era mayor el peligro.
Esquema de la batalla (22.531 bytes)
Apenas observó el caudillo inglés que Hill se había apoderado de Subijana, dispuso pasasen también el río las cuatro divisiones que bajo las órdenes de Cole componían el centro: la 4ª por el puente de Nanclares de la Oca, la ligera por Trespuentes y la 3ª y la 7ª desde Mendoza, más arriba, logrando todas trasladarse a la margen opuesta sin contratiempo alguno, por no haber cuidado el enemigo de inutilizar los puentes expresados. Acto seguido emprendieron dichas fuerzas el ataque de las posiciones contrarias, y después de rudo combate, empujada la izquierda francesa por Hill sobre el centro, y batido de una manera formidable el cerro fortificado por dos brigadas de artillería, tuvieron que replegarse izquierda y centro enemigos vía de la ciudad, efectuándolo en buen orden, por escalones, y escarmentando a sus perseguidores en cuanto cometían cualquier descuido.
Entretanto peleaba con igual valor la izquierda de los aliados. Desde Valmaseda, donde se encontraban la mayor parte de los cuerpos que la componían, avanzó camino de Vitoria por Amurrio, llegando el 20 a Orduña, y continuando al día siguiente por Murguía, llegó a las diez de la mañana al puesto que tenía designado, todavía a tiempo de tomar parte activa en la batalla. Mandábala el general Graham, quien encargado de atacar la derecha francesa, dispuso acometiesen las alturas en que se apoyaba aquella la brigada portuguesa del general Pack, la división de don Francisco Longa, que formaba parte del IV ejército español regido interinamente por don Pedro Agustín Girón, y la 5ª división inglesa. Dichas fuerzas llevaron a cabo su cometido atacando las posiciones enemigas por el frente y flanco, y desalojados que fueron los contrarios de las alturas que ocupaban, cayeron Longa sobre Gamarra Menor y la 5ª división británica sobre Gamarra Mayor, al propio tiempo que Graham en persona procedía contra Abechuco con la 1ª división inglesa, consiguiendo todos apoderarse de dichos puntos. Entones, viendo el enemigo que quedaban cortadas sus comunicaciones con Bayona, destacó por su derecha una fuerte columna con el intento de recobrar dichos pueblos; mas rechazada tres veces, se dieron los imperiales por vencidos y abandonaron apresuradamente toda la línea entre cinco y seis de la tarde, retirándose por el camino de Pamplona en la mayor confusión y desorden. El rey José no se detuvo tan siquiera a tomar su coche, que cayó en poder de los vencedores con toda la impedimenta y parte del rico convoy que se dirigía a Francia, en el que iban las cajas militares de todos los cuerpos derrotados, llenas de dinero, los equipajes de los generales y otras personas del séquito del intruso, gran cantidad de alhajas y objetos de valor o mérito artístico, víveres en abundancia y multitud de ropas, vestidos y efectos de todas clases. Los imperiales abandonaron también toda su artillería, 151 cañones (no conservando más que un cañón y un obús), 445 carros de municiones, material sanitario, armas, bagajes, etc., elevándose las pérdidas a 8.000 muertos y heridos y 1.000 prisioneros. Las de los aliados no pasaron de 5.000: 3.000 ingleses, 1.000 portugueses y 600 españoles (Murieron gloriosamente: del regimiento de la Unión, el capitán D. Estanislao Gutiérrez; de Vitoria (Voluntarios de Estado), el teniente D. Manuel Páez y el subteniente D. Matías Rodríguez, y de León, el teniente D. Carlos Baleato.)
José llegó a Salvatierra a las diez y media de la noche, y el 23 al anochecer a Pamplona, y aunque celebrado consejo de generales opinaron muchos por volar las fortificaciones y abandonar la plaza, dispuso aquél la conservación para proteger la retirada de sus tropas. Dejó, pues, en ella una guarnición de 4.000 hombres y salió a media noche del 25 con el ejército del Centro; durmió el 26 en Elizondo, de donde partió a las seis de la mañana del 27, y se metió en Francia por Lesaca y Vera, triste y abatido, estableciendo el 28 su cuartel general en San Juan de Luz. El ejército de Portugal pasó la frontera desde el Baztan por Maya y Urdax, y fue a situarse en Irún para cubrir el Bidasoa; y el del Mediodía la transpuso por Roncesvalles y Valcarlos, yendo a parar a San Juan de Pied de Port para cubrir la frontera por esta parte. Clausel, cuya oportuna llegada quizás habría evitado la derrota de Vitoria, llegó a la vista de esta ciudad al día siguiente de la batalla, ignorante de lo ocurrido, sin haber recibido ninguno de los apremiantes avisos que le había mandado José, y enterándose entonces de la desgracia, retrocedió con los 15.000 hombres que mandaba a Logroño, de donde había partido el mismo día 21, abandonó después el 24 dicha capital, retirando la guarnición, y por Calahorra y Tudela se metió en Zaragoza el 1º de julio, picada vivamente su retaguardia por las tropas de Mina, y seguido ya de tres divisiones inglesas destacadas por lord Wellington, metiéndose también al poco tiempo en Francia por Jaca y Canfranc, para situarse en Olorón, desde donde se dio la mano con las demás tropas de José. Foy, que había sido llamado del mismo modo por aquél, se colocó el 22 en Plasencia y Mondragón, para reunir las guarniciones de todos los puntos fortificados, y en cuanto se le incorporaron las tropas que el 20 habían evacuado a Bilbao, con lo que dispuso ya de unos 16.000 hombres, siguió desde Vergara por Villarreal y Villafranca, a Tolosa, perseguido de cerca por las fuerzas españolas de D. Pedro Agustín Girón y las inglesas del general Graham; defendióse algún tiempo en dicha villa, bien fortificada, y la abandonó en la noche del 25, replegándose por Andoaín, cuyo puente cortó, a Hernani, de donde pasó el 27 a San Sebastián; dejó en dicha plaza una guarnición de 2.600 hombres, y se incorporó por fin al ejército de Portugal, después de haber demostrado en aquellas difíciles circunstancias mucha serenidad, previsión y firmeza, y gran pericia militar. Tal fue el brillante resultado de la última campaña emprendida en la Península por lord Wellington.
Para sofocar el levantamiento de Valencia fue enviado a dicha capital el mariscal Moncey con la división Musnier, compuesta de unos 8.000 infantes, 1.300 dragones y húsares y 16 piezas de campaña, cuyas tropas debían de obrar en combinación con las fuerzas que al mando de Chabrán habían salido de Barcelona con igual objeto (ver ACCIÓN DEL BRUCH, 6 de junio).
El mariscal francés partió de Madrid, de orden de Murat, el 4 de junio, y por Aranjuez y Tarancón se trasladó a Cuenca, donde se alojaron sus tropas en la tarde del 11, permaneciendo allí hasta el 18, en que siguió su ruta aguijoneado por el mismo Murat.
Los españoles habían reunido algunas fuerzas al mando del general D. Pedro Adorno para disputar al enemigo el paso del Cabriel; pero mal distribuidas aquéllas, y no habiendo sido atendidos los planes de defensa del coronel de ingenieros Don Carlos Cabrer, pudieron muy fácilmente las tropas imperiales desalojar a los nuestros de sus posiciones al avanzar el 21 desde la Minglanilla sobre las alturas que dominan el puente Pajazo. El general Adorno, inmóvil en Requena, donde había establecido su cuartel general, anduvo sobradamente moroso y desacertado, en términos que, dos años más tarde fue condenado a ser depuesto de su empleo.
Los restos de las tropas derrotadas en Puente Pajazo, escasamente unos 3.000 hombres, entre los que no había más soldados veteranos que 180 de Saboya al mando del capitán D. Manuel Gamíndez, y algunos suizos, Guardias españolas y artilleros, tomaron animosamente a su cargo la defensa del desfiladero de las Cabrillas, dirigidos por el brigadier Marimón, ignorándose el paradero de Adorno. Los españoles defendieron bien y valientemente el puesto al ser acometidos el 24 por los franceses, causaron bastantes bajas en los escuadrones enemigos que cargaron por la carretera la metralla de la batería que mandaba el capitán D. José Ruíz de Alcalá. Decidió la acción por la izquierda el bravo general Harispe, al frente de las compañías de preferencia, compuestas de ágiles y robustos cazadores, quedando los más de los soldados de Saboya y los artilleros acuchillados junto a los cañones por los jinetes enemigos, y prisionero con otros el capitán Gamíndez. Nuestras bajas pasaron de 600, siendo muy inferiores las de los contrarios.
Esquema de la defensa (34.766 bytes)
Transpuesta la sierra por el portillo de las Cabrillas, avistaron los franceses llenos de júbilo la fértil y deliciosa campiña de Valencia, y siguieron avanzando muy lentamente por el mal estado de los montajes de su artillería, peleando de nuevo con los españoles el día 27 junto a la ermita y puente de San Onofre, entre Manises y Aldaya. Con tantas dilaciones pudieron los valencianos organizar la defensa, acudiendo sin distinción de clase ni de sexo a trabajar en las fortificaciones, exaltado su patriotismo por el P. Rico, que se hallaba en todas partes y fue el alma de la resistencia a las tropas de Napoleón, comunicando a todos los que le rodeaban el noble ardimiento de que se hallaba poseído. Circuída la población por un antiguo pero robusto muro de mampostería, torreado a trechos, era bastante difícil la expugnación de la plaza por un golpe de mano, sobre todo por las partes septentrional y oriental, que ciñe el Turia, flanqueada la del SE. por la llamada Ciudadela, pequeño y defectuoso fuerte artillado con siete u ocho piezas, quedando reducidos los puntos débiles a las puertas de la parte occidental, en las que por lo tanto fue donde se acumularon la mayor parte de los trabajos, sin descuidar por esto los otros frentes. Consistieron aquellos en baterías de sacos de tierra, de las que la más importante era la de Santa Catalina, situada entre la puerta de Quart y la de San José, y artillada con cuatro cañones y dos obuses; algunas cortaduras y parapetos provisionales, y barricadas dentro del recinto, cerrando las calles y avenidas con carros, vigas, tartanas y calesas, y las puertas, balcones y ventanas de las casas, como también lo alto de las azoteas y terrados, con colchones, mesas, sillas y toda clase de muebles. A lo largo de la muralla, en las torres y detrás de dichos reparos, se apostaron hasta 20.000 hombres, en su mayor parte paisanos, pues había muy pocas tropas, firmemente resueltos a oponerse a la entrada de Moncey en la ciudad, sin temor a las terribles consecuencias que podía acarrearles su decisión si tenían la desgracia de ser vencidos.
Rechazadas las intimidaciones de Moncey (El capitán general conde de la Conquista congregó la junta a la que asistieron además el Ayuntamiento, la nobleza e individuos de todos los gremios, inclinándose dicha autoridad a la entrega; mas advertido el pueblo de lo que se negociaba, se agolpó tumultuosamente a la sala, con lo cual, atemorizados unos y alentados otros de los vocales, decidieron todos rechazar la demanda del enemigo, y poniéndose al frente de los más exaltados, recorrieron la línea animando y exhortando a la pelea, con lo cual se embraveció tanto la gente, que no hubo ya otra voz que la de vencer o morir.), preparó éste el ataque para la tarde del 28. A las once rompió el fuego la artillería francesa, y formadas dos gruesas columnas avanzaron escalonadas contra las puertas de Quart y de San José, por la orilla derecha del Turia, desde el punto llamado Cruz de Mislata, detrás del convento de San Sebastián. La columna de la derecha acometió con el mayor ímpetu el primer punto, donde mandaban los coroneles, barón de Petres y D. Bartolomé de Georget, dirigiendo el fuego de las piezas (una de a 24 en el mismo portal y otra de campaña en la parte superior) el capitán D. José Ruíz de Alcalá; pero pronto tuvo que refrenar su ardimiento diezmada por el nutrido fuego de los defensores, y aunque ordenados de nuevo los contrarios al abrigo de las casas próximas. La columna de la izquierda descubrió, al dirigirse a la puerta de San José, la batería de Santa Catalina, cuyo comandante D. Manuel de Velasco y los oficiales D. José Soler y D. Santiago O'Lawlor hicieron certeros disparos sobre las tropas enemigas, que fueron rechazadas también dos veces, siendo la primera abrasadas por terrible fuego de metralla, y también de fusilería de los soldados y paisanos que guarnecían la muralla a las órdenes del coronel D. Firmo Vallés, como jefe de puesto, y de los apostados en la orilla izquierda del río, y huyendo atropelladamente en la segunda, barridas filas enteras de la columna agresora por la metralla de nuestra artillería que, muy bien situada, y de mayor calibre que la contraria, habían desmontado parte de las piezas que concurrieron esta vez al ataque. Contribuyeron al vencimiento del enemigo las tropas que habían llegado de fuera de la ciudad, a las órdenes de Saint-March y de Caro, las cuales avanzaron desde el Campanar, y no contentas con molestar al enemigo por el flanco, desde la margen izquierda del Guadalaviar, pasaron el río tratando de amenazar por su retaguardia a las columnas que atacaban la puerta de Quart y batería de Santa Catalina, costando gran trabajo a los franceses conseguir con sus reservas que los nuestros repasasen el Turia y volviesen de nuevo al Campanar.
No desistió todavía Moncey de sus propósitos, a pesar del fracaso anterior, y contando que estaría peor defendida la parte comprendida entre la puerta tapiada de Santa Lucía y la de San Vicente, dio por allí el ataque principal desde el convento de Jesús, mientras algunas fuerzas simulaban dar la acometida hacia la puerta del Carbón, también tapiada, y el mismo Moncey aparentaba querer embestir otra vez la puerta de Quart. Mandaba en dicho punto el coronel D. Bruno Barrera, y dirigían la artillería los oficiales D. Francisco Cano y D. Luís Almela, haciéndolo éstos con tanto acierto que lograron desmontar algunos cañones de los enemigos, a pesar de tener que apuntar las piezas valiéndose de las indicaciones de los atalayas, por no permitir la puntería directa lo espeso del arbolado. Al propio tiempo, como empezaba ya a oscurecer, salieron por la puerta de Ruzafa grupos de paisanos y se deslizaron por los huertos inmediatos hacia el flanco derechos de los franceses, obligándolos a desalojar los caseríos que habían ocupado, con lo cual, careciendo de dicho apoyo, fueron fácilmente rechazados, cesando ya por completo el combate a las ocho de la noche.
El Padre Rico anduvo constantemente por los parajes de mayor riesgo, como también el capitán general, los magistrados, el arzobispo y otros personajes, animando a los defensores con la palabra y el ejemplo. Durante la noche, que se pasó con la mayor vigilancia, se dedicaron los valencianos a reforzar las obras de defensa, despejar los alrededores de los puntos amenazados, y quemar algunos edificios que, como la plaza de toros, podían con su amparo favorecer los ataques del enemigo, preparándose todos para el combate del día siguiente; mas los franceses habían quedado muy quebrantados con las 2.000 bajas que habían tenido, contando entre ellas algunos jefes y el general de ingenieros M. Cazal; la mayor parte de su artillería estaba inservible, y no aparecía tampoco la división Chabrán, que debía venir de Cataluña, al paso que las tropas españolas que habían quedado fuera de Valencia amenazaban cortar las comunicaciones de los imperiales. Todas estas circunstancias influyeron en el ánimo del mariscal Moncey para hacerles desistir de toda otra tentativa sobre la ciudad del Turia, considerando más prudente retirarse a tiempo, como lo efectuó en la mañana del 29, anunciando al amanecer tan grata nueva D. Pedro Tupper, apostado el vigía en la torre del Miguelete. El enemigo tomó por Torrente la carretera de Almansa, cuyo puerto pasó el 2 de julio abandonando cañones y efectos, y no pasó hasta Albacete, a pesar de que el conde de Cervellón, que mandaba el ejército llamado de Valencia, no hizo nada para disputar a Moncey el paso del Jucar, como se esperaba, bien sea por timidez o por desconfiar de su gente, lo que le costó al fin ser destituido del mando.
Los valencianos, resguardados tras los muros y baterías, tuvieron muy pocas bajas.
Entre los muchos hechos de valor que llevaron a cabo los bravos defensores de valencia, merecen citarse el de JUAN BAUTISTA MORENO que sin fusil y con la espada en la mano, alentaba a sus compañeros, habiendo tomado a su cargo la peligrosa tarea de abrir y cerrar la puerta de Quart sobre la que los franceses concentraban sus fuegos; y el de MIGUEL GARCÍA, mesonero de la calle de San Vicente, quien hizo solo a caballo cinco salidas, y sacando en cada una de ellas cuarenta cartuchos, los empleaba muy atinadamente como diestro tirador.
Habiendo llegado a escasear en la puerta de Quart las municiones para la artillería, se arrancaron aceleradamente las rejas de las casas inmediatas, y con barras y otros utensilios de hierro, fueron cortadas en menudos pedazos para suplir la falta de metralla que era de lo que más necesidad había, acudiendo las señoras a coser los saquillos de aquellos improvisados artificios.
El regimiento de Burgos formaba parte de la división de D. Pedro Agustín Girón, en el ejército mandado por el general Venegas, apostado en el Puerto del Rey para cubrir la entrada de Sierra Morena por la parte de Despeñaperros. El 14 de junio avanzó todo el ejército por las llanuras de la Mancha (En un encuentro tenido con el enemigo en Alcubillas, se distinguió el capitán D. Miguel Rosales, abriéndose paso a la cabeza de su tropa por entre fuerzas muy superiores, que trataban de envolver la suya del regimiento de dragones de Granada. Todos los individuos a sus órdenes hicieron prodigios de valor, especialmente el carabinero JUAN MOLINA que se introdujo en un gran pelotón de jinetes enemigos, matando a dos de ellos, hiriendo a varios y salvándose, por fin, aunque con dos sablazos, seis balas en el cuerpo y quince en el uniforme. A Rosales se le concedió el grado de teniente coronel y a Molina el grado y sueldo de alférez de caballería. También el teniente D. Juan Morán se había distinguido derrotando en Valdepeñas a 50 jinetes, con 20 de los suyos) hasta Villarrubia de los Ojos de Guadiana, desde donde tuvo que retirarse de nuevo a sus primeras posiciones; mas al llegar a Daimiel, ofrecióse el brigadier D. Luís de Lacy, que mandaba la vanguardia, a dar al enemigo un golpe audaz. Aceptó el general en jefe la propuesta, y poniéndose Lacy al frente del regimiento de Burgos y de dos escuadrones, uno del Provincial de Chinchilla y otro de Farnesio, apoyados por los demás cuerpos de la vanguardia, retrocedió desde Almagro el 27, pensando caer repentinamente sobre Torralba de Calatrava, donde se hallaban cinco regimientos de caballería enemiga, que con dos piezas de campaña se habían adelantado para picar la retirada de nuestro ejército. Adelantóse entre diez y once de la noche del 28 una guerrilla sostenida por veintiocho caballos, al mando del alférez de Burgos don Francisco Ruíz, para reconocer el pueblo; mas apercibidos los franceses salieron precipitadamente, formando sus escuadrones sobre el costado del camino por el que suponían se acercaban fuerzas considerables de los españoles. Imposible ya la sorpresa, desplegó Lacy su gente en línea con un escuadrón en cada ala, y arengando a Burgos su Sargento mayor D. Juan Montero encargándoles serenidad y firmeza, esperaron los nuestros tranquilos y confiados el acometimiento de los jinetes imperiales. Estos dieron una terrible carga que fue rechazada por el certero fuego de los jinetes españoles, y los contrarios abandonaron el campo en desorden, dejando en él gran número de muertos y heridos.
Por este memorable hecho de armas se concedió a todos los indivíduos que concurrieron a él un escudo de distinción con el lema: Disciplina y valor venció la fuerza. Sorpresa de Torralba.
La antigua capital romana de la España Citerior, única plaza que quedaba en poder de los españoles en Cataluña, servía de apoyo y refugio a las tropas que con tanto tesón luchaban por la independencia patria en aquella región de la Península, recibiendo por su puerto auxilios de los ingleses y del resto de España, y mantenía muy vivo y ardiente en sus belicosos habitantes el espíritu de resistencia a las huestes imperiales. Acosadas éstas por todas partes, no tenían momento de reposo, guardándose bien de operar más que con fuerzas numerosas, pues los destacamentos y pequeñas columnas eran casi siempre exterminados, a pesar de tener asegurada la protección mutua con la ocupación militar del país. El mariscal Macdonald, que mandaba el ejército de Cataluña, no había intentado ya la expugnación de Tarragona por las muchas dificultades que presentaba semejante empresa y cuantiosos recursos de todas clases que eran necesarios, dada la importancia de las obras de defensa levantadas alrededor de la plaza, en las que se habían gastado desde el principio de la guerra 30 millones de reales; mas hecha por el Emperador una nueva demarcación del teatro de operaciones asignado a los ejércitos de Aragón y Cataluña, y aumentadas las tropas del general Suchet, que mandaba el primero de dichos reinos, a la cifra de 40.000 hombres, empezó aquel a llevar a cabo los preparativos indispensables para la conquista de Tarragona, ante cuyos muros se presentó el 3 de mayo al saber la sorpresa del castillo de Figueras por los somatenes, después de dejar bien aseguradas sus comunicaciones con Lérida, Zaragoza y Tortosa, consistiendo sus fuerzas en unos 20.000 hombres (15.000 infantes, 2.000 artilleros y 700 zapadores y minadores. A mediados del sitio fueron reforzados los franceses con otros seis batallones, unos 4.000 hombres aproximadamente) con la artillería de campaña correspondiente (36 piezas), y un tren de sitio compuesto de 66 piezas de batir (de ellas eran veinticuatro de a 24 y dieciocho morteros), dotadas a razón de 700 disparos cada una. Ejercía el cargo de comandante de artillería el general Valée y de ingenieros el general Rogniat.
Circuída la parte alta de la ciudad por un antiguo muro del tiempo de los romanos construído sobre roca viva bastante escarpada, presentaba más fácil acceso por el lado de Occidente hacia el arrabal o ciudad baja, cerrando el recinto por dicha parte tres frentes abaluartados de construcción moderna (posterior a la guerra de Sucesión), cuyos baluartes eran conocidos con los nombres de Cervantes, Jesús, San Juan y San Pablo.
Había además adosadas a la murallas varias obras a fin de obtener el flanqueo indispensable, y algunas exteriores, con los fuertes destacados de San Jerónimo, la Cruz, Plaza de Armas, San Jorge y la Reina al Este; y los más avanzados del Olivo, que era el de mayor importancia, al Norte; y los de Loreto y Ermitaños al NE. Defendía el arrabal, situado junto al puerto, otra línea de fortificaciones que partía del baluarte de San Pablo hasta el fuerte de Francolí, junto al mar, en la desembocadura de dicho río, y dentro de este recinto el fuerte Real, pequeño cuadrilátero abaluartado colocado detrás del baluarte de Orleans, con dominación sobre la campiña. La mayor parte de las obras,e specialmente las del arrabal, eran de construcción bastante defectuosa, ligera y poco sólida; algunas estaban sin terminar, otras no tenían foso y todas carecían de resguardos y blindajes a prueba.
Consistía la guarnición al principio del sitio en 7.000 hombres escasos, de ellos una tercera parte milicianos, bajos las órdenes del gobernador D. Juan Caro, hermano del marqués de La Romana, a quien sucedió en el mando a finales de mayo D. Juan Senén de Contreras. Era comandante general de ingenieros D. Carlos Cabrer, y dirigía lo concerniente a la artillería, cerca de 300 piezas de todos los calibres, distribuídas en el extenso recinto de la plaza D. Cayetano Saquetti. Coadyuvó a la defensa, aunque floja e ineficazmente, una escuadra británica al mando del comodoro Codrington, compuesta de tres navíos, dos fragatas y algunas lanchas cañoneras.
Los sitiadores establecieron en Reus sus hospitales y depósitos de víveres, atrincherando y fortaleciendo varios conventos y otros edificios para precaverse contra la osadía de los somatenes, el Cuartel general en Constantí y el Parque de artillería e ingenieros en la Canonja (Para el servicio del tren de sitio había 1.700 caballos, y en el depósito de ingenieros se acopiaron 12.000 útiles, 100.000 sacos terreros, 8.000 cestones, faginas, escalas, etc), y el día 4 se apoderó la brigada Salme de los atrincheramientos más avanzados del Olivo, si bien con pérdida de cerca de 200 hombres, mientras la brigada Palombini ocupaba Loreto, Ermitaños y casa de campo del Arzobispo, abandonados por los españoles, extendiéndose luego hasta el mar para completar el acordonamiento de la plaza. El día siguiente empezaron ya las salidas para molestar al enemigo (También las tropas que quedaron fuera de Tarragona tenían en constante alarma los puestos franceses. El 6 atacaron 2.000 españoles el convento fortificado de la Virgen de la Sierra en Montblanc, y aunque fueron rechazados, abandonó más adelante el enemigo el punto, en vista de las reiteradas tentativas de los nuestros. Los somatenes no demostraron menos audacia, pues cortaron el acueducto que desde Pont de Armentera, junto al monasterio de Santas Creus, conducía el agua al campo de los sitiadores, obligando a estos a ejercer una contínua vigilancia durante todo el curso del sitio para guardarlo; también acometiron en Catllar a un destacamento italiano; y habiéndose reunido en Vendrell y Arbós grupos considerables de gente armada, tuvo que acudir la brigada Palombini a dispersarlos. El 20 de mayo el general Sarfield ocupó la montaña del Calvario, cerca de Alcover, costando rudo combate a los franceses hacerle abandonar dicha posición.), y elegido para el ataque el frente del arrabal comprendido entre el baluarte de Orleans y el fuerte de Francolí, construyeron los franceses un reducto en la orilla del mar a 1.200 metros de dicho fuerte, y algunas baterías de costa para tener a distancia la escuadra británica, consiguiéndolo desde luego con solo el fuego de dos piezas de a 24 que colocaron en el reducto espresado; además como para el objeto indicado era conveniente, aunque no indispensable, tomar el fuerte del Olivo, desde el cual podían los sitiados caer muy fácilmente sobre la izquierda de los trabajos de aproche, en la madrugada del 14 el general Salme embistió valerosamente a la bayoneta con 2.000 hombres de tropas escogidas los puestos fortificados que a 300 metros del Olivo tenían los españoles en dos pequeñas alturas, defendiéndolos con valor el coronel D. Tadeo Aldea, hasta que tuvo que abandonarlos oprimido por el número; y aun cuando intentó recuperarlos al poco rato, no pudo conseguirlo a pesar del brío de los atacantes, señalándose algunos heroicos oficiales que puestos a la cabeza de sus tropas encontraron gloriosamente muerte al plantar las banderas en los parapetos enemigos.
Reforzada la guarnición con 2.000 hombres que llevó el marqués de Campoverde, y otros 2.500 procedentes de Valencia, hizo una salida el 14 el general D. José Sanjuán con 2.000 hombres, 100 caballos y dos piezas que mandaba el teniente de artillería Dolz, practicando un reconocimeinto por la orilla del mar hasta el reducto, en cuyo auxilio acudió prontamente la división Habert, y el 18 al amanecer efectuó otra más numerosa por el puente del Francolí, dividida la fuerza (unos 5.000 hombres) en tres columnas: la de la derecha al mando del teniente coronel Costerec; la de la izquierda al del coronel D. José Canterac, sostenido por la caballería del coronel De-Creff; y la del centro dirigida por el sargento mayor Gómez, seguida de 250 zapadores y dos piezas de campaña a las órdenes del teniente coronel D. Manuel Zara, capitán del tercer regimiento de artillería. Después de causar algún daño en los trabajos enemigos de la derecha del Francolí, se retiraron los españoles bajo la protección del fuego de los cañones de los fuertes y de la escuadra, distinguiéndose mucho una mujer del pueblo (El ilustre historiador del sitio, el coronel de artillería D. Javier de Salas, dice era conocida por "la Rossa" (por Rubia); Toreno en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, le da el nombre de "Calesera de la Rambla"; suponemos fundadamente que deben ser una misma.), que habiéndose unido a la tropa animaba a todos con el ejemplo, batiéndose varonilmente con señalado valor. Se experimentaron 200 bajas por cada parte.
Decidido el sitiador a tomar el fuerte del Olivo antes de emprender el ataque
A pesar de estar ocupada Salamanca por una guarnición francesa numerosa compuesta de tropas de las tres armas bajo el mando del general Dorsenne, los lanceros de D. Julián Sánchez llevaban su atrevimiento hasta aproximarse a las mismas puertas de la ciudad. El 29 de junio, día de San Pedro, en que los habitantes acostumbraban celebrar una animada romería en el delicioso y pintoresco valle de Zurguén, tenían prometido algunos de dichos lanceros asistir a la fiesta, sin que nada bastase a disuadirlos de su propósito, a pesar del peligro a que se exponían. A las cinco de la tarde, cuando más concurrencia había, contándose entre los asistentes bastantes soldados franceses, llegaron por el camino de Rollán cinco guerrilleros que fueron recibidos con grandes aclamaciones y vivas a España, huyendo los franceses en la persuasión de que eran una avanzada de las tropas de D. Julián Sánchez, no sin que cayesen bajo las lanzas de nuestros jinetes dos de los enemigos. Aquellos cinco valientes se apearon, manteniendo la brida sujeta al brazo, y departieron tranquilamente con los salmantinos que los obsequiaron a porfía, arrancándose las mujeres las flores que adornaban sus cabezas para prenderlas por su mano en los uniformes de los lanceros. Entre tanto se había puesto la guarnición entera sobre las armas, y cuando los tambores y clarines anunciaron la aproximación de una columna, dieron aquellos un último abrazo a sus parientes y amigos, montaron a caballo y se alejaron al paso, dando vivas a Salamanca. Los nombres de dichos valientes eran los que siguen: ANDRÉS SÁNCHEZ, de Vilvis; BALTASAR SÁNCHEZ, de Ruelos; ANGEL PÉREZ, de Rollán; BALTASAR MOÑITA, de Monterrubio de la Sierra, y AMBROSIO GASCÓN, de la Sierra de Francia.
Después de la batalla de Vitoria, un solo punto guarnecido quedaba en poder de los franceses a espaldas del ejército aliado, el de Pancorbo, defendido por los dos fuertes de Santa María y Santa Engracia, situados en las elevadísimas y escarpadas rocas laterales que formaban una garganta muy angosta, por la que pasa el camino real que de Burgos conduce a dicha ciudad. Encargado de su expugnación el ejército que mandaba D. Enrique O'Donell, conde de La Bisbal, ganose el primero por asalto el 28 de junio, mas para embestir el segundo, que era el principal, fue menester levantar una batería en la loma de la Címera, construida con gran presteza en una noche bajo la dirección del comandante de ingenieros D. Manuel Zappino, costando gran trabajo subir las piezas a aquella empinadísima altura, cuya operación dirigieron hábilmente y con grande arroyo, bajo el fuego enemigo, los oficiales de artillería Ferraz, Saravia y D. Bartolomé Gutierrez. Empezose a batir el fuerte, y temiendo el comandante francés las consecuencias del asalto con que se amenazaba, capituló el 30, quedando los 700 hombres que constituían su guarnición prisioneros de guerra. Con esta conquista quedó desembarazada de enemigos toda la parte Norte de la Península, a excepción de San Sebastián y Pamplona, cuyas piezas no tardaron tampoco en verse sitiadas.